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Reclamación Hospital Materno-Infantil de Málaga

Me llamo Laura Gracia Moreno y quiero contar mi experiencia por si sirviera para que no volvieran a suceder los hechos que relato a continuación. Para que nadie pasara por lo mismo.

No quiero cansar ni aburrir. Paso sin más a exponer lo sucedido:

El 14 de abril de 2020 se cumplían 39 semanas +1 (un día) de mi gestación y asistí a monitores y eco en el Hospital Materno-Infantil de Málaga. Quien me atendió me informó de que todo iba bien. Y me citó para volver a monitorizarme el martes siguiente, el día 21.

El jueves, 16 de abril, tenía una cita en Adeslas para otra eco. Hube pensado no acudir, dado que, como acabo de decir, todo iba bien. Sin embargo, puesto que mi pareja no había podido entrar a la consulta del Materno debido a la COVID-19, decidimos asistir a ésta para que viera al bebé por última vez en ecografía. Al final, y por el mismo motivo, tampoco pudo entrar. La doctora que me atendió dijo que veía poco líquido amniótico -me pareció que no mostraba excesiva preocupación-. Y me recomendó acudir a urgencias del Materno –ya que pensaba parir allí- a que me lo miraran. Yo entendí que no era urgente y le pregunté incluso si tenía que ir el día siguiente o después… a lo que me respondió que no esperara, que fuera directa al hospital.

De modo que allí nos presentamos. Después de un tiempo en monitores y hacerme una eco, tras un buen rato de consultas entre los médicos porque no estaban seguros de que fuera necesario, convinieron dejarme ingresada e inducirme el parto el día siguiente. Ingresé a las tres de la tarde y a las ocho me monitorizaron. Y ya está. Nada más. Nosotros habíamos propuesto, al doctor que nos atendió, irnos a casa y volver para los monitores que fueran necesarios, tanto el día siguiente como el fin de semana, y ver si el parto venía de forma natural. Le aseguramos que caminaría, haría sentadillas y lo que fuera preciso, a fin de tratar de evitar la inducción, puesto que presentaba una dilatación de un centímetro y quedaba muy poco para las 40 semanas. Nos dijo que no, que había que hacerlo así. Tuvimos que estar compartiendo habitación, en plena crisis de la COVID-19, ya que, al estar todas las pacientes de maternidad derivadas al hospital Materno Infantil, no había habitaciones suficientes para estar solas, como venía siendo habitual (ya sé que las habitaciones están diseñadas para ello, para ser compartidas).

El día siguiente, viernes 17 de abril, a las diez y media de la mañana, me volvieron a hacer una eco y volvimos a preguntar si de verdad era necesario, ya que la dilatación era de dos centímetros. Y añadimos que el martes estaba todo bien, que el jueves no estaban seguros de que hubiera poco líquido y que quizás me podría poner de parto el fin de semana sin necesidad de inducción; pero me confirmaron que no había casi líquido y que era muy probable que hubiera muerte intrauterina. Ante estas palabras, claro, accedimos…

Me bajaron al paritorio a las 11:30 e, inmediatamente, me rompieron la bolsa y me pusieron la oxitocina (y, por cierto, dijeron: “pues para no haber casi líquido, no veas lo que ha salido”). Desde ese momento estuvieron conmigo dos matrones, uno del Materno y una del Clínico. Ésta última, sobre todo, merece mis absolutos reconocimiento y gratitud, porque estuvo acompañándome en todo momento que la necesité, mostrando profesionalidad y empatía. Yo iba preguntando qué me ponían en la vía, qué miraban en el monitor, qué quería decir la gráfica… Ante una de estas preguntas, una enfermera me dijo que no me pusiera nerviosa, que estuviera tranquila. Entendí que lo hizo para que me callara. Yo no estaba nerviosa, aunque ella lo dedujera por preguntar qué se me estaba haciendo. Creo que es normal que quisiera saberlo, ya que es mi cuerpo y tengo capacidad intelectual para entenderlo. Además, en la Carta de Derechos y Deberes del Paciente está esto escrito, claramente, en el punto 4 de los Derechos, creo que esa persona estaba contraviniendo los puntos 2 y 12 e, incluso, estaba yo cumpliendo, entiendo, los apartados 6 y 8 de los Deberes. Que parece que cuando eres paciente te conviertes en inepta o niña pequeña y te tratan como tal.

