Mi parto vaginal
Me hicieron la maniobra de Hamilton un martes a las 12.00 (en la semana 41), al día siguiente a las 5 de la mañana me desperté con contracciones, leves, pero regulares, cada 20 minutos. Pasaron unas horas y tuve la sensación de que aquello ya iba para adelante. Se lo dije a mi pareja, que se iba a trabajar. Y quedé en llamarle si se iban intensificando. Mi madre estaba en la ciudad para quedarse con nuestra pequeñaja de 21 meses mientras estuviera en el hospital.
Pasé el día con contracciones, regulares y muy soportables. Comí con mi madre y con mi hija. Por la tarde, mi pareja salió antes de trabajar y vino a casa. Mi madre se fue con nuestra hija al parque y nosotros nos fuimos a dar un paseo por una zona cercana con arbolado. Había llovido y el cielo estaba gris, pero hacía calor. Era agosto. Apenas nos cruzamos a gente y cada vez que tenía una contracción separaba las piernas y apoyaba las manos sobre mis rodillas, sin agacharme. Así las pasaba mejor.
Volvimos a casa y me metí en la habitación de mi hija, con la pelota de pilates para adelante y para atrás, y concentrándome en la respiración. Me puse música, a Iseo y Dodosound. Mi pareja, hija y mi madre cenaron, pero yo preferí quedarme en la habitación, concentrada en las contracciones.
Mi hija se fue a dormir, y mi pareja se quedó conmigo. Mi madre seguía en el salón, se iba a quedar con nuestra pequeñaja por la noche. Me di una ducha, pero no resultó muy relajante. En realidad, las contracciones aún no se habían puesto divertidas. Volví a la habitación, con la música, la pelota de pilates y mi pareja mirando con la app la duración de las contracciones. Duraban un minuto y las tenía cada 5 minutos o menos, pasaron un par de horas así y dieron las 12 de la noche. Yo me sentía muy tranquila. De hecho comentamos mi pareja y yo que estaba muy tranquila, no como en el parto anterior. Jejej, es que aún no estaba en lo bueno.
Decidí ir al hospital, para ver cómo iba la cosa. Y también porque al estar mi hija y mi madre en casa, yo no me sentía muy cómoda. No quería hacer mucho ruido para no despertarles, nuestra casa es pequeña. Así que nos fuimos al hospital.
Justo antes de salir al hospital, expulsé el tapón mucoso. Tras 10 minutos en coche por la ciudad, llegamos al hospital. El traqueteo del coche hizo que las contracciones se intensificaran. Duraban más y venían en más corto espacio de tiempo.
Llegamos a urgencias del Hospital de Basurto y me metieron en boxes. Tuve una contracción y tuve que echarme al suelo. Me preguntaron si quería la epidural, dije que no. Y me pusieron una vía. Me la pusieron mal. Me tuvieron que poner otra. En esa misma habitación había otra chica con monitorización, se le veía tranquila, esperé no haberle asustado al echarme al suelo con la contracción. Me miró la ginecóloga, estaba de 4-5 centímetros. El cuello casi borrado. Vamos, que no había dilatado casi nada (cuando me hicieron la maniobra de Hamilton estaba casi de 3 centímetros).
La ginecóloga me dijo que podía irme a casa o quedarme en el hospital. Preferí quedarme. Así que vino la matrona y me llevó al paritorio, el de al lado de donde di a luz a mi primera hija. Por el camino me venían contracciones y yo abría las piernas, apoyaba las manos en las rodillas y movía la cadera de un lado a otro.
La matrona se presentó y nos hizo entrar en la habitación. Con una cama y un monitor. Me pusieron el monitor, y me trajeron una pelota de pilates y calentaron el saco de semillas que llevábamos. Me volvieron a preguntar si quería la epidural, dije que no.
Las contracciones fueron en aumento, yo en aquel momento ya no quería sentarme encima de la pelota de pilates. Estaba a un lado de la cama, y cada vez que venía una contracción apoyaba la cabeza y los brazos sobre ella, abría las piernas y movía las caderas en forma de ocho. Y para aliviar el dolor me tocaba el clítoris. Me acordé de un podcast en el que comentaban cómo el parto es un momento importante en la vida sexual de una mujer. Y como momento sexual, probé tocándome el clítoris y funcionó. Era lo único que me aliviaba el dolor. Le pedí perdón a la matrona por estar tocándome el clítoris. Me daba un poco de vergüenza, pero a la vez me daba igual. Mientras me tocaba el clítoris, hacía las respiraciones que me habían enseñado para el primer parto. Entre contracción y contracción me sentaba en la pelota de pilates y apoyaba la cabeza sobre mi pareja.
