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El nacimiento de Alicia. 2005.

El sistema me proveyó a mí de un parto sin dolor, mi hija no puede decir lo mismo de su nacimiento.

Rompí aguas en la calle, a lo grande, ¡Cómo en las películas! ¡Qué nervios! Pero no eran limpias, adiós a mi idea preconcebida de esperar en casa. Al hospital enseguida. En el hospital, nada más llegar me dijeron que me desnudara, me pusiera una bata, me tumbaron, me pusieron monitorización externa y comenzaron a perfundirme oxitocina.

Comencé a dilatar rápidamente, muy rápidamente, el monitor mostraba una contracción continuada que subía un poco más de vez en cuando, pero no hacía descansos.

A los 5cm de dilatación vino el anestesista y me puso la epidural que yo había pedido… ¡En la semana 12! (Que fue cuando me preguntaron si la quería). Vino, y no le dije que no, pero tampoco nadie me dio otra alternativa para soportar el dolor, ni moverme, ni un masaje, ni siquiera una palabra de aliento.

Acabé de dilatar, todo muy rápidamente, y comenzó el expulsivo. Se dieron cuenta de que mi niña no estaba bien rotada. Empecé a empujar. El dolor en el coxis (tengo el coxis roto y soldado en ángulo de 90º hacia delante), con epidural y todo, era muy fuerte, se lo dije a la ginecóloga, su cara cambió, se quedo blanca, ese detalle estaba en la historia (me cansé de decirlo a todo el mundo para ver si me ofrecían parir en otra postura que no fuera tumbada, pero eso no ocurrió) pero no creo que lo hubiera leído. Me dijo que no me preocupara, que bajaba el anestesista volando, otra vez ni una palabra reconfortante que me permitiera seguir sin dejarme insensibilizada… ni un “¡Ánimo, tú puedes, estás pariendo y eso duele, pero tu puedes!”… Acepté agradecida esa segunda dosis de anestesia, pensé que me iba a salvar del horrible dolor de sentir como volvía a romperse mi coxis (por su reacción me pareció que era lo que iba a ocurrir, pero no ocurrió).

El sistema me proveyó a mí de un parto sin dolor, mi hija no puede decir lo mismo de su nacimiento.

Comencé a empujar, la cabeza de mi hija salió, pero sus hombros quedaron encajados, no salían, fue un momento tenso, me echaron las piernas para atrás y tiraron de mi niña para sacarla. Su clavícula se rompió y ellas se dieron cuenta, por lo que me dijeron que la mirara rápidamente porque se la tenían que llevar.

En algún momento me hicieron la maniobra de Kristeller, no ubico muy bien cuando, y en otro momento desubicado me practicaron una episiotomía, episiotomía que tardó 8 meses y varias sesiones de fisioterapia en dejar de doler siempre que intentaba tener relaciones sexuales, para pasar a doler, aún hoy 2 años después, solo a veces… espero que algún día, mi periné mutilado deje de doler.

Mientras se llevaban a mi hija, una hemorragia en mi tomó el protagonismo del momento y la ginecóloga y la matrona comentaban que debían encontrar de donde sangraba, ¡ya!, que sangraba mucho. De esta hemorragia se derivaron 2 transfusiones de sangre y tres meses de tratamiento con hierro.

Se llevaron a mi niña, decía, le lavaron el estómago, y me la devolvieron. Me la pusieron al pecho y ese fue uno de los regalos más bonitos que me han hecho en mi vida, tan linda, tan hinchadita, tan mía… no se agarró muy bien, pero la razón no la supimos hasta unas horas después, en el lavado le laceraron el esófago, lo que probablemente le dolía al mamar y lo que la hizo vomitar sangre todo el día siguiente, su primer día de vida, día que pasó entre tubos, sondas y radiografías, separada de su padres.

Creo sinceramente que todo esto que pasó, pasó con la buena voluntad de aquellos que me atendieron, creo que hicieron conmigo “su mejor medicina”. Me trataron, nos trataron a mi, mi pareja y mi hija, de forma educada y amable; Sin embargo sus “protocolos”, su modo de actuación y los resultados fueron inadecuados, e incluso desaconsejados, como supe después…

Tras el parto y la estancia en el hospital escribí una merecida nota de agradecimiento a las bellas personas que me atendieron durante mi estancia en el hospital, que me cuidaron a mi y a mi niña, y me ayudaron con la lactancia. Y a la vez imbuida por una especie de síndrome de Estocolmo, escribí otra nota a quienes me atendieron el parto, no supe diferenciar en ese momento puérpero que mi parto no había sido respetado, que ellos habían sido amables, pero que mi parto y los protocolos que en el se siguieron no son deseables para mi ni para nadie.

Espero que mi próximo hijo nazca de otra manera, en un ambiente distinto, sin gritos, sin sustos, sin prisas y sin dolor para él y el dolor que la naturaleza tenga preparado para mí.