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Relato de un parto muy deseado

Esta es la historia de mi parto...

El parto más deseado y más bonito que podría haber tenido debido a una serie de circunstancias que iré explicando a lo largo del relato y tod@s entenderéis el porqué.

Después de una lucha burocrática y personal con mi Mutua, ésta finalmente aceptó que podía parir en el hospital que yo le pedía. Las circunstancias del momento y de lo sucedido me impedían ir a la clínica privada donde ellos me mandaban y, gracias a mucha gente que me ayudó, pude parir en un hospital con un protocolo especializado para mi caso.

La noche anterior no recuerdo si descansé o dormí mucho, pero lo que sí sé es que soñé con mi parto. Pero no pude soñar nada parecido a lo que realmente viví.

Dejamos a mi peque de 5 años recién cumplidos con los yayos, estaba medio dormido, y nos despedimos de él con un fuerte abrazo. Sus últimas palabras me llegaron muy adentro: “Dale un beso muy fuerte de mi parte y un abrazo”. Mi principal miedo era que el parto durara muchas horas y que él tuviera que pasar la noche con los yayos ya que nunca ha dormido en otro sitio que no sea con nosotros (ha sido elección suya y siempre se la hemos querido respetar). En esta ocasión cabía la posibilidad y, aunque lo intentamos concienciar mucho desde el primer momento , él no estaba muy convencido. Así que nos despedimos sin saber hasta cuándo nos veríamos.

Llegamos con mi marido sobre las ocho pasadas debido a las retenciones de tráfico que encontramos. La llegada fue dura porque solo entrar por la puerta fue muy impactante ver a mujeres que estaban en el mismo estado que yo, pero que seguramente no iban para lo mismo ni tendrían el final que a nosotros nos esperaba. Allí empecé a derrumbarme bastante.

Nos pasaron al paritorio y nos dieron un box. Enseguida entró la comadrona, se llamaba María, y me cogió de la mano al momento. Me preguntó que cómo estaba y me mandó quitarme toda la ropa y prepararme para el momento.

Me tumbé en la camilla y María se sentó a mi lado. Me dio la mano y hablamos… ¡Hablamos mucho! Me explicó como sería el proceso, aunque yo ya iba preparada porque me lo habían explicado anteriormente en la visita y además tenía una gran suerte y ya estaba en contacto con muchas otras mamás que habían pasado lo mismo. Me empezó a contar todos los efectos secundarios que tendría. Juntas repasamos el plan de parto que yo llevaba y fue bastante fácil porque me permitían hacerlo todo. Me dijo que todo lo que quisiera lo pidiera y que ella concedería siempre dentro de sus posibilidades y de las circunstancias del momento, claro.

Una de las cosas que tenía clara y que decidí desde muy al principio era que quería hacer todo el proceso sin epidural. Aunque sabía que el protocolo era ponerla, ellos aceptaron sin ningún problema y quedamos que siempre podría pedirla si me veía con la necesidad.

A las nueve pasadas primero me realizó un tacto para comprobar que todo estaba correcto, y apenas noté molestia ya que fue muy respetuosa y cariñosa. En todo momento me decía siempre lo que iba a hacerme y como. Entonces empezó a ponerme la primera medicación: cuatro pastillas de Misoprostol por vía vaginal que empezarían a provocar mi parto. Para que os hagáis una idea, María nos dijo que en la inducción de “un parto a término” se usan unos 25gr y a mi me iban a poner 800gr.

No eran aún las diez que ya empecé a notar los primeros efectos secundarios de la medicación que María me había dicho: temblores, escalofríos, frío. Mi cuerpo empezaba a transitar en una mezcla de emociones que ya venían de muchos días atrás… Mis piernas se movían solas y no podía pararlas…, las manos y brazos también, pero las piernas era algo brutal. Me hizo transitar y recordar la experiencia de mi primer parto con mi hijo mayor, que también tuvimos la suerte de tener muy respetado y consciente.

