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RELATO DE MI PARTO natural

ENERO DE 2014

Era invierno, un día antes de la fecha de parto estimada. Ya hacía 10 días que había expulsado el tapón mucoso y mi cuerpo me decía, sin lugar a dudas, que el momento del nacimiento estaba ya ahí...
Aunque durante casi todo el embarazo había sentido con claridad el útero y sus contracciones, y eso había sido motivo para que los médicos pensaran que podía tener un parto prematuro, el caso es que yo había preferido pensar que era una suerte poder sentir con tanta claridad el útero y su expansión, y que de alguna manera esas contracciones eran el entrenamiento de éste para el momento decisivo en el parto.

Esas dos últimas semanas antes del parto las contracciones se acompañaban, en ocasiones, de un ligero dolor como de regla, por lo que estaba más atenta y esperando que cualquier día fuese el “día”.

Ya había pasado la navidad, momento en el que expulsé el tapón mucoso, y con el lío familiar y demás, yo le había pedido al pequeño que esperase un poquito a que pudiéramos estar tranquilos para venir al mundo. Parece que su plan era precisamente ese.

Así que ese día era un día como otros en el que había aprovechado para pasear con mi pareja, disfrutar del espectacular entorno en el que nos hallábamos, hacer un poquito de yoga, leer, y todas esas cosas que apetecían en unos días que estaban resultando agradables y relajados después de todo el estrés.

Lo único que me sacaba un poco de ese estado de calma era una persistente tos (duraba ya casi un mes), que resultaba bastante molesta y no parecía desaparecer. Aunque confiaba en que llegado el momento pasaría a segundo plano. Y así fue...

Eran aproximadamente las 11 de la noche. Estábamos viendo una película tumbados en el sofá, y yo empecé a sentir que esas contracciones a las que tan acostumbrada estaba ya, tenían algo de diferente. El “dolorcillo menstrual” también había aparecido, así que decidí mentalmente cronometrarlas (era la primera vez que lo hacía). Ya algo me decía que sí, que había llegado el momento. Esperé hasta sentirlo más claramente, y fue entonces cuando me levanté a por un vaso de agua a la cocina mientras le decía a mi pareja, con mucha calma, que había comenzado el parto. Justo en ese momento, y para que quedase aún menos lugar a dudas noté como mojaba la ropa. Rotura de bolsa. “¡El bebé ya está listo para nacer!”

Recuerdo la emoción del momento, la sensación en el cuerpo, y también de súbito la duda ¿”Y qué hacemos”? Habíamos decidido tener al bebé en un hospital que estaba a una hora larga de carretera. Nos encontrábamos en un pueblito perdido y el hospital más cercano a 40 min. Sabíamos que llegado el momento, y si la calma no los permitía, queríamos estar en casa todo lo que consideráramos oportuno y después desplazarnos al hospital, no queríamos llegar demasiado pronto, pero claro, el camino asustaba...

Decidí llamar al hospital y comunicar lo que ocurría... el liquido amniótico era transparente, sabía que no tenía que preocuparme, las contracciones eran intensas y regulares. Desde el hospital me recomendaron esperar como mucho hasta la mañana (eran las 12 de la noche) y si nada había cambiado ir para allá.

En ese momento me entró un sueño tremendo, me tumbé en la cama dispuesta a dormir. Le dije a mi pareja que pondría un despertador y nos iríamos al hospital por la mañana. ¡Qué ilusa! Con esas contracciones era imposible dormir, así que me cambiaba de postura, intentaba dormir, ¡qué

sueño tenía! Pero convencida ya de que eso era imposible, decidí coger la pelota y hacer algún ejercicio para conectar, respirar, fluir....

Pasó una horita, o más, tampoco estábamos muy pendientes del reloj, pero nos dimos cuenta de que la carretera asustaba a esas horas, tantos kilómetros, así que decidimos coger las cosas y marchar para el hospital.

