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Nacimiento de N., Hospital Álvarez Buylla (Mieres). Julio 2012.

Era martes. Yo estaba de 41+2, fui a monitores. Ahí ya la matrona me dijo que eso lo teníamos solucionado para el jueves”. Eso era mi embarazo, supongo. ¿Por qué para el jueves? Porque el fin de semana no provocan partos ¿Por qué no para el viernes? Porque el parto se puede alargar y llegar hasta el día siguiente y el fin de semana... lo dicho. Así que, aunque los monitores daban que todo estaba bien, ella ya me anticipó la probabilidad de una inducción. Me mandaron hacer una eco y, efectivamente, nos dijeron que no lo veían claro pero que les parecía que tenía poco líquido amniótico así que tenía que ingresar esa misma tarde para provocarme el parto. Fue un golpe muy duro, yo sabía que un parto inducido tenía muchas posibilidades de acabar "mal", sabía que iba a ser medicalizado que era justo lo que quería evitar. Quería que se respetase el proceso fisiológico del cuerpo, que N. naciese cuando estuviera listo. Pero no nos atrevimos a negarnos a la inducción por el riesgo para el bebé. “Es por el peque” recuerdo que me dijo la ginecóloga cuando le puse reparos. ¿Qué pensaría? ¿que yo me quejaba porque me venía mal parir ese día?

Volvimos a casa con los nervios a tope y la moral por los suelos. Llamé a la fisio con la que hicimos preparación al parto casi llorando, le conté lo que pasaba. Me tranquilizó mucho, con ese tono de voz que da seguridad. Me aconsejó que nos lo tomáramos con calma (lo más difícil en es momento) que necesitábamos endorfinas, que nos mimásemos, que aprovechásemos las horas que teníamos para recuperar lo máximo posible la calma que tanta falta nos iba a hacer, y nos dio algunos consejos.

Conseguimos bajar de revoluciones y pasar una tarde agradable, llegamos al hospital casi contentos. No iba a ser cómo queríamos pero había que aceptarlo y llevarlo lo mejor posible. Además pronto estaría N. con nosotros.

Todo lo que habíamos conseguido en cuanto a relajación se fue rápidamente al carajo en cuanto entramos al hospital por urgencias como nos había dicho. Hicieron esperar a I. en otra sala y a mí me pasaron dentro; estuve domo media hora de un lado a otro hasta que se aclararon con los papeles. Finalmente me llevaron a monitores ya con I. Esto fue como las 20.30h. Allí estuvimos una hora. Me metieron una tira con prostaglandina a ver si con eso se iniciaba el parto a lo largo de la noche. Luego me llevaron a planta con la recomendación de que I. se fuera a dormir a casa porque lo duro iba a ser al día siguiente y me iba a hacer falta que estuviera lo más "entero" posible. Nos metimos en una sala de visitas y comimos un sandwich mientras veíamos algo en el portátil. Después I. se fue a Oviedo a dormir.

Hacia las doce de la noche empecé con contracciones regulares cada 10 minutos o así. Alegría. La cosa empezaba. Me puse el tens, pero no me aliviaba mucho. Las contracciones iban siendo cada vez más dolorosas y frecuentes. Necesitaba moverme. Mis compañerxs de habitación tuvieron mucha paciencia (una pareja con dos mellizas), no les dejé dormir mucho, no paraba quieta y a cada contracción el papá de las mellizas me abanicaba y me daba agua. Empecé a caminar por el pasillo. Le pedía a la enfermera que me pasaran a la sala de dilatación. Era muy difícil para mí tener contracciones silenciosas y allí estaba todo el mundo durmiendo o intentándolo. Me dijo que hasta que no tuviera las contracciones cada 3 minutos, nada de nada. A las 03.00h llamé a I. para pedirle que viniera. Tenía contracciones cada 5 minutos. Para entonces yo ya me retorcía de dolor. A veces cuando acababa la contracción me encontraba en el suelo a cuatro patas o agarrada a una columna. Vino la matrona, me hizo un tacto y me dijo que todavía tenía que esperar para ir a dilatación y también que "no había hecho más que empezar". Recuerdo que los cuatro que estábamos en la habitación protestamos. La matrona tenía razón pero a mí, que llevaba 5 ó 6 horas de dolor, no me pareció lo más grato de escuchar.

