586

Cesárea de urgencia, consecuencia de inducción innecesárea

Tuve un embarazo maravilloso, sin molestia alguna más que un par de bajadas de tensión y ardor de estómago de vez en cuando hacia la mitad. Por lo demás ni náuseas, ni vómitos ni pesadez, hinchazón o incomodidad para dormir. Era un embarazo deseadísimo tanto por mí como por el padre, en el que adoré a nuestro bebé en todo momento.

Comí muy sano y anduve mucho, sin hacer ningún sacrificio. Engordé 10 kilos y todo el mundo me felicitaba. Emocionalmente fue difícil debido a la muerte de mi madre tres meses antes, pero lo llevé con mucha fortaleza.

A., mi primer hijo, nació [mediante cesárea de urgencia por RPBF (riesgo de pérdida de bienestar fetal) por circular en pie debido a inducción con oxitocina fallida por RPM (rotura previa de membranas)/fisura en bolsa] cuando yo tenía 30 años, en un hospital público de la Comunidad de Madrid. Decidimos que fuera así debido a los relatos que oíamos sobre la obstetricia en los privados, inducciones innecesarias por conveniencia de los médicos y demás, además de por principios propios.

Leí -lo que creí- bastante durante todo el embarazo. Muy pronto decidí, junto a mi compañero, que quería un parto natural (esto es sin oxitocina, sin epidural, sin rotura de bolsa...). Nunca tuve miedo al dolor ni al parto, aun siendo consciente de que lo habría. A la vez confié en los "profesionales" y no dudé nunca de ellos; estaba segura de mi naturaleza y de mi fortaleza mental y emocional. ¿Qué podía pasar si todo iba bien? Si todo va bien, no van a intervenir innecesariamente, ¿no?

Pasarón 39 semanas y 3 días con respecto a mi FUR (la que establecieron por ecografía, desde la real fueron justo 40 semanas) y aquel día tenía el primer monitor. Mi hijo llevaba en cefálica unos dos meses. Hacía cinco días que había perdido el tapón mucoso y llevaba dos con contracciones que ya comenzaban a ser sospechosamente regulares. Tenía pensado aguantar lo máximo posible en casa hasta llegar al hospital para el trabajo activo. Además de las contracciones, esos últimos días también noté unas ligeras pérdidas, pero en ningún momento tuve claro si era orina, flujo o líquido de la bolsa. Así que, después de la monitorización, en la valoración (positiva) de la misma, se lo comenté a la ginecóloga que estaba ese día y a la que no conocía. Es más, su nombre no aparecía como miembro del equipo y yo personalmente sospecho que estaba "de prácticas".

Me hizo un tacto, me dijo que se notaba que estaba teniendo contracciones, que estaba dilatada de 2 centímetros, el cuello tenía una consistencia media y que no notaba que la bolsa estuviera rota, que tenía que hacerme una prueba de PH. Ésta salió positiva y la ginecóloga comentó que probablemente tenía una pequeña fisura; antes se puso a hablar por teléfono mediante cuchicheos sin dirigirse a mí. Me informó de que debería bajar a urgencias obstétricas para que el ginecólogo valorase si se me provocaba una inducción. He de decir que en aquel momento yo no sabía lo que suponía aquello. Seguía confiando en ellos.

En urgencias el ginecólogo no valoró absolutamente nada. Se sentó un par de minutos conmigo y me dijo que había que inducir por riesgo de infección para mí o el bebé debido a la fisura en la bolsa. La matrona me trajo los papeles para el consentimiento que ni esperó a que firmase. A día de hoy no sé ni si lo firmé y a ellos tampoco les pareció excesivamente necesario. En el informe posterior figura como inducción por RPM (rotura prematura de membranas).

Me llevaron al paritorio, mi compañero llegó desde su trabajo en poco tiempo, ya que antes me acompañaba mi padre. Me colocaron el monitor y me hicieron tumbarme en la camilla, me pusieron antibiótico (por la fisura de bolsa) y oxitocina. Eran aproximádamente las 13:30, de un día de junio de 2016.

