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TERCER PARTO EN LA CASA DE PARTOS DE MARBELLA WONDERBIRTH

Con la superluna de Esturión del 19 al 20 de agosto de 2024, siendo yo poco supersticiosa, mi hija comenzó el trabajo hacia el otro lado de la piel en la semana 39+6 según FUR, igual que su hermano mayor. Después de un verano sola con mis dos hijos de 7 y 2 años en la casa familiar de la playa y haber tenido que volver al pueblo por la situación clínica terminal de mi padre, la vida me regaló la visita improvisada de mi hermana por un par de días. Aprovechamos la primera noche para ir a nuestro restaurante favorito en el mundo desde nuestras vacaciones de la niñez y la oxitocina hizo la magia. 

Tras una hora de fila, nada más sentarme, sobre las 22:15 comenzaron las olas uterinas. Días antes a la misma hora, mi cuerpo había comenzado a prepararse, pero estas sensaciones eran diferentes porque la intensidad tenía una graduación inicial y final, y la duración y frecuencia parecían tener un patrón. Comencé a contabilizarlas para confirmar mis sensaciones, 30 segundos cada 4 minutos, y confirmé a la mesa que creía que no ibamos a llegar al postre. A las 22:45 hice un grupo de Whatsapp, como tenía programado, con mi hermana (que me acompañaba en ese momento), mi marido (que tenía que desplazarse 550 km), la fotografa (que tenía 200 km) y la matrona CEO de la casa de partos. Ante la decisión de todos de movilizarse, mi hermana se puso más nerviosa y pidió la cuenta y la mitad de nuestra cena para llevar, y se fue a por el coche que estaba a cierta distancia andando y con tráfico denso para recogernos. 

Eran las 23:20 y teníamos la opción de ir directos a la casa de partos, pero como andaban todos nerviosos, decidí dejarles en casa organizados. Dormí a la pequeña de 2, quedándose mi cuñado durmiendo con ella, mientras mi hermana terminaba la maleta y me desplacé a la casa de partos con ella y el mayor de 7 saliendo a las 00:45 de casa. Cuando llegué, me esperaban las matronas con la habitación preparada y la bañera llena. Charlamos, monitorizaron a la bebé, me tomaron la tensión y reímos con la exploración del entorno de mi hijo y sus continuas preguntas, mientras llegó la fotógrafa. Mi marido había salido a las 23:50 con mi suegro y, al ver que venían rápido, para tranquilizarle le informamos que me había relajado y se me habían parado las contracciones. Nos dejaron solos y sobre las 2:00 el mayor se quedó dormido y seguidamente mi hermana, mientras yo me metía en la bañera porque me apetecía una ducha pero salía poco agua. 

Mi hermana se despertaba con mis vocalizaciones, pero se volvía a dormir y a las 3:20 avisé a la matrona que notaba cambios en la intensidad y la frecuencia y que mi marido estaba a punto de llegar, a las 3:30, como yo había calculado. Le necesitaba a mi lado para que el nacimiento se diese y me emocioné cuando entró por la puerta. Se puso el bañador para estar preparado y continué en la bañera, cambiando posiciones. No conseguía entrar en el planeta parto, como con ninguno de los anteriores, aunque esta vez el entorno lo permitía, porque el gran espacio entre contracciones me permitía darle vueltas a la cabeza. Las olas eran demasiado largas, sabía con mucha antelación cuando comenzaban, la subida era lenta, la cúspide intensa y muy larga que me permitía respirar y soltar entre 3 y 4 vocalizaciones largas, y me dejaban un dolor residual lumbar. En muchas de ellas sentía una fuerte presión vulvar de la bolsa. Los tiempos de descanso me permitían recuperarme, pero mi cabeza no entendía en qué punto me encontraba: sentía que la frecuencia era del inicio, pero la intensidad del final, ¿eran pródromos insidiosos? Sabía que con un tercero todo podía ser igual de rápido que con la segunda o lento por la posición de la bebé en tanto espacio y no me imaginaba aguantar esas sensaciones durante un largo periodo. 