Estaba tumbada en la camilla porque me pusieron suero y tenía que estar quieta, pero al quitármelo ya salté de la cama porque necesitaba moverme. Tenía tanto frío que tuve que ponerme un chaquetón que llevaba y eso me calmó. Tal y como me había avisado la comadrona me estaba subiendo la fiebre debido a la medicación tan fuerte (y me podía subir mucho). Eso era lo que me pasaba: tenía escalofríos y mi cuerpo temblaba, empezaba a subirme la fiebre, pero no mucho por suerte (no soy de tener fiebres altas). Yo me sentía bien y no estaba nerviosa, empezaba a notar movimientos raros en mi barriga y comenzaba a moverse “sola” como cuando tienes esa sensación de hambre. Tenía la sensación que dentro de mí había unas olas iban oleando en mi mar interior.

Era el momento de preparar su “altar”. Le pedimos a María donde podíamos poner unas cosas que habíamos traído para acompañar su llegada y nos dijo que lo podíamos hacer en su camita. Fue el mejor sitio que pudo darnos porque quedó súper precioso: con todas las cosas que me habían dado unas amigas en una ceremonia preciosa que le dedicamos unos días antes; con las fotos de las ecografías que teníamos; con una representación de cada miembro de la que es nuestra familia; y con “la ropita” que nos había hecho una amiga especial de la familia poniendo todo su amor y cariño en algo tan precioso para él. Le pedí al papa que nos hiciéramos fotos: nos hicimos fotos juntos, separados, al altar solo, de todas las maneras… y yo no tenía muchas molestias aún. Aunque…

Empecé a notar otro de los efectos secundarios de la medicación…. Lo notó mi marido también. El pobre tuvo que lidiar con ellos: gases y cagaleras de una forma muy exagerada… con un olor muy fuerte, la verdad. Tuve que ir muchas veces al baño. Ahora sí que me dolía bastante la barriga y sentía como algo dentro de mi pasaba o se estaba preparando.

Sobre las doce me explicaron que me pondrían de nuevo dos pastillas y que si lo veían bien me romperían la bolsa para facilitar el parto y hacerlo más rápido. Pero no pudieron porque no llegaban aún al cuello del útero y apenas había dilatado. El tacto fue algo más doloroso, pero aguantable. Me pusieron dos pastillas más y me volvieron a dejar en la habitación. Podía moverme, hacer un poco a mi aire y estar tranquila.

Hablando con María nos preguntó si queríamos hacer una último eco y verlo, ya que hacía más de un mes de la última. Fue a buscar a la ginecóloga de guardia y vino con el ecógrafo. Fue algo tan bonito y especial poder verle así por última vez y poder certificar que estaba donde yo lo sentía y lo notaba desde semanas atrás. Él estaba tranquilo, esta vez se movía poco porque la medicación empezaba a hacerle efecto, pero nos pudo saludar por el aparato una vez más y pudimos escuchar el tremendo latido de su corazón. El papa hizo fotos y vídeos del momento, y será uno de los tantos recuerdos de ese día que mantendremos siempre con nosotros.

Sobre las 13h pasadas vino una gran amiga a verme y papá pudo irse a comer. Estando con ella seguía teniendo los mismos síntomas y algunos otros e iniciaban. Empezaban a hacerse más intensos y mucho más duros, pero nada que no pudiera soportar. También nos hicimos fotos con ella y me hizo mucha ilusión que estuviera en ese momento. La verdad es que fue un gesto muy significativo para nosotros y una gran muestra de cariño para toda nuestra familia.

Cerca de las 14 horas vino la comadrona a decirnos que se iría a comer, que dejaba a cargo a otra por si yo tenía algo, y que ella llegaría pasado las 15h. Le comenté las ganas que tenía de hacer caca. Ella me dijo que si tenía ganas otra vez que avisara para no “sacarlo” sin darme cuenta y no llevarnos un disgusto después de todo lo que habíamos luchado para conseguir nuestro sueño/pesadilla hecha realidad.

Estuve con mi amiga hablando mientras los calores y fríos seguían. También continuaban los temblores de piernas y brazos, sobre todo. Empezaba a notar muchos más movimientos en mi barriga y algo de dolor en mi espalda y lumbares, pero nada que haciendo pequeños movimientos de pelvis o piernas se pudieran calmar. Ahora sí que empezaba a llegar el momento… aunque a mi no me lo parecía porque no tenía esos dolores tan intensos de los que habla todo el mundo (os recuerdo que no tenía epidural por elección propia).

