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Un parto de verdad, tras un parto al uso.

Siempre he creído en el poder de la mujer cuando da a luz. Con mi primer embarazo no tenía dudas, sabía que podía parirla al igual que había sabido gestarla. Deseaba un parto sin epidural, lo que para mí suponía (en ese entonces) un parto natural. Lo que no sabía es que me provocarían el parto, me tumbarían, me romperían la bolsa y yo pediría la epidural como loca.

Salí contenta de mi parto porque había logrado evitar la cicatriz de una cesárea… ingenua de mi…

Cuando supe que estaba embarazada de nuevo yo ya no era la misma. Mis expectativas con respecto al parto eran mucho más elevadas. Ahora sabía que realmente mis ideas románticas sobre el nacimiento de nuestros hijos podían llegar a ser reales. Entendía que un parto podía llegar a ser mucho más que un parto “no traumático”. Ahora era más consciente y tenía el poder del conocimiento y la información, ya nadie podría engañarme… quería vivir mi parto con amor, pasión, cariño, fuerza, con locura y con verdad. Quería acompañar a mi bebe en su camino a la vida y a mis brazos de la mejor forma.

Así es como al fin tomé la mejor decisión de mi vida: ¡dar a luz en mi casa!

Hoy os quiero trasladar aquí el relato de mi experiencia. Lo resumo en frases cortas y directas.

MI PARTO:

Salía de cuentas el 12 de diciembre pero el lunes día 2 manché al ir al lavabo. Parecía parte del tapón mucoso. Recuerdo como se me erizó el pelo y me emocioné pensando en que pronto vería a mi hija. Se lo comenté a mi comadrona para que estuviera al corriente.

Esa misma tarde salimos a hacer un café con mis tías y mi madre. Tenía contracciones que iban y venían. Eran irregulares e indoloras y no les ice mucho caso. Estaba tranquila y contenta.

Cenamos en casa y las contracciones no cesaban aunque seguían irregulares y sin grandes molestias. Empezamos a bromear con la posibilidad de estar de parto pero no nos lo tomábamos en serio, ni nos lo acabábamos de creer puesto que aún faltaban 10 días para la fecha probable de parto.

Sobre las 23 horas de la noche nos fuimos a la cama, pero yo estaba inquieta y era incapaz de relajarme y dormirme. Las contracciones empezaban a ser un poco molestas, pero no le dí importancia y me dije a mi misma que debía descansar, y más aún si ese día iba a estar de parto, pues necesitaba reponer fuerzas ya que la noche anterior la había pasado muy mal con vómitos y demás.

Sobre las 4 de la mañana me doy cuenta de que las contracciones están llevando una dinámica y empiezo a contabilizarlas con una aplicación del iphone. Tengo contracciones leves cada 5 minutos que duran alrededor de 40 segundos. Mi marido dice de llamar a la Imma, pero yo le digo de esperar un pelín más. Me bajo al comedor porque en la cama me es imposible estar y me siento en el wáter un rato porque tengo ganas de hacer caca contantemente aunque soy incapaz de hacer nada.

Sobre las 5 de la mañana y viendo que las contracciones no ceden, decido llamar a mi comadrona. Le cuento la situación y aunque estoy bien decide venirse porque tiene casi una hora de camino.

Estoy soportando perfectamente los dolores, me siento relejada y feliz. ¡Parece que ha llegado el gran día!

Llega Imma. Suelta todos los aparatos por el comedor y le cuento como sigue el tema mientras nos sentamos en la mesa. Me toma la tensión, escucha a mi bebe y me mide las pulsaciones. Todo correcto.

Hasta ahora las contracciones eran tan llevaderas que hasta podía hablar mientras las pasaba, pero parece que la llegada de mi comadrona ha animado el tema porque mis dolores van en aumento y ahora tengo la necesidad de respirar cada contracción y concentrarme en ella.

Ya no estoy cómoda sentada en la silla, necesito moverme y así lo hago, pero cuando aparece el dolor de nuevo mi cuerpo se para en seco, cierro los ojos y respiro dejándome llevar. Sigo relajada y siento que controlo la situación.

Así me paso un rato, dando vueltas por el comedor y respirando mientras mi marido e Imma preparan la sala para el momento del parto. Mueven el sofá y la mesa y sitúan todo de tal manera que podamos montar la piscina.

