938

Mi experiencia positiva en el Hospital Universitario de Toledo

Comparto mi relato de parto, una experiencia muy positiva en el Hospital Universitario de Toledo gracias por un lado a la suerte, y por otro a la seguridad que me dio estar bien informada del proceso fisiológico del parto y de nuestros derechos como pacientes. El texto es muy largo porque está escrito para ella.

La noche del 12 de septiembre de 2022 nos fuimos a dormir después de haber estado terminando el móvil de papel de colores para tu habitación. Tú tenías 38 semanas y todavía pensábamos que quizá estarías en la barriga alguna semana más. Hacía calor y teníamos la ventana abierta, por la que se colaba un aire fuerte y ruidoso, que llaman vientos de la Sagra. Un par de noches atrás había habido una luna llena roja muy grande y baja, que nos había dejado una tormenta de final de verano. A las 12 menos cuarto de la noche ya estaba quedándome dormida cuando empecé a notar contracciones. Algunos días atrás en varias ocasiones las había sentido también por la noche, por lo que pensé que se trataban de las de Braxton Hicks. Pero rápidamente el dolor empezó a aumentar, podía decir que era la vez que más me había dolido. Se volvieron muy rítmicas enseguida, papá estaba a mi lado y buscaba en internet y en nuestro libro de referencia, decía que era imposible que vinieran tan rápido.

Quizá pasaron 15 minutos o media hora y las contracciones venían cada minuto o minuto y medio, en un momento dado noté cómo salía un poco de líquido de mi vagina. Entre contracciones fui al baño y comprobé que era completamente transparente, muy acuoso. Apenas salía, pensé que podía ser una pequeña fisura en la bolsa, pero en este punto aún no estaba segura de si estaba o no de parto. Me volví a tumbar en la cama porque el cuerpo me lo pedía para recibir cada contracción, que iban viniendo más y más fuertes. Los ojos cerrados todo el tiempo, la mente conectada con el dolor, atendiéndolo, aceptándolo y no luchando contra él.

De forma espontánea empecé a acompañar cada contracción con sonidos, decía “Aaaa” cada vez que venía una. Papá decía que iba todo muy rápido, que no era normal y que mejor iba a preparar lo que le faltaba de su maleta para el hospital. Yo le escuchaba pero algo dentro de mi me nublaba, ya sabía que estaba acercándome a mi trabajo de parto y mi atención estaba puesta en unos instintos que empezaban a aflorar. Me retorcía en la cama, bailaba con la contracción, decía “Aaaa” como una especie de mantra y el dolor era cada vez más intenso. Parecía que cuando venía la contracción el viento soplaba más fuerte y se colaba por la ventana, como si viniera a acompañarnos. Dentro de mi sentía que nos conectábamos con algo muy primitivo, de tierra mojada y raíces profundas, nocturno. Y de nuevo el viento entraba fuerte y ruidoso con la siguiente contracción. Papá revoloteaba por la casa buscando cosas para la maleta, entraba y salía de la habitación, yo seguía con los ojos cerrados.

Quizá eran las 3 o las 3 y media de la mañana, no me lo creía, el tiempo pasaba muy rápido. Le dije a papá que preparara la bañera. Quería bañera, había leído mucho sobre sus beneficios y estaba empeñada. Mi plan de parto empezaba por aguantar el máximo tiempo posible en casa para comenzar tranquila y dejar que todo ocurriera por sí solo, para no llegar muy pronto al hospital y evitar intervenciones innecesarias con las que no estaba de acuerdo. La bañera era para mí una manera de seguir tranquila en casa. Me metí en ella en cuanto estuvo lista y enseguida noté alivio, estaba más relajada. No duró mucho porque pronto las contracciones volvían esta vez más fuertes, quizá el agua y el calor hicieron su trabajo y ayudaron a que todo avanzara. Los sonidos que salían de mí ya no estaban en la boca, se habían bajado a la garganta y salían arrastrándose por las paredes. Ganda se asomaba por la puerta sin entender lo que pasaba, preocupada. Enseguida vino papá y me dijo que esos sonidos ya eran muy diferentes, había que ir al hospital. Eran casi las 4 de la mañana. Como pude me sequé y me vestí, pero para entonces tenía que tirarme al suelo con cada contracción. Me acordé de esa frase de “el parto te pide suelo”, qué real. Bajé las escaleras y de nuevo al suelo en el pasillo de la entrada.