Pasadas las 14h llegó de nuevo el papá y mi amiga se marchó a trabajar. Ella antes de irse me recordó que respirara y que no fuese tan dura conmigo misma, que ya era bastante doloroso todo lo que estábamos pasando y lo que nos venía, que si sentía mucho dolor pidiera medicación. Le dije que sí, que se fuese tranquila y que ya la mantendríamos informada.

Los dolores cada vez eran más intensos y fuertes, pero era todo bastante soportable. Iba mirando la hora de reojo, así como podía, porque quería esperar a que llegara María. De golpe ya me abracé a mi pareja. Y así abrazada al papá (que estuvo acompañándome y dándome su confort, apoyo y amor en todo momento) empecé a hacer movimientos circulares, sintiendo tremendamente y tan intensamente aquellos últimos pasos de él dentro de mí.

Eran sobre las 15h cuando volví a tener ganas de ir al lavabo, pero fue algo que me llegó de repente y muy intensamente y que apenas podía ni controlar. Llamé para avisar por lo que me habían dicho de ir al baño y me dijeron que lo hiciera en una especie de orinal. Pude evacuar sin problemas, pero entre la mezcla de los olores (fétidos a más no poder), los calores, los sudores, los dolores y toda esa mezcla empecé a sentirme algo abrumada.

Fue salir del baño y vino… llegó... Fue una contracción que me hizo llegar muy cerca de él… Abracé al papá y le dije que tenía mucho dolor. Empecé a sudar mucho y seguía con los temblores… (el papá dice que en ese momento me cambió la cara por completo). Él me dio la mano y no dejaba de soltarla, me intentó abrazar pero le dije que no quería abrazo. Me quedé en la cama como una cucaracha sin poder moverme ni nada. Venía algo… lo sentía… No sabía si seria él… Avisamos al timbre. Vino la otra comadrona que dijo: “¡Voy a buscar a María!”. Y yo: “¡Sí, por favor!”. A todo esto, yo seguía sin poder moverme, en la cama del revés (en posición cucaracha), con la piernas alzadas y abiertas acompañando su salida con movimientos en círculo. Empecé a notar que me salía algo, era como pipí, pero no podía ni controlarlo ni pararlo (era el líquido que empezaba a salir). Tenía mucho calor y me hubiera ido genial un abanico en ese momento. Le pedí al papá que me soplara porque no podía más. Enseguida llegó María y dijo: “¡Uf! ¡Pero si ya está aquí!”. No podía moverme: entre la posición y el dolor, me quedé como clavada en la cama semi-acostada, pero respirando profundamente. Le hablaba a él y siguiendo con los movimientos ese dolor se fue haciendo cada vez menos intenso hasta que prácticamente desapareció.

Cuando yo pude me ayudaron a ponerme bien en la cama y allá empezó nuestro último baile. Noté todo su contacto dentro de mí, fueron tres sentidos pujos: en un primero salió todo el líquido que aún quedaba, lo sentía muchísimo y fue algo muy extraordinario. En el segundo salió él: lo sentí tanto, ya era su momento y salió tan tranquilamente y suavemente de dentro de mi... Sí! Nuestro hijo, que estaba muerto, porque tenía 18 semanas de vida y no soportó el parto. Pero él estaba caliente y cálido como el que más. Y al final salió la placenta. Eran las 15.45h de la tarde de un día de abril de 2019.

Enseguida me lo pusieron encima. Era mi hijo. Era la primera y última vez que lo iba a tener así conmigo y no podía perderme ese momento. Tenía su piel casi transparente y muy muy suave. Era muy pequeño, tan solo pesaba 185 gramos y medía unos 20 cm, pero para nosotros era el más precioso de todos. Era rosado, y poco a poco se fue quedando morenito. Me lo dejaron encima unos minutos pero enseguida se lo dieron al papá porque al quedar placenta dentro, y como no llevaba la epidural, tuvieron que llevarme inmediatamente a quirófano. Me sedaron para quitar el resto con un legrado que fue muy rápido. Antes de media hora ya estaba de nuevo con mi bebé y mi pareja.

