Marta Parra Casado
22 Oct 2015
  •  
1 comentario

Un mal entrenador

Mi hijo volvió de mal humor de su entrenamiento de fútbol.

No quiso contarnos por qué. O no pudo.

Cuando al inicio del curso estuvimos planeando el tiempo de cada hijo tras el colegio, y valorando las extraescolares que podrían encajar con ellos, teníamos claro que en la edad que tienen, acercándose a la preadolescencia, todo lo que tenga que ver con hacer deporte, “quemar hormonas”, era importante.

Por ello, cuando hablamos con A. acerca de ello, quiso repetir su deporte adorado: el fútbol.

Bien.

Entrena mucho: tres días a la semana durante una hora, más el partido de los sábados. Le ayuda a estar centrado en el colegio, a hacer amigos, a trabajar en equipo, etc.

Este año cambiaba de entrenador. El año pasado tuvo a una chica estupenda y motivadora, que sacó mucho bueno de cada chaval.

Este año, el entrenador se llamaba R. y al segundo día, ante el clásico “momento revoleras”, en el que los chicos estaban hablando, les soltó un grito y dos palabrotas, que se quedaron tiesos.

Y sí, esa era la dinámica del entrenador: gritar, insultar y después disculparse y decir que “joder, ya sabéis, yo soy así…”.

Ese día, le había tocado a mi hijo recibir la macrobronca, debido a un despiste (o desobediencia o lo que fuese…) y mi hijo llegó a casa sintiéndose una piltrafa, abochornado y sin ilusión.

¿Cómo es posible que algo que tiene que servir para estar mejor, para ilusionar, para mejorar, a pesar del esfuerzo que lleve, se puede convertir en un desatino?

¿Cómo algo que está deliberadamente elegido y diseñado para sacar lo mejor de uno mismo, se puede convertir en lo que te quite confianza en ti mismo?

La elección fue cuidada, las posibilidades valoradas, la ilusión puesta, los recursos, el tiempo y el dinero… y debido a una persona que no sabe hacer bien su papel, que no está preparada para trabajar con niños, que no se ha formado para ser mejor en lo que (aunque sea voluntariamente) va a hacer, todo se cae.

Por ello no me vale que me digan que lo importante es que el niño haga deporte, aunque el entrenador les trate irrespetuosamente.

Por ello no me vale cuando me dicen que lo importante es la salud del hijo, que esté bien.

No me vale que, al abrigo del bien mayor de la salud, se nos cuelen modos de hacer y trabajar contrarios al bien de la persona o personas que reciben esa atención.

Por ello, no me vale cuando escucho que no podemos pretender partos personalizados y a la carta en centros públicos con mucha carga asistencial (o sea, hospitales muy grandes), que no podemos meternos en el modo de hacer de los profesionales, que ellos saben mejor lo que hay que hacer.

Porque cuando una mujer, un niño, llega con el corazón en trocitos, algo se ha hecho mal.

Dos horas de entrenamiento, un bebé vivo… no es suficiente si detrás no hay relaciones respetuosas, alma, entrega.

Las mujeres, sí, demandamos TODO. Porque tenemos derecho a ser bien tratadas y atendidas, nosotras y nuestros bebés. Porque la institución no está por encima de las personas. Porque lo cortés no quita lo valiente. Porque queremos partos saludables, física y emocionalmente.

Evidentemente, vamos a pedir el cambio de entrenador, y si no ocurre, cambiaremos de equipo, aunque las horas de entrenamiento nos vengan peor.

Y si no encontramos otra alternativa, mi hijo A. se pasará las tardes de este año entrenando en el arenero al lado de los columpios frente a casa.

Nuria Martinez (unverified)
22 Oct 2015

Enviado por Nuria Martinez (no verificado) el

Enlace permanente
Cuando tantas mujeres tenemos que recomponer nuestros cuerpos y nuestros corazones tras un parto, es que algo se está haciendo muy mal.