Eran sobre las 3 de la mañana. Oscuridad total, los dos en la furgoneta. Ya días antes la habíamos equipado con mantas, toallas, agua, etc, por si acaso el bebé se presentaba antes de llegar al hospital...

Yo llevaba los cascos puestos y escuchaba el mantra que había utilizado durante todo el embarazo. Mi pareja estaba concentrado al volante. De vez en cuando ponía su mano sobre mi rodilla, y sin hablar me miraba para ver como estaba. Las contracciones eran ya bastante intensas, tanto que en ocasiones me tenía que retorcer para llevar el dolor. Pero trataba de centrarme en el mantra, disfrutar de la oscuridad, y tratar de no ofrecer resistencia.

No fui consciente en ningún momento de la carretera, yo andaba en mi “propio viaje”, pero en un momento dado, sin previo aviso, durante una de las contracciones me sobrevino un vómito que hizo que me manchara de arriba abajo, furgoneta, zapatos, ropa.... En fin, cosas que pasan.... Limpié como pude las cosas y cuando me vine a dar cuenta, allí estábamos, habíamos llegado al hospital.

Eran las 4 de la mañana, aproximadamente. Recuerdo coger la documentación, limpiarme como pude la ropa, y corriendo para la puerta de admisión.
En ese momento no era consciente, pero en los minutos que transcurrieran desde que llegué hasta que pudimos entrar en nuestra habitación y volver a conectar con el proceso, las contracciones pararon, el parto se detuvo...

Nos atendía un matrón, sereno, amable, calmado... Después de algunas formalidades que hoy encuentro del todo innecesarias, me hizo un tacto, estaba dilatada de 7cm. Recuerdo mi sorpresa al escucharlo, y también la sensación de “un ratito más de viaje y el bebé estaría ya asomando”.
Le comento que me gustaría usar la bañera de dilatación, pero viene el chasco, hay demasiadas parturientas, poco personal, y no es posible que la utilice. Intento dejar pasar esa ligera frustración y aceptar que tendrá que ser de otro modo. Me dice el matrón que si quiero probar el óxido nitroso. No había oído hablar antes de ese método para aliviar el dolor. Me comenta que a algunas mujeres les funciona muy bien, que es totalmente inocuo, etc... “Este hombre me está haciendo pensar demasiado, no quiero tomar tantas decisiones ahora” (me decía a mi misma). Pues venga, dámelo. Se trata de una bombona pequeñita con una boquilla, me explica que cuando viene la contracción vaya respirando normalmente por ahí y ya está.
Nos acompaña a la habitación, me deja la ropa del hospital, y nos dice que si necesitamos algo le llamemos.
En ese momento escucho los quejidos de una mujer próxima. “No puedo, no puedo más”. Qué agonía, como se resiste, pienso. Y le pido a mi pareja que me de los cascos para escuchar la música y tratar de re-conectar...
Vuelve a entrar el matrón. Me preguntan por el nombre del peque (¿en serio?, ¿ahora? “¡No lo tenemos decidido!” (teníamos un par elegidos, a la espera de verle la carita y sentir cual le pondríamos).
Me hace una monotorización y observo las contracciones, soy consciente en ese momento de que se habían detenido.
Trato de volver a conectar con el bebé, con el proceso... No sé cuanto tiempo ha pasado desde que llegamos al hospital.