Papá metía las cosas en el coche y pensé en sentarme en la pelota de pilates, pero apenas podía. Suelo, suelo, suelo. Nos metimos en el coche, papá no podía arrancar mientras me duraba la contracción. Él estaba tranquilo, aunque muy concentrado en lo que tenía que hacer. Llovía mucho e iba despacio con el coche, yo gritaba ya con mucha fuerza, el dolor era insoportable.

A las 4:15 llegamos a las Urgencias del Hospital Universitario de Toledo, llevábamos muchas cosas para ayudar a la dilatación (pelota, cintas, sábanas…), que en ese momento se volvieron completamente prescindibles. Yo no podía bajar del coche, papá fue a buscar ayuda y enseguida llegaron con una camilla. Rápidamente estaba recorriendo pasillos tumbada en la camilla, sentía que había muchas personas a mi alrededor, muchas voces, pero iba con los ojos cerrados. Seguía con mi mantra, ese “Aaaa” ya con fuerza, el celador que acompañaba mi camilla me dijo “pero no grites, que te vas a hacer daño en la garganta”. Por supuesto no le contesté y seguí con mi mantra. Papá estaba a nuestro lado. Nos llevaron a la zona de Ginecología y Obstetricia de Urgencias y me dijeron que tenía que bajar de la camilla para pasar primero a consulta, papá tenía que esperar fuera. Entré y me recibieron dos mujeres, entiendo que matrona y auxiliar porque no se presentaron, sentadas al otro lado de la mesa. Me senté yo también para explicarles el motivo de estar allí pero a duras penas podía hablar, me dio la sensación de que pensaban que exageraba. Después de que me hicieran algunas preguntas y de decirles que mi plan de parto estaba en el hospital desde hacía semanas me sentaron en la silla para explorarme, fueron amables, yo insistí en que no quería que me hicieran la maniobra de Hamilton, dije que creía que había roto aguas pero que igualmente no intervinieran más allá de la exploración para comprobar la dilatación.

Estaba muy dolorida y me costaba explicarme, pero me esforzaba por trasladarles una información que era importante para mí. La matrona me dijo que no me preocupara, que no iba a hacer ninguna maniobra. Me hizo el tacto vaginal y dijo “madre mía si estás entera”, a lo que contesté que eso qué significaba y me dijo “que está ya aquí, le puedo ver la cabeza “. - “Pero, ¿eso qué quiere decir? ¿De cuántos centímetros estoy?”, - “Cada mujer es diferente, pero si tu máximo es diez, estás de diez”. Me dieron un camisón y me dijeron que me fuera a cambiar al baño que había en esa misma consulta, me iban a pasar ya a paritorio, que en este hospital son habitaciones donde estás desde la dilatación hasta que te suben planta, individuales y con baño propio. Según me había puesto el camisón, en ese baño de la consulta sentí el primer pujo. Agarrada al lavabo me tuve que echar al suelo a empujar, de forma casi involuntaria, como una arcada hacia abajo. No sé quién de las dos, matrona o auxiliar, entró y me dijo “¡Pero no empujes!”. Esta mujer desde luego no debía saber cómo funcionan los pujos naturales.

