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DOS SEMILLAS EN MI ÚTERO

DOS SEMILLAS EN MI ÚTERO

Me quedé embarazada el día 2 de agosto de 2017 en el primer intento. Tenía claro lo que quería. Hacía mucho tiempo que lo estaba deseando.

Supe enseguida que me había quedado embarazada. No podía ignorar las señales de mi cuerpo ni mi intuición. Mi compañero también lo sabía. Tardé unas semanas en aceptarlo, siempre había pensado que tardaría mucho en quedarme embarazada. Recuerdo pensar, también, que si la naturaleza es tan sabia, no podía haberme quedado embarazada en aquel momento: con el padre de la criatura las cosas no estaban bien, yo estaba anémica y con mucha ansiedad…. Empecé a creerme que, realmente, cuando una mujer siente el deseo de ser madre, este pasa por delante de todo.

Al cabo de unas semanas, cuando vimos que no me venía la regla, fuimos al médico de familia que me hizo un test de embarazo y corroboró que era positivo. Me dieron hora de visita con la comadrona y la ginecóloga y, en el primer minuto, al contarles que tenía un mioma bastante grande en el útero, me dijeron que aquello era un embarazo de riesgo y que, desde el primer momento, sería en el hospital de referencia de la ciudad, Hospital Josep Trueta de Girona, donde haría las visitas y todo el seguimiento. En aquel momento pensé que sería mejor porque así me controlarían más aunque también estaba un poco asustada porque me decían que el mioma me podía dar complicaciones tanto durante el embarazo como en el momento del parto. Mi pareja intentó calmarme, no había que pensar en lo peor, a lo mejor no pasaría nada de todo lo que nos habían dicho.

Durante el primer trimestre del embarazo las cosas con mi pareja no mejoraron mucho. Él estaba contento pero a la vez asustado porque sabía que no estábamos bien y no sabíamos si podríamos arreglarlo o no. Él ya tenía dos hijos de una pareja anterior cosa que complicaba bastante la situación y a la vez nos ponía en mundos muy diferentes. Para mí era el primer embarazo, muy deseado. Yo había planeado ser madre soltera cuando le conocí. Ya tenía todos los preparativos hechos cuando apareció en mi vida, me dijo que estaba perdidamente enamorado de mí y que él quería ser el padre de mi hijo. O sea que paré mi proceso de inseminación y decidí esperarlo (gestionar su separación y custodia tampoco fue fácil). Esperé dos años. Su situación era muy distinta, era su tercer hijo y además estaba desanimado porque se daba cuenta de que había dejado a su mujer para empezar una relación conmigo y las cosas no funcionaban.

Nos fuimos de viaje para alejarnos de todo y a la vez acercarnos un poco más. No funcionó. Yo seguí teniendo mucha ansiedad, todo el rato la decisión de si se quedaba o se iba estaba sobre la mesa, no me sentía nada cuidada, discutimos mucho. Me costaba mucho conectar con el embarazo y el bebé en estas circunstancias y me sentía muy culpable.

Me citaron en el hospital para la primera ecografía a mediados de octubre. Yo estaba súper contenta porque, por fin, podría visualizar que realmente estaba embarazada y que había otro ser dentro de mí. Mi pareja me acompañó. Dentro de la sala estaba la ginecóloga, la enfermera y nosotros. Me tumbaron, me pusieron el ecógrafo, lo movió un poco. Mi compañero no estaba a mi lado sino sentado cerca de la mesa donde habíamos estado hablando. Me daba la espalda (cosa que no se me ha ido nunca de la cabeza). En el hospital tienen pantallas muy grandes, se ve todo muy bien (aunque yo no identificaba nada). Se hizo un silencio, largo. La ginecóloga me miraba a mí y a la pantalla alternativamente. De repente dijo “no te lo puedo ocultar porque se ve perfectamente, ¿lo ves? (señalando la pantalla), hay dos bolsas, estabas embarazada de gemelos. Uno de los dos no ha seguido adelante, ¿ves que hay una bolsa más grande que la otra? Por el tamaño calculo que dejó de crecer a la semana 7 de embarazo. El otro bebé sigue creciendo”. Entré en shock. “¿Que quiere decir que no me lo puedes ocultar porque se ve perfectamente? ¿Es que se te había pasado por la cabeza ocultar algo así?” Sé que hacía alguna pregunta pero realmente no estaba allí. Miro a la pantalla, dos bolsas, sí, las veo, una pequeña, una grande. Miro a mi compañero, sigue de espaldas, resopla aliviado. RESOPLA ALIVIADO! (eso tampoco lo he olvidado nunca). Se gira y me mira, no se levanta, no se acerca, no me toca, no me habla, no pregunta. La ginecóloga sigue hablando, responde a mis preguntas y añade sus “frases flecha”: “no tienes que hacer nada, es más común de lo que parece, en realidad es lo mejor porque los embarazos múltiples siempre tienen más riesgo, se desintegrará y tu cuerpo lo absorberá, a veces se quedan restos enganchados en el otro gemelo” (yo flipando, claro ¿pero qué me está diciendo?). Mucha información. La enfermera apuntaba. Nadie me atendió a mi.

