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Parto en el Hospital Alvaro Cunqueiro

Voy a contaros mi primera experiencia con el #HospitalAlvaroCunqueiro. Es un relato antiguo, que le debo a mi hijo Mario. Enero de 2017. Hace tiempo que estoy pensando que me ingresaron con una mentira. Estaba de 39+5. Fui a monitores. El día antes tuve que ir por urgencias porque me encontraba muy mal, y allí me riñeron: "a urgencias no se va por un simple resfriado" . Me tomaron una muestra nasofaringra y la mandaron al laboratorio. Mientras me ofrecieron una habitación de urgencias para descansar. Al poco escuché ruidos parecidos a los de las cintas de embalar. Abrieron la puerta y aparecieron varios sanitarios con EPIs contra virus. Me había contagiado de Gripe A. Me pautaron Tamiflu cada 12 horas, 5 días y me enviaron a casa. Fue mano de santo, y enseguida me encontré mejor. Al día siguiente fui a mi primera cita de monitores. Sola. Y me dejé explorar vaginalmente, porque no sabía nada, y porque me dijeron que habían visto algo que no les había gustado en el registro y confié en ellos. Me ingresaron y mi marido salió corriendo del trabajo. Me encerraron 4 días en una habitación. No podía salir de allí por culpa del virus, que de aquellas también mataba a gente. Ahora me doy cuenta del engaño, porque en esos 4 días solo me repitieron el registro una vez, así que aquel indicador que hizo que mi ingreso fuese tan urgente no debió parecerles tan alarmante una vez me había sometido a su plan. El último día de ingreso, de 40+2, me hicieron una Hamilton antes de darme el alta estando ingresada. Aquel médico me lo vendió muy bien. Que él iba a estar de guardia. Que no me dejaría acabar en cesárea. Que era peligroso prolongar el embarazo. Que había visto algo en el riego del niño que era la mitad, y era peligroso. Y me lo creí. Os adelanto: nadie sabía quién era este señor. Y de repente apareció el último día para darme recomendaciones y el alta. 10 meses antes tuve un aborto de 9 semanas, y me morí de rabia y de pena. Ni loca hubiera arriesgado la vida de mi hijo. Me puse malísima aquella misma noche. Las contracciones eran horribles, muy seguidas. Y mi madre estaba durmiendo conmigo. Ella nunca estuvo de parto. Fue a dos cesáreas programadas en los 80's. Le dijeron que estaba pasada de fechas, que había sufrimiento fetal, y que la única salida era esa por nuestro bien. Yo le hablaba de parir sin epidural, porque era la única idea vaga que tenía sobre partos de baja intervención. Por no saber no sabía ni lo que era un plan de parto. Y allí me encontraba, incapaz de soportar las primeras contracciones. Aquello no era normal. Llamamos a las enfermeras de planta, y me dijeron que tenía que aguantar lo que pudiera. No me ofrecieron ninguna ayuda. Ni siquiera me dijeron que me podía duchar o ponerme un paracetamol para llevar mejor el dolor. No pude aguantar más. Me pasaron a monitores de urgencias, y allí estuve desde la 01:30. Amanecía y llegó mi marido. Me pasaron a paritorio, me pusieron epidural, propess y oxitocina "para animar la cosa". Y me dejé. En ningún momento me informaron que había riesgos, o que podía rechazarlo. Estuve en litotomía, incapaz de moverme. Descansando para cuando llegase el momento. Estaba feliz, muy contenta porque me habían dicho que seguramente a última hora de la tarde conocería a mi hijo. A las 12:00 rompieron la bolsa porque no dilataba todo lo rápido que ellas querían. Y nos encontramos con aguas meconiales recientes. Le hicieron una tira de pH, y todo estaba bien. Prácticamente al instante mi hijo empezó a hacer bradicardias, a la tercera no remontó y acabamos en una cesárea de urgencia. Intentaron hacerme creer que pudo ser consecuencia del tratamiento con Tamiflu. Que "las inducciones no suelen terminar en cesárea". Yo estaba en shock. Anormalmente tranquila. Resignada. Pensando que aquello se lo había causado yo. En mi mala fortuna e incapacidad para darle a mi hijo los beneficios de un parto vaginal. Repetía la historia de mi madre. "Yo no servía para parir". Recuerdo al cirujano tratándome con respeto y cariño. Me decían en todo momento que lo estaba haciendo muy bien. Me preguntó cómo me llamaba. Y me cantó "Manda flores a Sandra", que es como me llamo. Y me emocioné y se me escaparon las lágrimas recordando a Josefina, mi profesora de la infancia, que me la solía cantar. A las 12:30 me pusieron a Mario sobre mi pecho, mientras me cosían. Mi marido lloraba en la puerta de paritorio. Lo último que vi fue cómo se quitaba la parte superior de su ropa, le ponían una bata de quirófano, lo sentaban en una silla, y se llevaba a nuestro hijo contra su pecho. Desperté 3 horas después en la REA. Nadie me prestaba atención. No podía sentir ni mover las piernas. Pensé que algo había ido mal. Y llena de ansiedad me puse a llorar. Llegaron dos enfermeras y me dijeron que hasta que no lograse mover los dedos no podían llevarme a la habitación. Lo logré. Y cuando me llevaron me encontré allí a mi niño, a mi marido y a mis padres. Mario pesó 3,065kg. Era delgado y muy largo, y me dió una horrible sensación de que él no estaba preparado para nacer, y menos de aquella manera. Me torturé durante mucho tiempo analizando todo lo que fue mal. Llegué a pensar que casi mato a mi hijo durante el parto. Hasta que en marzo de 2020 supe que estaba embarazada de mi segunda hija. Me uní a este grupo. Y os empecé a leer. Y me prometí que no permitiría que esta vez me hiciesen lo mismo. Pero el parto de Adriana es otra historia que os contaré más adelante.