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La historia de Piedad

Parto vaginal.
13 de septiembre de 2013.
Hospital 12 de Octubre.


Escribo estas palabras sin tener mucha información sobre qué debería haber esperado, buscado y encontrado por parte de los profesionales que nos acompañaron el día que N respiró por primera vez. Hace casi 10 meses. Hoy quiero terminar mi parto, quiero dar a luz en palabras a esos pensamientos y sentimientos que me ahogan, que manchan esta felicidad tan grande de tener a mi bebé conmigo.

Estoy segura de que para la mayoría de la gente mi parto fue normal y satisfactorio, hasta yo misma he intentado convencerme de ello. Pero no debe ser así cuando aún hay noches que lloro recordando ciertas cosas, cuando hoy son las 3 de la mañana y estoy escribiendo esto, cuando los recuerdos más bonitos de mi vida vienen de la mano de un amargor extraño.

No sé por dónde empezar… Disfruté de mi embarazo hasta el final, la noche antes de dar a luz me acosté como las anteriores, con la tranquilidad de quien se siente bien, y con la ilusión de quién espera algo inmenso y precioso. Empecé a tener contracciones a eso de las 2 de la mañana, y pasé la noche medio en vela, durmiendo entre contracciones mientras anotaba las horas entre un cuadernito (cosas de primeriza supongo… o no). A eso de las 8:30 me levanté de la cama, mi marido me preparó la bañera para un baño calentito, quería quedarme en casa el mayor tiempo posible, tenía la ilusión de dar a luz sin epidural pero en mi fuero interno no tenía confianza de poderlo hacer, así que pensaba que si llegaba muy dilatada al hospital evitaría que me dieran la opción y así mismo la tentación de decir que sí. Quería salvarme de mí misma. No estaba preparada para el parto, ahora soy consciente de que no había leído y no había cuestionado las posibilidades que se me ofrecían. Pero sí me sentía instintivamente preparada, siempre tuve la convicción de que iba a tener un buen parto, no tuve miedos. Llegué junto a mi marido al hospital a eso de las 10:30, según me dijeron todavía no tenía las contracciones constantes (y yo que pensaba haber aguantado bastante en casa), pero tras hacerme un tacto, la matrona de urgencias me dijo que estaba de 3 centímetros por lo que me dejaban ingresada en el hospital “-¡parece que no te alegras!¡¡ Normalmente las mujeres que vienen de 3 centímetros están bastante peor que tú!!”. Me alegré “Pues parece que empezamos bien”. Pasamos mi marido y yo a la sala de dilatación. Ya conocíamos todo puesto que habíamos visitado anteriormente el hospital. La sala era muy pequeña, ocupada en su mayor parte por la cama, con un monitor a un lado y una mesilla al otro, el aseo y una silla. Me dijeron que me tumbara y que me iban a poner una vía, la matrona se presentó y también la residente, dijeron que ellas me atenderían y me preguntaron si quería ponerme epidural. Mi respuesta no fue clara, atolondrada por una contracción solté un “no sé” que quiso sonar a “dejadme decidirlo en un rato” pero se ve que no fue así. La matrona me contestó con decisión, la que yo no supe dar “¿cómo que no sé? Sí te la ponemos, ¿no?” y dije “vale”. Creo que ese “vale” fue una carta blanca firmada, que con él cedí toda mi voluntad, mi capacidad de decisión, de imposición, de petición incluso.

Confiaba en los profesionales que me atenderían, no me había planteado que pudieran hacer las cosas de una u otra manera, pensaba que harían lo que tuvieran que hacer según las circunstancias, así nos lo habían transmitido en el curso de preparación al parto del centro de salud, y también en la visita guiada al hospital. No tuve más información que esa y lo que me habían contado de un parto las personas que conocía que habían pasado por ello. No busqué más información. Fui tonta, no me caracterizo por serlo, pero lo fui. Lo reconozco.

