¿Y las heridas en el alma? De esas no se habla pero a mi lo que después de dos años me sigue doliendo es el alma, porque no me sentí respetada, porque mi marido no comprende por qué estoy tan dolida, y es que llegué al hospital San José en Madrid a las habiendo roto aguas, sin notar ninguna contracción y a la a la cama tumbada y a tope con la oxitocina, no pensé que fuese contraproducente, mi salita de dilatación se encontraba frente al quirófano y en las cuatro horas que pasé allí todas las mujeres de aquella tarde entraban para cesarea, entonces supe que yo no me libraría, recé por un milagro, pero como mi hija venía con vuelta de cordón y hacía picos en la monitorización me sentenciaron a cesarea, siempre me he sentido culplable por dar tanta confianza a todo el personal y no dejar claro que yo quería un parto lo más natural posible. Me dejaron cuatro horas para dilatar desde que ingresé y como solamente siendo primeriza había dilatado 3 centímetros me regalaron un maravillosa cesárea. El que debía ser el momento más bonito de mi vida lo recuerdo como el más feliz y el más frustrante y triste a la vez. Me quedé traumatizada e incomprendida, tanto que si me dijeran que mi segundo hijo sería cesárea no tendría más, ya que encima mi vida fue un auténtico infierno después durante casi un año ya que desarrollé una intolerancia alimenticia que decidió aflorar días después de la cesárea, así que podéis imaginar cuando durante meses debéis ir a visitar desesperadas todo tipo de especialistas para realizar todo tipo de pruebas y descartar que puñetas pasaba, y confirmar que no tenía nada que ver con la dichosita cesárea. Ahora antes de buscar el segundo llevo meses recorriendo foros, blogs y recopilando noticias para elegir un buen hospital, esta vez público y con bastante predisposición a respetar a madre y bebé, me pongo tan triste al pensar en el parto que ya no pido salir ilesa pero por lo menos no tan maltratada y que me dejen tener un parto vaginal natural, me conformo con poder volver a casa a la vez con mi bebé y solo tener la preocupación de quererlo.