Tras vivir una cesárea, casi todas las mujeres pensamos que esa cesárea fue necesaria. En otros casos, no, pero en el nuestro, justo en el nuestro, sí.
Es un poco el Síndrome de Estocolmo, la necesidad de creerse que la nuestra sí fue necesaria.
Y por supuesto que hay muchas cesareas necesarias, sobre todo porque los partos se empiezan toconeando tanto, que al final, realmente se ha desviado el parto tanto de la normalidad, y necesitamos rescatar a ese bebé con medidas extremas.
Un parto que empieza libremente, sin oxitocina, respetando los tiempos del preparto (que pueden ser días), en el que la mujer se puede mover, pasear, duchar, comer, beber, cantar, salir a pasear al jardín más cercano, vestirse o desnudarse según le apetezca, que dura 10 o 20 o 30 horas, en el que el bebé y la mamá reciben ayuda y consejo para cambios de postura más favorables cuando hace una bradicardia, y así se recupera enseguida (pena que casi ningún profesional sepa de eso...), un parto así no suele acabar en cesárea.
Cuanto menos se parezca nuestro parto a lo descrito, más papeletas de que acabe en cesárea, innecesaria en principio, porque es fruto de hacer las cosas mal,
y necesaria finalmente, porque el intervencionismo "barato" ha puesto en riesgo la vida de nuestros hijos e hijas, y qué menos que lo arreglen como puedan, aunque sea a base de rajarnos nuestros úteros, qué le vamos a hacer... para eso somos madres y nos sacrificamos por nuestros hijos...
pero el héroe de toda esta historia no es el profesional, somos cada una de nosotras, y nuestros hijos supervivientes y luchadores, a pesar de las perrerías.
Y por supuesto dando las gracias por las cesáreas necesarias de verdad.