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MI PARTO EN TOLEDO

Este era mi segundo embarazo y no quería que ocurriera como en el primero en el que no me informé sobre el parto. Durante mi primer embarazo pensaba que en el hospital se trataría el parto de la mejor forma posible. Yo salí del hospital pensando que mi parto había sido fenomenal porque había sido corto, ya que me habían puesto oxitocina para acortar el proceso y tras varias horas de horribles contracciones me habían puesto la epidural para que el dolor cesara. Y como en el último momento yo no era capaz de empujar para que mi bebé saliera me hicieron un corte y la matrona se subió sobre mi tripa y empujó para que saliera. Pero según pasaban los meses y recordando el parto notaba que algo no me cuadraba. Yo había pasado un embarazo estupendo y llena de alegría. De hecho estuve trabajando hasta poco antes de dar a luz porque me sentía bien. No entendía porque cuando entré en el hospital, contenta y radiante porque veía que ya iba a poder al fin ver la cara de mi bebé, me convertí en una enferma con cables, entubada y que los demás tuvieran que parir por mi.

No sé como empecé a ser consciente de lo que había ocurrido. Tal vez fué en algún foro de lactancia donde se hablaba de partos o yo buscando información que llegué a la página web de El parto es Nuestro. Sí recuerdo mis lágrimas frente al ordenador al darme cuenta de lo que me habían hecho. Conocer que era Kristeller, la episotomía y la oxitocina sintética. Éstas y otras más cosas dentro del protocolo que me habían convertido en una enferma y me había robado mi parto.

Así que durante este segundo embarazo leí mucho y me informé todo lo que pude. Quería tener mi parto natural, vivir la experiencia de parir yo a mi hija y lo que más me llamaba la atención era el poder parir en una postura diferente a estar tumbada.

El día antes de cumplir las 41 semanas, alrededor de las 23:00 empezaron las contracciones suaves y espaciadas. Por la mañana, mientras me daba una ducha había sentido unas leves contracciones, pero cesaron en seguida. En el salón de mi casa, me puse con la pelota a hacer movimientos de la pelvis y música suave. Pero me molestaba el sonido, la luz y me sentía con ganas de dormir. Me fuí a la cama y me tumbé de lado, allí estuve entre dormida y despierta hasta la una que ya las contracciones eran muy seguidas y fuertes. Preparé todo para irme al hospital, donde llegué a eso de las 2:00. Allí ingresé con algo de miedo, con ganas de tener un parto natural pero dudando sobre si sería capaz de hacerlo. Me preguntaron si quería epidural y dije que quería intentarlo sin ella, pero que no estaba segura. Pregunté si tenía pelota y dije que quería moverme. Me trajeron una pelota, con forma de cilindro en la que yo estaba sentada en cuclillas y me movía de un lado a otro. La puse junto a la cama y apoyé los brazos y la cabeza sobre la cama. Si sentía ganas de dormir apoyaba la cabeza y echaba una cabezada de unos minutos y cuando venían las contracciones me movía y levantaba. Pedí un par de veces ir al baño. (Tenía que avisar porque como tenía los cables del monitor me los tenían que quitar). Así las contracciones empezaron a ser cada vez más intensas. Empecé a sentir que no podía, que no era capaz. Canté, lloré, reí, bailé. Me puse en todas las posturas que se me ocurrían. Me acordé de que mi profesora de yoga me había dicho que me mandaría sus fuerzas, mi niña está conmigo y me venían a la mente imágenes de leones en la sabana. Pero me derrumbé, me dije no puedo, no soy lo suficientemente fuerte, soy una fracasada. Mi marido me daba masajes en la espalda y me intentaba animar. Finalmente pedí que me pusieran la epidural.

Mientras esperábamos a que vinieran para ponerme la anestesia, tuve una contracción en la que estaba en cuclillas, sentada en la pelota y mi marido se puso detrás de mi y apoyé mi espalda sobre él. Lo hizo así porque como ya me movía tanto, las cintas del monitor no se mantenían y la matrona estaba delante de mi sujetando el aparato que detecta el latido del bebé. Así noté que dolía menos y que algo avanzaba. Fueron así dos contracciones. Llegó la anestesista, me dijo que me sentara en la cama y que no me moviese mientras me la ponían. De pronto llegó una contracción en la que me dieron ganas de empujar y ya no dolía. De pronto vino otra contracción en la que ya no empujaba yo, sino que notaba que mi niña empujaba sola.

Me dijeron que no empujara y que aún no habían terminado con la anestesia, por lo que no me podía mover. Me dijeron que si empujaba no me podían poner la epidural. De pronto noté que salía la cabeza y grité. ¡Qué se sale la cabeza! Me dijeron, no puede ser, quédate quieta para que puedan ponerte la anestesia. Pero noté que salía la cabeza y volví a gritar ¡Qué se sale la cabeza!. Me dijeron, vamos a ver, túmbate y me dijo la matrona "Si. Pues nada, sin epidural como tu querías!. Túmbate". Yo dije.: "no, quiero estar de rodillas". Me puse de rodillas en la cama, con las manos en la almohada y empujé, me vino a la mente la imagen de un gato que al levantarse se estira y me estiré como un gato. Noté como bajaba mi bebé y como salía la cabeza. Me toqué entre las piernas y noté como un balón húmedo. Pregunté ¿qué es lo que tengo aquí? y me dijo la matrona "tu niña". Toqué la cabeza y grité de alegría "quiero verla, quiero verla". Me tumbé de lado y mientras mi marido me sujetaba la pierna que queda en el aire flexionada de otro empujón salió todo el cuerpo y yo misma la agarré con mis manos y la puse sobre mi pecho. Ha sido una experiencia mágica y nunca jamás hubiera pensado que pudiera ser tan bonito. Me quedo con la espinita de no haber recibido el apoyo y ayuda emocional que me hubiera gustado recibir de mi matrona, pero con la fuerza que me dá el haber sido capaz de parir yo.