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Parto a las puertas del Hospital de Basurto

Comparto el relato de mi segundo parto de la misma forma que compartí el primero, pensando en todo lo que me ayudó el leer relatos durante mi primer embarazo.

Durante mi primer embarazo tuve una evolución enorme, pasando al principio por un miedo tremendo al parto, que me provocaba ansiedad, hasta llegar al final del embarazo a sentir plena confianza y seguridad en mi capacidad de parir.
Tuve un maravilloso parto natural (que podéis leer aquí si queréis: https://www.elpartoesnuestro.es/relatos/el-nacimiento-de-ane-0 ) y pensaba que durante mi segundo embarazo no sentiría miedo al parto, pero me equivocaba. Llegando hacia el final, empecé a pensar en que no iba a tener tanta suerte como para que mis dos partos fueran maravillosos. Empecé a pensar que, por probabilidad, me tenía que tocar un parto "malo" (intervenido, no respetado...). Pero volví a leer y hablar y encontré mujeres que habían tenido partos estupendos y ninguno malo, así que traté de recuperar la confianza.

Mi momento más bajo fue cuando la prueba del estreptococo salió positiva. Ahí me desmoroné. Tengo claro que si en algún momento vuelvo a estar embarazada, no me realizaré esa prueba. Finalmente conseguí recomponerme: me realicé la prueba 3 veces, con una semana de separación entre cada una de ellas. El primer exudado fue positivo y los otros dos, negativos. Después de leer y leer, decidí negarme a la administración del antibiótico y escribí un documento para entregar en el hospital dejando claros mis motivos para la negación.

Otra de las sombras que me perseguían era tener una rotura de bolsa y que el parto no se desencadenara. Ese miedo me acompañó también en mi primer parto, porque mi madre me ha contado muchísimas veces que, en el parto de mi hermano, ella estuvo 4 días con la bolsa rota antes de ponerse de parto. Por si acaso se daba esa circunstancia, decidí tener como plan B el acudir al hospital de Mendaro. Yo vivo en Getxo y Mendaro me pilla bastante lejos (a casi 1 hora de camino). Estando con una dinámica de parto avanzada me parecía mucho tiempo, pero pensando en qué hacer en el caso de una rotura de bolsa sin dinámica de parto, ir hasta Mendaro me parecía la mejor opción.

Después de esta introducción, aquí os dejo mi relato. (Los nombres han sido cambiados.)

Martes día 15 de mayo de 2018. 14:30 h

Estoy tumbada en el sofá de casa de mis padres, con mi hija de 3 años a la teta, tratando de que duerma la siesta. Tengo una contracción. Casi siempre las contracciones me dan ganas de hacer pis y en esta ocasión me pasa lo mismo, así que me incorporo del sofá para ir al baño. Al ponerme de pie, noto líquido caliente que baja a chorro por mis piernas. Corro al baño, tratando de no manchar el salón de mis padres, mientras le digo a mi madre que he roto bolsa.

Me siento en el váter y el agua sigue cayendo abundantemente. Pienso que no puede ser, no puedo haber roto bolsa. No quiero. En mi mente, a pesar de que estoy de 39+6, todavía me queda por lo menos una semana más antes de parir.

Mi madre está de pie en la puerta del baño, le pido que me traiga el móvil: necesito llamar a mi marido. Mi ama casi se cae de bruces al traerme el teléfono porque se resbala con el charcazo de líquido amniótico que he ido dejando por el camino.

Antes de llamar a Iñigo, le pregunto a mi madre: "Seguro que esto no es pis, ¿no?"

Yo ya sé que no lo es, pero ojalá lo fuera. No quiero haber roto bolsa. No, no, no. Y además una rotura tan grande... Con mi primera hija la rotura fue más pequeña y el líquido caía lentamente.

Llamo a Iñigo y mantenemos una conversación cortísima:

Iñigo: Dime
Yo: He roto bolsa. Mucho. Ven ya mismo.
Iñigo: Vale. Agur.

