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Mis relatos de parto

Relato de mi primer parto: Hospital Nuestra Señora del Rosario, Madrid. 2015

Era mi primer embarazo, decidí llevarlo con mi ginecólogo de toda la vida, el que me llevaba haciendo las revisiones anuales desde los 16 años. Tenía 34 y confiaba en su profesionalidad, sabía que era un buen médico y me daba tranquilidad estar en sus manos. Así que no indagué mucho más a pesar de que la clínica privada de Madrid en la que trabajaba no me gustaba mucho.

Tuve una amenaza de parto prematuro en la semana 26, con borrado del cuello uterino. Ingresé por urgencias y me pusieron dos ciclos de Atosibán para parar el parto. Desde entonces me mandaron hacer reposo y tomar medicación, pero al reducir la dosis en el séptimo mes tuve otra amenaza, con otro ingreso y un ciclo de Atosibán, por lo que me colocaron un pesario y me dijeron que tenía que hacer reposo y tomar la medicación el resto del trimestre.

El ginecólogo me comentó que a menudo luego en este tipo de embarazos hay que provocar el parto, como si de tanto pararlo ya no se pusieran en marcha por sí mismos. En la semana 37 me retiraron todas las medidas y en la 39+3 acudí a monitores. Según éstos no se podía determinar si la niña estaba bien o no porque no reaccionaba a ningún estímulo. El médico me dijo que me los repetiría a las 8 de la mañana del día siguiente pero ya en urgencias y que si seguía igual habría que inducir porque no merecía la pena correr riesgos. Y así fue, fui a monitores en la 39+4 con el mismo resultado que el día anterior. La ginecóloga que me los hizo en urgencias me dice que me lo inducen y que me prepare para unas 18 horas de parto y que me haga a la idea de que este tipo de casos suelen acabar en cesárea. Se instala el miedo en mí. No quiero una cesárea y le digo que no con la cabeza como suplicando que no sea ese el final de mi parto.

Una vez en planta me atiende una matrona que no tenía ningún tacto en su manera de tratarme, me puso gotero con oxitocina a las 14h y al poco tiempo me dijo que lo paraba y que me rompía la bolsa para ver si así se ponía en marcha. Aquella noche había soñado que las aguas eran grises, como sucias, como si hubiera un problema, así que accedí preocupada porque hubiera algo negativo, pero nunca miraron el color de las mismas. Al poco tiempo las contracciones empezaron a ser fortísimas y seguidas, lo que me hace pensar que seguía teniendo la oxitocina puesta, y que quizás sólo la bajaron. No me dejaban moverme por la habitación y tumbada en la cama el dolor era insoportable, no me daba tiempo de recuperarme entre una y otra. El cuerpo me pedía echarme hacia adelante y colocarme en cuadrupedia, pero solo podía sentarme. Tenía miedo de que entraran y me dijeran algo si me levantaba de la cama. Yo quería un parto sin epidural, pero la matrona me insistía en que me pusiese la epidural. Llegó un momento que sentía que me iba a explotar el vientre y no paraba de oír en mi cabeza a la ginecóloga de urgencias decirme que iba a estar así 18 horas. Finalmente, pedí la epidural pensando que yo no aguantaba así tantas horas. Al levantarme y caminar para ir al anestesista se me pasó el dolor y eso se quedó grabado en mi cabeza. La matrona no apareció en ningún momento, no me miró antes de ponerme la anestesia, pero sí me hizo un tacto acto seguido, en cuanto me la pusieron y me dijo que estaba de 9cm añadiendo “¿véis? es que es relajaros y que dilatéis” pero yo pensé que era imposible, acababan de pincharme. Siempre he pensado que yo ya estaba de 9 y que si me lo hubiera dicho habría sabido que no me quedaban tantas horas y me hubiera visto capaz de soportar el dolor.

