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Parto Hospital Universitario Miguel Servet de Zaragoza

Era sábado 12 de enero de 2019 y tenía cita para mis segundos monitores. Al día siguiente cumplía 41 semanas corregidas (40 reales). El embarazo de Cecilia había tenido algunos sobresaltos. Durante las primeras semanas estuve manchando sin que encontraran ninguna razón lo que nos hizo hacer varios viajes a urgencias. Esto ya me condicionó para estar alerta durante todo este periodo.

En el segundo trimestre me detectaron diabetes gestacional y hasta el final del embarazo mi dieta se volvió bastante estricta para poder controlarla. Por todo lo demás, el embarazo fue muy bien y yo no tuve ninguna gran molestia (más allá de dormir incómoda, muchos viajes al baño...).
Tras hacerme los monitores y tener algunas contracciones sin dolor, pasé con la ginecóloga que me hizo un tacto y, sin avisar, me realizó la maniobra de Hamilton. Como me molestó, le pregunté si me había hecho la maniobra a lo que me dijo que sí. No me enfadé porque estaba impaciente para que empezase ya el parto. Nos fuimos a dar un paseo con 2 cm de dilatación y el cuello borrado al 80%.
Cuando llegamos a casa, seguía molesta y me daban contracciones ya más doloras pero eran irregulares. Comimos, nos echamos la siesta. Tenía un poco de miedo de que se me parasen las contracciones al descansar, pero al despertar ahí seguían. Nos fuimos a pasear a nuestro perro e íbamos monitorizando la duración y la periodicidad de las contracciones utilizando una app del móvil. La cosa parecía que no iba a parar y ya las tenía cada 6-7 minutos. Subimos a casa y nos pusimos a ver un capítulo de una serie mientras yo estaba en la pelota de pilates. Tenía que levantarme, moverme y apoyarme en la pared cuando venía una contracción pero lo estábamos llevando muy bien. Estábamos emocionados porque ya había empezado.
Nuestro plan era aguantar en casa todo lo que pudiésemos e intentar tener un parto natural, sin epidural. Sobre las 10 de la noche, al ir al baño, vi que tenía sangre roja en las bragas. Me asusté y decidimos salir hacia el hospital pero antes me di una ducha entre contraciones. No recuerdo muy bien el viaje en coche hasta allí, las contracciones ya eran dolorosas aunque soportables. Mi pareja me cuenta que nos costó bastante llegar a urgencias porque me tenía que parar con cada contracción. Una vez allí, me dijeron que efectivamente estaba de parto y que había dilatado 4 cm así que ya me quedé ingresada.
En lugar de subirme a planta para seguir dilatando hasta los 6 cm me pasaron directamente a la sala de dilatación con lo que ello conlleva: monitorización continua externa, es decir, sin casi capacidad de movimiento por tener que estar cerca del monitor. Al poco rato de instalarnos vino la anestesista pare decirme que era el mejor momento para ponerme a la epidural a lo que me negué, dije que no quería epidural. Con un aire de superioridad máximo me dijo: ya la pedirás y entonces quizá no pueda venir a ponértela. Empezamos bien.
La primera (de 3) matrona que me tocó fue un encanto. No intervino casi nada, venía de vez en cuando a preguntar qué tal estaba pero sin estar muy presente. La verdad es que no recuerdo mucho de este periodo. Estuve casi todo el rato en la misma postura: de rodillas apoyada sobre una silla. Así pasaba las contracciones mientras iba contando mentalmente (1, 2, 3,...), no oía ni veía nada, estaba en mi mundo concentrada. Cuando pasaba una le pedía a mi pareja agua aunque sólo fuese mojarme los labios (es lo máximo que me dejaban). No hablaba, sólo contaba mentalmente y esperaba la siguiente contracción. Cada dos horas entraba la matrona a hacerme un tacto y todo avanzaba genial. Yo estaba contenta porque todo estaba saliendo "como tenía que salir". Pero llego un momento en el que la dilatación se estancó y estuve dos horas sin avanzar. Comenzó mi desesperación y me derrumbé. Me veía incapaz de aguantar más sin pasar de los 7 cm. Pedí la epidural entonces pero el anestesista todavía tardó en llegar. Antes de que llegase pedí a la matrona que me volviese a mirar pero seguía en casi 8 cm. Llegó el anestesista y, tras ponerme la epidural, empezó todo a ir peor. Eran las 5 de la mañana. Ahora lo pienso y me arrepiento de no haber aguantado un poco más, porque la cosa iba realmente bien.