Mi madre llama a mi padre, que estaba en una comida, para pedirle que venga en cuanto acabe para quedarse con mi hija.

Me meto en la ducha para limpiarme un poco (¿limpiarme de qué? ¡Si ese líquido es claro como el agua! No lo sé, pero me salió meterme en la ducha y ni lo pensé). Mi hija viene a ver qué está pasando y quiere meterse también en la ducha conmigo. Le explico que yo necesito irme a mi casa y que tengo prisa. No tengo ganas de estar en casa de mis padres, necesito mi casa. Mi madre me dice una vez más que en el parto de mi hermano rompió bolsa y estuvo 4 días con la bolsa rota sin ponerse de parto. Eso resuena en mi cabeza igual que resonó en mi primer parto.

Mi ama me deja unas bragas, unos calcetines y un pantalón suyo y nos vamos las tres a mi casa. Soy plenamente consciente de que estoy completamente bloqueada, paralizada. Estoy muerta de miedo. Y sé que el miedo es por la historia de parto de mi madre. Tengo pánico a que me pase lo mismo, a no ponerme de parto. Tengo que manejar esto si quiero ponerme de parto. Siento que, si no me ocupo de mi miedo, no voy a poder parir.

Llega Iñigo y mi ama se marcha a trabajar. No estoy nada a gusto, estoy bloqueada. Necesito que mi hija se marche para poder ocuparme de mí. Llega mi aita y se lleva a la niña, a ver si así yo mejoro.

Nada. La sombra del parto que no comienza sigue sobre mí. En mi primer parto, tardé menos de dos horas desde que rompí bolsa hasta que empezaron las contracciones fuertes, y ésta vez ya han pasado más de dos horas y no ha empezado nada.

Iñigo me hincha la pelota de pilates, cierro las persianas, pongo la música de yoga, me bebo un chupito de líquido amniótico, me preparo una taza de chocolate caliente con canela, hablo con mi bebé... Nada funciona. Mi cabeza va a mil por hora. Pienso en la prueba positiva del estreptococo, pienso en que si necesitara ir al hospital sin tener una dinámica activa de parto, prefiero ir a Mendaro. Pienso en que, en realidad, si no hay dinámica activa, prefiero no ir a ningún sitio. Aparece otro miedo: prolapso de cordón. Si la rotura ha sido tan escandalosa, ¿el líquido habrá arrastrado el cordón hacia fuera?

Escribo a una amiga, que es doula. Se pone muy contenta y me sugiere movimiento y una taza de chocolate caliente con canela. Ya lo he probado y nada... Me dice que tranquila, que es probable que el parto empiece en poco tiempo.

Necesito salir de casa, me estoy agobiando. Me pongo una braga de esas para la incontinencia urinaria y dentro de la braga, un pañal de mi hija extendido. Nos vamos a dar un paseo por la Galea, a ver si andando por terreno irregular, la cosa se anima.

Sigo muy bloqueada y decido escribir al matrón con quien he hecho la preparación al parto. Me dice que ni me preocupe por el prolapso y que haga vida normal, porque si no se me va a hacer eterno y me voy a agobiar. Al cabo de unos minutos me vuelve a escribir: "¿Tú tienes seguro privado? Porque entro a trabajar en la clínica a las 21.30, así que si vienes, te puedo ver y hacemos unos monitores." Con eso se me abre el cielo. Llamo a mis aitas para decirles que iré a Zorrozaurre y que recojo a la niña a la vuelta. Me dicen que Ane se ha dormido a las 19.30. Buuuuffff... vaya nochecita nos espera. Bueno, quedo en que les llamo cuando salga de la clínica.

Iñigo y yo terminamos nuestro paseo y volvemos a casa. Me ducho y nos vamos.

Al ingresar en Zorrozaurre, mi maravilloso matrón me está esperando. Nos mete en una sala y me echo a llorar. Él está fantástico, diciéndome todo lo que yo ya sé pero que en ese momento necesito oírlo de la boca de otra persona: tiempos, riesgos, intervenciones, protocolos...