Alguna de las contracciones me arrodilla al suelo así que ahí me planto: de rodillas apoyando mi cabeza sobre el sofá. Empiezo a controlar y a acompañar las contracciones abriendo bien la boca con un aaaaaaaaa relajado y flojito. Imma es silenciosa, pero se acerca a mí y presiona sobre mis lumbares en cada contracción lo cual yo agradezco enormemente. La cosa se está animando y soy consciente de ello. Mi marido empieza a montar la piscina de partos. Ya son las 7 de la mañana (las horas no las tengo claras). Yo me desnudo porque el pantalón empieza a molestarme y pido que me pongan la música que ya tenía preparada. Me gusta el ambiente, cálido y delicado. Poco rato después, la piscina esta lista. ¡Que gustazo el agua caliente!

Los dolores vuelven a aumentar cuando me sumerjo en el agua y sobre las 8horas de la mañana siento un plofffffff, y un líquido que fluye. He roto aguas y se lo digo a mi comadrona.

Se acerca la hora de despertar a mi princesilla mayor para el cole y llamamos a mi madre para que venga a casa. Yo deseo que la futura hermana esté presente durante el nacimiento de la bebe así que pido un tacto (el primero y el último) para decidir llevarla o no al colegio. Cinco centímetros. ¡Dios mío, me queda la mitad del trabajo! Me desmoralizo y se me pasa por la mente el miedo a no ser capaz de aguantarlo. Con este sentimiento soporto dos o tres contracciones horribles y me doy cuenta de que necesito cambiar el chip, así que decido volver a coger las riendas de mi parto y vuelvo a respirar mis contracciones y vuelvo a relajar mi cuerpo entre cada una de ellas. - ¡yo sí puedo parir!- me repito. Sigo arrodillada (mi postura clave en este día), esta vez dentro de la piscina y apoyada en el soporte de ésta. Mi marido está cerca de mí todo el rato, me agarra la mano y me besa la frente.

Decido llevar a la niña al cole. Sé que me pondrá nerviosa su presencia y sé que no podré concentrarme debidamente. Mi madre se la lleva y vuelve para quedarse con nosotros.

A partir de aquí no consigo recordar con nitidez los detalles. Puede que haya algo que me deje o que no cuente con exactitud.

Sé que pedí salir del agua, sentía la necesidad de hacer caca desde hacía rato. Era como si estuviera estreñida pero sin nada que sacar. Una sensación extraña. Imma me dijo que podía hacerlo en el agua si quería, pero yo me negué, así que me ayudaron a salir del agua, me taparon con una toalla y fui hacia el wáter. Ahí las contracciones parece que volvieron a aumentar o, almenos, había momentos en que los dolores me parecían más intensos que otros. Seguía acompañando la contracción con un largo e infinito aaaaaaaa que cada vez me costaba más sostener.

Mientras yo seguía en wáter volvieron a llenar la piscina con agua caliente para mantener la temperatura adecuada y volví a meterme dentro de nuevo. Entré en un estado de subconsciencia en que ni veía ni oía nada. Ahora sé que estaba en el llamado famoso planeta parto.

Entonces llegó la fotógrafa.

Me sentía fuerte, animal y a la vez me retorcía con cada contracción. Casi me era imposible controlar el dolor. Los aaaaaaaaaaaaaaa que me habían acompañado hasta el momento pasaron a ser AAAAHHHHH!! AAAAHHHHH!! Empezaba a rugir como una leona. Imma me animaba y recuerdo que respiraba conmigo las contracciones acompañándome para ayudarme a no perder el ritmo. El parto se había acelerado por instantes. Tenía contracciones casi en cada minuto. Me daban ganas de empujar, empujones cortos y flojos y mi matrona seguía animándome a respirar. Era importante esperar a empujar cuando realmente estuviera dilatada completamente para evitar desgarros y su única forma de saber si estaba o no dilatada era con mis reacciones y mis actos. Si era capaz de controlar la contracción sin empujar, aunque solo fuera un poco, significaba que aún no era el momento.

Y, de repente, en una de esas contracciones sentí caer un peso supremo que presionaba sobre mi ano. Sí, ahora sí tenía ganas de evacuar “algo” y así lo hice saber. - ¡tengo caca!- grité mientras iba empujando.

