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Mi embarazo en el Ecuador

Mi embarazo en el Ecuador

Cuando me quedé embarazada por primera vez, hace cuatro años, recién nos habíamos mudado a Ecuador. Soy holandesa, y antes mi pareja y yo vivíamos en Holanda.

Mi embarazo fue un embarazo de bajo riesgo. Sentía algunas molestias, pero nada realmente grave. Al principio tenía nauseas bastante fuertes, más tarde en el embarazo hubo una época con profundos ataques de sueño. También tuve algún desmayo cuando me sacaron sangre para hacerme pruebas de control, por bajadas de tensión. Pero, durante todo el embarazo, tuve buena salud, y el bebé también.

Hice mis averiguaciones para saber si quería dar a luz en Ecuador u Holanda.

Una de las primeras cosas que hice fue asistir a un evento organizado por la Universidad Andina de Quito, llamado Semana Mundial del Parto Respetado.

En ese evento, algunas mujeres compartieron sus historias de parto con la audiencia. Me quedé impresionada por el coraje que mostraban estas mujeres, contando de una manera tan abierta y honesta sus dolorosas historias de maltrato en el parto. Emocionada y más consciente, me puse en contacto con algunas doulas que asistieron al evento.

Hay una diferencia importante entre Holanda y Ecuador en lo que se refiere a la atención al embarazo, parto y posparto. En Holanda, durante el embarazo y el parto, es común que la obstetriz o el médico de familia orienten a la mujer embarazada durante todo el proceso. Solo se visita a un ginecólogo en caso de que tengas un embarazo de alto riesgo. En Quito, por lo general, es el ginecólogo el que atiende a las embarazadas y a los nacimientos.

Después de decidir, junto con mi pareja, dar a luz en Ecuador, empecé a buscar un ginecólogo para atender mi parto. Tuve consultas con cuatro profesionales antes de encontrar uno con quien sentí la confianza suficiente como para acompañarme en mi parto. Hubo varios motivos por los que descarté la ayuda del resto de profesionales, pero el factor común fue que no sentí que me tomaran en serio. Desde niña, estoy acostumbrada a que una consulta médica sea un encuentro en el que dos partes iguales intercambian criterios, opiniones y deciden en común. Aquí, sentí algo muy distinto.

El primer ginecólogo –la primera persona que me atendió, con quien realicé las primeras ecografías del feto– intentó quitarme confianza en mi capacidad de dar a luz naturalmente.

Me dijo: “Si yo fuera mujer, directamente planificaría una cesárea. No podría aguantar el dolor de un parto normal.” Me dejó extrañada. ¿Pero qué estaba diciendo este señor? ¡Como profesional que atiende partos, su responsabilidad es darme más confianza en mi cuerpo y mi capacidad de dar a luz naturalmente, no menos! Yo sabía que en un embarazo de bajo riesgo lo mejor (lo más saludable, con menos riesgo) es procurar que la embarazada tenga un parto normal. Me pregunté: ¿Qué está pasando aquí? ¿Este ginecólogo no sabe que lo mejor, tanto para la mujer embarazada como para el bebé, es tener un parto natural? ¿O acaso tenía alguna agenda oculta para querer conducirme hacia una cesárea?

Ahora que sé más sobre la epidemia de cesáreas que asola este país desde hace años, ya no me sorprende su comportamiento. En su momento, sí. En todo caso, nunca regresé a su consulta.

Otros profesionales tenían más empeño en levantar barreras defensivas, dictándome lo que tenía que hacer, sin mostrar interés en explicarme detalles. Para ellos, todo se reducía a tener ´confianza´ en su labor como profesionales. En el momento en que intentaba tomar cierto control sobre el proceso, se ponían a la defensiva: "No hace falta que preguntes tanto", me decían, "tienes que tener confianza" o , “Gracias por tu plan de parto, pero no hace falta que lo lea porque va a estar todo bien, tienes que tener confianza".

Yo sólo me preguntaba: ¿Cómo es posible tener confianza en alguien que no está dispuesta a responder a mis preguntas o a intercambiar ideas? ¿Acaso es posible tener confianza sin sentirme parte activa de mi propio proceso? ¿Es así como las mujeres han sido tratadas por estos profesionales?

Otro médico me dijo (después de haberme visto dos minutos): "Tú, en tu embarazo, tienes que estar feliz siempre. Si tú no estás feliz, el bebé tampoco va a estar feliz dentro de ti."

Seguí asombrada. Punto uno: esto es pura especulación de parte del médico, ese comentario no tiene ninguna base científica. Punto dos: básicamente, obligándoles a las madres a estar felices 24 horas al día, no ayuda a nadie.

