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Revolucionando la Clínica con el nacimiento de Leo

Mi embarazo fue muy bueno. Nada de náuseas ni cansancio, ni dolor de espalda, ni cambios de humor. Engordé solo 6 kilos. Hacía yoga y meditación y me cuidaba mucho. Estaba muy contenta y feliz. Lo único que me preocupaba era el parto. Tenía miedo porque casi todo lo que me habían contado mis amigas sobre el tema era que se pasaba muy mal, pero que no importaba por el resultado final: ¡un precioso bebé! Ellas pensaban que su parto había sido así por su culpa: “yo no dilato” “no supe empujar bien como me lo decían” “no aguanté el dolor y me tuvieron que dormir” “me cansé muy pronto””tardaba demasiado en dilatar”o “mi bebé no quería salir y tuvieron que hacerme cesárea”

Me pareció raro que fuera tan difícil algo supuestamente fisiológico y me metí en EPEN. ¡Fue un shock! Pasé de la indignación más absoluta al miedo por mi propio parto. En una visita al ginecólogo le leí mi plan de parto y le pregunté cual era su manera de llevarlos. Salí muy decepcionada. Dijo que si tardaba mas de la cuenta en dilatar (¿que cuenta?) me tendrían que poner oxitocina química. Que me tenían que romper la bolsa por narices. Que la episiotomía era necesaria para evitar un estallido vaginal (¡!). Que no podía parir en otra posición que tumbada. Que no me podrían poner al bebé encima al nacer si el cordón era demasiado corto.

Me deprimí mucho y empecé a pensar en ir a otro hospital. Además me rechazaron el plan de parto que les envié. Después de mucho investigar y reflexionar, mi pareja David y yo decidimos un parto en casa. El Hospital Costa del Sol de Marbella era otra opción, pero no me entraba en el seguro, y no me tranquilizaba mucho tener que ir allí de urgencias.

En la semana 41 aún no me había puesto de parto y mi cuello del útero estaba cerrado. El ginecólogo se puso pesimista y quiso mandarme a inducción el día siguiente. Yo no quise. Sabía que el cuello podía borrarse y comenzar el parto en cualquier momento. Gracias a EPEN estaba informada y pude tomar una buena decisión. El bebé estaba perfectamente y la placenta nueva, así que le dije: dame 5 días más, mientras pensaba: antes me pondré de parto, seguro…

Sin embargo estaba angustiada y nerviosa, sabia lo que me esperaba si iba a inducción.

Mi amiga y doula Susana me ayudó muchísimo. Con ella me había estado preparando intensamente para parir en casa. Como eso ya no podía ser, al pasar de la semana 41, decidimos ir a la clínica El Ángel, donde me correspondía. Una clínica muy intervencionista. Susana y David me acompañarían y lucharían porque me respetaran mis decisiones. Además pensamos hacer la dilatación en casa e ir al hospital lo más tarde posible.

Estaba con fecha de inducción para el 14 de enero, lunes. El viernes anterior, como aun no sucedía nada, fuimos a por todas: probamos todo lo natural: aceite de onagra en la vagina, sexo, infusiones de frambueso, hierba luisa... Y, ¡menos mal! Mi bebé decidió que de inducción nada, y el sábado 12 por la noche empezaron las contracciones fuertes. David y yo habíamos pasado el día en casa de Susana, y allí noté contracciones, pero poco seguidas y poco dolorosas, así que pensamos que quedaba mucho. Salió el tapón mucoso. Susana me hizo digitopuntura en los pies, me puso música, me acompañó las contracciones. Me sentía muy a gusto y relajada. Estaba feliz y confiaba en que todo saldría bien. David estaba muy tranquilo, y no tenía miedo alguno. A las 10 y pico de la noche volvimos a casa y todo fue muy rápido. En cuanto me puse el pijama cada vez tenía las contracciones más seguidas y me dolían más. Probé a andar, pero con cada una tenía que pararme y agarrarme a algo. En una de ellas me agarré a David tan fuerte, que casi le lesionó… Ya no podía meditar ni visualizar, solo dejarme arrastrar y salir a flote como pudiera, esa era mi sensación. El dolor empezaba en el vientre, no en la espalda donde siempre me habían dicho, y se hacía casi insoportable, para desaparecer después de un tiempo que se me hacía muy largo. Ya no podía pensar, solo tratar de llevarlas bien y respirar entre una y otra. Me di cuenta de que a cuatro patas me iba mejor. A las 12 de la noche ya gritaba, con voz grave, no chillando. Me fui al cuarto de baño y me tiré al suelo, me quité la ropa y rompí aguas sobre unas toallas. Me ponía las manos entre las piernas, sentía una gran necesidad de empujar e incluso me salieron heces… Ya tenia las contracciones una detrás de otra, sin apenas pausa para recuperarme, pero no podía creer que una primeriza fuera tan rápida. Imaginé que aún estaría solo de 3 o 4 centímetros, que el ritmo de mis contracciones era caótico y que mi umbral del dolor era muy bajito... David se preocupó y llamó a Susana, y salimos para la clínica. Yo no sabía si quería irme, ni quedarme, ya no pensaba, no podía. El trayecto fue de película: del baño al coche tuve tres contracciones salvajes, me tiraba al suelo y quería volver a quitarme el pijama. David me envolvió en una manta y me metió en el coche. Me puse a cuatro patas. Estaba fuera del mundo ya…