Intenté acordarme de lo que había aprendido en el taller de preparación al parto pero tenía la mente en blanco. I. sí que se acordaba, me hacía masajes y soportaba mis empujones con su cuerpo adaptándose a cada postura que yo ponía. Al final me acordé de algo que había dicho una amiga: la ducha. Pedí que me dejaran ducharme y eso fue el inicio de algo increíble. Creo que la mejor ducha de mi vida. El agua calentita no sólo me calmaba el dolor y a mí misma sino que la sentía por mi cuerpo de una forma que no había sentido antes. Cuando venía una contracción me colgaba de una agarradera de la pared, dolía pero era un dolor soportable, constructivo, y cuando acababa la contracción tenía un subidón eufórico tremendo, era una sensación de goce total. Me habían dicho que cuando saliera ya podía ir a dilatación pero yo ya no quería ir a ninguna parte, quería quedarme allí, quería parir allí. Inundamos el baño y creo que acabamos haciendo cola (ya eran las 8h y era la única ducha de toda la planta). Al final me sacaron obligada. Llegué a dilatación así, como de tripi, con la sensación de estar conectada con el universo entero, una ráfaga de dolor y luego ¡premio! como si a cada contracción le siguiese un movimiento de expansión, de placer, no exactamente sexual, sino placer a todos lo niveles. Cuando llegó la matrona a la sala de dilatación yo estaba con una sonrisa de oreja a oreja mirando los óculos del techo, pensando que qué bonitas son las cosas redondas. I. flipando. Y los dos muy animados. Ahí recuerdo que pensé que el parto iba a ser una experiencia increíble y estaba encantada.

Pero la matrona siguiendo el protocolo del hospital me recordó que estaba en uno. Me rompieron la bolsa, así como que no quiere la cosa. Me pusieron una vía en la muñeca y me conectaron a los monitores, me hicieron un montón de preguntas y luego un tacto. Me dijeron que iba dilatando muy bien así que por el momento me libraba de poner oxitocina ¡bien! Pero mi estado de trance se fue para no volver. Ya no me podía mover mucho porque se perdía el latido en los monitores. Así pasé el resto de la mañana, en la cama, soportando el dolor como podía.

Me hacían tactos cada poco y a eso de las 14 h viendo que la dilatación había parado decidieron enchufarme la oxitocina. Yo estaba ya muy cansada, me dio mucho bajón porque sabía que las contracciones de la oxitociana artificial no te dejan tiempo de descanso y son muy chungas de soportar. Así que pedí la anestesia epidural, desmoralizada. Un cuarto de hora más tarde el dolor se había ido. Descansé. Paz. Vimos una peli en el portátil y todo. Pero, claro, si el parto antes iba lento ahora ya no iba a ningún lado. Me subieron el nivel de oxitocina. En ese momento, yo estaba super depre. La cosa no avanzaba y estaba en la cama con un gotero puesto al brazo, las cintas de monitores en la barriga y un tubo desde la clavícula hasta la base de la espalda. Ya no éramos N. y yo, era el hospital intentado que saliera aquello. Pasaron más horas, más tactos, volvió el dolor paulatinamente. Creo que fue hacia las 19h que me hicieron un tacto y me dijeron que seguía de 4-5 cm, igual que hacía horas, empecé a llorar, me puse histérica, me ví en una situación sin salida, me sentía incapaz de seguir y al mismo tiempo sabía que no había vuelta atrás. Me imagino la desesperación de I. Supongo que lo duro en los partos es lo nuestro, lo de las mujeres pero, al mismo tiempo yo prefiero estar ahí, al menos eres la parte activa, lo que me parece difícil es aguantar a otra persona sufriendo, sabiendo que no puedes hacer nada, o muy poco. No sé, yo no lo envidio para nada. En esto llegó una ginecóloga que repitió el tacto y dijo que no esta de 4-5 cm sino de 7cm. Eso provocó 3 cosas: 1) perdí la confianza en la matrona 2) ya no me chutaron más epidural a pesar de que eso ya dolía como el demonio y 3) volví a tener esperanza.