Me hace un cardiotocógrafo mientras seguimos hablando. Va registrándose el latido de mi bebé, que está perfecto, y se registran contracciones rítmicas. Me pregunta extrañado si no noto las contracciones. Le digo que sí, pero que esas son las que he tenido a diario a lo largo de mis dos embarazos, que no son contracciones de parto. Me dice que él está viendo la gráfica y que son intensas y regulares, que no son las que he tenido durante el embarazo, seguro. Para convencerme me dice: "la contracción que ha roto la bolsa ha sido la de hoy, no la que tuviste en la semana 36, así que iguales iguales, no son." Con eso me quedo convencida.

Nos deja un rato más con los monitores puestos. Iñigo mira la gráfica y me va contando cómo cada contracción sube más que la anterior. Como al día siguiente a las 9 tengo cita para ctg en el centro de salud, mi matrón me sugiere que vaya a la cita y así puedo controlar cómo va el bebé.

Al cabo de un rato nos vamos. Yo salgo sonriendo y tranquila.

Bajamos al parking y nos montamos en el coche. Uy, ésta contracción sí que ha picado un poquito. ¡Qué ilusión me hace notarla por fin! Llamo a mi madre y le doy el parte. Me dice que la niña sigue dormida y quedamos en que, si se despierta, me llama y voy a por ella.

De vuelta a casa, paramos en una gasolinera a llenar el depósito y comprar una bebida energética para Iñigo, por si de madrugada le pido que me lleve a Mendaro. Vemos ambulancias, policías y bomberos con los rotativos y decidimos seguirlos, por hacer tiempo (qué cosas más raras hacemos...). No los encontramos y nos vamos a casa. Durante todo el viaje en coche, las contracciones duelen pero poco. Pienso en el dolor y se lo describo a Iñigo en voz alta, porque quiero recordarlo. El dolor de mi primer parto no recuerdo cómo era y me da pena. Se lo describo diciéndole que me duelen los ovarios, como dolor de regla, pero también los intestinos, como un cólico.

Son las 23.30 cuando llegamos a casa. Me tomo un plato de puré y me voy a la cama. Las contracciones continúan y aviso a Iñigo de que la noche será movidita.

Poco a poco van aumentando de intensidad y hacia las 12 y poco, empiezo a hacer ruido con las contracciones. No puedo estar tumbada y voy probando diferentes posturas. En el parto de Ane, estuve durante toda la dilatación a cuatro patas, pero esta vez no sirve.

La pelota de pilates no me sirve. No me sirvió en el parto de Ane y parece que en éste tampoco.

La gente dice que le alivia el calor, así que pido a Iñigo que me caliente el peluche de semillas de Ane.
Pero, ¿dónde se pondrá la gente el calor? ¿Lumbares? No sirve. ¿Pubis? No sirve. ¿Sacro? No sirve. Vaya mierda.

Le digo a Iñigo que vaya registrando las contracciones en la app. Me pregunta: "Pero, cuando lleguen a cierta frecuencia, ¿vamos a ir al hospital? ¿O va a dar igual la frecuencia? Porque no voy a registrarlas para nada."

Anda, pues tiene razón. Le digo que, efectivamente, independientemente de la frecuencia, no iremos al hospital hasta que no sienta que debo hacerlo, así que se queda tumbado intentando descansar algo mientras yo sigo a lo mío.

Grito mucho durante las contracciones y pienso en los vecinos... En fin, espero que no llamen al timbre.

De rodillas en la cama con los antebrazos apoyados en la pared. De rodillas en el suelo apoyada en la cama. De pie. Tumbada. De lado. Nada, ninguna postura hace que ese dolor intestinal que me producen las contracciones se alivie.

Las contracciones vienen cada 3 minutos desde que han empezado a ser dolorosas. Creo recordar que en el ctg que me hicieron en la clínica también era esa la frecuencia.

