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Xuhar: Naciste entre amor

Querido Xuhar:

Hace dos semanas que naciste. Fue una sensación tan potente y maravillosa que necesitaba asumir todo lo vivido. Tras este tiempo he decidido escribir todo, para que cuando tengas la edad suficiente puedas leer y vivir lo que sentimos aquel inolvidable 7 de febrero.

Cuando los primeros rayos comenzaban a colarse por la ventana abrí los ojos, y me encontré con la encantadora sonrisa de tu ama dándome los buenos días. (Ama es madre en Euskera. Sé que tú lo sabes, pero me gustaría que más gente pudiera leer esta historia y disfrutara de nuestra experiencia). Me levanté de la cama y la acompañé a la sala. Allí nos sentamos y mirándome a los ojos me dijo: creo que hoy es el día. Llevaba nueves meses esperando ese momento. No sabía si me reiría, lloraría o me moriría de miedo. Pero sentí una paz interior muy grande de cara al parto, por todo el trabajo que tu ama y yo hemos hecho durante el proceso. Me puse en pie, le di un beso y le dije que me iba a la ducha, que quería estar preparado.

Bajo la cálida agua de la ducha, fui repasando todo lo que había aprendido en el proceso. Xuhar, tus aitas hemos sido muy afortunados de tener a cuatro compañeras de viaje maravillosas a nuestro lado en todo momento. Son cuatro jóvenes brujas, y como suele decirse, son las nietas de aquellas que no lograron quemar. Ya conoces a tu aita, siempre con las brujas y la mitología en la boca. Bien sabes que tu nombre viene del marido de Mari, nuestra gran diosa vasca. Tres de ellas forman un grupo de matronas jóvenes que tienen claro que el parto tiene que ser como la familia quiera. Si todo va bien, el parto puede ser en el calor del hogar. Y esa fue justo nuestra decisión. La cuarta gran compañera de viaje ha sido A. Ella es fisio, pero es mucho más que eso. Es una gran mujer y madre, que acompaña a las parejas en su camino hacia el parto. Y sí, he dicho bien, acompaña a la pareja, porque nosotros los hombres podemos aportar mucho en este proceso. Y espero que tú, cuando seas mayor, si decides ser padre tengas la suerte de poder sentir lo que he vivido yo mientras estabas en camino y rodearte de gente tan especial como ellas. Pero vuelvo a lo que te estaba contando, que ya sabes que a veces me enrollo.

Al salir de la ducha, encontré a tu ama en el sofá, sintiendo las primeras contracciones, pero estaba tranquila, maravillosamente tranquila. Decidimos hablar con las matronas, y nos recomendaron que saliéramos a pasear, ya que eso ayuda a que el parto se ponga en marcha. Y así hicimos. Vestirnos y salir por la puerta de casa. Olvidando el ascensor, bajamos por las escaleras, y ya a mitad de bajada sintió con algo más de fuerzas que estabas en camino. Comenzamos a pasear, muy conscientes de que seguramente sería la última salida sin tenerte en nuestros brazos. Ella concentrada en lo que sentía, mientras yo tenía el móvil en la mano controlando las contracciones. Tenías que verle abrazando una de cada dos farolas, al notar que te ibas abriendo paso milímetro a milímetro. Sabes que ella es muy tímida, pero no le importaba lo más mínimo que la gente mirara, estaba centrada en ti, en ayudarte en tu difícil camino. Llegó un momento en el que fuimos consciente de que el parto ya estaba en marcha, así que volvimos a casa. Pero tu madre, aquella que te quiere tanto, pese a las contracciones, quiso subir por las escaleras, consciente que era la mejor manera para que fueras encajando tu preciosa cabeza.

Al llegar a casa, y tras comer, las contracciones seguían fuertes. Tu madre se metió en la ducha mientras yo hablaba de nuevo con las matronas. Ellas, con mucha calma, se preocupaban por cómo estábamos. Y entonces, en aquel momento, supe que todo iba a ir genial. Tu ama estaba siguiendo la postura que le pedía el cuerpo, dejando a un lado su parte más racional. Era uno de los pocos miedos que tenía a un parto respetado en casa, no ser capáz de desconectar. Y ahí, acurrucada bajo la ducha, surgió la mujer poderosa que puede con todo. Nos dijeron que ya venían hacia casa, así que salió de la ducha y fuimos hacia la habitación, nuestro espacio preparado para tu llegada. Persiana entreabierta, luz muy suave y velas que iban cambiando de color. Incluso pusimos una música especial. Y allí, en la intimidad, comencé a sentir el gran equipo que éramos los tres. Yo controlando las contracciones, moviendo la cadera de la ama y masajeando su espalda. Ella mostrando lo fuerte que es, centrada en su cuerpo, dejando que el proceso siguiera adelante. Y tú, desde dentro, empujando poco a poco para que tu camino hacia el mundo exterior se fuera abriendo.

