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Violencia obstétrica en Badajoz

Parir sí o sí

Han pasado unos años desde que di a luz en un hospital extremeño, y la verdad es que es como si hubiese sido ayer. Recuerdo sin ninguna laguna los comentarios, el trato que recibí y todo lo allí vivido. Ahora que se debate tanto sobre la violencia obstétrica me doy cuenta de que sin ninguna duda fue lo que el día de mi parto tristemente sufrí, creyendo que aquello sería lo normal.


Viví violencia obstétrica, maltrato, falta de empatía y una falta de humanidad tremenda por parte del equipo que me atendía en ese momento. Se salva un matrón, que dentro del horror, no se portó mal. El resto del equipo, incluidas auxiliares, fueron una pena de personas. Parece que los astros se alinearon ese día para que me tocara lo peor de cada casa.

Dos días antes de salir de cuentas y después de estar toda la noche en mi pelota de pilates sobre las 8pm empecé con contracciones. Me duché tranquilamente y nos fuimos al hospital. Recuerdo cómo, aun con dolores que eran soportables, escribía whatsapps a familia y amigos contándoles que el momento estaba llegando. Tenía tanta ilusión que aquel dolor casi no lo notaba... Me podía más el sentimiento de alegría por el momento de verle la cara a nuestro bebé.


Una vez allí, me revisan, me dicen que estoy de 4 cm de dilatación y que tengo la bolsa fisurada, pero que no pasa nada. Me pongo epidural y hago pujos controlados durante más de tres horas en una habitación de dilatación, según la llaman ellos. Durante ese tiempo, vienen a explorarme 5 o 6 personas. Llegaban y me metían la mano sin ni siquiera decirme quiénes eran. Recuerdo que a la última mujer que vino le pregunté: “¿Usted quién es? Es que han venido un montón de personas y no dicen nada”. A lo que me contesta: “¿Cómo que quién soy? Soy una matrona”. Me parece muy bien que ella y 5 más sean matronas, pero por lo menos dime quién eres y qué me vas a hacer, porque en mi caso, faltaba por meter la mano la señora de la limpieza que pasaba por allí.


A mis comentarios de que yo estaba cansada de pujar, después de casi 4h, la ginecóloga me decía que “parir duele”, que yo qué me creía. A los comentarios de “yo ya no puedo más”, una auxiliar de turno decía que “vaya primerizas”, que no sabemos parir... Todo esto mientras el matrón, subido en mi barriga, me hacía un kristeller durante un montón de tiempo por orden de la ginecóloga, intentando encajar al niño a la fuerza y haciéndome un daño terrible. Esta maniobra no fue una presión suprapúbica, noooo… Fue un kristeller en toda regla, cosa que me explicaron después profesionales de este campo sanitario.


Como no había manera de que aquello avanzara, deciden utilizar instrumental y piden a mi pareja que salga de la sala. Ahí, empieza mi calvario... Tenía que parir sí o sí de manera natural, pero a la fuerza. Una vez utilizado el instrumental, mi hijo se queda atrapado tras salir su cabeza. Comprueban que no hay sufrimiento fetal e intentan desatascarlo. Después de tirones y tirones de su cabeza, para que pudiese salir, yo creía que mi hijo estaba muerto o con la cabeza arrancada.


Mi hijo nace y me cuentan que me han hecho un simple corte en la vagina (episiotomía) y que el niño ha sido muy grande, pero que no hay ningún problema.
No me lo ponen piel con piel, y según ell@s, lo están explorando. Por fin pasa el papá y lo que se respiraba en aquella sala era un silencio sepulcral. Mi hijo tenía una lesión de por vida, causada por la forma en la que lo sacaron, y nadie dijo nada. Comentaron a modo de anécdota que, al ser tan grande, tenía una luxación en el hombro sin importancia, y que soldaría en dos días.


¡Lo que mi hijo tenía era su plexo braquial arrancado de cuajo desde la médula, señores! y lo sabían desde el primer momento. A partir de ahí, nadie se preocupó por mi hijo, por cómo estaba, no porque seamos diferentes a los demás, sino porque no fue un parto normal y todos sufrimos mucha angustia por lo sucedido en aquel frío paritorio. Tampoco nos informaron ni nos respetaron.


Aparte de tener un hijo con una discapacidad de por vida como resultado del parto, yo sigo con secuelas físicas y psicológicas derivadas de las malas decisiones que se tomaron durante ese parto. El que debería haber sido uno de los mejores días de nuestras vidas se convirtió en una pesadilla tan real como lo que yo viví.


A veces, las cosas se tuercen, los humanos se equivocan y ya no se puede volver atrás; pero no olvidemos que las personas no somos de piedra: sentimos, padecemos, y lo único que pedimos en momentos tan duros es un poquito de compasión. Mañana podrías ser tú, y en esta vida estamos de paso. No es tan difícil que con empatía y un poco de comprensión los malos momentos sean más llevaderos. Ojalá mi experiencia no se repita nunca.