Cuando llegamos, sobre las 12 y media o 1, no recordamos bien, ya estaba allí Susana; ¡SUSANAAA! grité yo. Ella me dio besos y me sentí muy reconfortada.

¡No había nadie! ¡Estupendo! Según me contó David después, el matrón de guardia estaba medio dormido. Me empezó a preguntar cosas para rellenar los papeles y yo no podía hablar. Susana y David respondían por mí. El se mosqueó y dijo: “¿es que no puede hablar ella?” (Yo alucino con lo poco que sabe esta gente de la fisiología del parto) .Susana respondió: “no puede, ¡está endorfinada!” No pude ver la reacción, pero tuvo que ser cómica. Me preguntó si quería dar al bebé el pecho: “Siiii”, respondí. Y cuando preguntó si quería epidural, dije un tímido sí, porque pensaba que me quedaban horas y horas de contracciones. Entonces me tumbé, me examinó, y puso cara de sorpresa: ¡Está completa!, exclamó. Yo me sentí feliz, ¡mi bebé estaba cerca! ¡No iba a hacer falta anestesia! El matrón se asustó: “¡No le va a dar tiempo al ginecólogo a llegar!” David, sin inmutarse, le espetó:” ¿Usted sabe ayudar a traer un hijo al mundo?” “Claro”, dijo él. “¡Pues ya está!

Mientras me trasladaban al paritorio yo estaba desatada, drogadísima. Mientras David se vestía para entrar conmigo, le dije al matrón: “¿qué?, ¿qué contento estás, no? ¡Cómo se ve que no vas a parir tú! “Me puso una vía (con suero salino nada más) y le dije: “bueno, eso por ahora lo has hecho muy bien, ¡a ver el resto!”Mientras tanto, Susana estaba tras la puerta, no la dejaron pasar, y casi se destroza el pie tratando de que no se cerrara la puerta y escuchar lo que pasaba dentro. Decía mantras sin parar para ayudarme.

Al potro... Una enfermera vino y me dijo,” te voy a rasurar”. Yo estaba entre dos contracciones salvajes y no pude evitarlo…traidora...No quise poner las piernas en los estribos. El matrón, ya bastante mosca, no estaba por la labor, pero yo insistía en que no podía parir tumbada.

Llegó David, vestido de verde, y le dije: “Qué guapo está, doctor Jáuregui!”

La cabecita del bebé se veía ya, pude tocarla y David la vio. ¿Cómo es, tiene pelo?, pregunté. “Sí, oscuro”, respondió él.

Mi ginecólogo apareció en ese momento, no me alegró mucho verlo, me dio igual. Por lo menos colaboró ayudándome a poner las piernas fuera de los estribos y más bajas que el cuerpo, apoyadas en una camilla pequeña. Fue estupendo que no hubiera nadie más en el paritorio, aparte de él, el matrón y David. ¡Qué suerte tuvimos! Yo no sentía ya dolor. Me pusieron el monitor y me puse a empujar, aunque no me apetecía mucho. Ellos me animaban. Enseguida va y dice el matrón:” ¡hay que cortar!” ¡Me iban a hacer episiotomía! Dije:” ¡nooo!” El matron, extrañado:” ah, ¿Es que quieres parto natural? ”” ¡Pues sí!”.

“OK, esperaremos lo que quieras”, me dijo. Pero yo intuí que no tenía mucha fe en que mi periné se estirara lo suficiente. ¡Pero si la cabecita ya coronaba!
No tenia muchas ganas de empujar, pero los veía tan atentos a mi entrepierna y tan tensos que lo hice lo mejor que pude. Si hubiera parido en casa o en el Costa del Sol, o en cualquier otro hospital mejor, habría descansado un ratito, me habría puesto en pie, agachada o a cuatro patas, y mi bebé habría salido fácilmente.

