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Nacimiento de Xoel. Parto de Paula

El 1 de mayo comenzó el maravilloso viaje hacia mi propio renacer. Poco después del mediodía sentí que comenzaban nuevamente las contracciones, esporádicas, difusas, ¿me estaría poniendo de parto? Decido pasar la tarde con mis dos amores: mi maridín y mi hijo mayor; quiero que mi cuerpo se centre en su trabajo si realmente ha llegado el momento. Camino, juego, estoy despreocupada. Pero llega la noche y la cosa no acaba de ponerse interesante. Maridín por si acaso decide dormirse pronto, yo no lo consigo, me duermo más allá de las 11. Me despierto al baño sobre las 00:30 del día 2 y nuevamente sobre la 1:30. Esta última vez me cuesta volver a dormir, noto dolor como de regla pero no las contracciones del día anterior. Pienso que se habrá parado de nuevo, con la pena de no conocer aún a mi bebé pero la certeza de que el cuerpo sabe cuándo es el momento exacto.

Sobre las 2:10, medio adormilada, de repente, siento una contracción muy fuerte y pienso que algo puede estar cambiando. A los 5 minutos, de nuevo una contracción, fuerte aunque algo más floja que la anterior. Siento ganas de ir al baño y allí parece que mi cuerpo sólo quiere limpiar todo lo que tenga dentro, como si se preparase para lo que estaba por pasar. Decido volver a echarme e intentar descansar lo máximo posible, pero no llego a dormirme. De pronto, a las 2:30, noto un estallido fuerte dentro de mí, en la parte baja. Parecería una patada muy fuerte de mi bebé pero conozco esa sensación. No noto nada más todavía y aún así ya lo sé: he roto aguas. Me muevo mínimamente y se escapa un poco de líquido, sé que no es orina, acabo de volver del baño. Despierto al papá y le pido que me ayude a levantarme que he roto aguas. Él, entre el shock y que no nota nada, me dice que es imposible que cómo voy a haber roto aguas. Pero al girarme empieza a salir líquido amniótico y me empapo el pantalón. Lanzo algún juramento al viento, no quería empezar el parto así.

Temo que, al no tener contracciones, la cosa acabe en una inducción, en no soportar esas contracciones, en necesitar la epidural y que al final el proceso se intervenga más de la cuenta. Temo en perder de nuevo el control de mi parto, en no poder parir a mi hijo a mi manera, en no sanar esa vieja herida que aún escuece como infectada. En el baño compruebo que las aguas son claras. No hay prisa por ir al hospital. Decido ducharme y comer algo, tengo que coger fuerzas para lo que me espere. Pienso en qué puedo hacer para que el parto se vuelva activo y recuerdo el consejo de la matrona de que intentemos movernos para desencadenarlo así que me parece que la pelota puede ser el mejor sitio para ello. Sin embargo, según me siento y comienzo a moverme, me empapo de líquido. Subo de nuevo a cambiarme y las contracciones fuertes empiezan.

Mientras acabamos de prepararnos las contracciones siguen, ahora son fuertes y rítmicas, cada 5 minutos. Yo siento que aquello ya no hay quien lo pare y noto que mi pareja se preocupa por no llegar a tiempo. A las 3:30 metemos al que pronto sería el hermano mayor en el coche, aún dormido. Le habíamos explicado el día anterior lo que pasaría si Xoel decidía nacer esa noche. Era la primera que dormiría sin nosotros, lejos de casa. Vamos hacia casa de mi hermano, a una media hora de la nuestra y las contracciones en esa posición son muy dolorosas. Cuando llegamos allí, salgo para llevarlas mejor y realmente parece que fueran menos intensas. Llega el taxi que nos llevará al hospital y nos despedimos del peque, queda tranquilo con mi hermano pero aún desorientado del sueño. Me da pena que no pueda vivir con nosotros ese momento.

El taxista parece también estar nervioso ante mis contracciones. Las contracciones siguen con la misma intensidad aunque me cohibo más. Llegamos a la puerta de urgencias y, una vez dados los datos, nos acompaña una celadora a la sala de espera de obstetricia. Quiero ir caminando y en ningún momento ponen problema. En la silla hubiera sido tan doloroso como en el coche. No es que caminando no duelan pero eran más llevaderas, quizás también porque noto que tienes el control de la situación. Al llegar a la zona de obstetricia siento que necesito orinar por la presión del bebé. Después de ir al baño, me piden que vaya a la consulta para explorarme. Es aquí donde nos encontramos con el primer y único problema: la enfermera que nos atiende en primer lugar se resiste a que mi marido me acompañe durante la exploración que me hará su compañera, aunque finalmente accede y su compañera, cuando llega al poco tiempo, no pone ninguna objeción. Querer que mi marido me acompañe hasta en ese momento no es un capricho, es una necesidad. Él es quien me ayuda a desvestirme, a guardar mi ropa y a quien me abrazo para llevar las contracciones mientras esperamos por la matrona para la exploración. Sin duda, él fue una pieza clave en todo el proceso y lo necesitaba a mi lado para que todo fluyera como lo hizo. Es en esa sala, en un potro obstétrico que sigo viendo como algo incómodo y un tanto denigrante para una mujer de parto activo, en el que me hacen el primer y único tacto.

