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Relato de parto en casa, la llegada de Río

RÍO.

La abuela no lo sabe: vamos a parir en casa. No en la suya, sino en otra que he tenido que alquilar porque ella no iba a permitir que eso ocurriera en su vivienda.

Se piensa que estoy en otra ciudad, con mi amiga ginecóloga.

Acudo a la cita del ginecólogo, que no es tan amigo. El mismo que me visitó cuando estaba embarazada de mi primer hijo. Pero esta vez fue distinto: esta vez me sentía segura, autónoma, fuerte. Su estrategia del miedo no funcionó como antes. Su soberbia no puede con mi éxtasis de vida. Yo la porto, no él..

Le consiento el tacto cervical, pero porque me apetece saber cómo está mi cuello uterino, no por sus amenazas de que el líquido amniótico pueda estar verde y matar a mi bebé.

- "¿De verdad que no has notado contracciones dolorosas?" - comenta sorprendido.

- "No" - respondo, sorprendida por su sorpresa.

- "No te preocupes por no haber rellenado los papeles para el anestesista. No te dará tiempo a ponerte anestesia".

- "Bien, tampoco la quería".

Aprovecho y voy a hacer la compra tras la visita. Me noto rara. Justo me encuentro a las matronas que asistirían el parto en casa y se lo comento. Aún me quedaba una semana para salir de cuentas, pero no cabe duda de que podía ser cuando tú, pequeñín, quisieras.

Sigo con mis danzas, mis pensamientos, mis ensoñaciones de abrazarte bajo el agua que acuna nuestros fluidos, nuestro encuentro. Mis respiraciones, mis apuntes de Consuelo Ruiz, mis notas de Casilda Rodrigáñez. Algo me llevaba a dar el repaso de última hora.

19:48 horas. Edén y yo estamos en la cama, pintando. Papá prepara la cena. Empiezo a notar la continuidad de tus llamadas. El útero empieza a moverse con ritmo regular y frecuente. No duele, pero me percato de que está ahí.

Espero a ver cómo evolucionan. Se lo comento a papá, que mantiene la calma, pero se entrevé su emoción y sus nervios. Informo a las matronas. Me ducho tranquilamente. La tripa parece que sonríe cada vez que se endurece.

20:30 horas. Empieza la música. La percusión tiene una cadencia. Edén salta en la cama, como si sintiera el ritmo y bailara con él. Pienso en dormirle para poder estar tranquila. Me tumbo para darle el pecho, pero enseguida tengo que levantarme: las nubes de la tormenta estaban aferrándose a mi tripa de forma acompasada. Ahora tengo que concentrarme. Papá se lleva a Edén a dar un paseo en coche. Ahora estamos tú y yo, a solas, esperando a las matronas.

"Intenta comer algo mientras llegamos", me aconsejan. "No puedo. He abierto un yogur y no puedo".

Dejo el móvil tirado. Estoy en la cama, frente a un espejo. Sólo llevo una camiseta ligera. Las contracciones se aceleraron, sin darme cuenta. Me recordaban a las del parto previo, inducido por oxitocina sintética. Y dolían. Pero lo respiraba, respiraba el dolor. Sentada no estaba cómoda, sólo de rodillas, con el pecho apoyado en la cama y los brazos en cruz, con las manos agarrando las sábanas. "No llegan, no llegan. Estamos solos. Tú y yo. Respiremos. Sabemos hacerlo. Mami y tú sabemos hacerlo".

A partir de aquí ya no hay diálogo, hay conexión. No hay lenguaje, hay un universo despertando. El ambiente se torna penumbra, los ojos abiertos, pero la vista puntiforme. Respiro acelerada, descansos cortos entre cada contracción. Imagino espirales rodeándome, rodeándonos, simulando el movimiento hacia el canal del parto. Truenos, tambores nocturnos, sombra pulsátil. Cánticos salvajes.

De repente, se detienen. El ritmo para, silencio. "Tengo ganas de mear". Voy al baño, me siento. Orino, pero enseguida una fuerza que no conozco se apodera de mí y me obliga a empujar. "Es ahora". Lo supe. No sé cómo, porque en el primer parto la anestesia me la pusieron justo antes del expulsivo, pero lo supe. Estiro la toalla que hay en el suelo, me arrodillo y me apoyo en el borde de la bañera y en un taburete que había en el baño. Y empujo. Y me río a carcajadas. Soy una flor desplegándome. Soy un manantial brotando. Compruebo con el dedo corazón dónde estás. Tu cabeza está cerca. En el preámbulo. Soy un volcán erupcionando. Noto cómo mi vulva abraza tu cabeza. No duele, no quema, eres una nube saliendo de mí. Me río a carcajadas. Noto tu cabeza asomar y girar. Y la nube se rompe, terminas de salir. Llueve amor, llueve emoción, llueve felicidad. Estoy colocadísima. Enamoradísima. Compruebo tu cordón y lo aparto de tu cuello. Te he oído. Me has llamado, a través del velo, te he visto llamarme.

Cojo una toalla para arroparte. Arrastro la del suelo con los pies hacia la cama, para ver la hora. 23:48 horas.

Al minuto llega papá. A los minutos, las matronas.

"Eres la diosa de la fertilidad".

Todas lo somos. Sólo tenemos que reconocernos.

Cada noche, cuando te duermo, recuerdo estos momentos. Cada noche, cuando te miro, volvemos a nacer, mi Río.

Y gracias a ti nacemos todos otra vez.