Mi ginecólogo tomo el mando y me dijo que la episiotomía era necesaria.” No va a salir, tengo que cortar”. Entonces me rendí. Por mucho que me había mentalizado, que sentía que podía hacerlo, que sabía que el corte no era necesario, accedí. En el momento en que alguien con “poder” y “autoridad” te asegura que tiene que ser así, es lógico que te entren dudas. Si este ginecólogo no me hubiera cortado, no habría hecho nada en mi parto, cosa a lo que no está nada acostumbrado. Sin embargo, espero que conmigo haya aprendido algo.

Al momento, después de un empujón, me dice el ginecólogo: ¡cógelo, ya está aquí! Abrí los ojos y vi al bebé más precioso del mundo mirándome alucinado desde entre mis piernas. Y yo misma lo cogí y me lo puse en el pecho. Qué sensación maravillosa! No paraba de decirle cosas: “Mi Leo, hola, mi Leo, mi precioso, hola, Leo, Leo…” ¡Estaba encantada y feliz! El me miraba y se movía, todavía recuerdo su carita, no dejaba de mirarme a los ojos, con una cara de sorpresa muy graciosa. Entonces oí que el ginecólogo, pasmado, decía: ¡ya está aquí el alumbramiento! Miré hacia abajo y vi cómo tiraba del cordón hacia el, ¡me pareció una imagen muy curiosa! Lo que no vi fue la placenta. David sí la vio, dice que era muy bonita, como tornasolada. ¡Lástima no haber podido llevármela! Mi David se preparó para la segunda parte: no queríamos que le pusieran al bebé ni vacuna, ni vitamina k inyectable, ni colirio....La pediatra se quedó muy extrañada y le hizo firmar en una cuartilla, no tenían formularios para eso: ¡fuimos pioneros! Leo nació a las 2 y 20 de la madrugada.
Me dijo la enfermera: “Me lo llevo para calentarlo”. Y dije: “¡No! ¡Lo calentaré yo con mi cuerpo!

Lo examinaron en el mismo paritorio, cerca de mí, con David siempre atento. Le quitaron unas flemitas y lo pesaron, y lo cogió en brazos David mientras me llevaban a mi habitación. Quisieron llevárselo otra vez para bañarlo, y volví a negarme. “Habrá que vestirlo, ¿no?” Dijo la enfermera. “No”, dije yo, “Estaremos piel con piel”.Otra cosa que no les había dicho nadie nunca! Yo temblaba de frío. Me dijo el matrón que era normal, pero yo sé que no lo es, que si hubieran procurado que hiciera el calor necesario para un parto, no habría temblado en absoluto. Fuimos juntos en el ascensor, David con Leo, Susana y yo. Yo estaba feliz e incluso hablé con el celador, que estaba muy serio, pero le pregunté su nombre y se ablandó. Dijo que tener un bebé sano era el mejor regalo.

Cuando llegamos a la habitación tuve una charla preciosa con Susana. Ella estaba contentísima de cómo había salido todo y yo aún tenía el subidón de endorfinas y oxitocina (¡natural!). Nos dijimos muchas cosas bonitas. Y David, mi héroe, se quedó dormido en una silla, ¡pobre! Leo y yo estuvimos toda la noche despiertos, conociéndonos y dándonos cariño. Lo olía, lo acariciaba, sentía su cuerpecito tan frágil y fuerte al mismo tiempo, ¡me parecía un milagro!

Los dos días que permanecimos en el hospital, no me separé de Leo salvo para ir al baño. Por la noche me preguntaban si quería que se lo llevaran al nido. A mi me daban mucha pena los otros bebés durmiendo solitos allí.

Los que venían de visita iban derechitos a la cuna para ver a Leo, pero nunca estuvo allí, lo tenía siempre en la cama conmigo o en brazos. Mamó perfectamente desde que nació, solo tuve unas pequeñas grietas que se curaron muy pronto con el propio calostro.

David y yo queremos dar las gracias a EPEN y a Susana por todo lo que me apoyaron y por todo lo que aprendí, si no es por ellos no sabría lo que sé sobre este tema, no habría tenido un parto tan respetado y un bebé tan precioso y feliz. Espero que algún día todas las mujeres puedan tener la oportunidad de experimentar el nacimiento de sus hijos, como mínimo, como yo lo he experimentado. No necesitamos nada, solo que nos dejen tranquilas, podemos hacerlo solas! Queremos compañía y a veces ayuda, pero parimos nosotras, al final estamos solas conectadas con nuestro bebé, y merecemos que nos dejen tranquilas.
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