Mi pareja me dice que va a preguntar si nos pueden cambiar de habitación. Hay un jaleo constante en el pasillo, y además no se puede cerrar la puerta.
Nos dicen que sí y nos vamos a una habitación próxima. Puerta cerrada, luces apagadas (dejamos la luz del baño encendida para ver un poquito). Ahora sí volvemos a estar solos, nadie nos molesta, estoy libre para moverme, para hacer lo que desee... El viaje continúa. Las contracciones cada vez más y más intensas. Miro de reojo a veces en el aparato que mide la intensidad cuando tengo puestas las correas para monotorizar al bebé... (como sube esa cifra, ¡deja de mirar! conecta, déjate ir...), pruebo con el gas, noto cierto alivio (mi pareja siempre ha pensado que era efecto placebo), y durante las siguientes horas me sumerjo en un intenso viaje en el que dejo de ser consciente de si entra o sale alguien de la habitación, donde pierdo por completo la noción del tiempo, y donde mis recuerdos no son nítidos. Camino por la habitación, me subo a la cama, bajo, me agarro a mi pareja, le suelto, cojo la pelota, me tiro al suelo, me pongo a cuatro patas... casi todo eso me lo recuerda mi pareja mas tarde. Él dice que estaba “totalmente ida”, de hecho se ríe recordando como un par de veces cogí la boquilla de la bombona de gas, y no atinaba a ponerla en la boca, y la metía por la oreja. Yo recuerdo que a momentos sentía que el dolor era tan intenso que iba a reventar, y entonces imaginaba las olas del mar, y trataba de no aferrarme al dolor, de recordar que igual que venía se iba a marchar... y a recuperarme después, mientras la intensidad disminuía. En alguna de esas contracciones recuerdo también evocar el pensamiento de “¡cómo alguien, en su sano juicio, puede repetir esto?” Había momentos que miraba a mi pareja, y sin palabras, le trasmitía lo intenso del proceso, la forma tan bestial y animal en que lo estaba sintiendo. Y también recuerdo que, en un momento dado, sentí que de alguna manera me unía en espíritu a todas las mujeres que, a lo largo de la historia, habían pasado por lo mismo que yo pasaba en ese momento, a todas las mujeres que habían parido a lo largo de cientos, de miles de años. Y sentí así una fuerza, un empuje, una conexión con algo primitivo, terrenal, sentí una conexión única como jamás antes, con la madre tierra, con el cosmos... Me sentí realmente afortunada por experimentar esa comunión con el universo...

Y no puedo precisar en que momento, pero poco después las ganas de empujar aparecieron. La fuerte presión en el periné. ¡Bebé K ya estaba preparado para salir! Y se lo decía, al igual que durante todo ese tiempo en la dilatación, de vez en cuando conectaba con él, y le daba las gracias por hacerlo todo tan bien, y le decía “ya estás casi aquí, ya estás llegando” (Mi pareja me recordó eso más tarde). Y entonces llamamos al matrón. Ahora estaba otra persona, el turno había cambiado. Eso me dio cierta lástima, pero no era momento ahora de eso. Instintivamente me puse de pie y agarré a mi pareja por detrás... El matrón me hizo un tacto y corroboró que el bebé estaba ya allí. Fue entonces, y al ver mi postura, que me sugirió utilizar la silla de parto vertical, por si estaba más cómoda que de pie. En ese momento ni procesé la información, sentía tanta, tanta presión.

