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PARTO EN CASA. BEBÉ CON CIRCULAR DE CORDÓN CORTO

Había planeado tener el parto en casa, y aunque mi familia se preocupó sobre la decisión, poco a poco fui convenciendo a mi marido que no era una idea tan descabellada, le fui pintando la escena de parir juntos en la intimidad de una habitación, confiando en que el cuerpo de la mujer es sabio, y que todo iba a salir bien. De un hombre desconfiado, mi marido se volvió en un ferviente defensor del parto en casa. Convencer a mi madre no fue difícil, le recordé que su madre había parido a sus doce hijos en casa y todos nacieron sanos, además le recordé que casi todas las mujeres de mi generación en mi familia han tenido sus hijos por cesárea y que llevarme a un hospital era sentenciarme a que me ocurra eso. Llegaron las cuarenta semanas y más, estaba desesperada en casa esperando que lleguen las contracciones, todo me empezó a fastidiar, el calor, el encierro, la monotonía, el peso de la barriga ... así que decidimos viajar a la playa esperando relajarme, conectarme con la naturaleza, y pedirle al universo un bonito parto. Sólo fue llegar a la playa y al día siguiente boté el tapón mucoso, llamé a mi doula y dijo que no me preocupara que ya estaba más cerca del parto pero podían ser horas como días. Así que caminé mucho en la arena, reí mucho con amigos, comí ligero pero delicioso y decidimos regresarnos en la noche a pesar de la intensa lluvia, ya que algo me decía que estaba más cerca del momento. En casa no tardaron las contracciones en llegar, las había sentido hace una semana así que pensaba que era más de lo mismo. Salimos a caminar con mi marido, y así pasamos toda la madrugada. A las cinco de la mañana pararon las contracciones y decidí descansar, cuando de repente como escena de película, al acostarme en la cama, rompí fuente de forma escandalosa, la cama empapada y el piso inundado. Aunque me había preparado tanto par este día, sentí muchos nervios y ansiedad de saber que el momento estaba tan cerca. Despertamos a mi madre, llamamos a la ginecóloga y a las siete de la mañana con el tráfico de un lunes, cruzamos la ciudad hasta llegar a su consultorio. Las contracciones se volvían más fuertes, pero sabía que por ser primeriza serían muchas horas de labor de parto, así que cuando la ginecóloga me hizo el primer tacto, recién tenía un centímetro de dilatación, así que regresé a casa a seguir haciendo ejercicios, a caminar, y esperar a que llegue la bebé. Lo maravilloso del parto en casa, es que están todas las personas que quieres que te acompañen, que tienes la libertad de hacer lo que desees para relajarte y así los dolores de parto se hacen más llevaderos. No me imaginaba pariendo en la frialdad de un quirófano, obedeciendo órdenes del médico, reprimiendo mis gritos, o manteniéndome inmovilizada cuando mi cuerpo pedía movimiento. En casa, podía caminar, abrazar a mi pareja en cada contracción, pisar la tierra si así lo quería, darme un baño de agua caliente en la tina, o un masaje con aceites, comer frutas o lo que me apeteciera. Pasé toda la mañana bien atendida, mimada, sostenida, como toda mujer debe ser tratada en su labor de parto. Al mediodía llegó la ginecóloga y mi doula, las contracciones seguian más seguidas pero no llegaba ni a cuatro centímetros y ya tenía más de seis horas de labor de parto. Nadie siquiera insinuó que debía ser más rápido o que podíamos acelerar el proceso, el cuerpo es sabio y demora en expandirse, y cuando se le respetan sus tiempos no se necesita ningún suero o químico artificial para dilatar. El parto tiene dos etapas: en la primera, la mujer aún es consciente de lo que sucede y aún le da cabida a la mente para que opine, dirija, piense; y en la segunda etapa la mujer es un animal, el instinto se apodera de ella, se queda únicamente la mamífera que tiene el recuerdo de cientos de miles de años, en los que hemos sabido cómo parir. El problema de muchas mujeres en la actualidad, es que no pueden abandonar la mente, y la mente no pare, lo hacen el cuerpo y el instinto. En muchos casos, no se deja a la mujer conectarse con su lado instintivo, y las interrupciones de los médicos, enfermeras, o el ambiente frío y luminoso de una sala de parto, impiden a la mujer esa regresión a lo más básico de su naturaleza mamifera. Es importante que el ambiente sea cálido, de preferencia oscuro para asemejarse a una cueva, y que estén a lado de la mujer, personas de su entera confianza. Mi segunda