387

Tu llegada… (Crónica de cómo un parto nunca es como esperas)

- ¿Qué hora es, cari?
- Las 5:15h.
- Y, ¿qué te pasa? ¿Estás bien?
- Bueno, estoy rara… Toda la noche con dolor de regla… No es muy fuerte, me deja dormir, pero de vez en cuando me despierta. Y acabo de echar el tapón mucoso… No sé, creo que estoy de parto… Pero no estoy segura…
- Bueno, vamos a la cama, a ver que tal te levantas.

En la cama, dando vueltas a si estaría empezando a ponerme de parto, o no, a cómo sería mi parto, a qué estarías sintiendo tú… Hecha un manojo de nervios… Vamos, imposible dormir.

Media hora después, a eso de las 6:00h, vuelvo a ir al baño…

- ¿Qué tal? ¿Sigues igual, cari?
- Si. Sigo rara… No ha ido a más… Pero ese dolorcillo no se me pasa… Y tú, ¿Tampoco puedes dormir?
- Nada… Estoy nervioso… Je, je…
- Igual que yo…
- Pues vamos a la cocina y desayunamos algo…
- ¡Vale!

Después de comer una tostada y un vaso de leche, papá se va al despacho a adelantar trabajo y yo, por si acaso, me pongo a preparar la bolsa del hospital…Entre tanto, ese dolorcillo de regla, iba siendo cada vez más fuerte…

- ¿Te gusta este vestidito para cuando salgamos del hospital?
- O, ¿ prefieres este conjunto de body y pantaloncito?
- Que no se me olvide el paquete de galletas…
- Y el abanico…
- Y el neceser…

No me quitaba tu posible llegada de la cabeza. ¡Qué ganas! ¡ Qué nervios!

Ya eran las 7:00h cuando comencé a ser consciente de que lo que había tenido eran los pródromos y, que lo que ahora notaba, ya eran contracciones. Empezaban a ser algo más dolorosas y más regulares. Mis ganas de verte elevadas a la enésima potencia.

Quería que nuestro encuentro fuese lo más natural posible, sin epidural, así podría dilatar en casa… Y convencida de ello, prepare la habitación de tu hermano, Daniel, con mi pelota de Pilates. La puse encima de la cama y comencé a balancearme sobre ella, a seguir mi instinto, a intentar disfrutar de tu llegada… Pero si te soy sincera, hubo un momento en que me costó. Te hacías camino y me dolía, me dolía mucho… Quería seguir conectada a tí, conectada a mí, pero el dolor me superaba.

Así que a eso de las 8:00h, intentamos localizar a la tía Elena para que viniese a quedarse con Dani, y así papá y yo irnos al hospital, donde ya, más tranquila, podría volver a conectarme contigo, conmigo… Esto lo teníamos que hacer juntas. En ningún momento pensé dejarte sola y vivirlo estando desconectadas. Te prometo que lo único que quería era sentirme cuidada para poder estar pendiente solo de tí, de tu llegada…

Mientras intentábamos hablar con la tía, empecé a prepararme y me dí una ducha… Recuerdo dos contracciones fuertes estando ya dentro… Me tiraba al suelo, y de rodillas, intentando no gritar muy fuerte para no despertar a tu hermano, me calmaba el agua calentita que papá me echaba por los riñones. Que sensación tan agradable el saber que éramos tres en esto, que éramos un equipo… Tú, papá y yo. Aún hoy se me pone la piel de gallina al recordar esa sensación de alivio.

Trás esa ducha, me visto y me preparo para en cualquier momento salir hacia el hospital.

Después de varios intentos, y sin poder localizar a la tía, papá y yo decidimos hablar con Saray a ver si se podía quedar con tu hermano. Y así fue. Saray se quedaría con él hasta que la tía Elena pudiese ir a por él…

A las 8:30h pasadas, papá despertó a Dani, le vistió y prepararon una bolsa con un par de juguetes para pasar la mañana en casa de Saray. Mientras, yo, entre ola y ola, disimulando para que tu hermano no notase nada… Y cuando me venía el dolor, corriendo a la habitación, que él no me viera mal, que no me oyera gritar… Recuerdo que una vez la tía Nati me contó que nunca se le olvidarán los gritos de su madre cuando dió a luz en su casa a la tía Tere. No quería dejarle ese recuerdo a tu hermano… Así que lo disimulé como pude. Difícil, ya que entre contracción y contracción estaba bien, pero en plena contracción el dolor era ya bastante considerable.