Como mamá, sueles querer lo mejor para tu bebé. Por lo tanto, si crees al médico, vas a querer cumplir con su consejo por el bien del bebé, pero: ¿Cómo vas a lograr estar feliz 24 horas al día? Nadie va a lograr eso. Y yo soy una persona bastante feliz. Imagínate si hablamos, por ejemplo, de alguien con problemas emocionales. Que te digan: ´tienes que estar feliz siempre, y si no, tu bebé va a sufrir. ´ Generará un terrible sentimiento de culpa.

A la mayoría de mis otras preguntas me respondía diciendo que lo más importante es el amor. De nuevo, el mismo planteamiento: no cuestiones, no pienses por ti misma. Simplemente, confía. Deja que el médico se encargue.

Empecé a dudar si este señor quería ser mi gurú espiritual o mi médico. Y se supone que este doctor y su clínica, practicaban el parto respetado en Quito. Nunca más le volví a ver.

Yo, básicamente, quería informarme sobre las distintas posibilidades de dar a luz. Para mí, eso es algo fundamental si vas a tener un bebé. Y como no estoy en mi país, ni tengo familiaridad con la cultura local, ni la gente habla mi idioma, tener una buena información sobre lo que iba a pasar durante mi parto era aún más importante.

Pero parecía que los médicos que encontré tomaban mi necesidad de informarme como un intento de poner en cuestión su autoridad. Y justo esta reacción; de cerrarse en sí mismos, de forzarme a ´confiar´ y de negarme mi derecho de ejercer cierto control sobre el proceso, me generó muchas dudas. Ello me hizo querer investigar más.

Creo que, por eso, busqué más allá de lo que normalmente hubiera hecho. Me fui a las salas de parto para hablar con la gente que atienden ahí, para ver si su historia coincidía con la de los ginecólogos. Muchas veces, ese no fue el caso.

Por ejemplo, el ginecólogo de hospital X me había dicho que la mamá puede entrar en la sala de partos con su pareja y que después del parto el bebé se queda con la mamá. En la sala de partos me dijeron que, en la práctica, por protocolo del hospital, llevan a los bebés siempre a otro departamento después del parto y que no dejan entrar a nadie a la sala de partos, solo a la mamá.

En este punto, asustada por la incertidumbre de no saber qué es lo que iba a pasar si me ponía en manos de una institución de salud en el Ecuador, me pregunté seriamente si no sería mejor ir a Holanda a dar a luz.

Pero al final, encontré una clínica privada, pequeña. Tuve la confianza suficiente en que fomentarían un parto normal, dentro de lo posible. Respondieron mis preguntas. Estaban dispuestos a dejar entrar a mi doula y a mi pareja para acompañarme. Promovían el apego inmediato de mamá y bebé y la lactancia materna. Dejaban a las mujeres dar a luz en libre posición. Además, el sitio era tan pequeño, que no había riesgo de que me fueran a separar de mi bebé después del parto, porque no tenían a dónde llevarle.

Y, por último, disponían de un quirófano para atender cualquier emergencia, lo que también era muy importante para mí, pues no quería poner en riesgo la salud de mi bebé en caso de presentarse una situación complicada. A pesar de tener un embarazo de bajo riesgo, si se presentan complicaciones y no tienes acceso inmediato a cuidados especiales, puede ser desastroso, y personalmente no quise tomar ningún riesgo. En Holanda sí consideraría un parto en casa porque ahí puedes contar con la infrastructura para que te transladen a un hospital en muy poco tiempo.

Durante mi embarazo, parto y postparto estuve acompañada por una doula. Me ha gustado mucho su presencia. En Holanda probablemente no la hubiera buscado, porque ahí es la obstetriz la que desempeña el papel de brindar apoyo emocional como algo inherente al servicio médico que presta.

A todo esto, tengo que destacar que estoy muy agradecida por haber tenido recursos financieros y el privilegio de investigar, de forma crítica, las distintas posibilidades a mi alcance. Ello me permitió, al final, tener la libertad de elegir dónde dar a luz. Fue un momento muy importante en mi vida, y fue muy importante poder haberlo hecho a mi manera. Espero que, algún día, todas las mujeres puedan sentir lo mismo.

Es de suma importancia que las mujeres y sus parejas se informen y tengan claro lo que quieren. Y que los profesionales tomen en serio las necesidades de las mujeres durante el embarazo, parto y postparto. Brindar un ambiente adecuado para dar a luz y un trato centrada en el respeto y la ciencia va a resultar en partos con menos complicaciones, menos costosos, familias más satisfechas y madres y bebés más sanos.

Magriet Meijer

Quito, junio de 2015