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¡Mi parto es el mejor!

Cada vez que me decían “tu parto es el mejor”, me planteaba realmente si en mi caso fue así, pues me ha costado alrededor de tres meses y medio poder sentarme a escribir qué pasó ese día, el día en el que Leo nació. Ahora, poco a poco, voy entendiendo, asimilando y sintiendo que, realmente, mi parto fue el mejor… obviamente porque nuestro hijo, LEO, es el ser más maravilloso del mundo… de mi mundo… y estoy feliz de tenerle a mi lado y de que nos haya elegido como su familia. Este es motivo más que suficiente como para considerar que ¡MI PARTO ES EL MEJOR!

Gracias a María (mi profesora de yoga) y a aquellas conversaciones previas a las clases de yoga en las que iba resolviendo mis dudas y conociendo las infinitas maneras que una mujer puede tener para ayudar a su hijo a nacer, fui teniendo cada vez más claro que deseaba que el parto ocurriera en el momento que tuviera que ser, a su ritmo… me sentía muy fuerte y confiaba en mi cuerpo como si de una máquina perfectamente engrasada se tratara.

Obviamente, para muchas personas de mi entorno, yo era una de esas mujeres “raras” que cree en su cuerpo y en su naturaleza como para engendrar y dar a luz a su hijo con tranquilidad y dejando que todo ocurra poco a poco. A veces me decían que estaba loca y que no había necesidad de sentir tanto dolor, sin embrago, yo deseaba sentir la intensidad de esos momentos previos al nacimiento de mi hijo. Por este motivo, cuando llegué al Hospital Materno Infantil de Málaga, había dilatado 8 centímetros, a pesar de ser primeriza, tras haber pasado alrededor de 12 horas en casa sintiendo cada una de las contracciones que se sucedieron una tras otra. Siempre ayudada por una buena respiración y la compañía de Javier, mi pareja, que supo estar a mi lado, en la retaguardia, con la calma y la tranquilidad que le caracteriza, ofreciéndome su hombro, sus manos y todo su Ser.

El caso es que una vez que entro en este centro hospitalario, siento que me pongo en manos de una serie de profesionales que estaban dispuestos a decidir por mí todo lo que ocurriera, sin hacerme partícipe de nada de lo que ocurrió ese día, el día en el que mi hijo nació.

La primera persona que me exploró fue un matrón en una de las consultas previas al ingreso en el hospital; este hombre se dio cuenta de que quedaba poco para tener una dilatación completa. Con cara de sorpresa me preguntó cómo lo había hecho y por qué había esperado tanto en casa y yo lloraba de la emoción por el hecho de haber sido capaz de pasar todo el trabajo de parto en casa. Miré a Javier y dije entre lágrimas: “¡lo hemos conseguido, hemos sido capaces!”. Rápidamente, este matrón, me obliga a sentarme en una silla de ruedas para llevarme al paritorio, a pesar de decirle que me dolía mucho ir sentada y que prefería ir caminando (desde casa hasta el hospital tuve que ir en la parte de atrás del coche, tumbada, Leo estaba empujando y me era imposible ir sentada). Aún así, no me lo permitieron, como pude, me senté en ella y me llevaron corriendo al paritorio. No puedo entender a qué se debió tanta prisa… con lo tranquila que llegué y lo nerviosos que se pusieron todos y eso que ¡estábamos en el hospital!

Al llegar al paritorio les facilito toda mi documentación clínica en torno al embarazo, entre ellos, mi plan de parto (el cual entregué en registro alrededor de un mes antes del día del parto). Este matrón, lo leyó y me preguntó si lo había copiado de algún sitio, yo le dije que lo había hecho yo misma en base a mis deseos y, me contestó diciendo textualmente: “esto de los planes de parto son un invento de los políticos, nosotros te trataremos lo más dignamente posible”. Tras esta respuesta y dada mi situación (a punto de dar a luz y mi hijo empujando), no pude rebatir este comentario ni tampoco su actitud. Por supuesto que este hombre no informó a sus compañeras matronas (las que me iban a asistir durante el parto) sobre cómo me hubiera gustado que me hubieran tratado. Tampoco yo les expresé lo que deseaba, me encontraba en “un estado de anestesia” y centrada en lo que me estaba ocurriendo.

Mientras esto ocurría, me tumbaron en una camilla y me pusieron las piernas en alto, como ya sabemos una postura totalmente antinatural para facilitar la salida del bebé (sin darme la posibilidad de elegir la postura más fácil y cómoda para mí). Me taparon las piernas y la barriga con unos plásticos, tremendamente desagradables y nada adecuados para la alta temperatura que se tiene en esos momentos. Seguidamente me pusieron una vía en cada brazo, me pusieron un monitor para controlar al bebé, me rompieron la bolsa de las aguas y comenzaron a decirme que empujara cada vez que tuviera una contracción tal y como ellas consideraban que debía hacerlo. No me explicaron ni avisaron de nada de esto que acabo de narrar, lo cual me parece una intrusión en el cuerpo de una mujer que desea sentir y controlar su parto, yo solamente necesitaba que me ayudaran, no que hicieran por mí aquello que me pertenecía, dar a luz a mi hijo.