- Cari, no te vengas. Una contracción de estas en el coche la vas a llevar mucho peor… Mejor aquí en casa, con tu pelota, tus posturas, etc… En cuanto deje a Dani te recojo y nos vamos…
- Vale cari, tienes razón… Como ya estoy vestida, me avisas y bajo.

Sobre las 9:00h, papá y tu hermano salían por la puerta. Fue una despedida rápida. Miré a Dani sabiendo que la próxima vez que le viese, seríamos cuatro… Ya estarías aquí…

Pasaron dos contracciones de las que ya venían siendo habituales: dolorosas, regulares y bastante seguidas ya. Difíciles de superar, pero fáciles en la recuperación, al menos eso recuerdo… Seguía metida en mí y conectada a tí.

La tercera fue diferente. Ya, hasta la ropa me molestaba. ¡Que horror! No lo quería reconocer, pero tenía ganas de empujar.

- ¡Ay, madre mía! Pero si estoy sola… ¿Serán solo ganas de hacer caca? O ¿Será que empieza el expulsivo?
- ¡Ay, señor! ¿A que nace en casa? No, no puede ser…

Otra nueva ola. Y de las de empujar… Cada vez más seguidas y cada vez más convencida de que sería ahí donde nos veríamos por primera vez.

- Ahora, en cuanto venga Cata, llamamos al 112 y aunque sea la tengo en casa, que me atiendan el parto en casa.

Otra… Y empujooooooo… Cada vez con más ganas. Cada vez más seguidas. Cada vez más segura de mi misma. Confiaba en mí, pero sobre todo en tí. Sabía que me irías marcando el camino. Como lo llevabas haciendo desde hacía unos meses.

Me llevo la mano al periné. Pero no noto que haya 10 de dilatación… Claro, que yo matrona no soy. Y aquello no es lo que yo pensaba.

Y otra. Y otra. Y entre una y otra, tenía pequeños momentos de lucidez. Y pensaba:

- ¡Ay, por favor! Que salga todo bien. Que venga bien. Que llore rápido al nacer. Empujar sabemos todas, es instinto, es naturaleza. Pero reanimar a un bebé… Eso es otra cosa. Yo no sé.

Pero al llegar la siguiente ola, otra vez me cargaba de energía, otra vez volvía la confianza, en mí, en tí, en la naturaleza. Otra vez a apretar. Con todas mis fuerzas.

Un par de olas después, volví a revisar mi periné. Y cual fue mi sorpresa que noté tu cabecita. Ya coronabas.

En ese momento me dí cuenta que no daba tiempo a nada… Que venias ya. Ni siquiera sabía si esperarías a papá… Así que en la siguiente contracción intenté con todas mis fuerzas que salieras. Pero aún no era el momento.

Recuerdo pensar:

- No me puedo creer que esto me este pasando a mí. Después de un año formándome como Doula, después de hacer la formación embarazada. Y que todo termine con tu llegada, con esta llegada tan especial.
- Esto es un regalo.
- Ya verás cuando lo cuente. La gente va a flipar.

Volví a revisar mi periné. Tu cabecita seguía estando ahí. Me encanta recordar la sensación d tocar tu pelito, a medio camino entre mi vientre y la vida… Pero a la vez me daba cuenta de que sería difícil. Notaba tu cabecita mucho más grande que el túnel por el que te habías hecho camino. Me acordé de los masajes perineales que daban las matronas para facilitar la salida de la cabecita del bebé. Así que comencé a hacérmelo en cuanto vino la siguiente contracción…

Venía otra. Empujé con todas mis fuerzas. Gritando como había hecho en todas las anteriores. No recuerdo lo que decía al gritar. Creo recordar que tu nombre, Sara. Te llamaba… Te calmaba… Te daba la bienvenida… Y esta vez sí. Noté mucha, mucha presión. Y mientras gritaba, apretaba y masajeaba mi periné, salió tu cabecita. Esta vez sí, habíamos conseguido el primer paso de tu llegada.

Mientras tanto, entre tanta confusión, creo oír mi móvil, y la puerta de casa. Papá, que no podía abrir desde fuera. Teníamos la llave puesta por dentro… Me preocupaba asustarle al no ir a abrir la puerta. Pero sabía que quedaba poco. Sería cuestión de uno o dos minutos más…

Recuerdo mirarte y ponerme nerviosa al verte tan moradita. Sabía que me tenía q esperar a la siguiente contracción para terminar de traerte al mundo pero, imposible… No sería capaz de esperar. Estabas moradita, yo no sabía si respirabas, si el cordón te seguía pasando sangre, oxígeno… Así que como aún no había roto la bolsa y el líquido te empujaba con mucha fuerza, no me resulto dificil tirar de tí. Lo hice. Ya estabas aquí.