Me dejaron darme otra ducha (se permitían 20 minutos sin monitor). Me alivió pero nada que ver con la ducha matutina. También me dejaron ir al baño y me trajeron una pelota. Yo pedía de todo y preguntaba de todo, mal, porque la matrona me contestaba con charlas de 20 minutos contándome cosas que me importaban más bien poco. No conecté para nada con ella. No entiendo cómo te puede atender el parto alguien que no conoces, que no has visto nunca antes. En un proceso así, en el que lo pones todo de ti, necesitas confiar al 100% en las personas que te acompañan y sentirte relajada. Con mi matrona, yo sólo quería que se fuera, que se fuera de allí y me dejara en paz. Que no me explicase nada más, que no me hiciese más tactos por favor. Le pedí que se callara infinidad de veces. Yo necesitaba concentrarme, replegarme sobre mí misma, olvidarme del mundo. Y allí, cuando no me pinchaban algo, sonaba un pitido, volvía la matrona o la enfermera, me decían que no me moviera. La matrona aprovechó para ir adelantando el papeleo ¡hasta me tomó las huellas digitales en medio de una contracción!

Por fin, empecé a sentir tremendas ganas de empujar. Me dijeron que aguantase. Aguanté como una hora o así (muy duro) me hicieron otro tacto más (ya había perdido la cuenta) y me dijeron que ya podía empujar. La epidural ya no me quitaba el dolor pero cada vez movía las piernas con más dificultad así que me las tuvieron que acercar para ponerme en la famosa postura del “empuja, empuja” boca arriba en la cama. Yo tenía unas ganas locas de empujar así que cuando me dieron permiso puse mi vida en ello. La matrona me felicitó, dijo que empujaba muy bien, que la cosa iba a ir rápido ¡coño! Por fin una buena noticia. Luego vino la gine; la matrona me pidió que empujara para que lo viera. Me sentí como una alumna a la que le piden que haga una demostración a alguien. No sé qué paso pero ya no me salió tan bien. La gine me dio algunos consejos. Bien por ella porque yo en las clases de preparación al parto de la Seguridad Social nunca presté atención a cómo había que empujar con epidural tan convencida estaba de que no la iba a poner. Aún así había perdido mi toque empujador. Me decían que empujara “abajo” y yo ni idea. No sabía a qué se referían. Intentaba empujar de distintas maneras a ver si alguna era la buena pero ya no notaba esas ganas tan concretas de empujar. Era todo más difuso y cada pujo me dejaba hecha polvo, sin contar que ahora no tenía apenas descanso entre contracciones. Notaba un dolor horrible y constante entre las ingles, la cabeza de N. por lo visto.

Con la dilatación de 10 cm me llevaron al paritorio. Me encontré en litotomía con cuatro personas a mi alrededor diciéndome lo de “empuja-empuja”, con la oxitocina y la epidural que ya no me hacía efecto. Si llego a tener que describir el parto que no quería tener probablemente hubiera pintado algo parecido a esto. Aunque sé que podría haber sido mucho peor, desde luego. Pero yo en ese momento estaba física y psicológicamente destrozada. Sólo quería acabar aquello. Me sentía un despojillo, había perdido mi fuerza (en sentido amplio). N. ya estaba allí me decían, solo quedaba un empujón. Cada contracción me decían que empujara con todas mis fuerzas y yo lo hacía, empujaba con TODAS mis fuerzas y luego me sentía desmayar pero con el dolor a tope. En un momento a la gine le sonó el móvil. Lo cogió y dijo que tenía para una hora. Luego me decían que no sólo no salía sino que se iba para atrás, no sé porqué no me pusieron vertical. Me hicieron la maniobra de Kristeller. No recuerdo si me pidieron permiso o no, probablemente lo hicieron. Yo me había olvidado de esta parte, me lo recordó I. unos días después. Todo en mí era dolor. N. estaba bien en cuanto a latido al menos, yo casi no podía hablar, pedía agua sacando la lengua. No entendía como nadie se podía dar cuenta de que lo que quería era agua, me hablaban todos al mismo tiempo y hablaban entre ellos y yo solo quería un agua. I. me limpiaba el sudor, no recuerdo haber mirado para él ni una vez, estaba al límite, no era capaz de respirar relajadamente entre las contracciones por el dolor y me empecé a marear, pedí anestesia, ventosa, de todo, no gritaba porque no podía. La matrona a mi lado comentaba lo bien que había empujado al principio y lo mal que lo hacía ahora ¿pero no se iba a callar nunca esa mujer? En un momento la gine me preguntó si me quería rendir ¡si me quería rendir! Eso significaba cesárea, para nosotros el peor de los escenarios posibles. Yo no podía más pero me resistía a la cesárea. Le dije que lo intentaba una vez más, ya no sé si yo misma me lo creía. Tomé todas las fuerzas que pude, animé a N., pero ya iba descompensada con las contracciones. Como me decían que tenía que ser un pujo largo pues yo empujaba aun cuando se había agotado la contracción. Desperdicié mucha energía, seguimos algunas contracciones más, yo resistiéndome a creer que la cosa iba a acabar como parecía que iba a acabar, pensando en N. que no iba a completar su viaje sino que lo iban a sacar a lo bruto y, con esa tremenda frustración, acabé aceptando la cesárea.

