66

El embarazo de Yolanda

La importancia de la segunda opinión

Una ginecóloga obsesionada con mi peso que me regañaba como a una niña si superaba el kilo de más en menos de un mes –al final del embarazo, engordé nueve- me remitió al Centro Médico Velázquez, en la calle Velázquez de Madrid, para realizarme la ecografía de las 20 semanas para determinar el sexo de mi bebé y comprobar la no existencia de malformaciones. Me dieron cita en la semana 21 y media, a las ocho de la tarde.

Cuando aparecí aquel martes 13 –premonitorio- me estaba esperando mascando chicle una doctora que pagaba con el nicotinell sus ganas de marcharse a casa a las ocho (yo era su última ecografía del día) y que me decía con la mirada “otra más”. En la sala de espera, todo tipo de recordatorios, coleccionables de ecografías en 3D, pósters y pegatinas con la cara de tu bebé, un Carrefour de las ecografías del que sólo se echaban de menos los carros a la entrada para luego pasar por caja. Lo que no faltaban eran los documentos del Centro, que te obligan a firmar, eximiéndose de cualquier responsabilidad si no eran certeros en el diagnóstico, a 60 euros la consulta.

En la sala en penumbra, me tumbo y comienza la ecografía. La doctora del chicle empieza por los pies del bebé y va examinando de abajo a arriba el resto de sus órganos. Nos comunica que es una niña y sigue subiendo con el ecógrafo, pulmones, corazón….Llega a la cabeza. De repente, empezó un festival de caras raras lo suficientemente explícitas para que mi pareja y yo reparáramos en ellas.

Desaparece. Aparece con una compañera. Miran la pantalla. Cuchichean entre ellas con unas expresiones de grandilocuencia y gravedad mayores a cada minuto. No nos informan de nada hasta que preguntamos.

“Pues no visualizamos el vermis cerebeloso, una parte fundamental del cerebelo. No lo tiene y esto es gravísimo porque es un Dandy-Walker. Es gravísimo. El peor de los diagnósticos posibles”. Bajo un estado de shock en el que ya sus palabras comienzan en mi cabeza a resonar con eco, con la lejanía de creer que estás en un estado de irrealidad, más allá del sueño, en estadio de pesadilla, la compañera nos increpa: “Ahora salís de aquí y os dedicáis a buscar información en Internet”. Su despedida fue “Venid mañana a primera hora que estará la jefa de diagnóstico por imagen, para que estudie el caso”.

Una noche larga, quizá la más larga de mi vida. Aparecemos a primera hora de la mañana y la tal doctora corretea por el centro, apresurada y nerviosa, ya con cara de circunstancias y entrenada para una incómoda situación, con un guión que ella parecía tener ensayado hasta en sus diálogos. Me examina con el ecógrafo y no encuentra el cerebro y empieza a hacer bruscos movimientos aplastándome el abdomen con el ecógrafo ante la postura de la niña que se rebela. Por fin, encuentra la cabeza. Mira y remira. “Pues efectivamente esto es un Dandy Walker de libro”, concluye. Yo, que por supuesto, había buscado información en Internet, la contrarío y le pregunto por qué, excepto en la no visualización del vermis cerebeloso, otros síntomas –manifestaciones correlativas en otros órganos- no se cumplen. Ella me responde que será una variedad especial del Dandy-Walker, que estoy en el límite legal para abortar, así que me recomienda hacerlo cuanto antes y me dice que he de practicarme una serie de cariotipos fetales porque probablemente esta secuencia se repetirá en futuros embarazos y estoy imposibilitada para tener hijos.

En nuestro intento de entender las cosas, mi pareja y yo preguntamos y repreguntamos, y en su estado de nerviosismo, muy palpable, ella responde “Para no ponéroslo todo tan negro, en una ocasión ví un cerebelo como este, y luego no era nada”. Es el momento en el que todas las alarmas se disparan dentro de mí. Así nos dejan, recomendándonos que podemos buscar otras opiniones pero que la cosa está muy clara.
Una pobre chica joven recién llegada a su puesto de trabajo en el flamante Centro Médico Velázquez redacta mi informe al dictado de la doctora: “No visualización del vermis, se trata de un Dandy Walker. A ver vermis con uve y esto se escribe Dandy- W de whisky, a de Álava…” en mitad de la consulta.

Así me despedí del Centro Médico Velázquez y al día siguiente otro médico, experto en diagnóstico por imagen neonatal, en un hospital de Madrid, me coge de la mano y me dice lo primero “tranquila” y que lo que mi hija tiene es un quiste fruto de acumulación de líquido encefalorraquídeo, lo que había empujado el vermis hacia abajo. Ahí estaba pero había que buscarlo bien. A la semana, me practicaron una resonancia magnética fetal. Ni rastro ni siquiera del quiste. El embarazo ha tenido una buena evolución y pasados nueve meses, el quiste se reabsorbió.

Espero ayudar con este testimonio a cualquier mujer a la que manden a abortar o que se vea en una situación parecida.

Lo que no dejé de hacer durante esas 48 horas fue escuchar a mi cuerpo y, sobre todo, a mi hija que me decía “yo estoy bien mamá”. Desde entonces, no hemos dejado de hablar entre nosotras, incluso en nuestros silencios.

Yolanda Blázquez