27

Parto de Sol. Parto vaginal que empezó en casa y terminó en el hospital. Hospital de Cruces, Baracaldo.

Comenzado a escribir a los dos días del nacimiento de Maite. 23 de Octubre de 2006.

Maite ya está con nosotros! Y ella solita eligió el día para nacer..

Así es como viví yo el nacimiento de nuestra segunda hija, seguramente algo no pasó en ese orden, o algo lo viví diferente a cómo en realidad fue, pero, largo e interminable, y a la vez resumido a más no poder, este es el relato del nacimiento de Maite, como yo lo viví.

Tengo tanto que agradecer, tal vez las cosas no fueron como las soñaba, pero fue la realidad de mi parto, diferente, como lo es cada parto, cada llegada al mundo de una personita distinta, y estoy tan feliz, agotada, con agujetas, algo dolorida pero, ante todo: feliz, enamorada de mi bebé y eternamente agradecida a todos los que nos acompañaron e hicieron nuestro parto nuestro y ayudaron a nuestra hija a llegar sana y salva a nuestros brazos.

Ya estaba de 40 semanas y 6 días según fecha de última regla, la sombra de la inducción por preeclampsia por fin se desvanecía pero comenzaba a acercarse la de la inducción por embarazo prolongado, la que llevó al embarazo de Sofía, precioso por cierto, a terminar en una completa innecesaria cesárea...

Sin embargo yo pensaba positiva, segura de que esta vez pariría a mi bebé, que la recibiríamos rodeada de cariño y de respeto. Esta vez todo estaba bien preparado: la recibiríamos en casa. Ya teníamos pelota para la dilatación, bebidas, comidas ligeras, comunicación constante con las matronas de parto en casa; en fin, todo listo para esperar a Maite y recibirla en casa.

El jueves 19 mientras paseaba por los acantilados sentí una que otra contracción, pero de esas suavecitas, que no duelen y que aparecen sueltas. A las 4 de la mañana mientras dormía junto a mi princesita de 3 años (o mejor dicho intentaba dormir desde hacía unas 2 horas porque Maite no paraba de moverse), siento que algo calentito sale por mi vagina. “El tapón!” pensé, y es que en el paseo ya había sentido alguna contracción más fuertecilla, otras a la cena, otras antes de ir a dormir, y algo me había hecho pensar “sí, la cosa comienza a animarse, en poquito Maite decide venir, ella sola, sin límite de tiempo, en casa”.

Me levanté, fui al baño y ... no tenía aspecto de tapón... parecía más bien un poquitín de líquido, claro claro, que sólo manchó el protege slip... “¿sería que había roto aguas?”.

Ay!, por un lado estaba feliz, si era eso el parto comenzaría en horas!, ya no me pasaría de la dichosa fecha probable de parto!, pero por otro... “Tiempo...”, el romper la bolsa no era lo que más hubiera deseado, “¡y si no comenzaban nunca las contracciones y otra vez jugaba el tiempo en mi contra?...”.

Pero yo seguía pensando positivo, ayer al fin sentí algunas contracciones, hoy tal vez había roto la bolsa, mañana tal vez, estaba pariendo a Maite en nuestra casa.

Volví a la cama a intentar dormir, sabía que esa noche era especial para aprovechar a descansar, así es que me metí con una sonrisa, cerré los ojos y a descansar.

A la hora, cuando al fin estaba conciliando el sueño, siento que sale más líquido, “sí, esto parece líquido amniótico” pensé, no aguanté la curiosidad y me levanté a mirar otra vez. Era líquido, y seguía siendo claro. Me volví a la cama y... a la media hora me levanté a dejarle un mensaje a mi matrona, no quería despertarla, el líquido era claro y aún no tenía contracciones, al menos no de parto, podíamos dormir tranquilas hasta la mañana.

En la cama traté de dormir, pero seguía perdiendo líquido y cada vez que lo sentía me despertaba, además de vez en cuando, sentía una contracción... aún no dolían, pero eran tan evidentes, mi cuerpo se ponía en marcha, la emoción me embargaba y era muy difícil dejarse arrastrar por el sueño.

Al llegar la mañana mi niña saltó sobre mi cama, yo no había dormido nada pero aún era mi secreto, mío y de Maite. Sofía, la “mayor”, me dijo: “yo quiero que me lleves tú al cole”. “Claro hijita” le respondí, desde que comenzó nunca fue con nadie más que conmigo, nunca comentó tal cosa, ¿por qué dijo eso esa mañana?, “¿será verdad que los niños tienen un sexto sentido?”.

Nos levantamos las dos, como siempre, pero desperté al papá para decirle que por las dudas hoy no fuera a trabajar. Llamé a mi matrona y le comenté que sí, que era líquido, ya era indiscutible, había roto la bolsa, las aguas eran claras y yo estaba bien, le dije que quería llevar a Sofi al colegio y que si podía hacer vida normal. Me dijo que sí, que aprovechara un poco a descansar y que si por la tarde las contracciones no habían comenzado me diera un paseíto, como de costumbre, sin forzar.

Y así lo hice, volví del cole, me tumbé una media hora (la verdad estaba cansada después de toda la noche sin dormir), me levanté, fui a buscar a Sofi al colegio, (todos me preguntaban: “y?, qué tal, ya sale?”, y yo respondía lo de siempre, “No sé, no sé, Maite está muy cómoda aquí dentro”).

Volvimos a casa, comimos todos juntos, Sofi de vuelta al cole y, a su salida, mientras jugaba en la plaza con papá y sus amigos, me marché a dar mi paseo rutinario, de unos 4 kilómetros. Mientras caminaba sentí unas cuantas contracciones, con presión sobre el suelo pélvico y alguna molestia por el abdomen, pero nada que me hiciera detenerme, tan sólo bajar la marcha.

Mientras cenábamos tuve varias más, se sentían claramente, pero no dolían.

Acosté a mi princesita como de costumbre, las dos tumbadas en la cama, cantándole canciones y abrazadas, las contracciones comenzaban a venir más seguidas, sólo molestaban...

Al ir al baño encontré que el líquido ya no era claro claro, ahora era rosa...¿sería eso normal?. Llamé a mi matrona y me dijo que sí, que tranquila, que sería sangre de algún vasito roto porque la cosa comenzaba a movilizarse. ¡Qué bien!, mi cuerpo solito se había puesto en marcha, Maite llegaría el día que ella misma eligiera, y yo la ayudaría a nacer.

