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Parto vaginal de Iria después de 2 cesáreas, en hospital. Nacimiento de Jaime

Jaime nació en noviembre de 2010. Vino a completar nuestra familia, y nos trajo cosas muy importantes. A mí me enseñó lo que es la felicidad absoluta. En el momento que salió de mi cuerpo y me lo pusieron encima cicatrizaron todas las heridas que tenía del nacimiento de sus tres hermanos. A sus hermanos les trajo la certeza de que se puede llegar a este mundo, pacíficamente, en un entorno agradable, sin prisas, sin miedos, que nuestro cuerpo en la gran mayoría de las veces sabe lo que tiene que hacer, sólo hay que dejarlo hacer. Les ha traído a sus hermanas un regalo impagable pues algún día podrán vivir la experiencia de la maternidad como lo que es, algo maravilloso.

Me quedé embarazada de Jaime después de un parto que acabó en fórceps, y dos cesáreas por presunta desproporción feto pélvica. Desde el primer momento su padre y yo sabíamos que no queríamos una cesárea programada como en estos casos acostumbran a indicarte, asustándote con miedos apocalípticos de roturas de útero. Tengo que decir que encontré rápidamente un médico que no me puso problema para intentar un parto vaginal, y decidí fiarme de él.

El embarazo transcurrió con total normalidad, como en los anteriores, me encontraba fenomenal. Llego la semana 33. Esa noche me acosté con un cansancio fuera de lo normal y a las dos horas me desperté con contracciones bastante dolorosas, desperté a mi marido, estaba bastante asustada, y después de esperar un rato, y ver que no paraban nos fuimos al hospital donde me quede ingresada. Había borrado el cuello del útero y estaba dilatada de dos centímetros y con contracciones regulares. Me quería morir, todas mis ilusiones al traste, yo que en mis otros embarazos había llegado a la semana 40 sin problema, y ahora esto. Tenía miedo por el niño, iría a la incubadora, no podría estar con él y darle el pecho cada vez que lo necesitara. Pero no, estaba en la habitación pensando todo esto cuando vino una comadrona a ponerme medicación y me dijo: Aquí no queremos niños prematuros, así que ve hablando con él, y le dices que por lo menos tiene que estar ahí dentro hasta la semana 36. Háblale despacio que ya verás cómo te entiende, y vaya, me entendió, aguantó.

Estuve en el hospital 13 días, con “prepard”, progesterona por vía oral y también adalat. A los trece días me pude marchar a casa con el adalat y la progesterona, con la promesa de que haría reposo. El día 22 de noviembre justo el día que hacía la semana 36 me levanté rara, tenía la sensación de haber fisurado la bolsa, pero tampoco estaba segura y como ese mismo día a las dos tenía cita con el ginecólogo pensé que ya se lo comentaría. Estuve leyendo, viendo la tele y a eso de la una cuando iba a darle una vuelta a la perra ¡zas! rompí la bolsa.

Madre mía, aquello era como una fuente, que una fuente, una lavadora. Me subí a mi habitación, me duché y de paso duché todas las escaleras, la habitación y todo a mi paso. Llegó mi marido que venía para acompañarme al médico y me ayudo a coger las últimas cosas que me hacían falta y salimos hacia el hospital. Las contracciones habían empezado rítmicas y regulares, apenas me dolían, pero ahí estaban acompañando a mi niño en su camino. (En todos mis partos empezaron así, llegaron y se quedaron, rítmicas y regulares, pero a diferencia de este, me dolían horrores quería morirme) Iba muy tranquila, la única preocupación era que estaba poniendo el coche perdido. Llegamos a admisión y dije que tenía cita para ese día pero que había roto aguas (¿y tu cómo lo sabes? Me dice la de admisión. No hizo falta que contestara, una señora que estaba pidiendo cita le dijo: Pues o se está haciendo pis o tu me dirás.) Subí con una comadrona a la habitación y avisaron a mi médico. Bajó muy rápido, me dijo que me iban a poner un ratito el monitor para ver que todo estuviera bien y después ya me podía levantar, pasear y usar la pelota de Pilates. Me pusieron una vía, no me importó, la verdad es que yo me sentía más segura pues aunque sabía que quería parir, la verdad es que tenía algo de miedo, de que algo pasara. Sobre todo después de todo lo que se cuenta de los partos después de dos cesáreas. (¡Ay! Y si había elegido mal, y si estaba haciendo una locura, si me había dejado comer el coco por “esas locas de los partos respetados” pero no, sólo era el miedo porque no iba a estar también mal de la cabeza el médico que me iba a atender..). Eso sí, nada de rasurado ni enema. Estuve paseando, un rato en la pelota, y sobre todo disfrutando, cosa que no me había ocurrido en ningún parto. Me dolían las contracciones, pero era un dolor llevadero, faltaba ya menos para conocer a mi bebé. A las tres horas vino el médico y me hizo un tacto. - Hay un problema, tienes un hueso con una forma extraña. El bebé no puede encajar la cabecita. Tienes una pelvis andrógina. - (ya, ahora es cuando me dice cesárea y me doy cuenta porqué no me puso problemas, pues porque nunca tuvo intención de dejarme parir) ¡pues no! Mal pensada que es una. - Vamos a hacer una cosa, siéntate en la pelota y haz ejercicios rotatorios con la pelvis, a ver si así le ayudamos. Sino dentro de un rato vemos si le puedo ayudar yo un poquito. Estuve así más o menos una hora y pasado ese tiempo bajamos a paritorio. Yo estaba contentísima, era la primera vez que mi marido venía conmigo, iba a ver nacer a nuestro hijo. Estaba en dilatación completa, pero Jaime no podía encajar la cabeza... Me pusieron la epidural, pero muy flojita, notaba las contracciones perfectamente y podía mover las piernas. En cada contracción el médico ayudaba a mi niño a rotar la cabecita, estuvimos unas dos horas así. Sé que en muchos momentos dudó si lo conseguiríamos, pero en todo momento me dio ánimos. En un momento dado me preguntó si me importaba tumbarme por que hasta ese momento yo estaba sentada y me dijo que se estaba quedando sin brazo. No sé cuánto tiempo pasó, pero poco. Noté una presión enorme, y me dijo, mira, mira ya está aquí, ¡oh! Dios salía de mi, mi niño, caliente, sanito, muy pequeñito pero sanito. Él en cuanto lo oyó llorar me dijo no te preocupes que este no va a la incubadora. Y yo lo primero que se me pasó por la mente fue ¿Cuántos puntos me has dado? - ninguno ¿por? (pues porque hasta entonces en todos mis partos salí como si hubiera ido al sastre.)

Fue sin duda la experiencia más bonita de toda mi vida, la carita de mi bebé en mi pecho nada más nacer, la cara de mi marido que acababa de ver en primera línea el milagro de la vida. Y sobre todo la certeza de saber que no soy, ni somos defectuosas, sino que no somos todas iguales, que cada una de nosotras necesitamos nuestros tiempos para dejar a la naturaleza algo que está programada para hacer desde el principio de los tiempos. Una vez en la habitación mi marido me dijo que ese día había visto por primera vez la felicidad absoluta en la cara de alguien y ese alguien soy yo.