Transcurrieron un par de horas en ese estado. Apoyándome en la cama con cada contracción, y sentándome en la pelota de pilates para descansar. Mi pareja me dio algunos masajes en los lumbares. La matrona entró varias veces, pero nos dejó a nuestro aire. Yo estaba cansada y me sentía mareada. La matrona me miró la tensión y estaba bien. Me dijo que quizás era de hacer las respiraciones de forma acelerada. Intenté hacerlo más tranquila pero no lo logré. No se me quitó el mareo. Durante todo el día yo había seguido comiendo y bebiendo. De hecho comí algo de chocolate en el hospital. Cada vez eructaba más, pero no llegaba a vomitar. Me dijo la matrona que ellas tienen un dicho “parto vomitado, parto terminado”. Y así fue.
En un momento dado, cuando ya llevábamos dos horas en el hospital con contracciones, me cansé. Me tumbé en la cama. Cada vez que venía una contracción me ponía a cuatro patas, dejando la mayor parte del peso sobre el tren superior. Seguía tocándome el clítoris. En un momento dado vomité. Y las contracciones se intensificaron. Ya no valían ni las respiraciones, ni las semillas, ni el clítoris, ni nada. Yo sólo gritaba mucho, a cuatro patas encima de la camilla. No recuerdo el orden de los acontecimientos, pero sentí que había un pequeño parón en el ritmo de las contracciones.
La matrona me había dicho un par de veces, que cuando sintiera ganas de empujar lo hiciera. No me iban a mirar si estaba dilatada a no ser que yo lo pidiera, o que pasaran 4 horas del ingreso (no llegamos a ese límite). Con esas contracciones tan dolorosas yo empezaba a notar un poco de presión en el ano, pero se iba. Como que me venían unas leves ganas de hacer cacas (empujar), pero se iban. Pedí el gas de la risa, me lo trajeron. Pero pensé que suficiente tenía yo con aguantar esas contracciones, como para además andar respirando un gas. Le dije a la matrona que me dolía mucho.
Empecé a notar más ganas de empujar, y se lo dije a la matrona. Así que me animó a empezar a empujar, y eso hice. No sé cuántas veces empujé. Al principio más comedida, y luego ya más fuerte. Me puse nerviosa un par de veces. No me logré relajar. En un momento dado le dije a la matrona que no sabía cuándo tenía que empujar. Pero luego ella no me tuvo que indicar nada. A cuatro patas me metí la mano, y noté la cabeza de mi pequeñajo. En realidad era la bolsa lo que tocaba, ya que aún no se había roto. Yo empujaba y me volvía a meter la mano. Hice eso un par de veces y no sentí que bajara. Se lo dije asustada a la matrona y ella me dijo que sí, que con cada contracción el bebé iba bajando. Ya no sentía dolor, sólo empujaba cuando me venía la contracción. No recuerdo cuántas veces empujé, pero sí que el expulsivo no duró mucho. Unos 10 minutos. Recuerdo empujar una vez muy fuerte y sentir cómo me abría en canal y mi bebé se iba haciendo paso dentro de mí. La última vez que recuerdo haber empujado fue cuando ya mi pequeñajo salió, sacó media cabeza dentro de la bolsa y ahí se rompió. Recuerdo que la matrona metió la mano y manipuló algo. Y nació mi hijo, en un empujón. Me senté y me lo pusieron encima. Mi bebé venía con una mano sobre la cara y no le giraban los hombros para salir, por eso la matrona le había tenido que ayudar.
Tenía a mi pequeño encima. Yo estaba feliz y agotada. Y las piernas me temblaban muchísimo. Nahuel era una preciosidad toda cubierta de líquido y resbaladizo. No le solté. Estaba sobre mi pecho. Al ratito fue cabeceando hacia mi pecho derecho y lo succionó sin ningún problema. Qué placer fue ese momento, sentir otra vez cómo un hijo mío mamaba. Expulsé la placenta y allí nos dejaron al rato a mi pareja y a mí. Después de un rato de contemplar al pequeñajo, nos dormimos los tres.
Nos dieron el alta en el hospital en 24 horas, porque teníamos a mi pequeñaja en casa. Que vino al hospital a conocer a su hermano, le hizo caricias y la pobre se fue llorando llamando a su mamá. Al día siguiente ya estábamos con ella. Estaba muy bien cuidada por mi madre.
Me dieron un punto en uno de los labios. Según la matrona, estético. Pero tenía un par más de laceraciones, que me escocían al orinar. Tuve que ir a mi matrona, quien me recetó una crema que me alivió la molestia de forma inmediata.
Han pasado casi cuatro meses desde aquél día. Mi peque sigue mamando, creciendo mucho. El suelo pélvico lo voy trabajando y me encuentro más tranquila que en mi primer posparto. Disfrutando de este tiempo que puedo estar con mi pequeñajo y compartiéndolo en familia.