De repente todo se disparó, llegó un montón de gente (creo) entre ellos la anestesista a la que le susurré, porque no podía hablar, “quítame el dolor” y ella sonrió. Empezaron a quitarme cables. A mí, pasar de la silla de partos a la camilla me parecía imposible, me animaron diciéndome que una vez en la camilla me podían enchufar la anestesia, casi me tiré. En quirófano ya no podía entrar I. Me quedé “sola”. Me pusieron un gorro, me tumbaron con los brazos en cruz me pusieron electrodos (o lo que fuera) por el pecho, los brazos, pusieron una sábana vertical para que no pudiese ver la operación. Recuerdo que todo el personal, que no era poco, llevaba gorros fantasía. La anestesista era la única que hablaba conmigo, me iba explicando qué iban haciendo. Yo no paraba de hacer preguntas pero al poco me olvidaba de la respuesta y tenía que volver a preguntar. Había oído que las cesáreas eran rapidísimas pero a mí me parecía que aquello tardaba muchísimo, no sentía dolor pero sí podía sentir que hacían algo ahí abajo. Por fin, la anestesista me dijo que lo iban a sacar y que eso sí dolía un poco, no fue para tanto y enseguida oí a N. llorar, pero lo que yo quería era verlo. Me dijeron que primero lo veía el pediatra, luego yo, luego se lo enseñaban al padre y luego lo llevaban al nido mientras yo estaba en reanimación. Me pillé un cabreo de la leche. Yo sabía lo importante que era el contacto piel con piel nada más nacer, para la tranquilidad de N. y la mía y porque los bebés nacen con un reflejo de succión impresionante pero si no se ponen al pecho en las dos horas siguientes al parto luego cuesta mucho el inicio de la lactancia. Me puse a discutir, no sé con qué fuerzas, con la matrona, le dije que en otros hospitales permitían que el bebé estuviese con su madre en reanimación con un acompañante. Me dijo muy tajante que en este no. Yo que lo había elegido porque tenían fama de ser muy respetuosos en el parto. Viéndolo perdido, peleé porque al menos se lo dejaran a I. ¿por qué iba a estar solo en una cuna estando allí su padre? Me dijo que tenía que consultarlo.