Trasmití a los matrones que me inquietaba que, de no dilatar, tendría que acabar en cesárea. También les comuniqué que queríamos que nuestro plan de parto fuera pinzamiento tardío y corte del cordón por parte de mi pareja.

Pasó una doctora que se encargaría de la cesárea en caso necesario. Nos indicó que, como consecuencia de la COVID-19, no había lugar habilitado para que los padres pudieran hacer piel con piel con los bebés. Cosa que no entiendo. En otros sitios permiten que la madre, aun con cesárea, haga piel con piel y, sin embargo, en este hospital no se contempla esa posibilidad ni siquiera quitándosela a los padres por la COVID-19. Puede haber dos parejas en una habitación, un sinnúmero de estudiantes, matronas y médicos en el paritorio, pero no hay un sitio para hacer piel con piel, algo tan importante para un recién nacido. Solicité que nos permitieran estar a los dos –padre e hijo-, mientras yo me recuperaba, en la habitación donde iba a quedar ingresada un rato después, dado que iba a estar preparada para mí, y me dijeron que no, que no es el procedimiento. Pues opino, con toda humildad, que nunca es tarde para cambiar el procedimiento, si se ve que puede ser mejorado. Claro. Aparte de que me parece que se conculca lo expresado en el apartado 10 de entre los Derechos de los pacientes.

Un rato después, hacia las doce y media, pasó un muchacho (no sé qué puesto tenía, o cuál era su función, porque no me lo dijo… quizás fuera residente de anestesiología) que me explicó que el anestesista estaba en ese momento abajo, en los paritorios, y que, si quería, podía ponerme la anestesia entonces. Le expliqué muy tranquila que era un parto inducido y que me gustaría esperar un poco para dilatar todo lo que pudiera, por si, con la epidural, se parara la dilatación (o ni siquiera empezara) y desembocara en cesárea, que era lo que quería evitar. El muchacho me hizo ver, de buenas maneras y con calma, que, si luego lo pedía y estaba en otro sitio, podría tardar. Yo le dije que lo sabía y que no había problema por eso. Se marchó y todo muy bien. Quiero puntualizar que en este caso, y en no pocos más, el derecho que se describe en el apartado 7 también observo que no se ha respetado.

Sobre las 14:30 ya el dolor de las contracciones era tal que le di al botón y pedí la epidural. Una hora aproximadamente después vinieron a ponérmela y me explicaron cómo iría todo. No podía contener la voz en cada contracción. El dolor era insoportable. La anestesista que me pinchó me dijo que tenía que estar 20 minutos quieta, cosa que me preocupó porque no sabía cómo podría conseguir permanecer inmóvil 20 minutos, con ese dolor tan tremendo. Esto debió de hacerse evidente si hice algún gesto porque un señor algo mayor que tenía delante de mí (supongo que el anestesista titular, pero no lo sé, porque tampoco se presentó, es decir, también “se saltó” el apartado 7) me dijo, de muy malas maneras, que no me quejara, que hay muchas mujeres pariendo y no les pasa nada y que llevaba toda la mañana detrás de mí para ponerme la epidural, así que ahora tenía que aguantarme. Todos los presentes se quedaron sobrecogidos y perplejos. Y callados, por supuesto. En ese momento lo único que me preocupaba era no moverme, aguantando esas contracciones que no daban tregua e, incluso, se me solapaban, pues me lo había pedido, u ordenado, la anestesista. Entre eso y el desconcierto no acerté a contestarle, pero ganas no me faltaron. El que me soltó todo eso, además de mostrar 0 profesionalidad y empatía, mintió descaradamente: yo no me quejé en ningún momento porque tardaran en venir. Ni siquiera, cuando empezaron a entrar por la puerta, hice comentarios de alivio, como “qué bien que hayáis llegado” o “por fin”. Comentarios que tampoco habrían significado nada, pero es que ni siquiera los hice, porque, desde el principio, y como he dicho antes, era consciente de que había sido yo la que había elegido esperar para llamarles con lo que eso conllevaba (que no estuvieran disponibles en el momento que yo los necesitara, aunque tampoco ha de ser así: han de estar cuando yo los necesite, conocen el proceso). Además, eso de que llevaban toda la mañana detrás de mí, tampoco era cierto: el muchacho vino a preguntarme en un momento dado y ya no vino nadie más.

