Comienza el vínculo

A mediados de los sesenta la tecnología médica por fin alcanzó las herramientas para proporcionar pruebas fisiológicas sólidas e indiscutibles de que el feto es un ser que oye, percibe y siente.

En la quinta semana el feto ya desarrolla un repertorio sorprendentemente complejo de actos reflejos. En la octava semana no sólo mueve fácilmente la cabeza, los brazos y el tronco, sino que además con estos movimientos ya ha labrado un primitivo lenguaje corporal: expresa sus gustos y aversiones con sacudidas y patadas bien colocadas. Lo que le desagrada especialmente es que le manipulen. Basta presionar, urgar o pellizcar el vientre de la embarazada para que el feto de dos meses y medio se aleje deprisa (hecho observado mediante diversas técnicas)

Esta preocupación por la comodidad tal vez explique el motivo por el cual algunos recién nacidos son tan activos por la noche. En el útero, la noche era el momento más ajeteadro del día para el bebe. Una vez acostada, su madre estaba lejos de sentirse relajada y sosegada. A causa de la acidez de estómago, estómago revuelto y calambres en las piernas no dejaba de moverse de un lado al otro e invariablemente había como mínimo dos o tres visitas al cuarto de baño.

El dominio de las expresiones faciales se retrasa un poco más que el de los movimientos generales del cuerpo. Al cuarto mes el niño intrauterino es capaz de fruncir el ceño, bizquear y hacer muecas. Aproximadamente en ese momento adquiere los reflejos básicos.

De cuatro a ocho semanas después es tan sensible al tacto como un niño de un año. Si se le cosquillea accidentalmente el pericráneo durante un examen médico mueve la cabeza deprisa. El agua fría le desagrada mucho cuando se inyecta en el vientre de su madre.

Quizás lo más sorprendente de esta criatura sean sus gustos selectivos. Basta añadir sacarina a su dieta normalmente suave de líquido amniótico para que su tasa de ingestión se duplique. Basta agregar Lipidol, aceite de mal sabor parecido al yodo, para que esas tasas no sólo disminuyan bruscamente sino que además el feto haga una mueca.

Investigaciones recientes también demuestran que a partir de la semana veinticuatro, el niño intrauterino en todo momento oye. Además tiene muchas cosas que oír: el abdomen y útero de la embarazada es muy ruidoso. Los retumbos estomacales de su madre son los sonidos más potentes que oye, La voz de ella, la de su padre y otros sonidos ocasionales son más amortiguados, pero igualmente resultan audibles. Sin embargo, el sonido que domina su mundo es el rítmico tac del latido cardíaco de la madre. Mientras mantiene su ritmo regular, el niño intrauterino sabe que todo está bien; se siente seguro y esa sensación de seguridad persiste en él.

Por razones obvias la visión del niño intrauterino se desarrolla con más lentitud: aunque no está totalmente a oscuras, el útero no es el lugar ideal para practicar la visión. Esto no significa que el feto no vea. A partir de la semana dieciséis es muy sensible a la luz.

El hecho de que el niño intrauterino tenga habilidades demostradas para reaccionar ante su entorno a través de los sentidos, muestra que esta posesión de los requisitos básicos del aprendizaje. Sin embargo, la formación de la personalidad exige algo más.

Se ha sugerido que el comienzo de la conciencia podría estar entre las semanas veintiocho y treinta y dos. En ese momento se formarían los circuitos neurales del cerebro y estarían tan desarrollados como en un recién nacido. Este dato es fundamental por que los mensajes son retransmitidos a través del cerebro y de éste a diversas partes del cuerpo. Aproximadamente en la misma época la corteza cerebral madura lo suficiente como para sustentar la conciencia. Esto es asimismo importante porque la corteza es la parte más elevada y compleja del cerebro, la parte más distintivamente humana y la que utilizamos para pensar, sentir y recordar.