Pudimos estar con él hasta más allá de las 19h. Esas horas que pasamos con él fueron parte del momento tan mágico, bonito, doloroso y triste que tuvimos la gran suerte de vivir a su lado. Pudimos hacernos fotos, plasmar sus huellas, hablarle, besarle, etc. Era tan bonito… estaba tan tranquilo, sereno… No hay palabras que describan ese momento que vivimos y que no olvidaremos jamás. Pero del que no me voy a arrepentir nunca es de haberlo vivido de esta manera tan respetuosa, amorosa, cálida,... con la situación tremendamente dolorosa, triste y conmovedora que era.

Él era y será siempre nuestro tercer hijo.

Llegó por desgracia la hora de marcharnos de aquella habitación y teníamos que entregar a nuestro hijo... al mismo momento en el que nos despedíamos de él, de su cuerpo tan frágil y tierno, por ésta sí última vez ya, escuchamos una mamá gritar, una mamá a nuestro lado estaba dando a luz a su hij@, fueron sus lágrimas y gritos que nos despedía de aquella gran experiencia. Es aquí donde de nuevo las señales nos llegaban: la vida y la muerte siempre están y estarán unidas, aunque haya mucha gente que no lo quiera ver y aceptar. Así pues, le dimos nuestro pequeño a María, acto seguido ella lo envolvió con una toalla del hospital y nos dijo que nos fuéramos “tranquilos” que ella se haría cargo de él y lo cuidaría. Lo había hecho conmigo desde el primer momento en que entré al hospital, con su padre y ahora lo haría con él, con nuestro tercer hijo.

El siguiente paso fue ir a la funeraria y decidir incinerar a nuestro “feto”, porque al no cumplir los días/semanas suficientes no podía ser llamado por su nombre ni podríamos registrarlo como hijo nuestro. Ese fue uno de los momentos más dolorosos del día. Pero pronto, al llegar a casa y poder abrazar a mi hijo mayor, calmó parte de ese tremendo dolor. Las primeras palabras que salieron de su boca fueron: “¿Le diste el beso y el abrazo al bebé?”.

Los días posteriores ya podéis imaginaros como están siendo… Hay momentos de todo en esta montaña rusa del duelo: sentimientos contrapuestos que hacen que sigamos con nuestra lucha personal contra lo que la vida nos ha ofrecido y lo que debemos aceptar y aprender.

Agradezco infinitamente a todas las personas que nos acompañaron en todo el proceso y todas las que se han ido sumando para ayudarnos a poder hacer de esta durísima experiencia algo mágico. Sin ellas no hubiésemos podido cumplir nuestro sueño y despedirnos como nos merecíamos de nuestro tercer hijo. Y es que de nuestro segundo no nos lo permitieron, fue otra historia muy dura también que en otra ocasión os explicaré. Y de ésta, como de aquella, saldremos adelante, estoy segura. Aunque no será fácil y esta será una batalla que tendremos que pasarla con mucha compañía. Y tenemos la suerte de tenerla con nosotros, y otra nos irá llegando. Porqué nuestras estrellas, allá donde estén, nos irán uniendo. Sus almas seguirán siempre con nosotros. Y esto, como toda esta historia, es lo más mágico de todo.

Y finalmente le agradezco a mi familia y a mis tres hijos, pero sobre todo, y muy en especial, al que me ha permitido vivir esta experiencia que os he descrito en este relato.

Como habéis visto es el relato de un parto muy deseado, pero con un final diferente a los que podemos leer normalmente. Nos encontrábamos ante un caso de interrupción del embarazo porque mi hijo padecía una enfermedad genética degenerativa que yo también padezco, pero del cual tengo poca afectación. Todos los médicos especialistas en el tema nos habían confirmado que él la iba a heredar en un mayor grado y que muy probablemente iba a causarle una vida de sufrimiento continuo. Tras mucha meditación y con el corazón roto en mil pedazos, tuvimos que tomar la decisión más dura de nuestra vida por segunda vez... Para sufrir estábamos nosotros. Y él ahora se ha ido a un mundo mejor donde millones de estrellas le acompañan. Allí celebran sus fiestas, nos observan y de vez en cuando nos envían señales como estás...

Estrella__Tro’s