etapa de labor de parto empezó en la tina de baño. Cansada de las contracciones, la falta de sueño, y la intensidad del momento, tomé un baño de tina en agua caliente. Antes de entrar a la tina, aún me gobernaba la mente, pero en el agua tuve un sueño que hasta hoy no logro recordar, sólo se que tuve un viaje profundo del que fui despertada por una contracción que vino con una energía tan fuerte que me destempló la cara, y mis ojos a partir de ese momento cambiaron su mirada. Ya no era yo, era el animal instintivo, fuerte, con deseo sexual, que gemía y que en cada contracción no esperaba que le den la mano, sino que se levantaba y se acuclillaba sola. Recuerdo a mi doula diciéndole a mi marido, "ya está lista", ya no me sentía bien en el agua, quería tocar el suelo, así que salí de la tina. El parto es un acto sexual, y sólo quien ha tenido un parto respetado y natural lo puede entender. Bien dicen que para bailar y tirar no se debe pensar, pues lo mismo ocurre en el parto. Recuerdo que en una contracción me acuclillé y me quedé en esta posición contoneándome y gimiendo exactamente igual que en una escena de sexo, en esta posición mi cara quedó frente a la pelvis de mi marido, así podía percibir su sexo y esto me hacía gemir más, me invadía el deseo sexual tan necesario para parir. Esta escena luego me hizo reflexionar sobre lo falocéntrico del comportamiento sexual de la mujer (tema de otro post), y es que el cuerpo de la mujer es tan abundante en sensaciones, excitable de tantas formas, siendo el parto, la lactancia, hasta la menstruación, experiencias sexuales de cuyos placeres nos privamos por desconocimiento o tabú. Siguiendo con mi relato, debo recalcar la labor de la ginecóloga, que durante todo este tiempo jamás dirigió la labor de parto sino que esperó pacientemente incluso afuera del dormitorio. Fue como lo escribió Michel Odent en su libro "el parto renacido", donde dice que su labor como medico en los partos, es de mero espectador que ve la escena desde la puerta entreabierta de la habitación. Cuando salí de la tina, la ginecóloga me hizo el tacto y de seis centímetros, durante el tiempo que estuve en la tina, llegué a los nueve centimetros!. Se venía la expulsión, y yo sentía que ya tenía a la bebé coronada. Sabía que cuando llegase el momento, mi cuerpo escogería la posición adecuada para parir, así que en cada contracción sólo me acuclillaba sostenida por mi marido, para que siga bajando la bebé. Pasaban los minutos que se hicieron horas, y llegó el momento de pujar. Yo ya estaba demasiado cansada, Ya eran las cinco de la tarde y venía pujando por más de una hora, miraba el reloj y el tiempo pasaba tan lento, me desesperé un poco al ver que la bebé no bajaba, pero a la vez sabía que tenia que sacar a la supermujer que tenía dentro, dar lo que nunca había dado en mi vida, porque habían sólo dos opciones: o paría o moría!. La clínica más cercana estaba clausurada, el hospital más cercano estaba a unos cuarenta minutos de distancia, y ya en este punto no había marcha atrás. Tratamos varias posiciones, hasta que me senté en la bola de plástico, mi doula atrás, mi marido adelante y la ginecóloga en el piso de cuclillas lista para recibir a la bebé. Siempre me decían que la mujer sabía cuando pujar, pero yo estaba tan desesperada que sólo esperaba la contracción para pujar con todas mis fuerzas, y así salió la cabeza de Naomi pero la contracción habia parado y no tenía fuerzas para pujar, la ginecóloga me decía que no podía parar porque la bebé ya estaba afuera. Imploré al universo, a mis abuelas, miraba el cuadro de mi abuela, pedía que ya naciera mi bebé, y llegó otra contracción muy pronto, y con esa fuerza di el último pujo. En ese momento la ginecóloga vio que el cordón estaba enredado y que era corto, así que inmediatamente lo pinzó y cortó, y al hacer esto inmediatamente salió Naomi. En el momento que nace un bebé, en un segundo se pasa de la muerte a la vida, del dolor al placer, de la tensión a la paz infinita. Naomi estaba sobre una toalla sobre el piso, inmóvil, cansada, por unos segundos pensé que no tenía vida, pero la ginecóloga la levantó de los piés, su sangre llegó a su cabeza y empezó a moverse sin emitir ningún sonido, dio su primera respiración y empezó a llorar. Todos en la habitación estábamos tan conmovidos con la escena, limpiaron a la bebe con paños húmedos, e inmediatamente me la dieron. Yo seguía sentada en el suelo, y al recibir a Naomi sentí que me abrazó con piernas y brazos, y