Las contracciones eran aún irregulares, no sé cuánto, pero a la vez eran cada vez más seguidas. Al irme a acostar encontré que el líquido cada vez salía de un rosa más fuerte, maldita sombra de la cesárea y su cicatriz... ¿de verdad sería esto normal?. José no se quedaba tranquilo si me iba a dormir así, así es que llamó él mismo a Sonia, nuestro encanto de matrona, pero enseguida me pasó con ella, quien me dijo otra vez que sí, que era normal, pero que si nos quedábamos más tranquilos ella venía para casa. A mí me daba “no sé qué” hacerla venir por nada, quería que viniera, pero no me atrevía a decirle que sí. No hizo falta, me dijo que si el venir a casa, servía aunque sólo fuera para dejarnos tranquilos, ella venía y listo, que la esperáramos que venía para aquí.

Unos 45 minutos después Sonia ya estaba en casa, vio el líquido y dijo que sí, que todo era normal, me midió la temperatura (la bolsa llevaba rota unas 20 horas) y todo estaba bien, ahora sólo quedaba intentar dormir y esperar...

Las contracciones eran ya muy seguidas, cada minuto y poco, pero según yo eran cortas (Jose midió alguna, eran de unos 30-40 segundos), molestaban lo suficiente como para no dejarme dormir pero aún eran fáciles de llevar tumbada en la cama).

Me levantaba a cada poquito a ir al baño, primero sólo pipí, luego ya algo más, el líquido seguía con sangre pero ya sabía que era normal, Maite se movía y sabía que eso era buena señal, así es que volvía a la cama, junto a José que dormía como un lirón, y trataba de descansar, ya iba la segunda noche sin dormir...

Recuerdo que Sofía se despertó y, como siempre, me llamó, fui corriendo a su lado, me tumbé como siempre y así pasé unas 3 ó 4 contracciones abrazada a ella, ya dolían, pero de lado en la cama, respirando tranquila se llevaban bastante bien. Todavía hoy, a unos 5 días de aquella noche, cada vez que acompaño a Sofía a dormir, acurrucada a su lado, abrazaditas las dos, recuerdo como anoche mismo, con emoción y hasta nostalgia, las contracciones que pasé allí, en mi casa, en la cama de mi princesita, juntas las dos.

A eso de las 5 de la mañana (la verdad desde aquí empiezo a tener muchas dudas de lo que pasó), no sé por qué fui a despertar a Sonia..., las contracciones ya dolían, pero eran llevaderas en otras posiciones que no fueran simplemente tumbada, la mejor era de pie, en el baño, apoyada sobre el lavabo, balanceando las caderas.

Sonia escuchó a Maite, se la oía muy bien, eso me tranquilizó, siempre tranquiliza saber que tu bebé está bien. Me preguntó que qué tal estaba y respondí que bien. La verdad ya comenzaban a dolerme pero no quería parecer una quejica, sabía (no sé por qué, tal vez algo de mi parto anterior me bloqueara para pensar que todo iba a ir rápido y genial), sabía que aún no habría dilatado casi nada, que faltaba mucho y que ya tendría tiempo de decirle que me dolía.

Sonia debía marcharse a las 7 de la mañana, tomaría el relevo Luis, el otro matrón del equipo, otro encanto de persona y de profesional. Me dijo que si quería me hacía un tacto, que igual nos daba una sorpresa y si ya estaba avanzado ella se quedaba, y, si aún estaba muy verde pues nada, se marchaba y venía Luis, que todo iría muy bien igual y que era mi decisión si quería el tacto o no, que lo pensara y le dijera, que había tiempo, que pondría el despertador un ratito antes de tener que marcharse y si quería miraba a ver cómo iba.

Me pareció bien, me volví a la cama pero ya era imposible estar allí sin hacer alguna respiración y ponerme en cuatro patas para pasarla un poco mejor, eran muy, muy seguidas, no tenía tiempo para descansar...

A las 7 me acerqué a Sonia, algo me decía que aún no habría dilatado mucho, pero a la vez, esa dinámica, contracciones tan seguidas, que ya dolían, podrían indicar un parto algo avanzado, de esos que lees a veces, que llegan con 5 centímetros y la mamá ni se enteró!.

Sonia escuchó a Maite, se la oía bien, luego me exploró y... sólo entraba la punta del dedo, el cuello comenzaba a borrarse, la cosa comenzaba!, pero era sólo eso: pre-parto, aún faltaba tiempo...

Como Sonia se marchaba de viaje le preparé una “merienda”, de pie pasaba mucho mejor las contracciones y, frente a ella, hacía como si nada pasara, sabía que ella tenía experiencia en saber cómo está la parturienta tan sólo con verla, supongo que nadie puede “actuar” en un momento así, si aún podía servirle comida, hablar y reírme, es que la cosa era muy incipiente, ¿para qué contarle que me dolían, que eran muy seguidas y demás?, no sé, tal vez debí contarle, tan sólo por desahogarme, pero aún estaba muy lúcida, en mi coraza de “yo soy fuerte” “no soy una quejica”, bla, bla, bla.... Sólo me quedaba esperar.

Sonia se marchó diciéndome que desayunara bien y me diera un paseo para estimular la cosa, le dije que vale. En realidad en ese momento dudé en decirle que no sabía si podría salir a andar, las contracciones eran demasiado seguidas, “¿se lo había comentado?, yo creo que sí, si me mandaba a andar igual por algo sería... ¿o es que no le habría hecho llegar bien la parte de que eran “muy seguidas” aunque no muy fuertes...?”, el estómago lo tenía muy mal, en fin, que pensé que tal vez al llegar la mañana la cosa no habría progresado más, se hubiera detenido o algo así y podría salir a pasear, así es que le dije que sí, que eso haría.

Apenas se marchó intenté desayunar, soy súper golosa y me encanta comer, sin embargo tenía un poco de náuseas y nada me apetecía... Sabía que era mejor que comiera algo ahora y eso intentaría hacer. Me preparé un vaso de leche con cereales solubles y... se despertó la peque llamándome, como siempre, la busqué y nos sentamos juntas en el sofá, las contracciones eran ya muy fuertes, demasiado seguidas para disimular, desperté a mi marido y a mi madre que estaba ya en casa, que atendieran a Sofía, que yo apenas podía conmigo...