Una vez con la epidural, se me durmió sólo un lado. Cuando me preguntaron, lo dije y comentaron que esperarían un poco a ver si terminaba de hacer efecto. Al rato, como seguía con muchos dolores en un lado, decidieron ponerme un poco más. Entonces, todo, de cintura para abajo, se me durmió totalmente. Para mí fue un descanso, ya no me dolía nada. El problema era que no tenía ningún control ni sensibilidad en las piernas. Cuando me exploraron, vieron que estaba de casi 8 cm y me hicieron pujar para ver cuándo podía hacerlo. Como empujaba muy bien, aun sin sensibilidad, todo marchaba.

Más tarde, a las 22:00, se hizo el cambio de turno, se despidió la matrona que me estaba acompañando y vino otro… no recuerdo su nombre ahora. Me exploró y me dijo que íbamos a empezar con los pujos. Una enfermera cogió un carro, que todo el tiempo había visto en el fondo de la habitación, lo acercó y empezó a poner instrumental encima. Le pregunté para qué era y qué estaba poniendo encima, y no me quiso contestar. Otra vez tratándome como si fuera una cría, otra vez contraviniendo el artículo 4 de la varias veces mencionada Carta. El día siguiente, mi pareja me explicó que eran los utensilios que se usan para realizar la episiotomía y para sacar al bebé en caso necesario. No entiendo este ocultismo. Yo sabía perfectamente que todo esto se utiliza, te lo explican en las clases de preparación al parto, sin ir más lejos. Al final, te ves más indefenso cuando ves que no hacen más que esconder las cosas y la información.

Empezamos con los pujos (duraron 45 minutos en total, aun cuando me había advertido el matrón que se tardaba alrededor de hora y media), con mi pareja a un lado, poniéndome compresas mojadas en la frente y en los ojos y sujetándome la pierna, que era incapaz de sujetar por mí misma, y el matrón al otro, sujetándome la otra. Y muy bien. Conforme pasaba el tiempo, iba entrando gente, una cirujana, que creo que se llama Laura, pero no estoy segura; varios estudiantes, enfermeras… En un momento dado, el matrón se me subió encima y me hizo la maniobra de Kristeller, maniobra innecesaria, según muchos estudios (OMS y ministerio de Sanidad, por decir dos de los más importantes), que, aun así, se sigue practicando, y que, además, me dejaba sin respiración. Porque en una contracción hacía, normalmente, 3 pujos, y el matrón no dejaba de apretar durante toda la contracción. No me era posible coger aire entre pujo y pujo. Le tuve que decir que no podía respirar, que soy asmática y que mis pulmones no daban para más, y me contestó, “Ah, es verdad, que lo pone en tu historial…”

Por cierto, cuando el matrón comenzó con la maniobra, había dejado caer la pierna, lo que me sacudió el cuerpo todo. Pues bien, de ninguno de los allí presentes salió sujetármela, dado que yo no tenía ningún control sobre ella, y eso que había más de 10 personas. Me parece que está claro que sólo iban para ver, no para ayudar.

Llegó un momento en que la cirujana decidió cortar. Debió de cortar mucho porque el bebé, que me acaban de decir que saldría en dos últimos empujones, uno para la cabeza y otro para el cuerpo, salió despedido en uno. Estando el bebé encima de mí, mi pareja vio que estaban pinzando el cordón. Y preguntó que por qué pinzaba. A lo que contestaron, “no, si ya está cortado”. ¡Cuál fue nuestra sorpresa e indignación! Le pedimos explicaciones y balbuceando, claramente improvisando una respuesta, dijo que es que veía al bebé poco reactivo, y que por eso lo cortó. No veo que tenga sentido porque, si está poco reactivo, con más razón habrá que dejar que le llegue su sangre desde la placenta. Es verdad que al cambio de turno no le dijimos nuestro plan de parto, pero estábamos en los pujos y ellos entiendo que debían tener por protocolo el preguntarlo (o leer mi anamnesis, que no creo que los pacientes tengamos que estar pendientes de cada cambio de turno para ir informando de todo, y añadiendo lo que se vaya produciendo). No se tarda más de un minuto en preguntar y responder qué queríamos hacer con el cordón. Estamos muy indignados con eso, ya que teníamos muy claro que queríamos el pinzamiento tardío, por la salud de nuestro hijo, y, además, sabíamos que no se estaban haciendo donaciones de cordón en ese momento en el hospital.