Tengo frío. No me vale ninguna de mis sudaderas, no me entra la tripa. Iñigo me da una sudadera suya de Marilyn Manson. Me la pongo y me huele a mi abuela. No sé cómo puede oler a ella. Pienso en ella, en mi amama. Me ha encantado recibir ese olor.

Le cuento a Iñigo que es verdad que las hormonas molan, porque tengo la cabeza como volando, estoy medio grogui. Probablemente sea mi último parto, así que estoy muy atenta a todas las sensaciones para tratar de recordarlas después.

Siguen las contracciones y sigo caminando, agachándome, apoyándome... Tengo muchísimo sueño. Me tumbo en la cama y pido a mi cuerpo que espacie un poco las contracciones para poder dormir un poquitito. Me hace caso y me adormilo (mentira, mi marido me dijo que estuve tumbada como un minuto, no más, pero para mí fueron como más de diez). Empieza una contracción y es bestial. Dura lo que me parece una eternidad, me bajo de la cama y me doblo. Paso las siguientes contracciones agarrando los pies a Iñigo, que está tumbado en la cama. Apoyo mi cara en sus pies (bueno, más bien la restriego y hago fuerza con mi cabeza contra ellos).

Voy al baño. He estado haciendo cacas un montón de veces durante la dilatación. No sé cómo habrá sido la última contracción, pero mi marido se levanta y me dice que se va a vestir y que nos vamos a ir ya. Me da miedo ir demasiado pronto, no hace ni dos horas que estoy con contracciones, así que me hago un tacto. No tengo ni idea de hacerlos, pero yo ahí noto mucho borde. Le digo a Iñigo que no nos vamos, que todavía está muy verde. Nada más decir eso, me da una contracción que me da ganas de empujar, así que me como mis palabras y le digo que sí, que nos vamos. Le voy dando instrucciones para que me vaya vistiendo, porque yo no soy capaz de hacerlo. Tardamos muchísimo porque cada poco tengo que atender a la contracción.

Le pido que avise a mis padres y a los suyos de que nos vamos al hospital y les manda un whatsapp.

No quiero gritar por la escalera del edificio, así que paso una contracción en casa y salgo corriendo para el ascensor tratando de llegar abajo antes de la siguiente. Iñigo abre la puerta del garaje y siento que llega otra. "Cierra la puerta, corre, corre, corre!" le grito. Ya en el garaje y con la puerta cerrada, me doy permiso para gritar la contracción. A cuatro patas en el suelo, miro el suelo del garaje mientras grito. Me acuerdo de que ese mismo día por la mañana han limpiado el garaje. El suelo está impoluto. Y mi mente piensa: "Aquí! Venga, vamos a parir aquí que es perfecto!"

Y le digo a Iñigo: "Jo, qué suelo tan limpio. Quiero parir aquí."

Me dice que ni de coña, y que nos vamos ya mismo.

Me subo en los asientos traseros del coche. De rodillas en el suelo y apoyando los brazos en el asiento, como hice con el parto de Ane en el coche de mi padre, pero este coche es más pequeño y voy mucho más incómoda. Se lo digo a Iñigo.

Arrancamos. Iñigo me pide que, si puedo, le avise antes de cada contracción, así que voy gritando: "¡Otra!" Y él me anima: "¡¡¡Vamoh, vamoh!!!"

No me encuentro nada a gusto. Cambio de postura en la medida en la que me lo permite el espacio, pero es imposible encontrar la forma. Acabo de rodillas sobre el asiento y agarrada al respaldo Con todas las contracciones tengo ganas de pujar e intento evitarlo. En el coche no quiero parir.

Iñigo me dice: Estamos en Cruces, ¿salgo?
Yo: ¡No! ¡A Basurto!
Iñigo: ¿Seguro?
Yo: ¡Sí!

Al cabo de un par de minutos, no soy capaz de seguir evitando pujar y le digo a Iñigo: "¡Creo que no llegamos!"

Él me dice que sí, que ya estamos en San Mamés. Bufff... Que no, que no llegamos.