La monitorización era interna, así que imagino que rompieron la bolsa, a pesar de que no tengo consciencia o recuerdo claro de cómo lo hicieron. Llevé bien las contracciones, dolorosísimas (no supe que eran mucho peores que las naturales -que las soportaba perfectamente- hasta entonces), durante cuatro horas, en las que ya estaba dilatada de 5 cm. No pude seguir, muy a mi pesar le dije a mi compañero que iba a pedir la epidural. Lo peor no era el dolor de las contracciones, sino cómo me encontraba después de cada una de ellas, no podía ni moverme y solo quería dormir (y comer; había desayunado a las 7, pero no me quisieron dar nada antes), pero, evidentemente, no podía. El plan de parto que había elaborado ni siquiera lo saqué, ¿para qué?

Aun así allí estábamos tan contentos los dos, yo ya con la epidural puesta, viendo cómo le bajaban y subían las pulsaciones a nuestro bebé, como dos imbéciles, la máquina pitando y nosotros sin inmutarnos cuando venían a "apagarla". Lo que hacen la confianza y el no saber.La matrona entró varias veces a hacerme tactos, unos tres o cuatro. Me decían que todo iba fenomenal, el cuello blando, todo avanzaba. Entraban de vez en cuando y me hacían cambiar de postura; me dejaron ponerme de rodillas apoyada en el respaldo de la camilla. Parecía que tampoco "funcionaba". Las dos últimas veces que entró la matrona me hizo comenzar a empujar. Me decía que lo hacía muy bien. A los 9 cm de dilatación, unas ocho horas después de haber comenzado, empezó a entrar gente en el paritorio (matrona, enfermera, ginecólogo, anestesista y auxiliares, etc), dijeron que "pasaba algo", que el bebé no avanzaba de los 9 hasta los 10 cm y que había que hacer cesárea de urgencia.

La cara de mi compañero era un poema. Se me llenaron los ojos de lágrimas, se me hizo un nudo en la garganta y dejé de hablar. Era como si estuviera en una pecera de repente, como una marioneta de cuerdas desparramada en la cama. Me pusieron una máscara que creí anestesia general pero resultó ser oxígeno. Todo el mundo me hablaba y yo ya no me enteraba de mucho, era como estar en un sueño. Recuerdo que la matrona me dijo algo como que "tranquila", que cómo estaba, y contesté que "muy disgustada". Justo antes de llevarme al quirófano, me dijo con una sonrisa de pena: "pero has empujado muy bien".

Mientras me sacaban del paritorio en la camilla mi marido me despidió, asustado, y yo le miré con una sonrisa triste de resignación, para entonces ya me había rendido, no me importaba nada, no pensaba claramente. Solo recuerdo que pensaba en mi madre, que en cuatro días se cumpliría un año de su muerte, y le pedí que nos cuidara para que no nos pasara nada. También pensaba en mi padre, porque sabía que estaría muy asustado, y se acrecentaría todo por la reciente pérdida de mi madre, y que estaría pensando lo mismo que yo: que me podía morir y que, si pasaba, moriría sola en un quirófano. Desde entonces recuerdo todo como en un videojuego o una película extraña.

Me llevaron al quirófano y como ya me habían anestesiado con raquídea no podía moverme, me cogieron entre cuatro o cinco para pasarme a la mesa de operaciones y me dejaron completamente desnuda. No me ataron los brazos, que me colocaron en cruz, pero me taparon la visión con una sábana verde. Me sentía muy sola y muy triste en aquel ir y venir de personas.

Todos fueron moderadamente cariñosos conmigo. Creo que sintieron culpabilidad por aquello, aunque yo entonces no tenía consciencia de la importancia de todo. De repente entró un cirujano, la única persona que no se dirigió personalmente a mí en ningún momento, al que oí regañar al ginecólogo: "¡ya sabía yo que iba a pasar esto!" Me acuerdo de esta frase porque me mosqueó desde un principio, aunque nunca sabré qué significaba exactamente.