Nos sentamos los dos, él estaba detrás, sentía su calor, su apoyo incondicional, estaba siendo tan mágica su presencia allí... Estando sin estar, cuidando de mi sin notarle...
El matrón estaba tirado en el suelo delante de mi. “¿Le quieres tocar ?” me dijo. Ufff, qué sensación, tocar esa cabecita blanda, ahí, en tu vagina, en tu vagina abierta como una flor... “Venga, en la próxima contracción vas a empujar con todas tus fuerzas, como si fueras a hacer caca” Nunca podría olvidar esa encomienda. “Notarás escozor” me decía. Yo no notaba nada, de eso, si la inmensa presión de su cabeza y la fricción en su avance. Y se acercó otra contracción, y en ese momento me dijo otra vez “venga empuja, respira, empuja”. Y fue entonces cuando de repente me sobrevino un pánico terrible... ¡No he asistido a clases de preparación al parto! pensé ¿y si no sé hacerlo? ¿Y si no sé respirar? Y ahora pienso que quizá ese fue el temor que provoca el reflejo de eyección, porque lo recuerdo con auténtico pavor, aunque no puedo asegurar que fuera un auténtico reflejo de eyección lo que tuve pues me estaban dirigiendo los pujos, pero fue en la siguiente contracción, o en la siguiente a esa, que mi voz se elevó y empujó con una fuerza tremenda, y entonces noté como el bebé resbalaba y salía por completo de mi cuerpo.
El matrón lo recogió y lo puso acto seguido sobre mí. Él tenía los ojos abiertos, clavó sus ojos en mi, y yo en él. Esa “mirada del amor”. Recuerdo que estaba completamente cubierto de sangre, de hecho notaba como la sangra salía a chorros, literalmente, de mi cuerpo.
Esa cosita pequeña desprendía mucho calor, y olía a croissant recién salido del horno...
Mi pareja estaba detrás, emocionado, el matrón le dijo que cortara el cordón “¿Ya?” le pregunté yo. Me dijo que no latía más. Cortó el cordón. ¡Ya estaba con nosotros! Mi recuerdo no es nítido, creo que aún estaba de viaje y lo recuerdo todo como en una nebulosa. Nos levantamos de la silla y el matrón me dijo que me acostara sobre la camilla mientras esperábamos que saliera la placenta. El bebé estaba pegadito a mi... aunque no recuerdo muy bien ese momento. Se que había mucha sangre y le pregunté al matrón si era normal. Me dijo que era una hemorragia moderada, yo quedé impresionada con toda esa sangre.
Ya sentada en la camilla el matrón me inyecta algo... no tengo ni idea de qué, aún sigo sin saberlo (¿algo para parar la hemorragia? ¿oxitocina para expulsar la placenta?) En ese momento ni lo tengo en cuenta, ni le pregunto, cosa que sin dudar habría hecho en otro momento, pero estaba tan ensimismada viendo al peque y su cuerpito pegado al mío...
Y entonces el matrón me dice que la placenta no parece querer salir, y en ese momento empieza a presionarme la barriga, me hace daño, sigue tirando, me vuelve a presionar, en un acto involuntario le paro la mano, me está haciendo muchísimo daño, y pienso que no estaba preparada para esto... Por fin la placenta sale, me la muestra, qué impresión. Me dan ganas de que me la envuelva para regalo y llevármela...

Y ya cuando parece haber acabado todo, me dice... “bueno, vamos a limpiar la zona y ver si hay que dar algún puntillo”. Por suerte parece que el periné se ha portado estupendo, no hay desgarro...
Ahora sí podemos estar a solas un rato, y disfrutar del pequeño. Ahí mismo, en la habitación, el matrón sale y nos dice que cuando nos apetezca, sin prisas, le llamemos para pesar al pequeño y demás cosas del protocolo.

Y ahí nos quedamos, los tres, en nuestra nube de oxitocina, con el agotamiento tremendo después de todo el esfuerzo, pero con la satisfacción y la inmensa alegría de estar los tres juntos, sanos, y después de vivir una experiencia única, intensa a más no poder, y con el mejor de los desenlaces. Siento que me enamoro de ambos, de hecho, me siento en una burbuja de amor. Tuve esa sensación durante varios días.

Eran las 9:30 de la mañana. Bebé había pesado 4.150gr, 55 cm. Y todo en un parto que, en ese momento, me parecía el mejor que se pudiese desear. Me sentía realmente afortunada y orgullosa de mi papel como mujer y de haber conseguido un parto así, o de que él hubiese decidido nacer de esta manera, ofreciéndome una oportunidad única para trascender, para llevar al límite mis energías, para superarme, y sobretodo para dejarme llevar, rendirme a la fuerza de la naturaleza y sentirme así más conectada que nunca a mi verdadera esencia.

Como decía una madre: “En ese momento entendí todo, y después volví a ser yo. Ahora no sé que quiere decir 'lo entendí todo', pero en ese momento tuve la sensación de que mi cabeza se había abierto cósmicamente”.