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La historia de Alexandra, el nacimiento de Sara

El mismo día que cumplía las 40 semanas, me puse de parto, y mi hija nació a las 23h de ese día.

Es cierto que esa noche cuando me fui a la cama me notaba un poco rara, como si tuviera molestias intestinales, pero no suponía lo que estaba por venir. Me fui a dormir y a las 4 de la mañana me desperté con algo de diarrea.

En ese momento me di cuenta de que también tenía contracciones cada 5 minutos. Contracciones que eran totalmente distintas a las que yo conocía de Braxton Hicks. Me dí cuenta en ese momento de que mi niña estaba avisandome de su próxima llegada.

En torno a las 6 de la mañana rompí aguas. Hasta entonces había seguido en la cama, pues las contracciones eran de una intensidad aguantable, pero a partir de este momento decidí levantarme y buscar postura en la pelota de pilates. También aproveché a desayunar un zumo y una magdalena, me moría de hambre!

Y avisé a mi marido de que estaba de parto, que seguía dormido, a eso de las 7 de la mañana. Tenía claro que el tenía que descansar pues el día iba a ser duro. Sabéis los mecánicos de F1 cuando cambian las ruedas de los coches? Pues lo mismo tardó en levantarse y vestirse mientras yo le decía que no tuviera prisa, que aún no ibamos a ir al hospital.

A las 9, mi marido bajó a la panadería a comprarme croissants para que comiera, la matrona que había llevado mi embarazo nos había dicho que era importante que me hidratase y comiera durante el parto, pues no se puede subir al Everest sin hacer acopio de energía. Y él se lo tomó al pie de la letra. Y yo me comí un par de croissants que me supieron a gloria, seguía teniendo hambre, y me resultaba curioso.

Entre paseos y la pelota de pilates, y después de cambiarme de compresa y ropa interior unas 7 veces desde que había roto aguas, llegaron las 12 del mediodía, y para entonces, ya llevaba una hora con contracciones cada 3 minutos exactos, y de un minuto de duración. Mi matrona nos había recomendado esperar hasta entonces para ir al hospital, y fue entonces cuando fuimos.

Llegué a la Residencia Cantabria, la maternidad del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla de Santander a eso de las 12.30. Me recibieron en partos. Efectivamente, la bolsa estaba rota y yo aún tenía 2cm dilatados y el cuello borrandose. Me dejan ingresada en prepartos. Me hacen un PT que efectivamente muestra mis contracciones cada 3 minutos. Como era la hora de comer, me dan de comer puré de patata, pescado y fruta e insisten en la importancia de que me lo coma todo.

A las 4 de la tarde me pasan a partos con parto activo, 4cm dilatados. Imposibe mantenerme tumbada en la cama durante el trayecto de prepartos a partos, que vino a durar minuto y medio, por lo que me tengo que sentar en la cama. Hasta entonces las contracciones eran tan dolorosas como una regla, pues mis reglas siempre han sido bastante fastidiosas. Pero a partir de aquí la cosa empezó a ser más dura. Me recibe en partos una residente de matrona muy maja, que se quedaría conmigo junto a la matrona titular hasta el cambio de turno a las 8 de la tarde. Se notaba que habían leido mi plan de parto, lo cual me alegraba entonces y también ahora viendolo con perspectiva.

Procuraron que no me faltase nada de lo que necesitara, calor para la espalda con un saquito de semillas, agua para beber, palabras para darme ánimos como "lo estás haciendo muy bien", masajes en los riñones que me dieron tanto ellas como mi marido... La verdad es que estuvieron todo el tiempo conmigo al pie del cañón, lo cual se que es muy dificil en un hospital público, pero lo agradezco en el alma. La residente de matrona estaba así como alucinando de ver a una parturienta que no quería epidural, y recuerdo que comentaron que allí eramos pocas las "valientes" que queríamos experimentar un parto de verdad. Y supieron hacer que yo me viniera arriba y que si en algún momento en lo más profundo de mi mente tenía dudas de si estaba realmente loca por querer sufrir de esa manera gratuitamente, siempre tenían unas palabras para que volviera a la realidad de mi deseo de ser un animal mamifero de parto.

