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Nacimiento de Indira. Hospital Santa Caterina, Salt, Girona.

Siempre tuvimos claro que queríamos que el nacimiento de nuestra hija fuera lo más natural posible, confiando en la naturaleza, en el instinto, en la capacidad del propio cuerpo de dar a luz sin interferencias. Recuerdo la cara de todos aquellos que me miraban como si estuviera loca cuando les contaba mi intención de dar a luz sin anestesia, haciéndome dudar por unos segundos de mi decisión: ahora sé que no me equivocaba. Mi hija me dio, con su nacimiento, una grandísima lección: debo confiar plenamente en el poder de mi cuerpo y de mi instinto.

Hacía dos semanas que tu padre y yo íbamos a la clínica a hacerme los registros y en todas las visitas el doctor decía lo mismo: “Si no te has puesto de parto antes, nos vemos dentro de 3 días para hacerte el siguiente registro”. El aparato de monitorización que registraba tus latidos mostraba contracciones bastante regulares y, según el doctor, podía ponerme de parto en cualquier momento. Yo no notaba dolor durante las contracciones, tan solo una ligera molestia en los riñones me acompañaba intermitentemente hacía ya varios días. Llegué a pensar que quizás tendría la suerte de tener un parto sin dolor (¡qué ilusa!). Así pues, transcurrieron dos semanas en las que yo vivía pendiente de mi cuerpo, buscando cualquier señal que mostrara que ya estabas preparada para venir con nosotros. Toda la familia y los amigos estaban expectantes y esas dos últimas semanas me pasaron muy lentamente.

El día en que naciste me desperté con ese ligero dolor de riñones e intenté contar y anotar las contracciones, llevaba varios días intentándolo pero aun no lo había conseguido ya que o no tenia claro cuando acababan o me desconcentraba con otras cosas… Aquel día, sin embargo, conseguí anotar unas cuantas en un papel y eran claramente regulares: cada 6 o 7 minutos. Después de comer decidí llamar al Hospital de Salt. Las comadronas con las que había hablado semanas antes me dijeron que era importante llamar antes de ir para confirmar si había camas libres en el hospital. La comadrona que atendió mi llamada me preguntó la frecuencia de las contracciones y me dijo que esperara un poco más pues aun no estaba de parto.

Decidí echarme en la cama pero no lograba dormirme. Me levanté, fui al baño y noté que perdía líquido, era totalmente transparente, por un momento dudé en si era flujo pero me di cuenta de que no paraba de salir y que se trataba de una cantidad considerable. Papá estaba conmigo y él también lo tuvo claro: había roto la bolsa.

Sabia que la rotura de la bolsa no significaba que el parto tuviera que ser inminente, sabía que si las aguas eran claras podía esperar más tiempo antes de ir al hospital, dudé unos segundos en decidir qué hacer, pero no podía quedarme en casa, teníamos un trayecto de 40 minutos hasta Salt y prefería salir cuanto antes. A las 17:00h subimos al coche. Durante el trayecto contábamos las contracciones, eran cada 5 minutos y empezaban a doler. Entonces recordamos con papá aquella madrugada, hacia unos ocho meses, en que abrí el test de embarazo: las instrucciones indicaban que para mejorar su efectividad debía efectuarse con el primer pipí de la mañana. Eran las 4:00h de la madrugada y me levanté para ir al baño, pensé que aquel era el momento para hacerlo. El test me confirmó lo que el corazón me llevaba diciendo hacía algunos días: ¡ya estabas aquí!. Fui corriendo a despertar a papá y se lo mostré. Eran las 4:00h de la madrugada y, abrazados en la cama, con una mezcla de alegría y miedo, no pudimos volver a conciliar el sueño.

Llegamos al hospital de Santa Caterina y entramos por urgencias, papá fue a aparcar el coche mientras yo esperaba en la pequeña sala de espera del hospital, allí no podía disimular el dolor de las contracciones y tuve que ir al baño para buscar una postura que me permitiera soportar el dolor. Cuando finalmente nos atendieron, Maria, la comadrona, me hizo un tacto y me dijo que solo estaba dilatada de 1,5cm. Maria dijo que seria mejor que nos fuéramos a dar una vuelta o que, incluso, podíamos ir a casa y volver más tarde. No podía ser. Me pusieron los monitores y en una de las contracciones tuve que ponerme de golpe de pie, qué dolor!! Era imposible aguantarlas estirada!! Finalmente Maria dijo que me sacaría sangre para hacerme una analítica y que nos fuéramos a dar una vuelta. En media hora teníamos que volver para ver los resultados y decidir si nos marchábamos a casa o no.

Salimos de la zona de la sala de partos y andamos unos 10 metros, no podía más, me senté en unas escaleras y allí nos quedamos, soportando las contracciones y esperando a que pasara la media hora. Cuando pasó y entramos en la sala de partos, le dije a Maria que sentía mucho dolor y que no creía que pudiera soportarlo mucho más tiempo. Maria al ver mi cara me animó y me dijo que claro que lo soportaría, nos hizo pasar y me hizo otro tacto, ya estaba dilatada de 5 cm!!! Había dilatado muy rápido y Maria dijo que nos íbamos a quedar. Recuerdo que miró el reloj, eran las 19:45h y dijo: “A las 20:00h es el cambio de turno, te dejo en buenas manos, te atenderán Marta y Carme, Marta es nuestra experta en partos en el agua, ha vivido un tiempo en Inglaterra y Carme es experta en partos en casa. Tranquila, antes de que acabe el día, habrá nacido tu niña”. Sus palabras me tranquilizaron, había leído relatos de partos larguísimos y yo no me veía capaz de aguantar muchas horas más ese dolor. Sin embargo, la seguridad de Maria y el haber dilatado tan rápido me hizo coger fuerzas.