Seguí tumbada en la cama las siguientes horas que precedieron a la llegada de mi bebé. Conectada al monitor escuchando las constantes de mi pequeño. No recuerdo muy bien el orden de las cosas, fue todo bastante rápido. Me pusieron la epidural, dije que tenía ganas de orinar y me pusieron una cuña, como no era capaz me vaciaron la vejiga con una sonda, me hicieron un tacto, estaba de 5 centímetros, me rompieron la bolsa y me pincharon oxitocina. Todo esto fue muy rápido, me iban diciendo lo que me hacían y yo aceptaba. A las 12:45 me hicieron otro tacto y estaba de 9 centímetros, me dijeron que en un cuarto de hora venían y me ponían a empujar, que mientras fuera empujando yo sola. Así lo hice. Volvieron media hora después para decirme que se iban a comer, sin más. Sí, tampoco cuestionamos nada en ese momento, ellas sabrían… Al poco de haberse ido se perdieron las constantes de N. Otras dos enfermeras vinieron e intentaron colocarme el monitor, yo les dije que tenía muchas ganas de empujar. Me pusieron uno intrauterino, cuya marca ha quedado en la cabeza de mi bebé de por vida. Sus constantes estaban muy aceleradas. Me dijeron que las contracciones le estaban cansando y que me tenían que meter en la sonda “nosequé” para retardarlas y que descansara. Así lo hicieron, recuerdo que me dijeron que me iban a dar taquicardias con esa sustancia y las empecé a sentir de inmediato. Yo me daba cuenta de que eso no estaba bien. Insistí en que tenía muchas ganas de empujar, pero se ve que ellas no podían seguir atendiendo mi parto. Me dijeron que me tocaba esperar que llegase “mi matrona” y que me “tocaba cerrar las piernas”. Al rato volvieron mi matrona y la residente. Las constantes de N estaban muy aceleradas así que me pedían que me relajara, que transmitiera a mi bebé que iba a nacer en paz (¡¡que le transmitiera paz a mi bebé, que estaba dentro de mí con su corazoncito latiendo muy deprisa porque todo superaba sus fuerzas!! Y con el pitido taladrándome las orejas y traspasándome el corazón). Yo me intentaba concentrar por su bien, y respiraba intentando no pensar que mi bebé sufría dentro de mí, intentando ayudarle. Las contracciones se habían espaciado de forma importante y eran casi imperceptibles. Yo ya no tenía ganas de empujar. Me volvieron a meter oxitocina en la vía. Empecé a empujar guiada por la matrona, mientras me decía que no sabía empujar, que si es que no había ido al curso de preparación al parto, que no era suficiente y lo tenía que hacer mejor. Yo no tenía contracciones, mi marido pudo ver la fontanela del bebé y tocarla animado por la residente. Fue maravilloso ese momento. Me dijeron que me iban a pasar a paritorio. La matrona le dijo a la residente como si no hablase de mí conmigo delante “ahora una epi precoz”. Había decidido allí mismo que me iban a cortar, y no me lo dijo a mí. Pasé al paritorio con contracciones cada 10 min. La segunda dosis de oxitocina parece que no fue capaz de contrarrestar el efecto del “nosequé” que me habían puesto anteriormente.

En el paritorio me sentí una inútil. La matrona solo me decía que no sabía empujar, que no había ido a la preparación al parto, que iba a tener que llamar a los de los fórceps, que teníamos que darnos prisa. Yo solo pensaba que tenía que conseguirlo, que mi bebé estaba sufriendo, que yo le estaba haciendo sufrir. Las contracciones nunca volvieron, las tenía igual de espaciadas que cuando llegué al hospital, así que “me las inventaba”, simplemente cogía aire y empujaba otra vez, y lo intentaba hacer lo más seguido posible, sin ninguna coordinación con mi cuerpo.

Llamaron a otras dos enfermeras (imagino que matronas) y tras una episiotomía de no sé cuántos puntos (la matrona del centro de salud cuando le pregunté me dijo que 5 por fuera porque los de dentro no contaban), y con la ayuda de un “codo” de otra enfermera, a las 17:55 nació mi bebé lleno de meconio de pies a cabeza, me lo pusieron encima y una de las enfermeras le empezó a limpiar así sobre mí.

Así fue el mejor momento de mi vida, nos miramos y se enganchó a mi pecho mientras mi marido nos miraba orgulloso y emocionado, y yo lloraba y le pedía perdón a mi pequeño por no haberlo sabido hacer mejor, por haberle hecho sufrir tanto. Nos quedamos en la sala de dilatación haciendo piel con piel hasta que me bajó la fiebre y nos subieron a planta. Esa noche lloré mucho, recordando y pensando que no había sabido defender a mi pequeño. Me di cuenta de que habían logrado convencerme de que todo era mi culpa. Y creo que esa noche nació en mí otra mujer. Teniéndole pegadito a mi pecho empezamos otro camino, el de la lactancia, difícil y doloroso los primeros meses, pero satisfactorio ahora que con decisión y voluntad superamos todos los obstáculos. Es gracias a la experiencia con la lactancia por lo que me he hecho más consciente de que si tengo la oportunidad de dar a luz de nuevo, intentaré que sea distinto, intentaré saber lo que quiero, y exigirlo.

(Vuelvo a escribir 3 meses y medio después del día en que escribí mi relato. Estoy felizmente embarazada y tengo la esperanza de que esta vez va a ser diferente, con la ayuda y apoyo de El Parto es Nuestro).