CarolaSujoy
12 Oct 2017
  •  
0 comentarios

Mujeres Invisibles

A diario, miles de mujeres pareciera que estamos vestidas con una capa que nos hace imperceptibles para una parte del mundo.

“Hace unas semanas, un jueves bastante frío se transformó en el segundo día más feliz de mi vida, el test fue positivo y en ese instante se instaló en mi la ilusión de un nuevo hijo, mil sensaciones se dispararon: alegría, emoción, miedo, incertidumbre, todo junto y mezclado pero básicamente una dosis extra de felicidad se instaló en mi definitivamente. Unas semanas más tarde no me sentí bien, note cambios y sentí que algo pasaba, ya era tarde así que fuimos a una guardia, no había mucha gente así que supuse que me iban a atender rápido, la verdad que tenia tanto miedo que hubiera preferido esperar horas sin problema pero no, me llamaron rápido.

Entre al consultorio de guardia gineco/obstétrica, era una médica ginecóloga/obstetra, le expliqué en detalle lo que me llevo a verla, pero ella parecía no escuchar ni interesarle mucho mi relato, solo se remitió a decirme: “tenes que hacerte una ecografía, sino no puedo decirte nada, acá tenes la orden”, ni siquiera me miro y yo que más que preocupada solo pude decirle: “tengo miedo”, ella no emitió sonido, no fue capaz ni de mirarme, estaban por ser las 20:00 hs, su jornada laboral estaba por terminar y solo le interesaba irse, pero ahí en frente estaba yo, con mi ilusión y mi gran miedo, pero ella ni siquiera me miro a los ojos, yo no pretendía una gran contención pero cualquier ser humano frente a otro que explícitamente le confiesa que tiene miedo al menos por compasión (entiéndase por Compasión: “Sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo.”) le diría solo un: “quédate tranquila esperemos a ver la ecografía y hablamos” o cualquier cosa sin mucha relevancia pero que al menos denote un mínimo interés por el otro, pero no sucedió, casi que estaba ansiosa porque me levantara y me fuera para poder hacer su cambio de turno.

Me realice la ecografía y volví, ella ya no estaba pero no había alguien muy distinto, miro el estudio y sin mucho reparo me dijo que esperara…que dentro de las 48 hs tendría un aborto espontaneo, así como si me estuviera diciendo tomate un ibuprofeno cada 6 hs, mis lagrimas brotaban incesantemente pero él no las percibía porque ni un pañuelo o vaso de agua me ofreció para poder tranquilizarme o aunque sea solo por compasión, mi corazón se partía en mil pedazos, mi ilusión de volver a ser mamá desaparecía en un instante, para mí el mundo había dejado de girar, pero él no lo percibió aunque mi estado fuera evidente. Esta persona también no solo era ginecólogo sino que obstetra, seguramente vera y viviría a diario mil situaciones como la mía que para el serán comunes y cotidianas, pero para mí era única y solo pretendía que a quien yo había recurrido por ayuda médica me tratara como persona, me mirara a la cara y pudiera al menos en una triste situación como la que viví tener un mínimo contención o compasión.

Por suerte tengo un médico (ginecólogo y obstetra) con sentido de humanidad, con que el que al día siguiente pude hablar y si bien no tenía un diagnostico distinto para decirme ni un tratamiento alternativo para darme que cambiara el rumbo de la situación, simplemente me escucho, me miro, me explico, solo eso fue suficiente para pensar que si bien nada iba a cambiar lo que estaba pasando y ese sueño ciertamente no iba a ser posible en ese momento me sentí acompañada y respetada. Pensé en todas las mujeres que pasan por lo mismo y nadie las mira, las escucha o contiene, perder un embarazo provoca un tipo de tristeza que solo siento que se puede dimensionar cuando la vivís, cuando le pones el cuerpo, y en lo injusto de sumar más angustia a lo que ya estás viviendo”.

Una podría preguntarse si esa parte del mundo nos ve o no lo hace, pero hay momentos donde más allá de esta pregunta, se abre un vacío doloroso que nos deja en carne viva y al descubierto de esa y otras capas.

Vacío que nos deja desnudas, doloridas, heridas y expuestas... como mujeres invisibles.

Sí.

Somos mujeres invisibles ante la violencia obstétrica, ante la violencia ginecológica, ante la violencia de género. Ante esa violencia descarnada que nos trata como un pedazo de carne más y que a los pocos minutos esboza un "que pase el que sigue". Números, violencia que cosifica, que objetiviza hechos y emociones... como si eso fuera posible.

Somos mujeres invisibles ante esa violencia de encontrar una y otra vez una respuesta hueca, descorazonada, de mirada perdida allí donde debiera habernos agarrado fuerte, conectado de corazón a corazón, donde nos debieran haber mirado a los ojos y quizás en silencio, acompañar nuestro dolor.

Acompañar desde el respeto, empatizar, entender que el otro se siente único e irrepetible siempre. Allí donde para la mirada invisible es un número más, un aborto más, más allá de las lágrimas. Acompañamiento y amor a la profesión y al arte que no se aprende en la facultad, que se tiene o no se tiene en el alma... y que por suerte, de a poquito va a encontrando voces cada vez más fuertes que pujan por hacerse visibles y por despertar en aquellos otros, ese amor que les encienda el alma y que transforme al mundo.