Pues el caso es que yo SÍ sé que a mi hijo, en mi primer parto, le provocaron sufrimiento fetal a base de oxitocina a lo bestia, literalmente. Es más, la ginecóloga se permitió decírmelo a la cara, confiando en que no lo recordaría o no sabría de qué hablaba. Y para ella, provocar sufrimiento fetal a un bebé a base de oxitocina justificaba meterme en quirófano una hora después para hacer una cesárea. Sin pruebas de ph según protocolos, sin tener en cuenta que durante la hora que estuve esperando, ya sin oxitocina, mis contracciones naturales volvieron, con fuerza y energía, eficientes, y sin el más mínimo sufrimiento de mi hijo. Sin tener en cuenta que cuando me sentenciaron a cesárea ya estaba de siete centímetros según la matrona, y se permitieron salir fuera a decir a mi marido y a mi madre que me hacían cesárea porque el parto no progresaba "y ya se sabe, las mujeres viejas no dilatan". Sin avisarme que al día siguiente se iba de vacaciones, eso me lo dijo cuando vinoa presentarme a su colaboradora que me seguiría los días siguientes.
Y sé la semana que pasé, inmovilizada en una cama del hospital, sin comer ni beber, deshidratándome a finales de julio, con cuarenta a la sombra, porque nadie se daba cuenta de que se taponaban las vías de suero y que venían durante todo el día y no necesitaban cambiarlas en veinticuatro horas, porque no me estaba entrando. Con heridas en los pezones porque mi hijo sacaba sangre en lugar de leche, por la deshidratación y la manía de darles biberones. Nadie cuenta la intolerancia a las proteinas de la leche de vaca que desarrolló por culpa de esos primeros biberones del nido.
Cuando comparo con mi segundo parto, en una clínica que realmente respeta la fisiología del parto, sin inmovilización, sin oxitocina sintética, pariendo sentada, sin epidural, sin episiotomía y sintiéndome la mujer más poderosa del mundo, con mi hijo durmiendo conmigo desde el primer día, sin alergias, con una matrona que llegaba en dos minutos cuando llamábamos a control, con ayuda real a la lactancia,... Me hace ser consciente de que un parto se puede disfrutar o sufrir como una condena.
Y que en un hospital te pueden poner en riesgo de muerte a ti y a tu hijo con mucha facilidad y por su propia comodidad y lucro.
Y doy gracias al cielo porque mi corazón y el de mi hijo son fuertes y resistieron las agresiones que sufrimos y los riesgos a los que nos sometieron.