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Parto de Teresa: Nacimiento de Miguel

Parto de Teresa: Nacimiento de Miguel.

Tres años y pico después, por fin me siento y me pongo a escribir.

Hice un relato "recientito" para mi hijo, pero quería hacer un relato más completo y reflexionado para El Parto es Nuestro, organización a la que debo tanto, y para todas las madres a las que pueda servir.

Mi experiencia como médico y como doula, y mi activismo en El Parto es Nuestro varios años antes de quedarme embarazada, me sirvieron para planificar muy bien el tipo de parto que quería, cómo, cuándo y con quien.

El cómo: Quería un parto NATURAL. Y eso quiere decir vaginal, sin episiotomía, sin epidural, sin vía, sin intervenciones innecesarias.

El cuándo: Quería que mi hijo naciera cuando estuviera preparado, sin inducciones ni tratamientos médicos.

Con quien: Quería un acompañamiento profesional por matronas, sin intervención de ginecólogos ni otros profesionales, porque el parto normal atendido por matronas tiene muchos menos riesgos de yatrogenia y complicaciones que el parto normal atendido por ginecólogos. ¡Y porque hay que reivindicar a las matronas, qué demonios!

También quería que estuviera mi marido, si él quería (mi marido tiene hematofobia, y el pobre decía que no quería estar en el parto para que lo tuvieran que atender a él).

Mi fecha probable de parto (o fecha IMPROBABLE de parto, como dice mi querida matrona Sara) era el 25 de Agosto del año 2015.

Como tenía 41 años, y soy médico, sabía que "pasarme" de la fecha probable de parto implicaría presión por parte de los ginecólogos para hacer una inducción. Busqué un hospital respetuoso precisamente por eso.

Así pues, me puse a buscar un hospital que me permitiera tener el tipo de parto que yo deseaba, y encontré el hospital de Torrejón.

Y, como suele pasar, Miguel decidió que no quería salir en la fecha (im)probable de parto que habría dejado tranquilos a los ginecólogos (y a mi madre).

Una semana después de esa fecha, un sábado, tras varias horas de monitorización (que sólo demostraron que mi hijo estaba sano y activo, y que tenía contracciones ineficaces), una ecografía con doppler (que demostró que mi placenta estaba bien, y que a Miguel le llegaba una cantidad adecuada de sangre), y una entrevista con la ginecóloga, llegó la frase:

-Ya estás en la semana 41+5... Yo me quedo más tranquila si te quedas y te hacemos una inducción suavita...

De nuevo, como médico comprendía la necesidad de la ginecóloga.

Primípara de 41 años, el riesgo de muerte fetal intraútero iba a empezar a subir exponencialmente, ¡claro que se quedaba más tranquila!

Y comprendía que REALMENTE estaba pensando en el bienestar de mi hijo.

Pero como madre yo SABÍA que mi hijo no estaba preparado todavía.

Y entendía que aún podíamos esperar.

Así que negociamos. Es lo bueno de estar en un hospital respetuoso, que los profesionales entienden que las madres podamos negociar.

Acordamos esperar hasta el lunes (el martes entraba en semana 42, y honestamente, hasta a mí me daba miedo aguantar más de ahí).

Yo me mentalizaría durante el fin de semana y el lunes ingresaría a las 16 h para la inducción.

Previendo la situación, yo había quedado con mis matronas ese sábado, en mi casa. Mis matronas, eran las que me habían acompañado durante todo el embarazo, y las personas que me iban a acompañar durante la dilatación, que yo había decidido hacer en mi casa. No quería ir al hospital hasta que no estuviera en dilatación completa o casi, sabía que la dilatación iba a ir mejor en un entorno conocido, cálido y con los acompañantes que yo había elegido.

Así que Sara vino el sábado y hablamos de opciones. Elegí que Sara me hiciera una maniobra de Hamilton a ver si se provocaba el parto.

Probé absolutamente todo lo que como doula sabía que podía provocar el parto: Aceite de ricino, reflexología, moxibustión... Sí, sexo y masturbación también.

Y por la noche, ni una mala contracción. Llevaba desde el 15 de Agosto con contracciones cada noche, que se paraban cada madrugada... Y esa noche ni una... Respiré hondo, y pedí ayuda a mi tribu virtual.