podía escuchar que con su llanto decía maaaaaa maaaaaa, yo lloraba de felicidad, ni siquiera la revisé, sabía que ella era perfecta. Todos en la habítación, celebraban un momento de tanta felicidad, escuchaba como decían Bienvenida Naomi!, y yo seguía sentada en el suelo drogada del coctel de hormonas que mi sabio cuerpo estaba experimentando por primera vez, la dosis de amor que me estaba transformando en madre. Mi cuerpo lo había dado todo, pero la adrenalina estaba tan alta que podía pasarme un camión encima y no habría sentido ningún dolor. Con mi bebé sobre mi vientre, vino una contracción más y así salió mi placenta. Todo el embarazo muchos intentaron preocuparme por mi supuesta anemia, y a pesar de que el dormitorio parecía una carnicería de tanta sangre que había, la doctora dijo que no me desangré ni un poquito, y tuve un desgarre mínimo en los labios menores que fue cocido en ese momento. Mientras la doctora me cocía, mi marido sostuvo por primera vez a su hija, mi hermana captó una foto hermosa en la que ella posaba su mirada fijamente en él. Cuánta fuerza tiene la mirada de un recién nacido cuando ha llegado cuando ha querido llegar, cuando se le ha respetado que la transición no sea tan impactante, cuando está listo y ya no busca recogerse sino estirarse y conocer el mundo. Así era Naomi, no aceptó envolverse, dormía con sus piernas y brazos estirados, enseguida agarró el pezón y succionaba como una campeona. Pesó 8 libras y midió 52 cm, me costaba creer que una bebé tan grande había salido de mí, que después de tantos meses con una supuesta anemia, la bebé estaba tan sana, y aunque yo terminé muy agotada, no necesité más reanimador que un caldo de gallina criolla, como es costumbre acá alimentar a las "parturientas". Ya han pasado siete meses y medio desde el nacimiento de mi hija, y me debía a mi misma escribir sobre este momento. Después de mi experiencia, creo que el parto no medicalizado y respetado es tan necesario para todas las mujeres, es una gran medicina que sana el espíritu, además de todos los beneficios que trae al bebé, a la fluidez de la lactancia, y demás consecuencias positivas evidentes. El hecho de cruzar la barrera entre la muerte y la vida, te hace sentir una guerrera, te devuelve la confianza en ya no sólo creer sino saber que si tienes la fuerza para parir un bebé, la tienes para alcanzar todo lo que te propongas. Creo que esta transición de convertirse en madre es tan intensa, porque conlleva a que algo de esa mujer que eras antes, deba morir para que renazca otra mujer, más fuerte, más sabia, más amorosa, más intuitiva, es decir, una MADRE. El parto de mi hija me trajo tantas enseñanzas que no terminaría de escribirlas sino en un libro, pero para las mujeres que deseen un parto respetado, sé que en mi ciudad Guayaquil, así como en muchas ciudades, no es fácil conseguir una partera, obstetriz o ginecóloga que acepte el parto en casa, y que la sola idea puede llevar a que la familia, amigos, conocidos, te juzguen de loca e irresponsable por supuestamente exponer al bebé a cualquier imprevisto que ameritase intervención hospitalaria, pero si el embarazo es de bajo riesgo, lo primero que necesitas es convencerte a tí mismo de que puedes hacerlo, de que tu cuerpo es sabio, y así le darás la seguridad a las personas que te rodean para sentirte apoyada. Agradezco infinitamente a la Dra. Eufemia Guamán que confió en mí desde el principio de mi embarazo, y sobrepasó mis expectativas en todo sentido. A mi doula Andrea Hernández, por entregarse en cuerpo y alma a la experiencia, sé que también fue un renacer para ella. A Javier, mi compañero de vida, por su infinito amor y apoyo incondicional, por defenderme y cuidarme, aquí paríamos los dos o no paría nadie. A mi madre, que pese al miedo en que algo malo me pueda suceder, nunca me lo demostró para no desanimarme, gracias por la ternura de bañarme en esa tina como cuando era una niña, gracias a que siempre apoyó el parto en su casa, pude sanar mucho mi relación con ella. A mi padre, por la motivación, por ser mi mayor fan, porque nunca dudó en que no sólo era una buena decisión, sino la mejor decisión. A mi suegra Carmen, por sus oraciones que me acompañaron desde mi embarazo hasta el parto. A toda mi familia, porque de alguna manera estuvieron ahí apoyándome. Y sobre todo, a mi hija Naomi Violeta, por escogernos como sus padres, por decidir venir a este mundo de tan bonita manera, por la sabiduría y la medicina que traes a nuestras vidas.