En cuanto pude levantarme me llevaron andando al paritorio, en ese mismo pasillo, las mismas matrona y auxiliar que me habían recibido. Papá que había estado esperando pegado a la puerta de la consulta ya venía con nosotras. Para cuando entré, me venía el siguiente pujo. Me tiré al suelo agarrada a los pies de la cama, la matrona me dijo algo como “¿Pero ahí en el suelo?” y yo le contesté muy segura también algo como “Sí, dejadme que yo sé dónde”.

El dolor era muy diferente ya, no eran esos terribles pinchazos de la dilatación. Me sentía más nublada que unas horas antes, las hormonas disparadas me ayudaban a estar en una especie de trance que me hacía conectarme con la realidad de forma intermitente, sólo si me interrumpían. Me levanté del suelo en el descanso de la contracción y me subí a la cama. La matrona me dijo que me pusiera en litotomía, dije que no. Me dijo que me ponía una barra para agarrarme y hacer fuerza, dije que pusiera lo que quisiera, pero que no me iba a poner en esa posición. El cuerpo, muy sabio, me pedía estar a cuatro patas, agarrada al respaldo de la cama. Eso me permitía subir el cuerpo en el descanso del pujo y bajarlo para empujar. Le dije como pude, muy torpemente, que no quería que me cortaran ni que hicieran nada, la matrona contestó ya molesta que ella no practicaba episiotomías, que se había leído mi plan de parto y que estuviera tranquila. Me dijo que me tenía que coger una vía porque aunque no quería epidural, sí quería alumbramiento de la placenta dirigido. Igualmente por protocolo del hospital me la habrían cogido.

Ya con la vía tomada la matrona nos dijo que nos dejaba solos, que esto tardaría, que avisáramos si notaba mucha presión. Fue un poco más amable al despedirse, me acarició en la espalda y me dio ánimos, debía ser el final de su turno y ese el motivo de su poca paciencia. Serían pasadas las 4:30 h. Mi sensación era que los pujos venían cada minuto, y cuando venían eran tres seguidos. Muy rítmicos, repetían siempre el mismo patrón. En cada pujo gritaba mucho, como un animal, desde lo más hondo de mi garganta. Muy desconectada ya de la realidad, a veces papá me hacía una caricia, pero yo le pedía que me dejara tranquila, estaba demasiado concentrada y notaba que cualquier distracción me sacaba del parto. En un momento dado, agotada, me puse en litotomía para probar si esa postura me ayudaba, pero sentí automáticamente cómo el parto se frenaba. La gravedad me estaba ayudando, por lo que me volví a poner en la posición inicial.

Empecé a notar mucha presión y le dije a papá que avisara a la matrona. En ese momento llegó G, una voz joven, dulce y descansada, yo estaba de espaldas agarrada a la camilla y no la podía ver. Debía estar empezando su turno, se presentó como la matrona que nos acompañaría. Miró y comprobó que tu cabeza aún no había descendido por el canal de parto, nos explicó muy bien cómo tu cabeza iba a subir y bajar con cada contracción, aproximándose cada vez más a la salida. Dijo que tuviéramos paciencia, que al ser primeriza podía tardar más. Tenía que irse y nos pidió que avisáramos cuando notara mucha pero mucha presión.

A solos en la habitación yo seguía empujando con fuerza, era incapaz de pensar en nada, sólo actuar instintivamente como si ya lo hubiera hecho antes, como si estuviera grabado en cada célula de mi cuerpo. En algún momento me vino el pensamiento de no saber cuánto podía durar y de estar abierta a pedir la epidural, pero apenas podía permanecer nada en mi cabeza. Te sentía trabajando dentro, las dos juntas, una fuerza de vida y de muerte. Unos quince minutos después de que G. se hubiera ido empecé a notar muchísima presión, me toqué la vagina y ahí estaba tu coronilla. Como pude le dije a papá que estaba tocando tu cabeza, a lo que me contestó que no era posible. Se asomó y efectivamente ahí estabas. Muy rápido llamó a la matrona con el mando, pero al minuto salió al pasillo a gritar “¡Que nace ya!”. G. entró incrédula, sorprendida de la rapidez. Me dijo que estuviera tranquila, se colocó detrás de mí. Descansé arriba y con el siguiente pujo sentí que todo me ardía, el aro de fuego, me iba a partir por la mitad. Fueron de nuevo tres contracciones, las más intensas y poderosas, y por fin sacaste la cabeza.