En aquel entonces yo estaba haciendo la formación y habían creado un precioso foro on-line que era una auténtica tribu de mujeres (y un hombre) reflexionando y acompañándose en sus maternidades y en su deseo de formación en algo tan necesario como la salud mental perinatal.

Sentí el apoyo de todas y cada una de aquellas mujeres, de toda España y de gran parte de América Latina. Leí sus mensajes de aliento, sentí sus velas puestas para mí, su deseo de que mi parto fuera tal y como yo había soñado...

El domingo lo pasé sin una sola contracción.

Mi marido y yo preparamos, una vez más, todos los "trastos" para el hospital (mejor debería decir que "revisamos" lo que ya estaba preparado desde mediados de Agosto).

Sobre las 4 de la mañana me despertaron las contracciones. Como de costumbre en esos últimos días, bajé a una habitación donde había preparado un pequeño altar, me puse mi música con cascos, para no molestar ni a marido ni a vecinos, y comencé a moverme al ritmo de la música sobre la pelota, mi fiel compañera en mi último mes de embarazo.

No avisé a mi marido, el pobre llevaba medio mes despertándose conmigo y decidí que prefería que durmiera... Por si acaso...

Amaneció. Respiré... No se paraban las contracciones, si acaso, se intensificaban... ¿Podría ser??? Me bajé con la pelota al salón de mi casa, con mi música y con mi móvil para contar los minutos. ¡SIIIII! Contracciones de más de un minuto con unos cinco minutos entre contracción y contracción.

Casi grité de alegría. Pero me contuve, vamos a ver qué pasa en media hora. Seguí escuchando mi música, girando en mi pelota, y contando minutos. Quince minutos, media hora... ¡¡Sí, sí, sí!!! ¡Estaba de parto!!

Le di las gracias a mi hijo, emocionada (y también le eché un poco la bronca... ¡¡te has hecho de rogar, "joío"!!).

Y llamé a mis matronas.

Y se despertó mi marido.

Sara y Vanesa llegaron sobre las 7:30- 8:00h. Mi marido puso, a petición mía, la música alta, y me puse a cantar. Mis matronas se turnaron para acompañarme mientras cantaba y me movía, una se quedaba conmigo, la otra preparaba un té con mi marido en la cocina... Y de repente tenía ganas de empujar.

-Sara, le he prometido a Luis que paro en el hospital y por eso no empujo, pero ganas no me faltan...

- ¿Seguro?

- ¡Ya te digo!!

No sabía qué hora era, sólo había notado aumentar la claridad, estaba con mi música, con mi niño y con mi cuerpo, dejándome cuidar y acariciar... Y sentía las contracciones como olas, cada vez más fuertes... pero no era exactamente dolor lo que sentía.

-¡Nos vamos al hospital!- Avisó Sara a los que estaban en la cocina.

-¿Ya?- Mi marido, que nos habíamos cansado de decirle que un parto era para largo, y de repente le parecía poco tiempo, ¡ni a tomarse el té había llegado!!

Partimos para Torrejón, afortunadamente un viaje corto, porque las contracciones ya empezaban a ser más fuertes. Al sentarme en el coche y no poder moverme, dolían mucho más. Me vino a la mente mi madre. Cuando yo nací le pusieron la oxitocina sintética a tope y no la dejaron moverse de la cama. Me vinieron a la mente tantas y tantas mujeres que sufren la TORTURA de la inmovilización durante el parto... ¡No me extraña que pidan la epidural!, fue lo que pensé.

En cuanto llegamos, avisaron a las matronas del hospital. Mis matronas habían avisado que íbamos de camino, ellas habían acompañado muchos partos en Torrejón y no hubo ningún problema para que dejaran quedarse a Sara.

Me pasaron a una sala para explorarme. La matrona me preguntó que cómo me encontraba. Yo acerté a sonreir...

- ¡¡Pues yo diría que me encuentro de parto!!!

Me sonrió y metió los dedos. Noté sus dedos y vi la expresión de su cara... No me había equivocado...

- Vaya... hay un reborde y no tengo claro si son ocho o diez centímetros...

Eran cerca de las 9:30h, mi esposo palideció.

- ¡¡Pero vosotras me habíais dicho que esto iba para largo!!

Creo que todas las mujeres de la sala nos reímos. Como la matrona se había leído mi plan de parto, nos ofreció una habitación con baja medicalización, más parecida a una habitación de hotel grandota que a una sala de hospital. En cuanto entramos pedí pasar a la ducha.

