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Testimonio de una madre

Ahora que me noto ya con fuerzas creo que es el momento de contar de cómo el momento más maravilloso de mi vida se transformó en una auténtica pesadilla.

Estoy segura de que más de una madre ha pasado por situación similar a la mía y por ellas y por mí escribo esto, con la esperanza de que se pueda iniciar el cambio hacia mejor.

Después de un embarazo idílico, sin molestias ni dolores, practicando deporte hasta el último día, me sentía bien, feliz y sin miedos, para enfrentarme al parto, sobre todo porque el resultado final sería conocer al amor de mi vida. No quiero criticar la praxis de los profesionales sanitarios que me atendieron en la sala de partos del Hospital Universitario Central de Asturias porque no poseo los conocimientos necesarios para ello.

Mala suerte tuve con la anestesia epidural que fracasó. Sobre todo porque el mío fue un proceso largo, ya que por varios contratiempos mi bebé no acababa de encajarse en el canal del parto para nacer, pero me sentí arropada y relativamente tranquila durante las largas horas de la noche donde el grupo de trabajo lo formábamos una matrona, una residente de matrona, mi marido, nuestro bebé y yo. Y trabajamos todos mucho y muy duro, pero en un ambiente que respiraba complicidad y optimismo. Lo intentamos pero finalmente no hubo otro remedio que llamar a la ginecóloga y con ella, además de varias personas ávidas de conocimiento, entró por la puerta del paritario el estrés, el miedo y las malas sensaciones. Quizás por las prisas se le olvidó cumplir con el protocolo y presentarse a los angustiados padres.

Tras informarle mi matrona de la situación comenzó mi martirio. Entiendo perfectamente lo que quiere decir hospital universitario, pero ¿fue necesario hacerme pasar por tanto? ¿Con una exploración por cabeza no era suficiente? Al fin acabó su primer envite y la ginecóloga dictó sentencia, totalmente contraria a lo que la matrona le había contado, educadamente le intentó explicar, la ginecóloga ni siquiera la escuchó. El ecógrafo nos sacó de dudas y evidentemente la matrona tenía razón, a mis oídos no llegó la disculpa, ni siquiera la verbalización a sus alumnos de que el problema era el que media hora antes ya le había explicado la matrona.

Gracias a Dios, después de mucho sufrimiento y llevar al extremo la premisa veterinaria de que cuando lo valioso es el no nato, la madre es secundaria; nace sano y fuerte mi bebé. Las dos horas del piel con piel fueron mágicas, la felicidad que sentíamos era infinita. La matrona me ayudó a ponerlo al pecho, empezábamos con buen pie la lactancia materna bien asesorados en la sala de partos. Todo cambia en la planta de maternidad.

A excepción de un solo turno de enfermeras y de una chica en concreto que por iniciativa propia me explicó un montón de cosas importantes sobre lactancia, nadie acudió cuando solicité ayuda para ponerlo al pecho, y estoy segura de que no se pasó mi llamada de socorro a las matronas que se habían ofrecido a subir a ayudarme con lactancia. Es más, me sentí maltratada por dos enfermeras, educadamente les dije que gracias pero que no hacía falta que me bañaran a mi bebé, no tenía ni 12 h de vida, y me dice que porqué, yo con naturalidad le contesto: porque nos lo recomendó la matrona, ante lo que replicó desairada: tú sabrás a quien le haces caso.

Empezó el bombardeo psicológico: ¿Se agarra bien? ¿Le diste suplemento? ¿Le tiembla la mandíbula? ¿Le diste suplemento? ¿Tirita? ¿Le diste suplemento? Se va y deja, con cierto desdén, a mi bebé desnudo y desconsolado en el cambiador, con lo maltrecha que yo estaba. A la hora, entra la segunda enfermera, le pido ayuda con el agarre de mi bebé a la teta y con mucho remango me dice: ¿No te lo enseñó tu matrona? ¿Le diste suplemento? Si el bebé tiembla es síntoma de hipoglucemia. ¿Le diste suplemento? En ese punto me habían creado tal inseguridad que no confiaba en mí misma ni en mi capacidad para alimentar a mi bebé.

Me fui a casa con el cuerpo destrozado y la mente minada. Luché al borde de la depresión por encontrar solución y poder amamantar a mi bebé, contando con la ayuda de grandes profesionales: matrona, asesora de lactancia, pediatras, fisioterapeuta; y ya puedo decir que por buen camino vamos. Mi experiencia vivida en el HUCA fue la más traumática físicamente de mi vida, lo que no me esperaba es que también lo fuera a ser psicológicamente.

¿Por qué no hay unanimidad de criterios dentro del mismo hospital? ¿Por qué cuando pido ayuda no me la brindan? ¿Por qué tengo yo que darme cuenta de que hay rencillas entre diferentes grupos de sanitarios?

El cambio es necesario, estas cosas no pueden seguir pasando.

Muchas gracias por leer.

Fdo: Una madre