Queja por la negligencia en el trato postparto por parte del servicio de salud del hospital
Con este escrito quiero poner de manifiesto los déficits en la atención de algunas enfermeras y auxiliares durante mi estancia en la planta de Ginecología y Obstetricia del Hospital Germans Trias i Pujol del 9 al 12 de septiembre.
Como toda persona ingresada y enferma esos días, yo era una persona frágil. En mi caso lo era especialmente, además, porque acababa de ser madre tras un parto traumático, había tenido mucho dolor y mucho miedo y prácticamente no había podido ver a mi hijo.
El primer punto que quiero dejar constancia es que el control del dolor fue totalmente deficiente. Los tres primeros días tuve mucho dolor de colicos y tanto el sábado por la noche como el domingo por la tarde, cuando pedí la medicación a través del circuito habitual, tardé mucho en recibirla. Llamaba al botón rojo correspondiente, pero el auxiliar tardaba mucho en venir y tenía que volver a llamar, o venía el auxiliar pero luego no venía la enfermera, volvía a llamar y ya había otro turno y volvíamos a empezar, me decían que la medicación no estaba pautada... El domingo, de hecho, acabé saliendo como pude de la habitación, casi sin poder mantenerme en pie, y me acerqué a la primera enfermera que encontré para rogarle que, por favor, me diera algo. Su comentario fue que previamente le había dicho que no tenía dolor, pero eso era la hora de la comida y en ese momento ya eran las 6 de la tarde. Las consecuencias de todo esto, más allá del sufrimiento físico y emocional, fueron que la primera noche del sábado no pude dormir, y que la tarde del domingo, no me sentí con ánimo de subir a ver a mi hijo a la UCI porque ya estaba agotada.
El segundo punto es que el trato humano fue en general muy pobre. Exceptuando algunas honrosas excepciones, y que en general a partir del lunes el equipo profesional fue mucho mejor, ese fin de semana me sentí maltratada. La primera noche del sábado 9 de septiembre, cuando le pedí al auxiliar ir al baño me respondió con un tono despectivo que "qué quería", que si quería "la cuña". Yo, con todo lo que había sufrido ese día, no pude hacer otra cosa que llorar. Y entonces, como los llantos se escuchaban por toda la planta, todo el mundo vino corriendo a preguntarme qué me pasaba, pero yo no podía ni hablar. Finalmente, ese auxiliar me acompañó del brazo al baño. Era su trabajo y además, era sencillo. Tampoco recuerdo que se me ofreciera ducharme ni hacer la higiene en la cama, y fui sucia hasta el lunes, que me ayudó a ducharme una amiga mía, que vino expresamente a pesar de tener dolor de espalda. Después de hacerlo, me sentí por fin de nuevo persona. Tanto el sábado como el domingo, además, no recuerdo que me cambiaran la ropa de cama ni que me dieran ropa limpia. Yo, como podía, con el dolor de la cesárea, me cambiaba el empapador y iba a buscar uno nuevo al pasillo. También el primer día, se me ofreció una sopa, porque ya había pasado la hora de la cena, pero aunque pedí que se llevaran el plato, quedó sucio en la habitación hasta el mediodía del día siguiente. En un hospital, toda esta falta de higiene, más allá de la parte humillante para mí como persona de sentirme sucia, me parece simplemente inaceptable. Por último, a pesar de que desde urgencias al llegar y desde la UCI neonatal se me había insistido en la importancia de ir utilizando el sacaleches, la ayuda para conseguirlo en la planta fue nula. Por un lado, me dijeron que aquel aparato de la habitación estaba estropeado y solo funcionaba para un pecho, y que no había nada que hacer.El lunes por la mañana, en cambio, la enfermera fue capaz de arreglarlo y hacer que funcionara al máximo rendimiento. El domingo se me dijo que no hacía falta ir aumentando cada vez la leche extraída o que la cantidad que había hecho era muy poca y que no hacía falta hacer nada, cuando en la UCI se me insistía tanto en aumentarla después de cada sesión de estimulación, por mínima que fuera la cantidad.
El resumen es que me hicieron creer que la leche duraba 24 horas a temperatura ambiente y después de tanto esfuerzo, se perdió por su falta de conocimientos o quizá por desgana de no tener que hacer el esfuerzo de subirla un piso más arriba, porque yo no podía. Sufrí tantos infortunios que mi estado emocional fue deplorable esos tres primeros días. Sumado a la tragedia que estaba viviendo y al descontrol hormonal, sufría ataques de risa, gritos y llanto, que asustaban tanto a familiares y amigos que me venían a ver, como a los pobres compañeros de habitación, que no sabían cómo ayudarme.
Por suerte, en la UCI neonatal me trataron muy bien y pasé allí tantas horas como pude, así que físicamente fui capaz de soportarlo. De hecho, a partir del tercer día, cuando por fin se controló el dolor, los altibajos emocionales desaparecieron y sentí que volvía a ser yo. Por todo ello, mi recuerdo de la estancia en la planta es realmente el de haber vivido en el infierno. No solo tenía todo mi sufrimiento emocional propio y por mi hijo, sino que me sentí maltratada, humillada y engañada. Hubo hermosas excepciones, como el equipo médico, algunas enfermeras y auxiliares, pero el sufrimiento extra que me infligieron el resto y, de hecho, lamentablemente la mayoría, fue injusto e inhumano.
Ahora por suerte estamos ambos en casa y por fin estamos viviendo la normalidad. Todo lo que pasó queda ya como una pesadilla para olvidar. No obstante, quiero dejar constancia de todos estos déficits imperdonables para que nadie más tenga que padecerlos. La vida ya es bastante dura, y más la de una partera en esta situación como para que, además, las personas que la atienden la castiguen con más dolor.