Papá y yo nos quedamos solos, yo estaba sentada en la pelota de dilatación y papá me daba masajes en los riñones. Sin embargo no conseguía encontrar una posición que me permitiera aguantar con menos dolor las contracciones. Yo visualizaba la imagen de un “carabao” (así llaman a los bueyes que utilizan en Filipinas -el país de mi madre- para arar los campos de arroz y que allí son símbolo de fortaleza). “Soy un carabao, soy un carabao” me repetía interiormente. En una de las contracciones me subí de un salto a la camilla que había en la sala. En ese momento entraron Marta y Carme que se quedaron sorprendidas al verme encima de la camilla. “Nos han dicho que quieres un parto natural”, dijo Marta. Yo asentí como pude, pero les dije que no conseguía encontrar la postura adecuada durante las contracciones. Me ayudaron, me dijeron como moverme sobre la pelota de dilatación. ¡Otra contracción! “Aaaaahhhhhhhh”, gritaba yo. Carme me dijo que lo hacia muy bien pues emitiendo ese sonido con la boca bien abierta hacia que todo mi cuerpo se fuera abriendo.

Marta miró el reloj y dijo que a las 21:00h llenaría la bañera. Yo tenía muchas ganas de meterme en el agua caliente pues había leído que ayudaba mucho a soportar el dolor de las contracciones. Llegó un momento en que, sin poderlo controlar, me hice pipí encima, ¡mi cuerpo quería empujar! Marta me pidió permiso para hacerme un tacto, le dije que adelante y ya estaba dilatada de 8cm!! Llenó la bañera y me metí dentro. La verdad es que me sentí muy relajada, Marta me daba masajes con el chorro de agua caliente en los riñones, ¡qué alivio! Explicó a papá como hacerlo y así estuvimos un rato. Sin embargo, llegó un momento en que no me apetecían los masajes con el chorro y le pedí que parara. Ya no sentía dolor pero sí muchas ganas de empujar. Marta me pidió permiso para hacerme otro tacto y vio que ya estaba totalmente dilatada y que tu cabecita ya estaba a punto de salir. Nos dijo a papá y a mí que te tocáramos y en ese momento tocamos tu pelo por primera vez. Marta iba controlando el latido de tu corazón y me decía que estabas bien. Durante las contracciones me ponía de cuclillas, así podía empujar con fuerza, y al empujar, gritaba. Marta me dijo que no gritara con la boca abierta, que si me apetecía, lo hiciera, pero que llevara la voz hacia abajo, para ayudarte a salir. En una contracción salió tu cabecita, te acariciamos de nuevo, y en la siguiente contracción saliste tú solita, sin ayuda de nadie, como una campeona. Marta te cogió una vez hubiste salido y te puso encima mio: papá lloraba emocionado mientras tú levantabas tu cabecita y me mirabas con ojos de chinita.

Una vez dejó de latir el cordón umbilical, papá lo cortó y te cogió en brazos mientras esperamos a que saliera la placenta. Marta me dijo que empujara pero yo no podía, intentaba empujar pero no notaba la fuerza. Marta dijo que era normal y que intentara ponerme de pie, así lo hice, empujé como pude y la placenta salió.

Mientras tú fuiste con papá y Ana, la auxiliar, para pesarte y medirte, yo me subí a la camilla para que Marta me revisara el periné. Tenía un pequeño desgarro y me tuvo que poner unos puntos. ¡Qué largo se me hizo ese momento! Yo solo pensaba en abrazarte y tenerte conmigo. Finalmente nos estiramos en una camilla y Marta me ayudó a que te cogieras al pecho. Enseguida lo hiciste, no olvidaré nunca ese momento, las dos bien pegaditas y papá con nosotras. Finalmente nos llevaron a la habitación y allí estuvimos dos días, pegaditas todo el rato. El último día Mayte, la comadrona con la que había contactado gracias al foro CN y que unas semanas antes nos había mostrado el hospital, me enseñó como ponerte al pecho. En esos dos días no lo habíamos hecho bien y me salieron grietas muy dolorosas. Gracias a los consejos de Mayte, sin embargo, desaparecieron enseguida y hoy por hoy seguimos disfrutando de la lactancia. ¿Como es posible que haya tantas mujeres que decidan, ya antes del nacimiento de su hijo, perderse esta indescriptible experiencia?

La vuelta a casa no fue tan catastrófica como todo el mundo cuenta, la verdad es que somos muy afortunadas de tener a papá con nosotras. Él se encargó de todas las tareas de la casa para que yo pudiera dedicarme plenamente a ti.

Gracias papá, sin tu enorme entrega y dedicación nada hubiera sido tan fácil. Sabes que tus niñas te quieren muchísimo.

También quisiera dar las gracias a mi familia (natural y política) que apoyó en todo momento mi decisión de tener un parto natural sin poner en duda mi capacidad para hacerlo. Y a los ángeles que, sin esperar nada a cambio, aparecieron en nuestro camino para guiarnos y darnos todo su cariño: Montse, Ester, Mayte, María, Marta y Carme. Gracias, no os olvidaremos nunca.

Quisiera dedicar este relato a todas las mujeres que hemos luchado contracorriente para poder dar a luz confiando en nuestro cuerpo y en nuestro instinto; mujeres que hemos sido capaces de demostrar que, tras el miedo irracional al parto que existe en nuestra sociedad actual, está el poder de todas y cada una de nosotras de dar a luz. Con el nacimiento de mi hija viví la mejor experiencia de mi vida. Parí con dolor, sí, pero ese dolor me dio la mayor recompensa del mundo: recibir a mi hija, mi mayor tesoro, con la calidez y la paz que se merece.