Hacia las seis de la tarde tocaron a la puerta. Llegaron las dos matronas. Iban cargadas con bolsas y maletines, pero la mejor herramienta la tenían en su rostro: su sonrisa. Transmitían paz y amor en cada gesto, en cada susurro. Tras dejar las cosas se acercaron a Maitane, tu ama, y comenzaron a ver vuestro estado. Y lo hicieron desde el primer hasta el último segundo con respeto. Respetando vuestro espacio y respetando vuestros ritmos. Todo iba perfectamente, así que fueron observando como trabajábamos en equipo, y al ver que todo iba muy bien, se quedaron en un segundo plano activo: siempre atentas pero casi invisibles. Imagina Xuhar hasta qué punto era así que tu ama no se enteró de sus movimientos.

Seguíamos adelante en el proceso. Sabíamos que iba muy bien todo. No hacían falta tactos ni mediciones. Y tu ama, esa maravillosa mujer que te canta para que te duermas, comenzó a sacar su lado animal. Puede que te parezca imposible lo que te cuento, pero empezó a aullar. De su garganta salía de lo más profundo de su ser un Uuuuu constante, que subía o bajaba de intensidad dependiendo de la fuerza de la contracción. Y yo ahí estaba, enamorándome cada segundo más aún de ella, tratando de poner mi pequeño grano de arena. Cuando llegaba la ola de la contracción me centraba en mover su cadera, escuchando su aullido que iba subiendo de intensidad. Cuando pasaba de cierto grado, me centraba en masajear su espalda para calmar en lo posible su dolor. Y cuando el aullido bajaba, volvía a mover sus caderas. Cuando desaparecía la ola, aparecía una de las dos maravillosas brujas que teníamos en casa y nos permitía escuchar tu corazón. Ese corazón fuerte que luchaba por salir, pero que estaba tan tranquilo del trabajo en equipo que estábamos haciendo que en ningún momento mostró sufrimiento.

Las olas iban en aumento, y cada vez mas fuertes. Y tu madre no abrió los ojos durante horas, centrada en su cuerpo, en ayudarte en tu camino. De vez en cuando, entre olas, la abrazaba por detrás y bailábamos juntos, despacio, en una atmósfera casi mágica. Sentía su energía impresionante en mi piel. Hazte una idea Xuhar, fueron más de trece horas de parto, y de su boca no salió ni una sola queja. Nos movíamos muy despacio, y cuando llegaba otra ola, se agarraba a mí y entre los dos tratábamos de buscar lo mejor para ti, para nuestro pequeño gran tesoro, que estabas a punto de llegar. No hacía falta escuchar las grabaciones que nuestra preparadora al parto nos había preparado con tanto amor. De tanto escucharlas las teníamos tatuadas en la mente, y el proceso iba de maravilla.

Y de pronto todo cambió. Las sensaciones cambiaron, y tu madre, esa impresionante loba aulladora volvió a la tierra. Sin haber sentido nunca aquello, sabía que algo había cambiado. Su cuerpo le hablaba, y le decía que era el momento de empujar. Me senté en la cama, ella se colocó delante de mí, dándome la espalda, y la abracé por detrás. Cuando venía la calma se ponía de pie, pero cuando tocaba empujar bajaba y apoyada en mí se ponía de cuclillas. Y empujaba, empujaba para ayudarte en tu camino. La distancia se iba recortando milímetro a milímetro, centímetro a centímetro. Y, de pronto, comenzó a verse salir tu cabeza. Por un estrecho pasillo querías venir al mundo, y tu ama ayudaba con todas sus fuerzas. Y tu cabeza salió. Y hubo un momento de calma, pero tú estabas haciendo todo lo que podías también para ayudar. Danzaste dentro de tu madre, para que con ese suave giro pudieras sacar tus hombros dañando lo menos posible a la mujer que te estaba trayendo a la vida. Y siguieron los empujones, más suaves pero constantes. Y de pronto saliste. Precioso, enorme, perfecto. La matrona te cogió en sus manos, y tras envolverte en una toalla te puso en los brazos de la ama. Y la habitación se llenó de vida. Retumbaban tus gritos al salir al mundo, pero creo que yo escuchaba más mi corazón a punto de salir de mi pecho. No podría describirte lo que sentí en esos momentos. Era como si algo grandioso explotara en mi interior. Nos ayudaron a colocarnos, y nos tumbamos los tres sobre la cama, nuestra cama. Y tú, piel con piel, sintiendo el calor de esa maravillosa mujer que te ha dado la vida. Y me pasó algo que no podré olvidarme jamás. Me distancié unos centímetros de vosotros, y al veros juntos a los dos, supe lo que era la felicidad plena. Ese momento, esa imagen, se me quedará grabada en mi mente para siempre.