Dentro de la bañera iba adoptando diferentes posturas más verticales para no estancar el proceso y en un momento decidí salir de la bañera a ver si la dinámica cambiaba, aunque me daba mucha pereza. En cuanto bajé los escalones, me eché de rodillas a la cama, me pusieron una pelota en las piernas, pero sentía demasiada resistencia en las piernas y no conseguía apoyarme del todo. La siguiente ola vino con fuerza y noté cómo rompía la bolsa. La matrona informó de aguas claras y yo avisé que no podía aproyarme en la pelota porque sentía que no dejaba espacio. A la siguiente me la quité y me eché a cuatro patas sobre una colchoneta que había usado al inicio a los pies de la cama. Empecé a notar muchísima presión en el ano y a sentir que no podía. La matrona me recordó en qué punto estaba si no podía. Frené los pujos por la intensidad, pero mi cuerpo empujaba solo. No sentí el aro de fuego y, después de un gran esfuerzo, la cabeza salió y pude disfrutar del alivio. Sabía que lo más difícil había pasado. No pude tocarla ni recibirla porque la pelota la tenía entonces en los brazos y mi cuerpo no me permitía cambiar de postura, como me pasó con su hermana. Ofrecieron a mi marido recibirlo, pero tampoco sintió que pudiese hacerlo desde su posición, y aún así respetaron no hacerlo ninguna de ellas, recogiendolo yo la colchoneta. Eran las 4:50 a.m. Al darme la vuelta vi a mi hermana llorando, emocionada y diciendo no me extraña que hayas elegido este sitio. Había intentado despertar a mi hijo, sin éxito, que me contaba después que lo único que vi al despertarse fue a Alejandra en mis brazos y siguiendo durmiendo pidiendo que ni se nos ocurriese enseñarle la placenta. 

Cuando al final se fue y yo tenía la placenta encima, la matrona la tapó recordando y respetando su petición. La placenta fue lo que más me preocupó, salió casi a las 2 horas, aceptando finalmente pujo dirigido con intervención manual. Habíamos probado con la enganche espontáneo, el olor de la bebé, la tranquilidad, el llanto instintivo de la llamada de la bebé, la verticalidad, orinar, incluso aroma de salvia y acupresión, en lo que no confiaba. Descarté cortar el cordón para ir al baño y hacerme cueva, y me ofrecieron verticalizar en la silla de partos con un cuenco para hacer pis. Cuando ya salió, era pequeña y el cordón muy largo, continuando en loto hasta nuestro alta. La bebé estaba plácidamente dormida y relajada. 

Nos acomodamos en la cama, hicimos la impresión de la placenta con sangre en la cama y fotos de la bebé unida a ella sobre mi cuerpo. Giulia valoró la primera toma y se despidió. También la fotografa y mi hermana, mi hijo y mi suegro, que volvieron a casa. Descansamos sin ninguna interrupción desde las 7:30 hasta las 10:30 o así, que llamamos a la matrona. La limpiamos en la cama todo el meconio del cuerpo que tenía seco desde el nacimiento, unida aún a la placenta, continuando expulsando de nuevo mucho meconio. La matrona pinzó con cordonete, cortando yo el cordón con bisturí. Le dio su padre la vitamina k oral en mis brazos, y la matrona la midió (60 cm), pesó (3.300 kg) y le hizo pruebas. Nos acompañó con las maletas al coche y nos despedimos. 

Al llegar a la urbanización, tuvimos un encuentro precioso con su hermana de 2 años, un poco avergonzaba, y tuvimos que cambiar de brazos cogiendo yo a la bebé para que su padre la cogiese a ella. Ya en casa, lo primero que pidió es cogerla, la pusimos en la cama sentada con el cojín de lactancia, y la llenó de caricias, besos y algún que otro apretón. Ese primer día todo lo quería hacer ella, incluso darle la teta, y preguntaba continuamente por su bebé. A última hora de la tarde mi hermana y mi cuñado adelantaron la vuelta un día porque consideraban que eramos demasiadas personas y mi suegro tenía que dormir en el salón. En la primera toma de la noche, a las 3:00 de la mañana escribí este relato, agradecida por cómo se dió todo, estando mi hermana y llegando mi marido a tiempo.