Imma me dijo que me tocara para ver si ese algo podía ser mi preciosa bebe y así fue. Toqué la cabecita de mi hija por primera vez mientras aún estaba dentro de mí. Fue increíble. Recuerdo que sonreí y todos supieron que ahí estaba. Pero hasta que no toqué a mi hija no fui consciente de que lo que estaba presionando sobre mi ano con una fuerza sobrehumana era mi hija, e Imma, al verme tan impresionada con las sensaciones declaró que era como “cagar un melón”. Y no se puede describir mejor, un melón enorme que parece que vaya a partirte en dos.

Así empezó un expulsivo que duró no más de 15 min.

Desde ese primer contacto con mi hija ya no aparté mi mano de su cabeza en todo el rato. Estaba arrodillada (como no) y en la siguiente contracción me agarré con una mano a la camiseta de mi marido, que estaba delante de mí de pie (esto lo sé por las fotos) y seguí empujando mientras con la otra mano tocaba la cabeza de mi hija. Grité, recuerdo que grité, aunque no sé hasta qué punto. Una fuerza poderosa se había adueñado de mí y era incapaz de parar aunque lo intentara. Con la siguiente contracción salió la cabeza y sentí alivio. No era dolor lo que recorría mi cuerpo en ese entonces, mientras empujaba las contracciones ni dolían, solo eran ganas de hacer caca con una presión increíble. Me atrevo a decir que hasta era placentero. Miré a mi marido y sonreí. Creo que volví al mundo real por un momento. Estaba feliz y el ambiente estaba cargado de emociones, lo percibía.

Imma me invitó a recostarme sobre mi espalda en una de las paredes de la piscina puesto que mi deseo era coger yo misma a mi hija. Me ayudaron a cambiar la posición y mi marido se quedó detrás de mí abrazándome. En la siguiente contracción ya casi no fue necesario empujar, mi bebe se deslizó como un pez entre mis piernas.

Enseguida la cogí y volví al mundo consciente de nuevo cargada de felicidad. Mi bebe estaba conmigo ¡lo había logrado! Había venido al mundo en un parto gozoso, respetado, tranquilo, feliz y animal. ¡En un parto lleno de amor! Rodeada de las personas que la quieren, rodeada de cariño y de paz. Lloré. Todos lloramos.

Su hermana no pudo estar presente porque el expulsivo fue muy rápido y no dio tiempo a maniobra pero conoció a su hermanita poco rato después al salir del cole. Su cara es irrepetible y las sensaciones de ese instante dan para otra entrada.

Yo no me desgarré nada, salí intacta. Mi bebe nació a las 10:15 de la mañana y pesó 3.330kg.

Quiero dedicar este relato principalmente a mi marido que sin estar de acuerdo me apoyo y aceptó mi decisión, disfrutó el momento y me dio todo su cariño. Nunca podré agradecerle suficiente la paciencia y comprensión que demostró tener aceptando tal idea sin compartirla conmigo. Sé que disfrutó el parto y sé que fue para él igual de emocionante que para mí. Gracias mi amor. Te quiero.

A mi comadrona, Imma Sárries, a la que siempre recordaré y formará parte de mi vida porque acompañó mi parto tal cual lo deseaba: cerquita mío, apoyándome y animándome sin intervenir. Logró hacer de ese día un día perfecto e inolvidable. Ha sido un privilegio haberla conocido y contar con ella en todo mi recorrido.

Y a mi madre. Ella que a pesar de sus miedos y dudas me escuchó cuando le hablaba de partos medicalizados, partos forzados e irrespetuosos. Me escucho cuando le hablaba sobre mi romántica idea del nacimiento y finalmente formó parte de ese precioso momento en silencio y con lágrimas en los ojos.

¡Emoción, emoción, emoción! Eso es lo que se respiraba ese día y eso es lo que sigo sintiendo hoy mientras lo escribo.

Toda mujer debería tener el derecho a vivir su parto respetando sus deseos. Toda mujer debería poder sentir lo que yo sentí cuando sostenía a mi hija mientras nacía. Toda mujer debería poderse sentir tan poderosa, tan viva, tan feliz y satisfecha como yo me sentí y mi siento después de esta maravillosa experiencia.