Casi sin fuerzas me volví a incorporar en el respaldo, G. me dijo que no empujara, que esperara a la siguiente contracción. Al minuto de nuevo estaba empujando, esta vez con un solo pujo saliste disparada. G. te recibió y me dijo que te cogiera por entre mis piernas, yo estaba completamente atontada y no sabía ni dónde estaban mis manos. Ella me ayudó y te pasó para que yo te pudiera coger. Te agarré como pude y te puse contra mi pecho, el cordón te unía a mí, se notaba fuerte y tenso. Sentada de rodillas todavía mirando hacia el respaldo de la cama, miré a papá llorando y le dije “lo hemos hecho”. Tú y yo. Eran las 5:15 h. de la mañana del 13 de septiembre, en total unas cinco horas de parto, cuatro de dilatación en casa y apenas una en el hospital, me sentía poderosa y muy orgullosa de lo bien que trabajaste para nacer.

G. me ayudó a darme la vuelta y tumbarme, fue la primera vez que la pude ver. Qué suerte tuvimos con ella. Pequeñita, calentita y mojada llorabas sobre mi pecho. B, auxiliar que acompañaba a G, vino a ponerte un gorrito, le di las gracias pero le dije que no lo quería, me dijo que era para el frío, le dije que estabas calentita conmigo debajo de la sábana. Dijo que sólo quería hacer bien su trabajo, de nuevo le di las gracias pero insistí en que no lo necesitabas, quería que tu olor ayudara a desencadenar la lactancia.

G. nos ayudó a ponerte al pecho, aunque tú solita ya lo ibas buscando, me preocupé por si tendría ya calostro y ella no dudó en enseñarme que sí. Le pedí que no cortara el cordón, queríamos un pinzamiento tardío. Esperó hasta que dejó de latir y me lo ofreció para que yo misma lo comprobara. Nos preguntó si queríamos cortarlo nosotros y fue papá quien lo hizo. G. dirigió el alumbramiento de la placenta, fue muy rápido. Nos la enseñó después con mucho cariño, le dije “qué pequeña es” y me contestó “la casa es del tamaño del inquilino”. Me suturó con mucho cuidado los puntos del pequeño desgarro que me hice y se ofreció a tomarnos las primeras fotos de familia.

En todo momento estuviste encima de mi, piel con piel, te colocaron un pañal sin separarte de mi pecho. Sólo en el momento de tomarte la huella y ponerte la pomada oftalmológica estuviste unos minutos separada, pero a mi lado. Dos horas después nos subieron a planta, pegadita a mi. Estuvimos dos días ingresadas en el hospital, en ningún momento dejaste de estar acompañada por papá o por mí.

La primera visita de una matrona de planta fue acompañada por sus estudiantes, les explicaba que las revisiones de los bebés se hacían pegados a la madre siempre que se pudiera, “para que sea todo respetado, que llaman ahora”, les decía sin estar muy convencida de la teoría. En general todo el personal de la planta de maternidad fue correcto, aunque sí eché mucho en falta un apoyo mayor para el inicio de la lactancia, pues las tomas eran con dolor y las matronas insistían en que el agarre era bueno. Yo sabía que no era así.

Por suerte al llegar a casa pudimos contar con nuestra querida E, matrona e IBCLC, que nos acompañó en el inicio de tu lactancia materna exclusiva. 5 meses después te miro y me siento orgullosa de nuestro parto, de cómo hicimos y nos dejaron hacer. Te miro y veo a una niña fuerte y feliz.