Pocas semanas después, las ondas cerebrales se vuelven definidas, lo que permite distinguir con facilidad entre los estados de sueño y de vigilia del niño. Ahora está mentalmente activo incluso mientras duerme. A partir de la semana treinta y dos, las pruebas sobre ondas cerebrales comienzan a registrar periodos de sueño REM, que en adultos significa la presencia de estados oníricos, aunque todavía es imposible decir si para el feto significan lo mismo. Otras líneas de investigación proponen que el cerebro fetal tiene que ejercitarse y que la actividad neurológica de los periodos REM no es más que eso: ejercicios mentales.

El impacto directo, inmediato y más verificable de la influencia de las hormonas maternas se da en el cuerpo del bebe y no en su mente. Sin embargo, en el curso del proceso, estas sustancias lo empujan hacía una conciencia primitiva de si mismo y de la faceta puramente emocional de los sentimientos. Cada oleada de hormonas maternas lo arranca de la inexpresividad que es su estado normal en el útero y lo introduce en una especie de receptividad.

En el sexto o séptimo mes, el niño no nacido es capaz de hacer discriminaciones bastante sutiles con relación a las actitudes y los sentimientos de su madre, y lo que es más importante, comienza a responder a ellos.

En diversos estudios se vio que surgía una distinción sutil entre las tensiones. Los bebes expuestos a contratiempos prolongados que no afectaban directamente la seguridad emocional de la mujer, como la enfermedad de un pariente próximo, tenía poco o ningún efecto en su hijo no nacido, mientras que las tensiones personales a largo plazo lo tenían con frecuencia.

Pero, como contrapunto, también se vio que el amor de la madre era lo más importante y cuando el niño lo percibe a su alrededor se forma una especie de escudo protector que puede disminuir o, en algunos casos, neutralizar el impacto de las tensiones del exterior.

En síntesis, aunque las tensiones externas que afronta una mujer tienen importancia, lo más esencial es lo que siente la madre hacía su hijo no nacido. Sus pensamientos y sentimientos son el material a partir del cual el niño intrauterino se forja a si mismo.

El útero es el primer mundo del niño. El modo en el que lo experimenta, como amistoso u hostil, crea predisposiciones de la personalidad y el carácter. En un sentido muy real, el útero establece las expectativas del niño.

Por lo tanto, el vínculo posterior al nacimiento, que siempre se estudió como un fenómeno singular y aislado, en realidad es la continuación de un proceso vinculante que ha comenzado mucho antes, en el útero.

Esta comprensión explica el origen del comportamiento postparto sorprendentemente logrado del recién nacido. Su capacidad de respuesta a los abrazos, caricias, miradas y otras indicaciones de su madre se basa en el largo conocimiento que de ella ha tenido antes de nacer.

El niño no nacido se convierte en partícipe activo del vínculo intrauterino. La madre marca el ritmo, proporciona las indicaciones y moldea las respuestas de su hijo, pero sólo si éste decide que sus planteamientos tienen sentido para él. Ni siquiera un bebe intrauterino de tres o cuatro meses seguirá las incertidumbres de su madre.

En resumen, el vínculo intrauterino no se produce automáticamente: para que funcione, es preciso amor hacía el niño y compresión de los propios sentimientos. Cuando están presentes, pueden hacer algo más que compensar las perturbaciones emocionales a las que todos somos propensos en nuestra vida cotidiana.

El niño intrauterino es un ser sorprendentemente flexible que, si es necesario, hasta puede lograr que una ligera emoción materna se extienda un largo trecho. Pero no puede establecer el vínculo por su cuenta.

Esto no significa que las mujeres de contacto tardío serán malas madres. Los sentimientos maternos de la mujer son demasiado complejos y personales para reducirlos por completo a reacciones biológicas. Los millares de momentos íntimos que a lo largo de la vida unen a la madre y al hijo son también importantes. Sólo quiero recalcar que el vínculo confiere a la mujer una ventaja significativa.

Por Margarita Paulis y Mónica Álvarez


Blibiografia

“La vida secreta del niño antes de nacer” Dr. Thomas Verny y John Kelly. Ed. Urano.