- Sara, cariño. Tranquila. Estás con mamá. No te va a pasar nada.

Ya te tenia conmigo. Pero tenía q hacerte llorar… Boca arriba, boca abajo… Eran segundo cruciales y todo estaba en nuestras manos. Juntas lo conseguiríamos. Te puse boca abajo, metí mi dedo meñique en tu boquita por si tenías líquido dentro. Y de esta manera, ¡conseguí hacerte llorar!

- Ya mi vida. Ya estás aquí. Estás con mami. No te preocupes.

Lo habíamos conseguido. Las dos. Tu conmigo y yo contigo. Quería grabar ese momento en mi memoria. Grabar ese momento en mi retina. Para siempre. La sensación era de inmensidad. Me sentía poderosa. Más mujer que nunca. Más mamá que nunca…

Una vez que fuí consciente de que todo había salido bien, de que las dos estábamos bien, recordé que papá estaba esperando en la puerta. Así que como pude te acerqué a mi regazo. No era fácil sostenerte. Tu capita de grasa hacía que te escurrieras de mis manos, y el cordón, bastante corto, no me dejaba subirte hasta mi pecho. Llegamos a la puerta y abrimos a papá. No sabíamos qué decir. Él entre incrédulo y asustado. Muy nervioso, aún viendo que las dos estábamos bien.

- ¡Cari! !Ya está aquí! ¡Ya ha nacido!
- Pero, ¿estáis bien?
- Si, si. Las dos estamos bien. La peque ya ha llorado y la veo bien.

Recuerdo querer llorar, de la emoción del momento, de los nervios del después, etc… Y no poder. El cuerpo es sabio y no te deja en ningún momento venirte abajo. 100% alerta.

- Y ahora, ¿qué hacemos?
- Ayudarme a tumbarme y llama al 112.

Y así fue. 10 min al teléfono y otros 10 que tardaron en llegar. Recuerdo el trato un poco frío, sobre todo la primera ambulancia. Llegaban más nerviosos de lo que yo estaba. Pero al llegar los de neonatos, todo volvió a la calma. Supieron hacerse con la situación.

Después de cortar el cordón nos llevaron en ambulancia al hospital. Y ya allí, pude relajarme, ya no dependía todo de mí. Entonces empecé a notar esa sensación de “¡Dios mío! Lo que me ha pasado” y sin apenas poder creérmelo comencé a llorar. Llorar de alegría, de nervios, de miedo, un cúmulo de sensaciones incluso a veces contradictorias… Pero te miraba y todo se me pasaba, excepto la alegría. Recuerdo sentir también mucho orgullo, orgullo de cómo lo habíamos hecho, orgullosa de mí, de tí, de lo que nos había pasado. Con muchas ganas de contarlo.

Esa primera noche papá se fue a dormir a casa con Dani y nos quedamos tú y yo, pasando la noche juntas, en el hospital. ¡Qué noche! Me despertaba a cada rato. Sobresaltada, agobiada. No recuerdo tener pesadillas pero me despertaba de repente y me venía a la cabeza la carita de papá al vernos, sin saber que decir. Me daba pena. Y lloraba. Lloraba pensando en que podía sentir él, en cómo lo recordaría él. Sabía que estaba orgulloso, orgulloso de mí, y de tí, por lo bien que lo habíamos hecho. Pero también sabía que se sentía triste, culpable por no haber podido estar allí. Y eso me dolía.

También recordaba la reacción de la tía, su sentimiento también de culpabilidad, el susto que tuvo que darse al ver tantas llamadas mías… Y eso me hacía sentir culpable. No quería hacer responsable de lo ocurrido a nadie. Fue un cúmulo de casualidades y el destino lo quiso así. Gracias a Dios todo había salido bien.
Lloraba también recordando tantas y tantas sensaciones que tuve a lo largo del día anterior. Te miraba y más lloraba de pensar en el regalo que me habías hecho, de cómo me llevabas guiando desde incluso antes de habitarme. Llevabas tan solo una horas aquí y ya me habías enseñado tanto…

Dos meses después, echando la vista atrás, me quedo con lo increíble de la experiencia, con la sensación de haber vivido algo único e irrepetible. Y aunque soy consciente de que no es la manera más segura de dar a luz, me siento muy orgullosa de como pasó todo y de haber traído al mundo a mi bebé, a tí, mi princesa, con la única ayuda de la naturaleza y el instinto.

Gracias hija.