Me bajaron a paritorio, dije que tenía frío, pero no me hicieron ni caso y ahí comenzó la violación. Entró un ginecólogo compañero del mío que casualmente también tenía una paciente ese día dando a luz, decidió meterse en el parto de su colega y hacer algo. En cuanto que me tumbaron pasándome de una camilla a otra este hombre, que no me caía nada bien (le conocía porque en los ingresos durante las amenazas de parto vino a verme y me hablaba con auténtica soberbia y superioridad) me dijo que iba a presionar mi vientre para ayudar. No pude hacer un solo pujo antes de que este señor comenzase a torturarme. Era tal el daño que me hacía que yo solo podía contraerme y decirle que me hacía mucho daño. De pronto allí había mucha gente. Tenía a mi marido a mi lado, a mi gine delante cómodamente sentado, éste hombre compañero suyo a mi otro lado y detrás de mi ginecólogo un ir y venir de mujeres y hombres, que se paraban cerca de mi ginecólogo a ver cómo hacía su trabajo. De pronto, varias de esas personas me gritaban que empujase “¡¡pero empuja!!” en un tono de voz que claramente implicaba que yo lo estaba haciendo fatal. Yo sólo podía responder que no podía empujar porque el ginecólogo que me estaba realizando la maniobra de Kristeller me hacía tanto daño que no podía, dije explícitamente que me hacía tanto daño que sólo podía contraerme para soportar el dolor, a lo que él mirándome con desprecio me contestó: “anda, anda, no me cuentes cuentos chinos” y siguió apretando. En otro momento se apoyó sobre la cama en la que yo estaba de modo que lo hizo sobre los tubos que estaban enganchados a mi vía (me administraban antibiótico por dar positivo en estreptococo) y le dije que me estaba tirando de la vía y volvió a responderme con mirada de “eres una quejica”. Este proceso de él apretar - varias personas gritar que empuje - y yo responder que no podía que me hacía mucho daño se repitió unas cinco veces hasta que por fin mi ginecólogo le dijo que me dejase sola. Llegados a este punto mi nivel de estrés era muy alto, me temblaba el cuerpo como si tuviera convulsiones, mi ginecólogo me ordenaba que me tranquilizase, intenté empujar dos veces pero como no sentía nada y estaba tan nerviosa no fueron pujos efectivos. Finalmente me realizó una episiotomía, que según él fue muy pequeña, y utilizó una ventosa para sacar a mi hija. Me la puso sobre el vientre y cortó el cordón. Vi como tomaba una bocanada de aire y se la llevaron para hacerle el test de Apgar y demás cosas. Mientras me cosían yo la escuchaba llorar desesperada y mi ginecólogo me dijo “para ti para siempre” como diciéndome que era un horror cómo lloraba. En cuanto la pusieron en mi vientre otra vez se calmó de inmediato, me la dieron ya vestidita con un pijama. Durante esos minutos le dije a mi marido que yo no quería tener más hijos.

Subí a la habitación con mi bebé en brazos, feliz porque no había acabado en cesárea y ella estaba bien. Nació a las 20:20h. Desde que comenzaron la inducción apenas fueron 6 horas, nada que ver con las 18 horas que me habían pronosticado. En cuanto entré a la habitación la desvestí e hicimos piel con piel. No se enganchaba correctamente y me dolía mucho, tuve grietas y en el hospital el pediatra me dijo que era buena señal que me doliera, que eso significaba que succionaba con fuerza y me recomendó usar pezoneras. Tardé dos meses en poder darle el pecho sin dolor gracias a la ayuda de una doula que contraté posteriormente.

Durante meses se me venían imágenes a la cabeza, se colaban en mi mente y me estremecía. Me sentía como si me hubiesen violado. Creo que la inducción se podría haber hecho de otra manera y que si no me hubieran asustado con el número de horas no hubiera necesitado la epidural y por tanto tampoco hubieran hecho falta la episiotomía ni la ventosa. Y por supuesto sobraba gente, sobraba la maniobra de Kristeller, los gritos, el frío, las luces, la falta de movimiento….

Ahora, cinco años después, puedo decir que aquella terrible experiencia me transformó tanto a nivel personal como profesional. Luché por la lactancia, comencé a informarme, a desaprender y aprender, a escuchar mi instinto y olvidar todo lo aprendido en mi cabeza y la forma de criar de mi alrededor. Busqué familias que criasen como yo sentía, con apego y conciencia. Reparé toda angustia del embarazo, el estrés del parto y el dolor de la vivencia mediante masajes, piel con piel, presencia (me pedí una excedencia y estuvimos juntas prácticamente 24 horas al día dos años y medio) y cuatro años de lactancia. A nivel profesional me formé y me enfoqué en acompañar mujeres durante la etapa perinatal.

Siento que he sanado esta terrible experiencia de parto con todo lo que hice después, gracias a las sesiones de hipnoparto que hice al final de mi segundo embarazo en las que volvíamos a este primer parto y, sobre todo, gracias a la experiencia de mi segundo parto.

Relato de mi segundo parto: 2020 Hospital de torrejón, Madrid. Pandemia COVID

Esta vez decidí que no me ponía en manos de nadie sin asegurarme que me iba a respetar. Me planteé también un parto en casa, sobre todo porque debido al confinamiento y la pandemia estaban separando a bebés de sus madres y dejando a las mujeres sin acompañante. Por suerte yo daba a luz en junio y para entonces dejaron de hacer esas barbaridades en muchos hospitales. Por mi trabajo como terapeuta conocía casos de bebés muertos intraparto, con parada cardíaca al nacer, etc. y la solución de llamar al 112 en tales casos, que me daban los equipos de parto en casa que consulté, no me dejaba tranquila así que finalmente decidí dar a luz en un hospital.

Para encontrar ese respeto tuve que pasar por cinco equipos médicos, algunos con mucha fama de llevar a cabo partos respetados, pero que me hablaban de kristeller y forceps o se dirigían a mí infantilizándome. El cuarto equipo me dijo que no me dejarían pasar de la semana 39 por mi diabetes gestacional, así que finalmente me cambié a un hospital público de Madrid donde me daban de margen hasta la semana 41.

