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Historia de Soledad. Nacimiento de Martina. 17 de Febrero de 2010. Hospital Virgen del Rocío de Sevilla.

Soy enfermera y madre soltera. Llevaba meses preparándome para parir en casa. Creo que cada una debe parir donde se sienta más cómoda, más segura, y, en mi caso, esto era en mi casa rodeada de mi gente, con mis matronas a las que conozco y me conocen, las que saben mi historia y la historia de mi hija. Con mi madre. Con mi amiga que ha ido conmigo a la preparación al parto y ha vivido conmigo todo esto.

Cuando llegó el día del parto casi no me lo creía…llevaba tanto tiempo esperando ese momento. Estuve todo un día con contracciones flojitas y cuando vino mi matrona a verme por la tarde me dijo que todavía faltaba un poco. Que podía ser esa misma noche, pero también al día siguiente, que tratara de descansar.

A partir de las 11 de la noche la cosa se empezó a animar. En casa tenía una pelota para sentarme en ella durante las contracciones, y la verdad es que se hacían mucho más llevaderas. Pero llego un momento que empezaron a ponerse fuertes. Me ayudaba mucho quejarme durante las contracciones, y cuando se pasaban me sentía estupendamente. A eso de las 2 llamamos a mi amiga, que también iba a estar en el parto, y a mi matrona. Cuando llego me dijo que podía empezar a empujar cuando quisiera, que ya estaba en dilatación completa. ¡Vaya! eso si que no me lo esperaba…me dijo que me pusiera en la posición que me encontrara más cómoda. Empujé a cuatro patas, en cuclillas y tumbada de lado. Bajaron las luces. Todo el mundo hablaba bajito (aunque casi no hablaban), yo apretaba sus manos, mientras me decían palabras de ánimo y secaban mi sudor. Se sentía un momento muy especial y yo me sentí realmente fuerte y valorada. Ellas me transmitían paz y seguridad y yo sentía que podía hacerlo. Y seguí empujando.

Todo el tiempo controlaban que los latidos de mi niña siguieran bien. La ví por el espejo, estaba casi fuera, seguí intentándolo…pero llegó un momento en que mis fuerzas se estaban agotando mi niña seguía sin salir, así que decidimos ir al hospital. A pesar de que yo deseaba con todas mis fuerzas parir a mi hija en casa, ya había hecho todo lo que estaba en mi mano, y ahora tocaba recurrir a la técnica.

Llegamos al hospital..luces fuertes, tactos “sin tacto”, puertas abiertas…parece que todo el mundo tiene que dar su opinión, que si estamos locas las del parto en casa, que porqué no hemos venido antes, que ahora no nos entren las prisas…yo estoy totalmente vendida, les doy la razón en todo, sólo quiero que me ayuden a traer a mi niña al mundo de una vez….un matrono me dice que el líquido está teñido, o sea, que parece que la niña está sufriendo…me asusto…hasta este momento no había tenido miedo, estaba totalmente entregada a la fuerza de la naturaleza y me creía capaz de todo…(luego pude comprobar que el líquido no estaba teñido, que mi niña no había sufrido nada y salió fuerte y hermosa, apgar 10,…¿Por qué dijo eso el matrono?...habría que preguntárselo a él)…mi amiga estuvo hablando con el personal, diciéndoles que no les parecía el momento de juzgar, sino de actuar, pero todos tenían algo que decir…El matrono de antes se acercó para decirme que él me entendía, que él vivía en la alameda.¿?…(otra vez no se qué es lo que quería decir con esto)…

En medio de todo esto, el anestesista que me puso la epidural fue el único que hizo su trabajo en condiciones, sin juzgar, llegó, se presentó, me explicó la técnica, respetó mis contracciones y me dejó tranquila mientras las tenía, me puso el cateter epidural y la anestesia. Se lo agradecí muchísimo.

Al rato me pasan a paritorio. Me tumban en el potro y me hacen subir las piernas. La ginecóloga ni ha llegado todavía, pero yo tengo que estar así, con mis genitales expuestos mientras la gente va entrando y saliendo del paritorio como si tal cosa. Mi amiga está conmigo, apoyándome. Cuando llega la ginecóloga la hace salir del paritorio, “son las normas”, dice “en partos instrumentados no puede haber acompañantes”…mi amiga es enfermera de ese mismo hospital, le pide por favor que le deje quedarse, le explica que lleva toda la noche acompañándome, que sólo quiere cogerme la mano…la ginecóloga, bueno, o residente de primer año de ginecología, le recuerda que las normas son las normas y ya está…le pido a mi amiga que salga, sólo quiero parir, traer a mi niña al mundo…llega un ginecólogo dispuesto a hacerme un tacto mientras tengo una contracción fortísima, se lo impido con la pierna, le pido por favor que espere a que se me pase…Por fin me colocan la ventosa, oigo cómo hablan entre si los ginecólogos “corta”,”corta más”,”es que no corta bien”, estas frases se me quedarán grabadas para siempre…empujo dos veces más con todas mis fuerzas y mi niña nace fuerte y hermosa…la abrazo…por fin, por fin….empiezan a coserme…le pido que por favor me ponga un poco más de anestesia, que lo estoy notando todo, pero me dice que después de lo que he pasado eso no me puede doler. Eso dice. Bueno, a ella está claro que no le dolía nada.

Pero ahí no acaba todo. En la sala de recuperación una enfermera coge mis pechos como si fueran suyos, sin pedir permiso, los menea y los aprieta mientras yo me quedo atónita. Luego le toca el turno a mi útero, lo presiona como si no fuera parte de mi cuerpo, como la que está exprimiendo una esponja. Les comunico que he decidido no vacunar de hepatitis b a mi hija. Me he informado. Tengo mis razones. Y he decidido no hacerlo. Ella me empieza a decir que si voy a tener a la niña en una burbuja, que ella ha vacunado a sus niños, que otro compañero que no los vacunó se le pusieron malitos. No me informa de la importancia de la vacuna per se, de los medios de contagio, de las consecuencias de una hepatitis, sino que se limita a dar su opinión personal, opinión que yo, por cierto, nunca pedí…

Como madre, espero que las cosas cambien, que cuando mi hija sea mayor, si ella quiere, pueda parir en casa, o en el hospital, sin que nadie la juzgue por ello. Que su parto sí sea suyo, y sea como ella elija, y se sienta respetada y valorada en todo momento.

Como enfermera estoy avergonzada. Creo que deberíamos hacer examen a ver que trato estamos dando. Que nuestra función es cuidar, independientemente de las creencias u opiniones de la persona que tenemos delante. Que tenemos que prestar más atención a lo que le decimos a nuestros pacientes. Que tenemos que ser más respetuosos, más humanos.

Como mujer me siento ultrajada, humillada. Porque hay muchas formas de maltrato. Y ésta es uno de ellos.

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