Una de las matronas, llamada Toñi, me repetía constantemente: ¡no estás aprovechando las contracciones, tú hijo está sufriendo (sus pulsaciones siempre estaban dentro de lo normal en estos momentos), tienes que empujar más, así no!”. Y por esta razón, y según su parecer, empezó a meter sus dedos en mi vagina y apretarme, provocándome un fuerte dolor cada vez que lo hacía. Para que dejara de hacerlo tuve que rogarle, que me estaba haciendo daño. Hasta este momento habían pasado alrededor de 45 minutos desde que llegué al paritorio, ¡no creo que fuera mucho tiempo para dar a luz a un niño! Aún así, Toñi, decidió que necesitaba “una ayudita”, tal y como llaman a la maniobra kristeller, esa maniobra silenciosa y que nunca aparece en los informes de alta y que la OMS y otras autoridades sanitarias no recomiendan por el peligro que existe tanto para la mujer como para el bebé.

De igual manera y sin previo aviso, Encarna entró en la sala, puso los brazos en mi barriga y me apretó, provocándome el dolor físico más fuerte que jamás he tenido, no se queda satisfecha haciéndolo una sola vez que me lo repitió en dos ocasiones más a pesar de pedirle a gritos que por favor no me lo hiciera que me estaba haciendo mucho daño. Esta matrona, Encarna, una vez que terminó la tarea que le habían encomendado, salió del paritorio y no la volví a ver. Me produjo tanto dolor que no sentí a mi hijo salir, no me di cuenta de ello hasta que me lo pusieron encima, en menos de una hora nació mi hijo. Una vez amamantando a mi hijo, empecé a marearme y perdí el conocimiento. Cuando me desperté estaba rodeada del personal sanitario, lloraba de miedo por lo que me estaba ocurriendo. Se dieron cuenta, tras una hora aproximadamente de que estaba perdiendo mucha sangre, que tenía una fuerte hemorragia y decidieron que había que operarme urgentemente para pararla.

La ginecóloga que me operó nos explicó que la hemorragia se podía haber debido a la rapidez que hubo en torno al parto así como el haberme realizado la maniobra kristeller.

Paradójico me parece que mientras yo estaba en el quirófano, arrebataran a mi hijo de los brazos de su padre para llevárselo al nido e invitaran a mi pareja a marcharse a una sala de espera, a pesar de que él rogaba quedarse a su lado, no se lo permitieron. Esta situación me resulta tremendamente dramática, es impresionante que esto ocurra en la actualidad en un centro hospitalario, un recién nacido con quien mejor está es con su madre y si no puede ser, el segundo en cuestión es el padre. ¡Para nada está más protegido en una sala impersonal, llena de cunas y de extraños para el bebé!

Por supuesto que todo no queda aquí, puesto que mientras yo me encontraba en la sala de recuperación tras la intervención, a la vez que me transfundían varias bolsas de sangre, la persona encargada del nido (donde se encontraba mi hijo) llamaba por teléfono para preguntar si podía traer al bebé. ¿Os parece razonable?, obviamente me sentía totalmente indispuesta, estaba débil tras la anestesia y no me podía mover. Una vez llegué a la habitación, la persona que trajo a mi hijo me dijo: “¡este niño era el único que quedaba en el nido!”, llamándome la atención, como si yo hubiera dicho que lo llevaran allí, si mi hijo no estuvo conmigo fue porque no pude y si no estaba con su padre fue porque no lo dejaron. Desde luego que esto es el mundo al revés, lo último que necesitaba en esos momentos es que una persona desconocida me diera lecciones de moralidad, algo que, según mi experiencia, escasea en el Materno Infantil, lleno de personal acostumbrado a formas de hacer obsoletas para la época en la que vivimos. Quizá porque no les interesa que la mujer decida sobre sí misma y por este motivo nos meten miedo en relación a lo que les puede pasar a nuestros hijos. Se aprovechan de la indefensión de una mujer que está dando a luz e imponen sus normas siempre pensando en el bienestar y la comodidad de los profesionales, y nunca se ponen en el lugar de los padres y ni mucho menos en el de los niños.

Tras narrar mi experiencia, no recomiendo bajo ningún concepto que una mujer que desee tener un parto normal, lo haga en el Hospital Materno Infantil, dado que se trata de un centro hospitalario tremendamente intrusivo, anticuado y con pocas ganas de introducir nuevos protocolos avalados por la OMS; un centro hospitalario que no permite que la mujer embarazada, que conoce su cuerpo a la perfección, tome las riendas de su parto. A pesar de ello, continúan vendiendo en la prensa que están avanzando porque cuentan con una bañera, pelotas o una silla de parto, recursos que no ofrecen porque, según me comentó una de las matronas durante una visita al hospital: “¡hacer un parto en la silla de parto es tremendamente incómodo para mí y también para el padre del niño!”. Poco hay que esperar de este tipo de profesionales, que no permiten que nuevas formas de hacer y de ayudar durante un parto, se lleven a cabo.

Si no fuera porque tienes a tu hijo en tus brazos y te centras en sus necesidades y cuidados, estoy segura de que tendrían muchas más reclamaciones e incluso denuncias por negligencias médicas. ¡Por supuesto que yo les he hecho saber mi descontento y no me faltan ganas de ponerles una denuncia!. Espero que las cosas vayan cambiando y que dejen a nuevos profesionales ir introduciendo mejores formas de hacer, que vayan modificando sus protocolos y los lleven a sus paritorios, para que allí se cumplan y no solo para salir en los medios de comunicación.

Y… bueno… estoy encantada de que Leo esté en mi vida, es un lujo y todo un placer verlo crecer y evolucionar día tras día… ver su sonrisa cada mañana al despertar, el brillo de sus ojos, la suavidad de su piel, sus manos, sus pies, todo su Ser… por ello… ¡mi parto es el mejor!

Con amor,

Lucía