Me metí en mi habitación, las contracciones eran olas enormes que venían sin descanso, una tras otras, comenzaba a sentirme muy cansada, dos noches sin dormir, la última aguantando dolor, comenzaban a pasar factura..., el dolor ya era tal que las distintas posturas apenas me aliviaban, me subía a la pelota, me tumbaba sobre ella, me colgué de mi marido... Cada vez dolía más...

Estaba cansada y dolorida pero pensaba que eso era lo que tenía que pasar, que pronto estaría Maite entre nosotros, que mi cuerpo funcionaba a la perfección, que nadie me robaría este parto, esta vez pariría yo solita, en mi casa, rodeada de respeto, recibiendo a nuestra hija con cariño, sin intervenciones innecesarias, pasando directo de mi interior a mis brazos, para llenarla de todo el amor que una madre tiene para su bebé. Estos pensamientos me llenaban de energía, recordaba el día anterior, paseando junto al mar con la bolsa rota, sintiendo las primeras contracciones, cenando en mi casa, con mi familia, no sé, fue un día tan especial, tan diferente a estar atada en un hospital, sin poder beber ni comer, en un sitio extraño, lejos del calor del hogar...

Las contracciones eran ya muy fuertes, tal vez no demasiado largas todas, pero muy frecuentes, la mejor posición parecía ser de rodillas, con el torso sobre la pelota, balanceando las caderas, pero aún así: ¡cómo dolían!.

Sentía ganas de ir al baño, llegaba al váter y ya no salía nada, allí pasaba algunas contracciones mientras gemía y movía las caderas tratando de sobrellevarlas un poco mejor y de coger fuerzas para volver a ponerme de pie..

José me preguntó si llamábamos a Luis. Le dije que sí.

Lo llamó. José le comentó que ya me dolían mucho y que eran muy seguidas, le respondió que muy bien, que eso era bueno, que desayunaba y venía para casa.

Entre contracciones sólo quería descansar, me dejaba caer rendida al terminar una contracción, de lado en mi cama, pero ni bien rozar las sábanas llegaba otra, quería levantarme porque así parecían soportarse mejor, pero el cansancio no me dejaba... sin embargo el dolor superaba al agotamiento y me giraba, reptaba hacia la pelota o movía las caderas de forma inconsciente y rítmica, buscando alivio a una presión que cada vez era más acentuada. Intentaba respirar pero con cada respiración salían quejidos, gritos sordos, gemidos.

Tenía sed e intenté beber, pero al poco tiempo lo vomité...

Cada vez era un dolor más fuerte, sin descanso, durante las contracciones seguía doliendo, de forma sorda, nada en comparación con la contracción, pero lo suficiente para no permitirme relajar, cosa que tampoco podía porque al terminar una llegaba otra...

No tenía nada en el estómago, estaba muy cansada y, en una de cada tres contracciones (o más o menos) comencé a vomitar, comenzaba la contracción y quería incorporarme para tolerarla mejor, al hacerlo me daban las arcadas que se paralizaban en un espasmo muy fuerte sobre el diafragma, se acababa la contracción y me dejaba caer agotada sobre la cama y, como si casi fuera una convulsión, se exprimía mi estómago con un montón de arcadas hasta vomitar unas 4, 5, 6, veces seguidas, bilis. Eso me dejaba exhausta, sudada y muerta de sed, pero sin tiempo a intentar beber porque ya comenzaba otra contracción...

José volvió a llamar a Luis (o tal vez fue antes de comenzar a vomitar, tengo recuerdos mezclados y no puedo situarlos muy bien en el tiempo), tal vez ya faltaba poco. Yo sabía que no podía ser, Sonia se había marchado hacía, no sé, ¿unas 2 ó 3 horas? (ahora calculo que serían unas 3 ó 4, pero bueno, para cómo me había dejado, daba igual), ¿por qué me dolían tanto?, sentía que ya podría estar de unos 7 u 8, pero a la vez algo me decía que aún no había dilatado nada...

Estaba muy cansaba, tenía mucha sed, los vómitos me dejaban aún más exhausta que las contracciones, pero recordé la expresión: “parto vomitado-parto acabado” y eso, junto a la presión cada vez más fuerte entre los huesos de la pelvis y el ano, me llenaba de esperanzas, pensaba que ya estaba cerca el encuentro con mi bebé, que ya estaba por parir, y hasta me ilusioné pensando que pariría sola, que Luis llegaría justo para cortar el cordón. ¡Qué subidón!, estaba agotada pero pariendo!.

Al fin llegó Luis, se acercó suavecito como hace él, tiene una personalidad única, sensible, amable; me preguntó que qué tal, a lo que respondí que me dolía, y que estaba muy cansada.

Se sentó al borde de la cama y me comentó que Sonia le había dejado el reporte, diciendo que al marcharse yo aún estaba bien, que no cambiaba mi expresión. Se le notaba tranquilo y seguro de que aún faltaba un buen rato.

Yo sonreía a sus comentarios, hasta que llegaba una contracción y ya no podía con ellas, gritaba sordamente y me retorcía, ya sin probar ninguna posición... dolían mucho, llegaban demasiado seguidas y estaba demasiado cansada....

Me dijo que se notaban muy seguidas, me preguntó dónde sentía dolor, se lo describí como pude, pero ya llegaba otra, y, creo que ya sentía dolor y presión, sin saber muy bien qué le ganaba a quién.

Me sugirió hacer un tacto, dijo que no le gustaba dar malas noticias, que todo podía ser, que seguramente aún faltaba mucho, pero que quizás nos daba una sorpresa.

¡Cómo deseaba que fuera la sorpresa!, accedí al tacto, tenía curiosidad por saber si todas esas contracciones habían avanzado mi dilatación.

“Bueno, toco la cabecita de Maite, está muy baja” dijo. “¡Qué subidón!, ya faltará poco!” pensé. Pero la alegría fue lo que duró poco... “tienes un centímetro, centímetro y medio”... “cuello borrado” (o algo así), “pero la cabecita está ya muy baja, tienes una pelvis ideal para parir” (ese comentario me encantó, no sé si lo decía enserio, pero yo ya sabía eso, lo supe siempre y por eso me sentía tan frustrada y engañada con la cesárea de Sofía, y me lo creí, me hacía sentir mejor).

Sin embargo... ¿dilataba?, ¿tantas horas de contracciones tan seguidas y apenas había logrado 1 cm y pico...?