Estuve varios días con contracciones pero eran irregulares y a las pocas horas cesaban. Llegó la fecha límite y no me había puesto de parto así que en la semana 41+1 fui al hospital, estaba citada a las 16h para la inducción. Pude expresarle a la matrona que me atendió mis miedos entre lágrimas y mi tristeza por el hecho de que finalmente fuese inducido. Me explicó su manera de proceder y me tranquilizó. Le dije que mi plan de parto consistía básicamente en que me escuchasen y no me hiciesen nada sin consultarme antes, y que la oxitocina sintética tendría que ser la última opción.

Me hizo un tacto con una suavidad tal que ni me enteré para ver cómo estaba y me dijo que estaba dilatada de 2cm, por lo que me propuso pinchar la bolsa para ver si marchaba por sí solo porque la niña estaba muy abajo y había posibilidades. Me explicó que normalmente sólo dejan una hora para ver si ya hay contracciones antes de empezar con la oxitocina, pero que dado que yo no quería ni oír hablar de ella pediría que me dejasen dos horas. Le pregunté si había oído hablar de la amniofagia y me respondió que sí, pero que no tenía mucha experiencia ni lo había estudiado mucho, pero que si yo quería me traían un botecito para recoger líquido y que me lo pudiera tomar. La rotura de bolsa se hizo a las 18h, con tal suavidad que no me enteré y ella misma recogió líquido para dármelo. Nos dijo que volvería en dos horas y nos dejó solos a mi pareja y a mí.

Pusimos música, sacamos unas patatas, aceitunas, agua y comenzamos a bailar. Entre los bailes de pie y los círculos en la pelota iba saliendo más líquido que iba recogiendo y tomando a pequeños sorbos durante toda la primera hora. A las 20h volvió, me dijo que estaba teniendo contracciones así que me dejaban dos horas más, hasta las 22h para ver como evolucionaba y me preguntó si tenía hambre, a lo que contesté que tenía mucha por lo que nos trajeron la cena.

Después de comer encendimos velas e incienso y seguimos solos en la habitación bailando, charlando, riendo. A las 20:30 vino la matrona a despedirse de nosotros porque se acaba su turno y a desearnos lo mejor. Hacia las 21h las contracciones eran ya muy fuertes y comenzaba a anochecer. Teníamos solo la luz de las velas, el olor del incienso y la música que yo había elegido. A las 21:30 no podía más, estaba de pie caminando y abrazándome a mi pareja, las contracciones eran muy seguidas y a veces tenía ligeras ganas de empujar, decidimos llamar a la matrona. Entró, se presentó, y me hizo un tacto, me dijo que estaba de 5cm y yo pensé que entonces aún quedaba mucho y que no aguantaba así varias horas. Ella me animó porque sabía que quería un parto sin epidural. Le dije que tenía ganas de llorar y me dijo que lo hiciera, me sentí con el permiso de expresar todo, mis miedo, mi dolor, lloré y grité todo lo que necesité… Quince minutos después le pedí la epidural porque creía que iba a estar con ese dolor varias horas más y ella me dijo que a veces la evolución era rápida y que a lo mejor no iba a tardar mucho. Se dio cuenta de que cuando el dolor era elevado se me doblaban las piernas y me propuso ponerme de rodillas sobre una colchoneta con el cuerpo apoyado en la pelota y me pareció genial. Volví a pedir la epidural y me dijo que para eso tenía que sentarme y estar quieta, y eso las dos sabíamos que era ya imposible, ni podía sentarme ni estarme quieta.

Me pidió permiso para volver a mirar y me dijo que ya estaba completa, en solo quince minutos. En esa posición, agarrando con un brazo a mi pareja y con el otro a la auxiliar, a oscuras, con la canción que yo había elegido para el expulsivo, comencé a empujar. Cada vez que yo gritaba que no podía la matrona me decía que sí podía, que lo estaba haciendo. Me dijo que podía tocar la cabeza cuando coronó y en un par de pujos más ya estaba fuera. Tenía a mi bebé sobre mi pecho a las 21:59, sólo cuatro horas después de que me pinchasen la bolsa, y sólo tras media hora de contracciones realmente dolorosas. No hizo falta ninguna intervención más, ni episiotomía. No nos separaron en ningún momento,yo misma corté el cordón cuando dejó de latir, lo poco que le hicieron se lo hicieron encima de mí o ya varias horas después. Se enganchó perfectamente al pecho y estuvimos piel con piel las 48 horas que estuvimos ingresados.

La matrona nos felicitó, nos dió las gracias por un parto así que calificó de “regalo” y nos dijo que lo habíamos hecho genial, que había controlado los pujos muy bien y a mi pareja también le felicitó por el acompañamiento. Nosotros nos sentíamos felices, habíamos logrado que la experiencia fuese lo más natural posible.