La matrona me dice que estoy de 5 cm y, en ese momento, pienso que el proceso va a ser largo y dudo si aguantaré con esas contracciones tan intensas durante horas sin acabar agotada. Se me viene a la cabeza el parto anterior, que llegué de 6 cm y acabó instrumentalizado por "falta de progresión en el expulsivo" después de 8 horas en el hospital. Me preocupo, quiero parir no que saquen a mi bebé, quiero recibirlo como se merece y sin exponerlo a las posibles complicaciones de cualquier intervención.

Después de la exploración me pasan a un box para monitorizar al bebé, me permiten escucharlo de pie, tan solo son unos minutos para comprobar que la FCF era normal y ya deciden derivarme al área de partos. Entonces las contracciones son ya muy frecuentes, me da la sensación de que duran lo mismo que el descanso entre ellas. La matrona me dice que ha visto mi plan de parto y que no quiero vía, se lo confirmo y, ante mi asombro, lo respeta sin insistir. Llega una celadora para acompañarnos al paritorio, caminando como es mi deseo. Medio de broma nos recuerda que es una celadora, no matrona, no vayamos a dar a luz por el camino.

Al cabo de un rato, quizás alertada por mis contracciones, la matrona que me había visto en un inicio se acerca para acompañarnos al paritorio dando relevo a su compañera celadora. Yo voy todo el pasillo repitiendo lo mismo como un mantra “esto va demasiado rápido”. Recuerdo cruzarme ya en el área de partos con una mujer que llevaban ya hacia la habitación con su bebé en la camilla y pensar que pronto tendría al mío también en brazos. Cuando llego al paritorio, pido ir al servicio a orinar nuevamente. Una vez dentro del baño, sentada en el urinario, pienso que tengo ganas de hacer de vientre pero que si lo hago, el peque saldrá allí mismo. Le pido a mi marido que esté conmigo por si acaso pero finalmente decido salir. Mientras me acerco a la puerta siento miedo ya que, pensando que aún estoy de 5 cm como me habían dicho hacía pocos minutos, me siento incapaz de distinguir el deseo de pujar del de defecar y me pregunto si sabré parir.

Al salir del baño, entre una contracción y otra recuerdo decirles a la matrona y a la auxiliar "¡Hola! Perdonad que no os había dicho nada". Lo recuerdo como un último momento de lucidez antes de entrar definitivamente en el mundo primitivo al que te lleva el instinto natural de parir. Pido quitarme la ropa, tengo demasiado calor.

Entonces, la matrona, mi ángel caído del cielo, me dice que han leído mi plan de parto y que no me preocupe que están totalmente de acuerdo y después me pide permiso para monitorizar al bebé. Le contesto que sí pero que quiero hacerlo en la pelota porque echada no lo voy a soportar. En ese momento me da otra contracción muy fuerte que aprovecha para monitorizar al bebé allí de pie y recuerdo que, cuando iba difuminándose, la matrona me susurra "estabas muy guapa en el vídeo" (se refería a un vídeo difundido en la plataforma MyBirth en apoyo a la mujer forzada a ingresar una semana antes en ese mismo hospital). Estas palabras sirven para darme tranquilidad y hacer que confiara en ella. Se me escapa una sonrisa que recorre todo mi cuerpo y éste parece interpretarlo como la señal definitiva para continuar con el proceso. Recuerdo que la matrona estaba diciéndonos que tenía otro parto y que iba a dejarnos un rato y volvía enseguida pero que llamáramos si necesitábamos algo. No obstante, al ver que mis contracciones son muy seguidas y muy intensas, sin necesidad de ningún aparato ni tacto, sólo con la observación, se da cuenta de que estoy ya en el expulsivo y decide quedarse.