Recuerdo que no dije nada, creo que José tampoco. Entonces habló Luis y dijo lo que seguramente preguntaríamos: “¿Cuánto falta?. No se puede saber, el parto apenas está comenzando, hasta ahora ha sido pre-parto; en promedio, un parto de primípara dura unas 12 horas...”.

Dios mío, ya llevaba dos noches sin dormir, unas 16 horas desde la primera contracción más rítmica, estaba agotada, desilusionada, muerta de sed y con vómitos que me dejaban completamente desarmada...

Ya no sentía mi cuerpo como mío, los párpados me pesaban tanto que apenas abría los ojos cuando me hablaban y trataba de responder; tras la contracción, cuando venían las arcadas, la tensión muscular del vómito me quitaba el último aliento, no podía ni imaginarme seguir horas así...

José sugería el hospital cada vez con más energía, me veía desarmada. Yo no quería ni pensar en irme a un hospital...

Luis me sugirió que tratara de distraerme haciendo otra cosa, eso mismo quería hacer yo, “ojalá pudiera!” pensé, si es que ya no podía ponerme ni en pie, me incorporaba y las arcadas me hacían tirarme donde fuera, y, una vez allí, quedaba como sin tono muscular, con arcadas imparables y vómitos de bilis... Al terminar aquello pasaba otra contracción. Mis fuerzas me estaban abandonando... y, lo peor: el pensar que aquello no avanzaba en relación a lo que sentía...

Luis también sugirió irse a tomar un café, yo no quería que se marchara. José volvió a sacar el tema de marcharnos al hospital (todo esto lo recuerdo como en sueños, ya pocas veces abría los ojos, eso sí, hoy ya no recuerdo el dolor, sé que dolía, que gemía, gritaba y me retorcía y que, al pasar sólo quería dormir, y que no había tiempo, ya casi sentía que no tenía tiempo ni para respirar, pero ya no recuerdo el dolor, aunque sí recuerdo los vómitos y lo mal que me dejaban).

Luis habló algo sobre ducharme, que lo sugeriría en una etapa más avanzada pero que podía aliviarme, lo de que lo sugeriría en una etapa más avanzada ya lo sabía yo, y cada vez me sentía más frustrada con la situación tan inicial de mi parto...

Accedí a ducharme, quería seguir en casa, tal vez un cambio me ayudaba, pero pedí toallas en el suelo del baño, de pie me mareaba y me daban las arcadas y el bajón que me tiraba al suelo, me sentía mal, me sentía en un estado físico límite, y aún faltaba el parto entero... ¡si se quitaran los dichosos vómitos!.

Luis habló de la epidural, que a veces era útil, para casos así (o algo parecido), yo recordaba haber leído que en casos puede ayudar a dilatar. Necesitaba descansar algo, odiaba la idea de la epidural, más aún la de dejar mi casa y marcharme al hospital. José me animaba a irnos. Luis fue completamente imparcial, pero sin forzar me animaba, con su sola presencia, a quedarme en casa. Sabía que si me marchaba me arrepentiría, lo sabíamos los dos, lo recuerdo ahora y quiero llorar otra vez, quería parir en mi casa y mis fuerzas me estaban abandonando...

No sé qué pasó luego, ocurrían muchas cosas a la vez, dolía, quería descansar, quería parir en mi casa y... comencé a sentir que en ese estado no podría, que podría aceptar analgesia un rato y continuar sola después... Sólo fue un “flashazo”, pero la idea de marcharme ya se coló también en mi mente...

Escuché a Luis desde otra habitación preguntando quién estaba de guardia en el hospital, o algo así; hablaron de nombres y al ratito entró a la habitación. Se sentó a mi lado, con ese cariño que irradia y me dijo: “En el hospital está...” y otras cosas que no recuerdo, pero que me atendería gente que me comprendería, que trabajan en el hospital pero que también atienden partos en casa.

Me largué a llorar, no como podría haberlo hecho, porque no podía (ni quería hacerlo, soy una mujer adulta, era mi decisión, no podía llorar por decidir yo misma).

Creo que con tan solo oírme sollozar Luis supo que decidiría marcharme, ahora lo escribo y vuelvo a llorar... No quería marcharme, no quería y me sentía incapaz de seguir en ese estado, necesitaba beber, necesitaba fuerzas para parir yo sola a mi bebé.

Luis me animó, no sé ni qué dijo, pero hizo que no me sintiera una “blandengue”, me hizo sentirme en confianza con la gente que me atendería, a partir de allí tan sólo quería que algo me aliviara, el dolor ya casi me parecía inútil, ¡y dolía tanto!.

Recuerdo con cariño y humor el momento en que llegué a la puerta para salir de casa, dije algo como: “¿cómo vamos a hacer?” y es que las contracciones eran tan seguidas que me detenía cada nada. “Esto será como un vía crucis” (o algo parecido) dijo Luis, y sonreí, llevaba un rato sin hacerlo.

La ida en coche fue muy dura, pero ahora la recuerdo cómica, en el asiento de atrás, tumbada de lado, moviéndome cual serpiente, colgándome de las manijas y aún intentaba convencerme de que no me dolían tanto, de que si por ejemplo respiraba bien todo se haría controlable y seguiría mi parto sin ayuda, y en cada contracción lo intentaba, hasta que me retorcía, gemía y hasta gritaba “ay ay ay” y al terminar muchas veces dije: “no puedo más, ¿cuánto falta?”. Aún así, a la siguiente contracción la esperaba con el mismo optimismo: “ya ha pasado otra, una menos, y esta vez lo haré mejor”.

Luego de unos 25 minutos interminables al fin llegamos. Luis venía en su coche detrás. Al llegar me sentaron en una silla de ruedas, yo sólo quería estar tumbada y cambiar de posición a necesidad, sentaba me mareaba y las contracciones eran imposibles sin ponerme de lado y moverme balanceando la pelvis, otro momento que lo veo ahora y me recuerda a una película cómica, trepando sobre una silla de ruedas, gimiendo y retorciéndome y José arrastrándola por pasillos larguísimos mientras yo regaba todo el camino de un vómito verde... Eso sí, lo habré pasado mal, pero prometo que lo recuerdo ahora y ya sólo lo encuentro anecdótico.

Luis se quedó a hacer el papeleo y gracias a eso José me llevó rápido hasta urgencias ginecológicas.