A la salida del hospital nos sentamos en un parque cercano. Yo solo tenía preguntas a las que el padre de mis hijos no podía responder. Él estaba tranquilo. Enseguida lo integró como “era lo mejor”. Yo me iba repitiendo las famosas “frases flecha” para ver si llegaba a creerlas pero algo en mí no estaba bien.

Nunca pude hacerme a la idea de que llevaba gemelos porque cuando lo supe uno ya no estaba. No tuve sangrado. Aparentemente no pasó nada. A la próxima ecografía ya no estaba. Ningún profesional me volvió a hablar de él ni tampoco me preguntó como estaba al respecto.

A partir de entonces empezó algo que identifiqué después: tenía miedo. Me di cuenta de que el útero es un espacio muy seguro pero a la vez muy vulnerable. No quería que mi otro bebé se fuera también. Me sentía culpable porque pensaba que eran mis ataques de ansiedad lo que lo habían matado. Pedía perdón a mi bebé sano a diario. Le decía que ya sabía que pasaban cosas que no le iban bien pero que, por favor, no se fuera. Le mandaba mensajes de amor, le decía que la quería, que quería que viniese con nosotros… Esto para mí se convirtió en normal, hasta meses después del parto. Poco a poco fui dejando a un lado la figura del gemelo de mi hija. No pensaba mucho en él porque solo estaba pendiente de mi hija sana y de mi miedo a perderla.

Una vez nació mi hija tuve durante varios meses la sensación de que aquello era transitorio, de que también se marcharía. Me costaba crear vínculo con ella porque pensaba que no estaría mucho tiempo con nosotros. Era muy desagradable.

Y cuando, por fin, empecé a dar forma a la idea que se quedaría con nosotros y que no tenía que sufrir todo el rato, apareció otra vez la figura de su gemelo. Entonces me di cuenta de lo que realmente había perdido. Entonces me di cuenta de que no era solo un feto de 7 semanas sino que era un niño con todo el potencial que tenía mi hija, que me hubiera despertado tanto amor como ella. Veía mi pérdida a diario, cuando miraba a mi hija. Y entonces empecé a pasarlo mal, entonces empezó todo el duelo. De vez en cuando me daba la sensación de que lo podía ver al lado de mi hija o el corazón me daba un vuelco cada vez que veía gemelos por la calle.

Hice todo el proceso de duelo sola. Fue duro. El padre de mis hijos me dejó cuando la niña tenía ocho meses. A parte del día del hospital, nunca más me ha preguntado por el gemelo ni por como estoy en relación a esto. Desde este momento en el que lo escribo han pasado 3 años y medio. Noto que le puedo perdonar todo, menos esto. Sus hermanos por parte de

padre aún no tienen conocimiento de esto. Mi familia decía que no tenía que hablar de eso. Mis amigas no sabían muy bien qué decir. Había gente que hacía como que no me había escuchado.

De hecho es mentira que lo pasé sola, lo pasé con mi hija, porque ella también había perdido a alguien muy importante en su vida. Conscientemente di un espacio a su duelo, a su pérdida, a lo que pudiese sentir.

Leí libros, hablé con gente, escribí mucho, lloré mucho, compartí con mi hija, pinté. No conseguía dejarlo ir del todo.

Un día hice un ritual. Fui al lado del río y, debajo de un gran árbol, lo enterré. Enterré todo aquello que “era él”, lo poco que tenía. Allí está. Puedo ir a verlo siempre que quiera.

He podido darle las gracias por haber venido, por haber acompañado a mi hija aunque fuera por poco tiempo. Lo he querido y lo he echado de menos. Le he podido dar las gracias también por haberse ido. Fue doloroso. Gracias a esto tengo a una hija que está completamente sana (no sé si mi útero hubiese aguantado gemelos y un mioma gigante).

No llegó a tener nombre aunque, aún hoy, me pregunto cómo se llama. Tengo la única foto que tenemos de él (ya sin vida), junto a su hermana. Siempre intuí que era un varón.

En la actualidad ya digo en voz alta cuando me preguntan “he tenido dos hijos, uno murió, la otra está viva”.