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Parto de Elena, PVDC, Fundación Hospital de Alcorcón, 10 de julio de 2008.

Era el día 9 de julio y según los médicos salía de cuentas el día 6, así que estaba impaciente, cansada y el calor me tenía sin dormir…. Además, llevaba más de una semana con contracciones molestas (no dolorosas) que me tenían desconcertada.

La madrugada del 8 al 9 me desperté a las 5 de la mañana con lo que yo creía que eran contracciones de parto (ilusa de mi…..jejeje). A las 9 de la mañana decidimos llevar a Adri con los abuelos y acercarnos al hospital, sobre todo porque Kike, mi marido necesitaba quedarse tranquilo, con la cantidad de días que llevaba con contracciones sin querer ir al hospital. A mí, la verdad no me apetecía ni pizca…..

Vamos para allá, el hospital es la Fundación Hospital de Alcorcón y vivimos cerquita, así que llegamos enseguida. ¡Como no, al llegar se paran las contracciones!! Un rato monitorizada y me confirman lo que yo ya me imaginaba…2 cm y cuello borrado al 50%, lo mismo que hace 5 días en la cita con la gine. Esto me termina de desanimar….me paso el día sin contracciones y me desespero un poco, a media tarde me doy una panzada a llorar tremenda, lo necesito y creo que me vino bien, me lo pedía el cuerpo (y el alma).

Esa mañana, al salir del hospital le pido a Kike que no se vaya al trabajo, necesito que se quede conmigo, no sé, quizá en lo más profundo sabía que SÍ era el día D.

Por la tarde nos damos un paseo tremendo, lo único que puedo seguir haciendo es pasear y pasear. Acabo agotada.

Cenamos, acostamos a Adri y a las 12 de la noche empieza la fiesta. Siempre me decían que cuando llegaran las contracciones de parto, me daría cuenta….¡qué verdad más grande!!!. La primera contracción me pilla tumbada y ya me tengo que sentar en el borde del sillón. Ufff, me recuerda a cuando me daban los cólicos….pero a los 5 minutos se repite. No son cólicos, esto va en serio. Otros 5 minutos y otra más fuerte….Cada vez que termina la contracción Kike me mira y yo le digo “ufff, esto duele”.

Son casi las 3 de la mañana y tenemos que decidir qué hacer. Llamamos a los abuelos (qué haríamos sin ellos..) despertamos a Adri y le decimos que creemos que su hermana está en camino. Se queda tan contento cuando le dejamos en casa de los abuelos y nos vamos al hospital. Las contracciones que me dan en el trayecto me cuesta encajarlas, tengo que cerrar los ojos y respirar mucho, pero me paralizan y me tenso muchísimo. Pienso que tengo que intentar relajarme y dejarlas venir pero en ese momento la teoría me resulta idílica pero imposible de practicar.

Llegamos al hospital y enseguida me pasan al bloque obstétrico; al parecer, esa noche hay bastante movimiento.

Cuando entro para monitorizarme, me encuentro con Emilio, el matrón que atendió parte del parto de Adri y también estuvo en el parto del pequeño de mi hermana. Es curioso, se acuerda de nosotras y de nuestros partos, me da confianza desde el principio.

El tiempo que estoy monitorizada se me hace eterno y las contracciones vienen muy muy intensas, o por lo menos yo las noto así.

Cuando me exploran estoy dilatada 3 cm y el cuello borrado 100%. Ufff, la verdad es que esperaba algo más, pero estoy convencida que esto ya no parará y sonrío al pensar que dentro de pocas horas tendré a mi pequeña Alba conmigo.

Les comento que tengo una cesárea previa y me preguntan si tengo ganas de parir. ¡No se hacen una idea de las ganas que tengo de tener mi parto!!!. Ellos me animan y me aseguran que es lo mejor, que ya veré cómo consigo tener un gran parto.

Mandan a Kike a hacer el ingreso y a mí me llevan a la sala de dilatación. Resulta que en planta están a tope y no hay camas disponibles. Bueno, no importa, de momento sé que me tengo que quedar en dilatación, mañana ya darán altas y se quedarán camas libres.

Les comento que tengo presentado un plan de parto y les parece bien. Les digo que en ese plan de parto pongo que no quiero epidural y en ese momento tengo una contracción y al verme la cara me pregunta qué decido, si ponérmela o no. Decidido…sí quiero epidural.

Ufff, me dicen que antes de ponérmela me tienen que pinchar la vía e hidratarme (aunque yo puedo seguir bebiendo si me apetece…) y Emilio me jura y perjura que el suero es limpio y no lleva oxitocina, además, según me dice, no la necesito. Tengo unas contracciones muy intensas.

Desde las 3 que hemos ingresado en el hospital, son casi las 5 cuando me hace efecto la epidural, justo en ese momento me exploran y resulta que estoy casi completa!!! ¡ y ha sucedido en 2 horas!!! Kike, alucina, y yo también. Resulta que al final casi me he pasado toda la dilatación sin analgesia.

No he roto bolsa y Emilio nos propone rompérmela. No debo poner cara de estar convencida y nos hace un dibujo para enseñarnos cómo está la bolsa y la cabeza. La bolsa está abombada y no deja que la cabeza se encaje porque rebota. Aún así, la decisión es nuestra. Empiezo a tener ganas de empujar, decidimos que sí, que la rompa.