Al llegar a donde debíamos me hicieron pasar a revisarme; recuerdo a una enfermera muy sensible, que me trataba con cariño y me sostenía en cada contracción como si a quien le doliera fuera a ella, trataba de no gritar para no hacerla sentir mal.

No recuerdo muy bien qué hicieron, sé que las ginecólogas residentes que me vieron se comentaron que mi parto anterior había sido por cesárea, ese comentario me espantó, “este es otro parto y voy a parir”-me dije a mí misma. Me preguntaron que si no había dilatado la vez anterior, dije que no, pero que ahora sí.

Me exploró y dijo, “está muy favorable, dos centímetros y la cabeza muy baja, “primer plano” creo haber entendido. Me quedé con lo de “muy favorable”, síiii, por fin una oración con una palabra que deseaba oír: “favorable”.

Me mandaron a partos, a una habitación que es sala de dilatación y paritorio a la vez, apenas entré me hicieron subir a la cama y, al levantar el primer pie cae un chorro de sangre.

“No!” pensé, por favor, que no se complique nada ahora, yo voy a parir a esta bebé, nadie me la va a sacar ni a separarnos al nacer. No tuve tiempo de pensar más porque creo que José preguntó si era normal y alguien le respondió que sí. “¡Que alivio!”.

Me ayudaron a subir a la cama y comenzó un batallón de maniobras que se sucedían y se superponían mientras intentaba estarme quieta con las contracciones sin cesar.

Recuerdo ahora con una sonrisa por lo ridículo de la escena cuando entró el anestesista y vio a tanta gente en acción: “¿me habéis llamado?, ¿para qué si estáis todos liados?, me voy y luego vuelvo”, y yo levanté la vista y dije: “no, no se vaya!” (quién lo hubiera dicho... yo que he criticado tanto a la epidural...). La matrona sonrió y me dijo: “tranquila que no se va”.

Terminaron de explorarme, de llenarme de cables y de poner el catéter de la peridural, cosa que pensé que jamás podrían porque mantenerme quieta era casi imposible, me decían: “en cuanto termine una te pongo la anestesia”. “Imposible”- pensé- “¡entre contracciones no hay tiempo!, apenas termina una comienza otra!...”. Una enfermera me dio su mano y me dijo: “tú aprieta lo que necesites, mírame a los ojos y aguanta que ya termina. Vamos, tú puedes, es muy duro pero ya pasará”. Y yo me quedaba lo más quieta posible con miedo a que me pincharan mal, gemía sin poder evitarlo y le apretaba la mano mientras se me escapaban las lágrimas.

Al fin me dejaron tumbarme pero... boca arriba y sin moverme hasta dentro de 20 minutos!, pero me decían que iría sintiendo las contracciones más suaves y más cortas y el pensar en eso me animaba.

Mientras las contracciones comenzaban a atenuarse dejé de vomitar, aunque ahora comencé a temblar. ¡Qué tembleque madre mía!, en especial las piernas pero luego todo, toda yo era una coctelera que no paraba de temblar, pregunté si era normal y me respondieron que sí, que era una respuesta al esfuerzo y el dolor del parto, que tranquila que ya pasaría. “Vale, esto no es nada, ahora a intentar relajarme y respirar tranquila para oxigenar a Maite” me dije. ¡Respirar!, qué alivio, volvía a respirar.

Poco a poco sentí menos sed, no sé si sería el suero, pero la verdad hasta ese momento me sentía completamente deshidratada, mi marido me dijo que la cara se me había re-encajado un poco, estaba agotada y quise tratar de descansar, en especial porque yo pariría a esta bebé y para ello pediría quitar la epidural al final y necesitaba tener las fuerzas conmigo otra vez.

Realmente en ese momento la analgesia me salvó, es una sensación curiosa, sientes todo pero no el dolor, me pareció algo “milagroso”!, recuperé un poco la noción del tiempo. Habría pasado una media hora (serían poco más de las dos) y llegó un matrón encantador, cogió una silla y se sentó a mi lado mientras se presentaba: “Hola, me llamo David, soy amigo de Sonia y de Luis, yo trabajo también atendiendo partos en casa”. ¡Qué alegría! ¡ya estaba en buenas manos!. Me pidió permiso para hacer un tacto, estaba de unos 3 cm amplios, ¡qué bien, estaba dilatando!. Tenía a una mujer en otro paritorio dilatada de 10 cm y debía marcharse allí, pero dijo que volvería muy pronto.

Al cabo de un tiempo volvió, yo me ponía tumbada (con la cabecera levantada) de un lado y de otro para mejorar la oxigenación de Maite. Cuando llegó miró el monitor y me preguntó si me sentía con fiebre (o si tenía fiebre o algo así), a mi me dolía la cabeza y me pesaban mucho los párpados, pero pensé que sería el cansancio que llevaba y respondí que no; por las dudas, cogió un termómetro y me lo puso. Sí, 38 y pico, fiebre intraparto... La frecuencia de Maite había aumentado y por eso lo sospechó.

En vía ya llevaba antibiótico por haber llegado con la bolsa rota hacía más de 8 horas (llevaba unas 34-35 horas), así es que sólo me agregó un antitérmico. A partir de allí no podía dejar de mirar el monitor y controlar que la frecuencia de Maite no subiera más...

Como las contracciones no dolían podía pensar, me aferraba a la idea de que estaba en buenas manos y que yo iba a parir, yo sabía que podía hacerlo, sólo podía empañarlo alguna complicación, ahora estaba la dichosa fiebre... Por favor que mi chiquitina lo llevara bien.

Me pidió hacer un tacto para ver cómo iba la cosa, habría pasado otra hora más (unas 2 desde que me pusiera la epidural) y.... sólo había dilatado un centímetro!, estaba ahora de unos 4 amplios casi cinco... Le pregunté que si podía sentarme y si ello ayudaría a dilatar, me dijo que podía sentarme y moverme, dentro de lo posible por el monitor y demás, lo que quisiera, pero que en realidad no siempre eso cambia las cosas con la dilatación, pero que lo hiciera, más que nada por estar más cómoda y no estar tumbada.

La verdad estaba tan cansada que me hubiera quedado tumbada (así, con el respaldo levantado y la cabeza apoyada), pero quería colaborar en mi parto lo que fuera. Estaba sintiendo un poco de presión en los huesos de la pelvis y decidí sentarme un rato al borde de la cama, tal vez también así estaba más cómoda.