Ya no me dolía nada pero es que tampoco sentía las contracciones. Sólo sabía que seguían ocurriendo por la monitorización. Me pusieron también oxitocina porque con la epidural las contracciones habían disminuido un poco el ritmo. Me rompieron la bolsa que seguía intacta. Sobre las 7 de la mañana ya estaba en completa, así que según mi nueva matrona ya podía empezar a empujar. Empezaron 4 largas horas de expulsivo (el máximo que establece el protocolo del hospital para una mujer primípara con epidural) en las que yo no notaba nada y empujaba sin saber muy bien qué estaba haciendo. Hubo otro cambio de turno y la nueva matrona lo seguía intentando. Yo oía que decían que quizá se había quedado atascada en las espinas. Mi pareja me decía que le veía el pelito que ya estaba casi ahí, que siguiese empujando pero era muy difícil hacerlo tumbada y sin notar nada. En esos momentos me sentí bastante abandonada por el equipo médico ya que estábamos solos en la sala, nadie nos decía nada y, de vez en cuando, entraba la matrona a ver qué tal. Cumplidas las 4 horas me dijeron que iba a necesitar una ayuda (ventosa) en quirófano.
Ahí empezó el verdadero calvario. Mi pareja se quedó muy preocupada pero yo le decía que tranquilo, que ya estaba casi. Me llevaron a quirófano y nadie me dio ninguna explicación. Me ataron los brazos como si fuese a hacer yo qué sé qué. Había dos ginecólogas adjuntas y la que parecía una estudiante. Una de las ginecólogas se me subió encima y me hizo un Kristeller sin avisar. Yo estaba en shock, sólo quería que todo eso acabase y me dejasen ver a Cecilia. La estudiante fue la que hizo todo el proceso guiada por la otra adjunta. Ella hizo la episiotomía (gigante que me impidió andar, estar sentada durante muchos días y que me ha dejado una secuela mental importante) y utilizó unos fórceps. No eran necesarios esos fórceps pero la pobre chica tenía que mutilarme para poder aprender (léase con ironía), unos fórceps didácticos. Y el 13 de enero a las 11:38 sacaron a Cecilia. No fue el momento más feliz de mi vida como todos me decían que iba a ser. ¡Qué va! Me la enseñaron, me dejaron darle un beso (todo esto con las manos atadas) y se la llevaron.
Empezó mi hora del terror que todavía me hace llorar cada vez que la recuerdo. Cecilia estaba sola recién nacida a saber dónde porque yo estaba atada en una cama de quirófano y su padre no sabía qué me había pasado ni si estaba bien ni nada, esperando en la puerta del quirófano alguna noticia. La ginecóloga residente seguía con sus prácticas cosiendo la gran episiotomía que me había hecho y a mí se me caían las lágrimas porque estaba sola entre tanta gente y nadie me decía nada. Pero apareció una mujer (enfermera, supongo) que siempre recordaré y le estaré eternamente agradecida. Me empezó a decir que mi hija estaba bien, que era preciosa y que me quedaba poco para estar con ella. Me daba ánimos y yo le preguntaba si quedaba mucho. Fue la única persona que estuvo a mi lado y me ayudó, la única que estaba viendo el sufrimiento por el que estaba pasando y me secaba las lágrimas. Aunque me sería imposible recordar a esta mujer ahora mismo, muchas gracias, de verdad. Fue la hora más larga de mi vida y, seguramente, la de mi hija también.
Por fin, salí de quirófano y me llevaron al despertar donde me encontré con mi pareja. Lloré aunque no fui consciente de todo lo que me habían hecho hasta un tiempo después. Al ratito bajaron a Cecilia, mi niña, que se enganchó a la teta en cuanto tuvo oportunidad (y así seguimos 26 meses después).

Tras el parto, el posparto fue todavía peor. Pensaba que me iba a doler para siempre la episiotomía, que no me iba a recuperar nunca. Pero poco a poco fue pasando. No he sido del todo consciente ni me había parado a pensar detenidamente mi parto y contarlo hasta 2 años después. Estaba traumatizada, no estaba preparada. Ahora que estoy de nuevo embarazada es cuando he pensado que no quiero repetir lo que pasó. Así conocí a nuevas mujeres maravillosas que me han hecho recuperar la esperanza y la alegría. Gracias a L., a A. he podido sacar todo lo que llevaba dentro y sanar (aunque sea un poquito).

Gracias a mi pareja que me sostuvo y me ha sostenido todos estos meses que han sido muy duros para mí. Gracias a esa mujer que se preocupó por mí en el quirófano. Y gracias a Cecilia por ser un ser extraordinario.