Grito y empujo, intento no empujar, pero empujo. Noto que nos paramos y que mi marido está hablando con alguien. Hemos llegado a Basurto y le está preguntando al señor de la entrada dónde debe dejar el coche. Mientras recibe indicaciones, yo meto la mano dentro de mis bragas para comprobar si está ahí la cabeza o no. Bueno, no está. Así que sí que llegamos, sí.

Iñigo aparca el coche. Hace un millón de maniobras para aparcar. ¿¿¿Pero qué coño hace??? (Por lo visto eso no fue así tampoco: aparcó normal, en dos maniobras, pero a mí se me hizo eterno.)

Me bajo del coche y voy andando hacia la puerta del pabellón mientras le digo a Iñigo que coja las bolsas. Veo en la puerta del pabellón a un señor fumando. Mierda, contracción. Uuuufffff... "¡¡¡Iñigo ven, ven, ven!!!"

Viene corriendo, me agarro a su mano y me tiro al suelo. Grito y empujo. Empujo todo. No lo puedo evitar. Mientras grito, noto que el señor de la puerta del pabellón está a mi espalda (es un celador). Iñigo y él están esperando a que se pase la contracción para que vayamos adentro.

Noto la cabeza. Está saliendo. No siento ni partirme por la mitad, ni el aro de fuego. Con Ane tampoco lo sentí. Creo que está fuera. Meto la mano y la toco. ¡Ahí está mi bebé! Me bajo el pantalón. "Está fuera, está fuera, está fuera" Lo repito una y otra vez. No sé si para que ellos se enteren o para creermelo yo.

Iñigo, que estaba frente a mí, agarrándome, viene a mi espalda y se agacha. "Está fuera." Le dice al celador. El hombre entra en el edificio cagando leches.

Nos quedamos mi marido y yo solos, tranquilos, serenos. Iñigo desde atrás le está viendo la carita. Me cuenta que mi niño saca la lengua. Yo tengo la mano en su cabecita, notando su pelo. Le hablo mientras espero a que rote. "Ya está, mi vida, ya está, cariño mío, ya terminamos. Ya está, mi amor." Qué diferente sensación comparada con el expulsivo de Ane. Con Ane me pareció incomodisimo tenerla medio dentro medio fuera, pero esta vez estoy tan a gusto...

Le siento rotar despacito. Llega otra contracción y empujo a mi bebé al mundo. Le reciben cuatro manos: las dos de su aita y las dos de su ama.

"¡Ya está, ya estás aquí, mi bebé!" Le abrazo contra mi pecho. Llora un poquito, apenas dos gemidos.

Está mojadito y lleno de vernix. Le beso. Le beso tanto... Son las 02.45 de la madrugada, estamos en la calle y él acaba de nacer, me preocupa que se enfríe. Trato de abrirme la cremallera de la sudadera para meterle dentro, pero con una sola mano no puedo, se me engancha.

Llega un montón de gente a nuestro alrededor. Vaya lío tienen. Tapan a mi bebé con unas telas verdes. Yo sigo intentando abrir mi sudadera para poder ofrecerle el pecho, pero no puedo. Pido ayuda, pero están todos haciendo cosas y no me hacen caso. Creo que se lo he pedido a una que está haciéndole el apgar. Le pregunto a ver si está bien el niño y me dice que sí. Insisto en lo de la sudadera y por fin alguien me la abre. Le meto dentro a mi pequeño y le ofrezco la teta. Se engancha.

A Iñigo le pido que haga una foto. Al principio no quiere, pero insisto y nos hace una. No se nos ve realmente, pero bueno, ilustra un poco el momento.

Yo sigo agachada en el suelo. Por lo visto estamos esperando a que alguien traiga una silla o una camilla. Yo les digo que puedo andar e ir donde quieran, pero no me dejan. Por fin traen la camilla. Me subo y nos vamos para dentro.

Hay uno que está mirando el reguero que he dejado en el asfalto y dice: "Madre mía, se ha puesto todo perdido..." Y una matrona le dice: "Pues que vengan a pegar un manguerazo."