No, sentada sentí más presión en los isquiones, en especial en el derecho, sentía que Maite ya estaba en la puerta y que la aplastaba, también sentía cada vez más fuerza en los huesos de la pelvis, como si hubiera una prensa en reversa que quisiera separarme los isquiones y descolocarme las piernas.

Cuando volvió David le comenté que sentía presión, en especial sobre el isquión derecho, me preguntó si sólo allí y dije que no sabía muy bien, que en realidad comenzaba a dolerme en ambos, un poco por el ano, los riñones, etc...

Creo que me pidió permiso para hacer otro tacto, para ver si el parto se había acelerado. Unos 5 cm, con la contracción casi 6...

Comenzó a dolerme otra vez, como en casa, y me asusté un poco, la dilatación aún no estaba ni en 6, podría otra vez con el dolor hasta el final?.

José llamó para decir que tenía dolores, vino David enseguida y trajo un refuerzo, lo acepté conforme, quería dilatar un poco más y reservar energías para el final, sin embargo, a la vez, tenía ganas de decirle que si el parto iba bien, me dejara sin la epidural.

La dosis de refuerzo no hizo efecto, yo volvía a gemir, medio jadear y retorcerme. David habló con el anestesista y trajo una dosis doble o algo así, no me gustaba la idea de más dosis ¿y si hacían efecto más tarde y todas a la vez?, sí, sé que es un pensamiento absurdo, pero es lo que pensé... Sin embargo no dije nada y me la puso.

Tampoco hizo efecto...

David comentaba que era raro que de una epidural que había hecho efecto tan bien la primera vez no hicieran efecto los refuerzos, que quizás el catéter se hubiera movido o salido y que, para eso, habría que llamar al anestesista para que quitara éste y lo pusiera otra vez. Ahora, unos 5 días después, recuerdo que cuando cambiaba de posición, de un lado al otro, antes de sentarme al borde de la cama y demás, traté de acomodar la almohada y al cogerla cogí mi bata que se enganchó con una sábana o algo detrás de mí, tiré intentando acomodar la bata, al agarrarla sentí algo como un alambre, pero no le di importancia y tiré un poco más hasta darme cuenta de que aquello no era lo que estaba molestando, sin embargo ya había estirado bastante, casi pensaba que lo desanudaría, y visto lo ocurrido después, creo que ese “alambre” era el catéter, y tal vez yo misma me lo quité, o por lo menos lo desacomodé... En aquel momento ni me acordé de este episodio. Pobre David, con los esfuerzos que hizo para que me hiciera efecto otra vez y lo compungido que parecía sentirse después por no haber detectado antes que el catéter podría haber estado mal... ¡Y lo feliz que terminé yo mi parto!, luego de unas 2 horas y pico de descanso y siguiendo después sin epidural, ayudando a nacer a mi bebé, ¡si era lo que yo quería!.

En fin, retomando: me pidió permiso para explorarme, estaba ahora de 6 amplios, en la contracción casi 7. ¡Qué subidón!, ahora el dolor sí servía para algo!, me dolía, mucho, como en casa, pero no vomitaba, estaba feliz y estaba dilatando!!.

A partir de allí habrá pasado una hora y pico (ahora sí que volvía a perder noción del tiempo) y comencé a sentir mucha presión en el ano, aún no sabía si eran ganas de empujar, de a ratos sí y mis gemidos (que no gritaba tanto tampoco, eh!, era un “ah, aaay, aah” bueno, o eso recuerdo ahora yo) se convirtieron en algo más como apagado, no sé otro sonido.

David me preguntó si sentía necesidad de empujar, le dije que sí, y que dolía por todos lados. Me exploró y vio que estaba de 9!, en la contracción un poco más. Me dijo que si me aliviaba empujar que empujara un poco, y así lo hacía, lo menos que podía.

Entró alguien y preguntó si ya estaba de 10 cm, “Casi” dijo David “hay un reborde”.

Siguieron unas cuantas contracciones más así y David salió para algo, me dijo: “si necesitas empujar empuja”. Apenas salió la necesidad de empujar ya era imparable, me puse de lado, doble la pierna de encima y la cogí con el brazo (me di cuenta de ésto al pasar la contracción) y empujé hasta quedarme sin aire, primero sin sonido, y, hacia el final del pujo con un gruñido casi animal, con un sonido sordo como de esfuerzo, que no podía evitarlo, y volví a empujar.

David entró entonces, y se apresuró a desconectarme el censor de las contracciones. José se quedó con el gráfico aquel, las contracciones eran cada vez un poquito más altas y largas y, cuando ya no podía no empujar llegaban al límite superior sobrepasándolo, había llegado el momento del expulsivo, ¡¡ iba a parir a mi bebé!!.

Qué diferente se vive el dolor cuando se siente que está llevando a algo, me dolía igual que en casa y ya estaba al final del parto!, yo sabía que el dolor del final no podía ser peor que lo que había pasado en casa, y todo había servido, las contracciones seguidas y dolorosas que sentía que no me estaban llevando a nada sí que lo habían hecho, pasé todo mi pre-parto en casa, en la intimidad de mi hogar, mi cama, mi habitación y a pesar de los dichosos vómitos y no haber soportado más aquello sí que había servido, mi cuerpo sí estaba dilatando, había dilatado hasta 2, había bajado mucho la cabecita y estaba favorable al momento de entrar al hospital; ahora, y desde los 5 amplios el dolor era igual, pero psicológicamente mucho mejor tolerable, eran dolores de parto, estaba pariendo, avanzaba de prisa, estaba dilatando, estaba llegando a los 10, ¡iba a parir!.

Comenzaron a preparar todo para el expulsivo, llamaron a la pediatra, a mí me pareció escuchar que David le decía: “líquido teñido, muy teñido” mientras le mostraba. Yo estaba agotada, dos noches sin dormir, unas 18 horas de contracciones en casa, otras 2 y pico con epidural y ahora otras 2 horas más sin ella. Tenía una necesidad enorme de empujar, dolía mucho y mientras más tiempo pasaba más cansada estaba y comenzaba a decir que me dolía, que no podía!.

David me decía que lo estaba haciendo estupendamente, me gustaba mucho oír eso, tal vez por eso, cuando las fuerzas me flaqueaban volvía a decir: “no puedo, no baja!”, y entonces él me decía que sí, que ya veía la cabecita. En un momento me preguntó si quería verla yo también, dije que sí encantada, no estaba pariendo en casa, pero estaba con una matrona encantadora, pura humanidad, que me recordaba que este era mi parto, que estaba haciendo bajar a mi hija y que la pariría yo sola.