Hasta ese momento el latido se había mantenido perfecto, sin alteraciones, pero en el momento que empiezo a tener ganas de empujar, a ella le baja la frecuencia del latido y tarda un poco en recuperar el ritmo. No me gusta.

Emilio se pregunta si traerá una circular de cordón y me aconseja monitorización interna. Le digo que no me gusta, que hay que pincharla en la cabeza y no quiero hacerla daño. Me dice que vale. Otra vez, la decisión es nuestra.

Casi media hora más tarde, me lo vuelve a proponer y esta vez sí creemos que es necesario porque además de bajarle el ritmo cardiaco, a veces perdemos la señal y se nos encoge el corazón.

Yo, mientras, tengo que empujar en una contracción y aguantar en la siguiente para dar tiempo a Alba a que se recupere.

Mientras tanto, Emilio está con nosotros, a veces en un rinconcito de la habitación, a veces animándome. Me dice frases como “eres una madraza”, “te mereces un parto vaginal”, “qué bien lo estás haciendo”. A veces nos deja solos, sigo empujando (es inevitable, mi cuerpo empuja solo) pero lo duro viene cuando tengo que aguantar las ganas de empujar.

Empieza a planear la palabra “cesárea” e intento no pensar en ello. Con las contracciones en las que puedo empujar se me va media vida, empujo con toda mi alma, con el corazón, con toda la fuerza que me sale (que no sé de dónde la saqué, pero ahí estaba).

Alba está alta y no baja, Emilio me invita a probar diferentes posturas, a ver con cual de ellas Alba sufre menos, pero parece que ninguna le gusta.

Aparece la ginecóloga y vuelve a aparecer el fantasma de la cesárea. Kike sé que está preocupado y se siente impotente, sabe cuánto deseo este parto, cuánto he luchado por él, pero me ve agotada y me susurra al oído “cariño, estás haciendo lo posible y lo imposible, si Alba no soporta las contracciones, te harán una cesárea”.

Lo sé, la ginecóloga casi me ha sentenciado, pero no puedo pensar en ello, las contracciones vienen y tanto si empujo como si aguanto, tengo que concentrarme en eso. De hecho, son tan fuertes que me tienen que poner Prepar, un medicamento para frenármelas un poco y que Alba no sufra mucho.

Empujo de nuevo, Emilio le pide 10 minutos a la ginecóloga e intenta ayudarme para que Alba baje. Pasan los 10 minutos, y pide 15 minutos más.

Cuando pensé que ya no podía más, cuando creí que ya no había esperanzas, Emilio dijo las palabras mágicas ¡nos vamos a paritorio, ya asoma la cabecita!!!.

Dios mío, en ese momento todo merecía la pena, todo era poco para traer a mi hija al mundo cómo se merecía. Sí podía, sí era posible, y yo aún podía empujar más. Todo lo que hiciera falta.

A Kike también le pilló de sorpresa, él creyó de verdad que al final sería cesárea.

Y allí estábamos, en el paritorio, con un espejo delante donde yo podía ver cómo asomaban sus pelillos y eso me dio mucha más fuerza.

“Estos empujones son los últimos y tienen que ser los más fuertes” me decía Emilio. Con el primero salió la cabecita, empujé tanto, tanto que no pude verlo en el espejo porque traía efectivamente una circular de cordón a modo de diadema (mi niña, que se había puesto guapa para sus papás…..jejeje), con el segundo salieron los hombros y en ese momento Emilio me dice, “Elena, coge a tu hija, cógela!!!!”

Ohhh, Dios, la agarré de los bracitos y saqué a mi niña, resbaladiza, preciosa, mojada, increíble….. Ese momento no se me borrará jamás de la memoria, creo que es lo más bonito que me ha pasado en la vida.

Lloré, lloramos, ya la tenía conmigo, mi niña, mi parto, mi sueño.

No hubo episiotomía, ni oxitocina. No hubo presiones, ni malas caras.

Hubo decisiones conjuntas, confianza, respeto, amor.

A los 20 minutos estaba enganchada a la teta y estuvo una hora mamando. A día de hoy, sigue encantada con la teta de mami y espero que siga así mucho, mucho tiempo.

Emilio me felicitó y yo le dí las gracias, sé que de haber topado con otr@ matrón@, mi parto no hubiera acabado igual.

Tengo muchas cosas que agradecer y a muchas personas.

Primero a mi hijo Adrián, él, sin saberlo, me ha conducido por este camino y ahora que le miro, tan mayor, se me hincha el corazón, le adoro.

A Kike, por aguantar mis sesiones de monotema, por intentar entender mis explicaciones, mis miedos, mis sueños. Por explicarme los suyos. Por estar a mi lado. Porque aunque piense que no me ayudó, sí lo hizo, estuvo a mi lado, me abrazó, me besó….. Fue un pilar imprescindible para mí, sin él no lo hubiera logrado. Te quiero, cariño.

A Emilio por confiar en mi fuerza, por apostar por mí.

A vosotras, por cruzaros en mi camino y consolar, ayudar, explicar, transmitir, en fin, porque habéis cambiado el rumbo de mi vida. Porque gracias a personas como vosotras, yo he podido tener este parto.

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Elena y Kike, orgullosos papás de Adrián (cesárea el 1 de septiembre de 2003) y Alba, (PVDC el 10 de julio de 2008)