Con cada contracción me era imposible reprimir los sonidos que salian de mi garganta en el punto álgido. Y en torno a las 7 de la tarde (más o menos, por que perdí la noción del tiempo desde que me llevaron a partos) también me era imposible reprimir los pujos. Mi cuerpo simplemente empujaba con fuerza con cada contracción, lo quisiera yo, o no.

Y hasta los 9cm de dilatación había ido de libro. Una primípara que dilata a 1cm por hora, va todo genial. Pero la niña se presentaba de cara, lo que hacía que no descendiera y no conseguíamos avanzar. Me recomendaron las matronas que me pusiera de rodillas en la cama, abrazandome a la cabecera para poder sobrellevar mejor el dolor de las contracciones. Y al cabo de una o dos horas así, la niña se había colocado en la posición en la que tenía que estar. Pero me quedaba un reborde cervical que no acababa de borrarse, y es que todo no podía ser perfecto. A algo más de las 10 de la noche me hizo la matrona un tacto y aprovechando una contracción, consiguió hacer que la cabeza sortease ese reborde cervical y de repente... me dice mi marido que ya le ve la cabecita. Y la matrona me dice que se va a preparar el paritorio, y en tan solo 1 minuto, allí estabamos, en el paritorio.

Me preguntaron en que posición quería parir, así que me colocaron la mesa de partos de manera que yo quedase como sentada y mi marido junto a la matrona para poder verlo todo . Y en tan solo 2 contracciónes ya estaba notando el aro de fuego. Para mi eso ha sido lo más doloroso de todo el parto, el aro de fuego. Más doloroso incluso que todas las contracciones.

La matrona se curró mucho el intentar que mi periné no resultase dañado con un desgarro ya que yo había dicho expresamente que me negaba a una episiotomía, por lo que fue dilatandolo poquito a poco mientras la cabeza iba avanzando. Me dijo que se notaba que habíamos hecho masaje perineal durante el embarazo. Al final, tuve un desgarro de primer grado que se saldó con un punto de sutura en la piel, lo cual no está nada mal teniendo en cuenta que mi pequeña pesó 4kg al nacer.

De repente y tras un pujo que se me hizo eterno, tenía a mi niña encima de mi. Calentita, húmeda, cubierta de vermix, mirandome con unos ojos enormes. Y jamás en la vida podré explicar con palabras todo lo que se me pasó por la cabeza en ese momento. Simplemente me quedé sin palabras. Y cada vez que recuerdo ese momento se me llenan los ojos de lágrimas de felicidad, me emociono recordándolo. No podía dejar de tocarla, de mirarla, de besarla. Yo me sentía eufórica, poderosa, capaz de todo. Y me sentía genial fisicamente, todo el dolor se había pasado, de hecho, desde entonces, el único dolor que recuerdo con claridad es el del aro de fuego, todo el dolor de las contracciones se ha borrado de mi mente. Qué curioso me resulta, nunca me había creído lo de que el dolor del parto se olvida, hasta que lo viví. Y qué cierto es, que a partir de entonces hasta me reía y bromeaba con las matronas en el paritorio.

Y estando en mi nube mi marido cortó el cordón después de que hubiera dejado de latir. Un momento después la matrona me dijo que pujase para alumbrar la placenta, a la que no noté ni salir, pero allí estaba de repente sobre la mesa. Enorme, redondita, maravillosa.

Mi marido y yo estabamos alucinando viendo a nuestra pequeña, que se enganchó a mi teta allí mismo y a la que solo solté cuando me pasaron a mi cama, que entonces la cogió mi marido para ponerle un pañal, y ya en mi cama seguimos en contacto piel con piel las dos.

Incluso el puerperio está siendo magnifico, ni un dolor, ni un paracetamol me ha hecho falta de todos los que me ofrecieron en el hospital. La niña se ha adaptado fenomenal a la lactancia, sólo veo ventajas a haber rechazado el uso de oxitocina y epidural.

Jamás imaginé que pudiera sentirme tan grande, poderosa y empoderada después de vivir esta experiencia. No tengo ninguna duda, de que si algún día vuelvo a tener otro hijo, repetiría todo el proceso del parto exactamente igual, pariendo como ese animal mamifero que soy.