Me sugiere ponerme en la cama de rodillas pero mi sensación es que la cama está a kilómetros de altura. Como me parece buena idea la postura, simplemente dejo caer mis rodillas al suelo agarrada primero a los pies de la cama. Le pido a mi marido que me eche unas gotas de aceite en los riñones y que haga masaje con presión para aliviar el dolor. La matrona me pone unas sábanas dobladas bajo las rodillas para que no me haga daño en ellas. Entonces me agarro del cuello de mi marido para ayudarme a sobrellevar las contracciones y pujar. Pujo exhalando de forma que más que pujar parece que estoy acompañando a mi bebé hacia afuera con la respiración. Lo noto descender, soy plenamente consciente de todo mi interior.

En uno de los pujos recuerdo notar su cabeza totalmente encajada a punto de salir pero como atascada. Ahí se queda cuando acaba la contracción, como entre dos mundos, y me da algo de miedo que le pase algo. La matrona me pregunta si tengo ganas de pujar más pero sin contracción no puedo. No obstante, la siguiente no tarda en llegar y la cabeza de mi pequeño sale. Noto intensidad en la salida pero no el aro de fuego del que tanto se habla. Acerco mi mano a su cabeza como dándole la bienvenida a este mundo.

Viene otra contracción y necesito agarrarme de nuevo por lo que les digo "coged al bebé" (aunque obviamente no iban a dejar que cayera al suelo pero mi mente no está para racionalizar todo aquello). En esa contracción sale el cuerpo de mi bebé. La matrona lo sujeta desde atrás lo justo para pasármelo y que yo lo pueda tener ya en mi pecho entre mis brazos, podría decirse que lo acompañó suavemente hasta mí. Yo estoy eufórica. Me siento fuerte, conectada con un poder interior que desconocía que tenía.

Con sólo cinco pujos había parido (sí, yo, estaba vez había sido yo) a mi bebé a las 5:04 de la madrugada. Sonrío y lloro de emoción por verle, por la experiencia tan maravillosa, porque estamos bien más allá de lo puramente físico. Había sido sanador. Ahora le toca el turno a la placenta, ese órgano al que le estoy tan agradecida por haber cuidado de mi bebé durante estos meses. Quería recibirla de forma espontánea así que esperamos.

Me ayudan a colocarme en la camilla aún con el cordón íntegro esperando a que deje de latir. La matrona nos pregunta si queremos un nacimiento loto, pero yo no estoy cómoda así que cuando el cordón está blanco, me invita a palparlo para confirmar que no había latido y entonces le ofrece a mí marido cortarlo. Él se atreve mientras ella bromea con un "queda inaugurado" que me hace sonreír aún más. Xoel está encima de mí moviéndose muy despacio hacia el pecho. Lo hizo, fue reptando hasta llegar pero le costaba coger el pezón.

Sé que si él mamase, facilitaría la expulsión de la placenta. Pero yo no quiero interferir ya que tengo miedo que eso provoque problemas de lactancia como los que tuve con mi primer hijo, quiero respetar todo el proceso, dejar que su llegada al mundo sea a su ritmo.

Pasan unos 40 minutos y la matrona me explica que si pasa una hora está obligada a llamar al obstetra. Me informa de diferentes opciones para acelerar la expulsión y recalca que también puedo seguir esperando. Siempre desde el respeto, informándome para que yo pueda decidir libremente. Le digo que sólo quiero que me atienda ella aunque eso suponga poner oxitocina. Entonces se asoma el obstetra por la puerta para ver cómo iba la cosa y ella responde que bien y aún en tiempo. Él hace un gesto como diciendo que ella es la experta y que espera por allí fuera por si le necesitamos. La matrona decide darme diez minutos más por si acaso pero la placenta no sale. Finalmente, me suministra la oxitocina sintética mediante una inyección en el muslo izquierdo como hablamos.

Posteriormente me pide permiso para ponerme una vía e intentar tirar un poco del cordón y estar más tranquilos si aquello provocase una hemorragia. Accedo sin problema, como le digo, no quería la vía durante el expulsivo porque sabía que me iba a molestar pero ahora sólo quiero disfrutar de mi bebé y no separarme de él. La placenta sale con un poco de ayuda suya. Tras revisarla, pasa a valorarme a mí. Había tenido un pequeño desgarro que en principio no necesitaría puntos pero que al ser asimétrico me recomienda coser. Aunque me ofrece un espejo para verlo o que lo mire mi pareja, yo me fio de su criterio y le pido que lo cosa.

Lo hace con la máxima delicadeza asegurándose de que la anestesia local va haciendo efecto y así yo puedo seguir disfrutando de mi bebé que finalmente hizo su toma en el paritorio, en el que permanecimos 3 horas disfrutando de nuestro postparto inmediato.