Y ahí, bajo el agua, noté dolor. Un dolor intenso, como si me partiera. Y me oí berrear. No gritar, no, BERREAR. Como un animal, como una MAMÍFERA.

Y digo que "me oí", porque para ese momento mi cerebro estaba como partido en dos.

Una parte, desconectada, lejana, racional, analizaba: Este dolor indica que la cabeza ha bajado de plano, cae agua que no es la de la ducha, ¡he roto aguas!... ¿ese berrido ha salido de mi garganta?...

Y vaya que sí, había salido. A partir de ahí, todo se vuelve borroso, extrañamente largo y corto a la vez, con episodios de lucidez y una sensación de irrealidad, de "estar fuera de mí", y a la vez tan dentro...

Sentir todo mi cuerpo, el calor de la habitación, la luminosidad aumentando, y aumentando, el sol entrando por las ventanas. La música, de la que se seguía encargando mi marido. ¿Mi marido? ¿Pero tú no habías dicho que se quedaran las matronas, que te desmayabas con la sangre? Y no, mi amor, ahí estabas, dándome la mano, acariciando mi espalda... Y yo, encontrando tu mirada de ánimo cada vez que la necesitaba... Gracias, gracias por estar aquí, gracias por quedarte a mi lado, como siempre.

Respiraba, cantaba, empujaba. Cantaba, respiraba, empujaba. Empujaba, respiraba, cantaba.... Creo que me puse en TODAS las posturas posibles. Colgada, arrodillada, en cuclillas, en la silla de partos...

Las matronas, presencias activas y calladas, pequeñas indicaciones: ¿Quieres tomar algo?, ¿quieres probar la silla de partos?, ¿otra ducha?... Siempre con frases cortas, en voz baja, en contacto físico pero evitando el contacto visual, respetando mi espacio.

- Perdona, Teresa, me tengo que ir, te dejo con otra matrona, voy a presentártela...

La matrona del hospital, asentí, no me importaba. MI MATRONA, Sara, seguía conmigo.

Deduje que la nueva matrona era más novata, cuando me escuchaba cantar, cuando me tocaba para comprobar que el pujo coincidiera con la contracción, cuando me ponía la monitorización ambulante, sólo la escuchaba decir: "Qué bien" "Muy bien".... Sonreí... Yo no sentía que fuera tan bien, me estaba cansando, y sabía lo que eso significaba. Un esfuerzo más, un empujón más...

Sara me propuso ir a la cama, una cama articulada que me permitía estar semisentada. Sí, sí quiero, ¡¡estoy tan cansada!!

Mi marido me decía: "¡Ánimo, que yo ya he visto a Miguel!"

Así que la cabecita de mi niño ya estaba en puertas... por eso dolía tanto... Respiré y abrí los ojos.

Entonces la vi, a lo lejos, contemplando la luz del sol. No era ninguna de las matronas, no la había visto nunca... Igual era una auxiliar, pero a mi cabeza entró el pensamiento de que era la ginecóloga, que el expulsivo se estaba alargando demasiado.

Me agarré a la cama y empujé con todas mis fuerzas. Nada, no lo conseguía. ¿Por qué no lo conseguía?

La matrona del hospital me cogió la mano y la cambió de posición.

- Intenta empujar así, pon así las manos y apoyate en la cama para hacer más fuerza. ¡¡Venga, que ya está aquí, tú puedes!!

Y en la siguiente contracción le hice caso. Y sentí como me partía... y cómo la cabeza de mi niño salía de mí.

-¡¡Muy bien, ahora descansa, tranquila!!

Abrí los ojos... la mujer que había vísto había desaparecido. Me relajé, solo un poco. ¿Por qué no tenía contracciones? Ah, se me olvidaba, sí era ese otro período, el que algunas matronas llaman: "Descansa y da gracias".

Y respiré hondo, y entonces llegó otra contracción, otro empujón, y noté cómo el resto del cuerpo de mi hijo salía fuera.

La matrona lo cogió y me lo entregó.

Yo sólo recuerdo que lloré, que sólo podía decirle lo bonito que era. Él me miraba con sus ojos enormes, sin llorar pero completamente despierto, con cara de sorpresa... "Ahí va, ¿así que ésta es mi mamá?"