Puso el espejo, pude ver la cabecita de mi niña cuando la empujaba hacia fuera, apenas, estirando mi periné, en un espejo cuadrado grandote, no lo olvidaré nunca, aunque parezca una enorme tontería, ver asomar la cabecita de mi chiquitina era uno de mis sueños.

Luego dejó el espejo, yo sabía que la cabecita estaba ya allí, no sólo la había visto, sino que la sentía, sentía como bajaba al empujarla, y sentía que al dejar de empujar retrocedía un poco otra vez. Empujaba con todas mis fuerzas, durante toda la contracción. Al terminar cada contracción el cansancio podía conmigo, pero aún así del dolor no podía relajarme. Recuerdo algo muy contradictorio que dije, David me decía que aprovechara a descansar (entre contracciones) y yo no podía porque me seguía doliendo la zona de las nalgas, huesos y demás, y le decía: “no puedo, me duele mucho” y, una de las veces, acto seguido dije: “no puedo más, me duermo!”, jeje, ¿en qué quedamos?! (esto lo pienso ahora, claro!).

También recuerdo la sed, muchísima sed. Cuando pasaba la contracción y dejaba de empujar sacaba la lengua tratando de humedecerme los labios, pero tenía la boca tan seca que en vez de humedecerlos sentía que la lengua se quedaba pegada a ellos.

“Agua, necesito agua”, dije apenas abriendo los ojos y sin mirar a nadie en concreto. José me miró con cara de “hay gente, se supone que no puedes beber”, miré a David buscando aprobación, lo mismo hizo José, y David no sé si habló, pero le hizo un gesto de aprobación. Ya, entre las contracciones de dilatación le había preguntado si podía beber y me había dicho que en el hospital no me dejaban, pero que él bebería, ¡pues no te cuento yo!, así es que cuando estábamos solitos bebía sorbos, realmente lo necesitaba.

Ahora, en el expulsivo era maravilloso poder beber, lo necesitaba y daba tragos de verdad, al terminar de empujar decía: “agua”, con la boca seca y pastosa, y beber era un alivio, de no haber estado con David creo que moría de sed!, realmente beber era casi un descanso entre pujo y pujo.

Venía otra contracción, ahora me parecía que tardaban mucho en llegar, durante casi 20 horas habían sido tan, tan seguidas... Entre ellas dolía y no podía descansar y quería que llegara pronto la siguiente para volver a empujar y poder hacerla salir ya, todo se sucedía sin parar, en un empujar, soltar sonidos sordos, volver a empujar , fuerte, más fuerte, sin parar, coger aire, volver a empujar, beber agua, coger fuerza para la siguiente contracción...

Cada vez me decía que estaba más baja, que ya estaba casi fuera, yo le dije que lo sabía pero que no podía sacarla. “¿Saldrá?”, le pregunté- “¡Claro!, la sacarás tu sola”.

¡David!, ¡mi ángel!, lo recuerdo ahora y lloro de la emoción, esas palabras me llegaron al alma, si supieras lo que significó escuchar eso de ti; la pariría yo, estaba pariendo a mi bebé, yo sola!.

Comencé a sentir que me quemaba, ¡el aro de fuego!, sí, ya casi está!, es verdad que quema, las ganas de empujar son irrefrenables y la sensación de quemazón se enfrenta con ellas, pero sabes que ya no falta nada. Vamos, a empujar con toda mi alma, otra vez, sin parar, fuerte, más fuerte. Se pasó la contracción...

La pediatra hacía más fuerza que yo, no la veía, aunque estaba delante de mí, yo estaba como en otro mundo pero aún así podía sentir que ella también hacía fuerza para ayudar a mi chiquitina a salir, sabía que la bebé estaba sufriendo, el latido era muy irregular, con taquicardia y muchísimas bradicardias muy marcadas, debía salir pronto. David miraba el monitor de la frecuencia fetal y al escucharme comenzar a empujar me animaba a pujar con fuerzas otra vez más. Mi marido me decía que le veía la cabeza, que ya estaba, que lo hacía muy bien y que empujara con toda mi alma. Y eso hacía.

Las contracciones parecieron comenzar a hilvanarse una tras otra, ya casi no reconocía cuándo terminaba una y comenzaba la otra, necesitaba empujar, empujar y empujar, sentía que quemaba, pero la fuerza del pujo ganaba a todo lo demás.

“Falta poco” pensé, que me quemara era bueno, estaba por atravesar. Cerré los ojos, puje con todo mi ser, fuerte, más fuerte, el grito sordo, más aire, empujar más, más fuerte, sin parar.

“No empujes más”- dijo David.

Abrí los ojos como un rayo, si me pedía que no empujara es que ya salía!, abrí los ojos y sí, ¡su cabecita!, su cabecita estaba ya fuera, entre mis piernas, con su cuerpecito aún dentro de mí.

Inmediatamente desapareció esa enorme presión, y observé, entre incrédula y admirada, su carita, allí, toda mojada y sucia, morada, saliendo de mí, ¡mi bebé!.

David la cogió con sus manos y giró algo su cuerpo, y ya casi sin dolor sentí cómo nacía, con un último y suave pujo salió su cuerpo, resbaladizo como un jabón.

Apenas la recogió se apresuró a contar: “una!, dos!, tres!”, mientras desataba circulares de cordón... Mi princesita había nacido así, con tres vueltas de cordón y en posterior, y, aún así, la parí yo sola, sin episiotomía, ni intervenciones innecesarias, la gente maravillosa que me atendió tuvo la paciencia y la confianza para esperar, fue un expulsivo algo largo, no mucho para una primeriza dijo David, unos 50 minutos según me dijeron después, yo no tenía noción del tiempo, fue tan intenso, todo parecía sucederse rápido, en otra medida de tiempo.

Nada más salir la examinó rápidamente la pediatra, otra persona maravillosa, y mientras la reanimaba un poco me la puso sobre el pecho, así, toda llena de líquido, sangre y meconio. Fue un momento duro: verla llena de meconio y la pediatra masajeando su espalda, aún así me la puso encima y yo le hablé, la acaricié..., no sé qué le dije, sabía que estaría bien. Pasaron unos pocos segundos y escucho a la pediatra decir: “David, corta el cordón”, sabía que ellos lo dejarían hasta que dejara de latir, si lo cortaba ahora, y por pedido de la pediatra, era que algo no iba bien. “Se la llevan” pensé...