Empecé a temblar no sé si por la ansiedad o por efecto de la anestesia. Desperté. Me dijeron que me habían noqueado por completo un rato. Ah, pues vale, lo que os venga bien. En fin. Yo sólo preguntaba y preguntaba si N. estaba bien. Por fin me lo trajeron. Todo abrigado con un gorrito y todo. Lo pusieron a mi lado. Yo no lo podía creer. Era precioso, con los ojos bien abiertos, me miraba tranquilo. Yo no podía cogerlo, ni siquiera tocarlo. Todavía estaba con los brazos en cruz toda cableada. Le dí la bienvenida al mundo como pude. Intentando trasmitirle todo lo que sentía con mi voz y con mi mirada. Le dije que era precioso, que le quería, que sentía mucho que hubiese sido así su llegada. Es un tópico y estoy segura de que no siempre es así, pero aquel fue un momento de amor puro, tan intenso y tan repentino que me sorprendió hasta a mí. La matrona se puso a explicarme en ese preciso momento no sé qué de la pulserita que le ponían en el tobillo, no sé de qué manera le dije que se callara pero esta vez sí que me hizo caso. Enseguida se lo llevaron. Vino I. al poco cuando ya habían acabado de coserme. En total fueron casi 2 horas (creo, porque los tiempos objetivos me bailan). Hablamos un poco, le dije que presionara para que se lo dejaran. Me llevaron a reanimación. Había experimentado la eternidad otras veces pero esta fue la eternidad más eterna de todas. Fue una hora larga, que se estiró como el chicle. Ahí vi a la gine que me había atendido. La llamé y le pregunté qué había pasado en el parto porque no lo entendía. Me dijo que había una desproporción pélvico-craneal, que el niño había cambiado la posición de la cabeza y que de esa forma no podía pasar. Yo seguía sin entender muy bien el problema, tenía la sensación de que algo había hecho mal (yo) o que no había hecho lo bastante. Ahí estaba la culpa, que no sirve de nada. Hasta dos semanas después que hablé con la fisio no conseguí entender cuál había sido el problema. Aunque las cosas fueron como fueron, una interpretación adecuada te ayuda a digerirlo y a poner las cosas en su lugar. Pero eso fue después. En ese momento yo estaba agotada, dolorida, me sentía culpable y tenía una gran ansiedad que sabía solo podía calmar de una manera: abrazando a N.

Por fin me llevaron a la habitación. Yo iba viendo techos tumbada en la cama con ruedas. El techo de reanimación, del pasillo, del ascensor, del hall, de otro pasillo... un poco más de eternidad. Cuando llegué a la habitación a las 2.30h de la mañana (N. había nacido a las doce de la noche)

ví a I. sin camiseta, haciendo el piel con piel con N.. Yo lloraba, una enfermera hizo alusión a mis hormonas y se fue. I. me puso a N. en brazos. Le día la teta. Mi mayor preocupación era que se enganchara después de tanto tiempo de separación. Sea porque hizo el piel con piel con el padre, o porque N. es un tragón o por lo que fuera, tuvimos la suerte de que fue directo, se enganchó al pezón y se puso a mamar cuando la enfermera le sacó su puñito de la boca. Noté ese primer recorrido del calostro. Intenso. Y N. la respuesta a su esfuerzo y su espera ¡alimento! Por fin. Y para mí fue como recuperar un poco ese vínculo que habíamos establecido durante 9 meses y que se había roto tan violentamente. Así nos quedamos no sé cuanto tiempo, yo me caía de sueño con él en brazos así que lo eché en la cama conmigo. La enfermera puso las barreras a la cama y una almohada por si se movía. Y ahí nos quedamos los dos, muy agustito, descansando por fin, (re) conociéndonos, yo todavía alucinada, sin creerme del todo que “aquello” hubiese salido de mi cuerpo.

Con la alegría de que N. está con nosotros, quise olvidar lo que había pasado en el parto. El embarazo fue muy bueno y con N. todo va muy bien. Pero es cierto que cuesta mucho, yo solo puedo llorar cuando me acuerdo de aquello y me da una rabia tremenda porque estoy convencida de que podía haber sido una experiencia increíble si se hubieran respetado nuestros ritmos. Pero esta sociedad es así, te mete prisa hasta para nacer. A N. le recibió un pediatra en este mundo, y lo primero que sintió fue cómo le examinaban, medían, pesaban (números, números), bañaban (qué prisa), vestían. Pasó más de una hora antes de que nadie le abrazase y más de dos horas antes de tener contacto físico conmigo. Supongo que así se pudo ir haciendo a la idea de lo frío que puede llegar a ser este mundo. De todas maneras su padre y yo llevamos 5 meses intentando que se le olvide a base de darle calorcito:-)