A nuestra tristeza por lo ocurrido, se nos añade que la enfermera empezó a limpiar al bebé encima de mí. Yo le dije que, por favor, no le limpiara el vérnix, y me dijo que estaba limpio, que no tenía vérnix. Pero me lo dijo mientras lo seguía limpiando… no lo entiendo, otra cosa más que no entiendo.

Y aún hay más, que no puedo olvidar que la cirujana empezó a apretar mi abdomen para sacar la placenta. Yo le dije que tenía entendido que eso salía solo, que sólo había que esperar un poco, e hizo oídos sordos y me apretó en la barriga, haciéndome daño, hasta que salió la placenta. Sé que es otra maniobra desfasada e innecesaria.

En un momento tan feliz y especial para nosotros, nos dimos cuenta de que se nos había enturbiado la felicidad del nacimiento de nuestro hijo, se nos había esquilmado. Nos sentíamos muy tristes, afligidos. Allí estábamos, los tres solos en el paritorio. Desamparados.

En la habitación, compartida en plena pandemia con otra pareja con su bebé, muy agradables, por cierto, las enfermeras entraban a toda velocidad sin darnos tiempo a reaccionar. Con las manos en nuestras mascarillas, ya nos estaban regañando por no tenerlas puestas cuando ellas estuvieran en la habitación. Era físicamente imposible que nos diera tiempo a ponérnoslas. Y las broncas eran una detrás de otra por este motivo. Éstas no parece que crean, siquiera, que existen los derechos de los pacientes, pues se saltaban sistemáticamente, como poco, el primero y el segundo. Reconozco que no supe cumplir con el “Deber” número 8, el que dice que “El paciente tiene el deber de exigir que se cumplan sus derechos”.

Quiero decir, con todo lo expuesto, que entiendo que la situación de la COVID-19 es límite para todos los trabajadores del hospital. Pero no hay que olvidar que para los pacientes también. Que estamos ahí por unas circunstancias en las que nos vemos muy vulnerables, y hay que tenerlo en cuenta (sé que, desde la primera clase en su facultad, les dicen a los médicos sus profesores que han de tener presente, siempre, que las personas que requerirán sus servicios lo harán con, y por, problemas. Y que nunca deben olvidar eso).

Además, estoy totalmente segura de que no todo lo que pasó durante el parto, y de lo que me quejo, tiene que ver con la COVID-19. Creo que es su forma habitual de proceder y opino que deben cambiarla. Por sacarse una carrera de medicina de muchos años, no pueden verse los anestesistas como dioses capaces de tratar a las personas como mierdas. Y las enfermeras tratarnos como niñas chicas. Las cirujanas no tener en cuenta los deseos de los pacientes cuando no entrañan riesgos para éstos. Y un largo etcétera.

Los procedimientos se actualizan y mejoran y está claro que hay que cambiar el procedimiento de muchos profesionales en el Materno Infantil de Málaga. Tenía muy buenas expectativas, mis hermanos y yo misma nacimos allí hace más de 30 años, pero no se pueden descuidar la parte humana y la empatía, cualidades indispensables en este ámbito, por ser un hospital de referencia en partos de alto riesgo.

Estoy otra vez embarazada y noto que me provoca ansiedad pensar en verme en julio en esta situación otra vez.

Quizá parezca que soy “tiquismiquis” o que voy con la “escopeta cargada”. No es así, sin embargo. Lo que pasa es que sé que tengo derechos y que se han menoscabado, de ahí que lo denuncie, pues también a eso tengo derecho. Qué más hubiera querido yo que todo se hubiera desarrollado con lo que entiendo por normalidad. Felizmente. No tuve suerte en esta experiencia, desgraciadamente. Y lo que quiero es que esto cambie, que se respeten los derechos a los que somos acreedores. Que se cambie el protocolo de actuación en todos estos casos descritos. Una disculpa quiero, garantías de que no se va a tratar así a ninguna mujer más. ¡Algo que me haga pensar que se piensa en los pacientes, en las personas!

Málaga, 02 de diciembre de 2020

Laura Gracia Moreno