Tras eso vino la expulsión de la placenta, el esperar a que el latido del cordón dejara, y corté el nexo de unión que te ha alimentado durante meses dentro de tu madre. Me abracé a las matronas, con una gratitud imposible de explicar con palabras. Y ellas, en su generosidad, nos agradecían a nosotros por haberles permitido compartir ese momento. Y tras comprobar que todo estaba genial, se fueron hasta el día siguiente. Las acompañé a la puerta y al volver a la habitación me quedé en la puerta mirando la escena. Y la primera de unas cuantas lágrimas brotó de mis ojos. Os vi a los dos, ahí, en la cama. Una cama que nos ha acompañado durante cinco años. Un lugar íntimo, testigo de noches en blanco y deseos compartidos. Y esa cama fue tu primer hogar en este mundo. Nos abrazamos los dos, sintiendo tu pequeño cuerpo entre nosotros. Y no hacía falta decir nada más, nuestra mirada lo decía todo.

Creo que no llegué a dormir nada en toda la noche. Cuando protestabas me levantaba y paseaba por el pasillo hasta el salón. Y sé lo que vas a pensar, que ya está tu padre el ñoño con sus cosas. Pero ese fue el broche final a un día maravilloso. Mientras paseaba tratando de calmar tu energía recién descubierta, fuera nevaba.

Y así, hijo mío, fue tu venida al mundo. Creo que es la experiencia más potente y maravillosa que he podido vivir jamás. Y nunca lo olvides, por mucho que yo ayudara en todo lo que podía, tuviste el nacimiento soñado gracias a un grupo de mujeres. Primero A., nuestra preparadora. Su voz te ha acompañado durante muchos días, y te movías cada vez que la escuchabas. Ella nos enseñó que un parto duele, sin duda, pero ese dolor tiene un significado. Nos enseñó que hay que saber escuchar al cuerpo, y que si lo haces, todo es posible. Porque la mujer está preparada para parir. Luego gracias a la energía del grupo de matronas. Son tres maravillosas matronas que nos han ayudado por el camino. Que nos explicaron todo lo bueno de un parto, pero también sus riesgos. Porque el parir en un hospital no quiere decir que no haya riesgos, sino que esos riesgos no se cuentan. Nosotros hemos sido conscientes en cada momento de todo, y hemos podido diseñar el parto deseado en total libertad. Sabiendo que estábamos en las mejores manos, y que todo ese amor y ese respeto era el mejor camino para que tú vinieras al mundo.

Y para el final me dejo a la mujer más importante. Tu madre, tu ama. Es una persona luchadora como no podrás encontrar una igual. Dentro de esa sonrisa tímida y esa apariencia frágil, hay una mujer poderosa y fuerte. Y tú y yo tenemos la fortuna de poder disfrutar de su presencia cada día. Cuando te vengan los malos momentos, cuando la vida se tuerza un poco, recuerda mis palabras y párate un momento a mirarla a la cara. En sus ojos podrás leer más verdad y bondad que en miles de personas. Tiene un corazón tan grande que cabemos nosotros dos, y puede que en el futuro más gente que se unirá a la familia. Pero disfruta de ella, disfruta cada segundo, ya que tienes la suerte de disfrutar las tres cosas más importantes que podrías buscar en una sola persona: una gran persona, una gran mujer y una gran madre.

Y hasta aquí mi relato, espero que cuando lo leas te sirva para saber lo afortunado que has sido en tu nacimiento. Y la próxima vez que escuches de alguien llamar a las mujeres el sexo débil, recuerda que gracias a la labor de cinco grandes mujeres tú tuviste un nacimiento lleno de amor. Espero que esa vivencia marque tu vida, como ha marcado la mía.

Tuyo para siempre.

Tu padre.