Ahora, en la distancia, puedo reconocer lo que cuenta Nils Bergmann, cómo le miré cada parte de su cuerpo, me di cuenta de que estaba un poco azulado, pero entonces respiró profundo y el color mejoró. Le hice el Apgar mentalmente... Respira pero no llora, el apgar valora el llanto... Sonreí, apoyé a mi niño en mi pecho y le animé a mamar... No tengo ni idea de cuánto tiempo pasó, ya todo estaba bien, ya todo me daba igual. Tenía a mi niño.

Mi marido, seguía a mi lado, a nuestro lado, sonriendo. Me di cuenta de que, en el final del expulsivo, había cambiado la música, había puesto una que yo no había imaginado para el nacimiento. Pero esa música me había ayudado, me había ayudado a soltar, a dejar salir a Miguel.

Como en tantas cosas, mi marido había anticipado lo que yo necesitaba... ¡Cuánto te quise en ese momento!

Y, de repente, sentí otro dolor, la placenta salió fácilmente. Me dejaron cortar el cordón, pero me temblaban las manos, corté parte y le pedí a la matrona que cortara el resto. Y ahí sí, puse a Miguel al pecho, se enganchó, y empezaron los entuertos. No los sentí dolorosos, sólo notaba que con cada succión mi útero se contraía.

Después me contaron las matronas que ahí se tranquilizaron, porque estaba perdiendo mucha sangre y por fin, en cuanto el peque se puso a mamar, disminuyó la hemorragia.

Al poco rato, Miguel ya estaba completamente rojito, relajado y a gusto en el pecho de su mami.

Sólo entonces se acercó otra mujer sonriente a la que no había visto.

- ¡Muchas felicidades! Soy la pediatra, me han llamado porque Miguel se había hecho un poco de caquita dentro, pero le he estado observando desde que salió y no veo signos de alarma. Si te parece, os quedáis aquí un poquito más, para que podamos atenderlo si le cuesta respirar. Pero ya te digo que no lo parece, me voy a ir, y si notáis cualquier cosa me llamáis.

Como médico y como madre, nunca agradeceré bastante la EXQUISITA actuación de esta pediatra.

Pudo intervenir, y no lo hizo.

Pudo robarnos nuestro momento, y no lo hizo.

Pudo respetar, acompañar y observar, y eso fue lo que hizo. Eso es una buena práxis.

Pediatras, neonatólogos, compañeros todos, SÍ SE PUEDE. Se puede esperar, observar y acompañar. Se puede respetar un momento mágico que no se volverá a repetir. Por favor, no os dejéis llevar por la prisa, por el miedo, por la urgencia. Dar un poquito más de tiempo, dejar el cordón latir, dejar al niño adaptarse al cambio, dejar a la madre ser regazo, consuelo y teta... Se puede hacer. Permitíos ser invadidos por el milagro del nacimiento.

Poco más queda, decir que eran las 12: 52 h del 7 de Septiembre de 2015, en Torrejón.

Que no lo considero el momento en que empecé a ser madre, yo siento que empecé a ser madre cuando vi las dos rayitas en el test de embarazo.

Que mi parto fue como lo soñé: Natural, respetado y empoderador.

Que siento que todo fue bien gracias a un conjunto de factores, entre los que por supuesto está la suerte, pero es el menor de ellos.

El tener una tribu, el sentirme acompañada en el proceso del parto desde el respeto a mis decisiones, el tener a mi lado a mi marido de manera incondicional, el elegir a mis matronas y un hospital respetuoso...

Todos y cada uno de esos factores fueron muchísimo mas determinantes que la suerte (que conste que muchos amigos médicos me han "echado la bronca" por esperar y no hacer caso a la ginecóloga, su frase suele ser: "menos mal que tuviste suerte").

Que me apetecía contarlo en El Parto es Nuestro porque las historias de parto que he podido leer me han ayudado en el proceso de decidir dónde y con quién parir, y me parece de buena educación corresponder a la generosidad de tantas y tantas madres que me regalaron esas historias: Mejores, peores, regulares, y a veces hasta de terror... Las historias de parto son necesarias, son catárticas, nos ayudan a las que hemos parido y a las que vienen detrás...

Y porque me parecen importantes quizá de ahí la tardanza en escribirla, quería meditar mucho qué ponía y cómo lo ponía... Y luego como siempre me ha podido el sentimiento, mi cabecita loca...

Espero que pueda ayudar a alguna mujer como a mí me han ayudado tanto las historias de otras mujeres... Y ahí la dejo. Gracias a todas y cada una.