Me dijeron que si me dolía avisara. No me dolió. La matrona y otra chica me dieron la mano y me la apretaron alternativamente. Noté cómo me movían todo por dentro, una sensación espantosa, cómo me arrancaban a mi bebé. Le oí llorar. A. nació a las 21:38. Rompí a llorar yo también, sin querer, sin proponérmelo. No me lo pusieron enseguida; el anestesista, el más cariñoso, me dijo que se había hecho caca y le estaban limpiando. Me besó en la frente. Me lo dieron completamente cubierto y con gorrito, lo cogí y le dije: "eres lo más bonito del mundo". Vi que tenía las uñas larguísimas. Para entonces no podía parar de llorar y oía los rápidos latidos de mi corazón en la máquina. Me temblaba todo, pero no era frío. Me preguntaban que qué me pasaba (¡¿cómo?!) y yo como una tonta decía que lloraba de "emoción". Pero no era emoción lo que sentía, sino miedo, soledad y absoluto disgusto.

Se llevaron a mi bebé, me empezaron a coser, con la sábana ya bajada. El cirujano debió hacer un comentario, aunque no a mí, sobre que no había engordado mucho, y el ginecólogo, que se debía sentir mal consigo mismo y con la mala educación del otro, me dijo: "mi compañero quiere decir que estás muy guapa".

Me llevaron a reanimación mientras yo preguntaba si A. estaba con su padre. Estuvieron haciendo piel con piel durante dos horas ellos dos solos en el paritorio. Yo solo quería ver a mis chicos. Solo quería un abrazo, un beso, llorar y que me consolaran, algo que no pasó nunca, ya que socialmente no se comprende que una cesárea no es un parto, no es una manera natural de llegar al mundo, no es lo que debería ser...

Mientras estuve en reanimación me "acompañaron" dos auxiliares detrás de un mostrador, hablando de sus cosas, y otro paciente recién operado. Los auxiliares venían de vez en cuando a cambiarme los goteros. Estuve unas dos horas allí. Me decían que me durmiera, pero no podía. Me seguía temblando todo, solo quería estar con mi bebé, con mi marido, con mi padre... A mi padre le dije: "creo que me he portado muy bien", como una tonta, como una niñita dócil y sumisa, como si en realidad hubiera provocado yo todo aquello para molestar a los "profesionales". Unos minutos antes de llevarme a la habitación vino mi compañero y, aunque no recuerdo nada más de lo que dijimos, lo primero que pronunció él fue: "pero qué niño más bonito".

Me subieron a la habitación y allí estaba todo el mundo y mi bebé en la cuna. Yo solo podía ver un bracito alzado y todo el mundo decía "¡L., qué bonito!" pero nadie me daba a mi bebé, nadie me lo enseñaba, nadie me lo ponía al lado. Me siento enfadada con todos ellos, con que les parezca normal todo lo que pasó y con que después de todo esto se limitaran a decirme unos: "lo importante es que él está bien", otros: "podía haber pasado X", otras: "pues antes no nos dejaban que nos acompañara nadie y no...", etc. Estoy enfadada con que sigan pensando, la mayoría, que fue una cesárea necesaria, que si no mi bebé no habría nacido o hubiera nacido mal, como si tuviera que dar las gracias al equipo médico por haber estropeado uno de los momentos más importantes de mi vida.

En la habitación, mis allegados, me contaron que A. tenía una circular en pie y que por eso por más que empujó no había podido salir. Nadie dijo que esto se debe a la inducción con oxitocina, a la epidural y a que no dejaron que me moviera de la cama. El equipo no se citó conmigo en ningún momento para darme ninguna explicación de nada, siquiera para contarme las implicaciones a posteriori de una cesárea. Es más, no me citaron para una revisión médica después de darme el alta.

El puerperio, con todo lo que tenga ya de por sí, ha sido durísimo. La lactancia salió mal a pesar de todo el empeño, debido en gran parte también a la muy deficiente Unidad de Lactancia del hospital de El Escorial. Mi autoestima está bastante fastidiada. Solo espero que no afecte nada de esto a mi hijo de una forma relevante. Quisiera una máquina del tiempo y recuperar todo lo que nos han quitado, pero sé que es imposible, así que lo único que puedo hacer es asumir la enorme decepción que ha supuesto e integrarla en mi vida.