“¿Está bien?”, pregunté por segunda vez (la primera fue cuando terminó de desatar las vueltas de cordón). “Sí”- respondió Isabel, la pediatra. Y no sé muy bien si alguien dijo algo más, pero se la llevaron de prisa...

Mientras David esperaba la salida de la placenta y, casi de inmediato, oímos llorar a un bebé. “Esa debe de ser ella”- dijo David, y, acto seguido, entró alguien a decirnos si la habíamos oído llorar, que era ella y que estaba bien; enseguida la traerían.

No podía dejar de pensar en ella, quería protegerla de todo, tenerla sobre mí, darle calor...

David recogió la placenta, era mucho más pequeña de lo que recuerdo la placenta de Sofía, la miramos juntos, y... ¡mi princesita!, ya estaba otra vez aquí!. Isabel la puso sobre mi pecho, desnudita, cubierta con una toalla, yo no podía dejar de mirarla, jamás olvidaré sus ojitos abiertos, enormes, mirándome tan fijamente como yo a ella, era tan guapa, tan delgadita y tan valiente, allí estaba, mi bebé, en mis brazos, después de un parto lleno de circunstancias que en otras manos quién sabe en qué hubiera terminado, y la había parido yo sola, y la tenía como siempre había soñado, piel con piel, nada más nacer, y ya nada ni nadie nos podía separar.

Isabel se marchó enseguida, yo ni siquiera noté su presencia, sólo veía a mi chiquitina.

David terminó de mirar si todo estaba bien y me suturó el desgarro, molestaba un poco, todo por allí estaba dolorido, pero nada me importaba, volvía a ser mamá, la había parido yo y ella estaba bien.

Si supieran el daño que hacen al hacernos cesáreas innecesarias, al separarnos por rutina de nuestros bebés, al dejarnos con cicatrices en el útero y en el alma... Y si supieran la humanidad que existe en otra gente, excelentes profesionales y excelentes personas.

Jamás podré agradecerles a Sonia, Luis, David e Isabel de la forma y con el sentimiento con el que me gustaría poder hacerlo, escribo esto y no puedo dejar de llorar, ellos me dejaron parir, me dejaron traer, yo misma, a mi hija al mundo, a estar pegadita a ella, a confiar otra vez en mí y en que existen personas como ellos.

Una vez juntos los tres, cuando David terminó de suturar el desgarro (que apenas me molestó, ¡qué diferente la recuperación de un parto vaginal a la de una cesárea!, pedimos el alta al día siguiente para estar juntos los 4, tranquilos en casa), nos quedamos los tres solos, José filmó un poco (lo que no hizo durante el parto, el pobre estaba tan pendiente de nosotras que, al terminar todo, se le caían las lágrimas de la emoción y como un modo de liberar tantas horas de tensión), llamó por teléfono, sacó fotos... no sé, yo acariciaba a mi bebé, la miraba sin poder dejar de hacerlo, era tan feliz, había vivido mi parto, había sido largo, duro, estaba cansadísima, con muchísimo hambre y de sed, pero tan feliz, tan contenta. Y allí estábamos los tres, solitos, juntos, ¡mi sueño se había hecho realidad!.

Y así seguimos los tres a solas, hablando y sin decir nada, mirándonos con sonrisas cómplices, con mi bebé en mi pecho hociqueando suavemente mi pezón mientras le decía lo guapa que era y acariciaba su cabecita húmeda.

Luego de un buen rato vino una enfermera a pesarla y a medirla, todo allí en la misma habitación, le puso un pañal, un pijamita y un gorro y la devolvió a mis brazos, donde se quedó mientras seguimos allí, juntos, conociéndonos, mientras me subieron a planta (un par de horas más tarde), mientras cené con tantas ganas ¡qué hambre tenía!, mientras el papá bajaba a cenar algo también, y así siguió toda la noche, sobre mí o a mi lado en mi misma cama rodeada de mis brazos; y donde sigue hoy, mientras escribo con una mano.

Al día siguiente vinieron a visitarnos a la habitación Luis y David, nos trajeron una bandolera, que por cierto es argentina, hablamos del parto, de la bebé, de la lactancia.

Luego vino Isabel a ver cómo seguía Maite, verla explorándola me tranquilizó el corazón, es una persona tan dulce, tan empática con el bebé, no la hizo ni llorar, la revisó en mi cama, a mi lado, no me la separó ni un instante. Sé que mi princesita sufrió en el parto, que se asustó mucho con ello y con la salida a reanimación, pero me alegra saber que la atendió ella, que estuvo en buenas manos. Ahora está siempre en mis brazos, duerme sobre mi pecho, mama a demanda y recibe todo mi amor.

Como decía al principio, no viví el parto que soñaba, como lo había idealizado, en casa, tal vez rápido, tal vez más fácil, y tal vez de a ratos me arrepienta de no haber tenido la fuerza para haber permanecido en mi casa, pero fueron nuestras circunstancias, cada parto es único, éste fue el del nacimiento de Maite, y estoy agradecida a la vida, por ponerme en manos de las mejores personas con las que podría haber dado, por acompañarme en mi parto, por respetar la fisiología, por permitirme parir a mi hija, por haber estado en un hospital enorme pero sintiéndonos en un pequeño búnker, casi como en casa, con un equipo más que humano y con una pediatra al lado para ayudar a mi hija en sus primeros minutos tan duros.

Maite nació el 21 de Octubre, a las 19:35 horas, el día que ella solita eligió, en un parto durillo, en especial para ella, (yo ya no recuerdo el dolor, y es un dolor con una enorme recompensa, estoy feliz de haberlo vivido y estoy encantada con mi parto), la bolsa llevaba rota unas 39 horas, tuve fiebre, arrastraba una “hermosa” cicatriz uterina, el líquido estaba teñido, la bebé venía en posterior, con tres vueltas de cordón... Y, sin embargo, gracias a unas personas estupendas tuve la oportunidad de parir, y que Maite llegara a mis brazos, sana y salva.

Pesó 2,610 kg, midió 50,5 cm, tuvo un apgar de 4-9, es mi princesa, estamos pegaditas todo el tiempo, la adoro y es una luchadora nata.

Gracias, gracias a todos.

Sol.

..... Dedicado especialmente a mis matronas, a mi marido y compañero de viaje, a mi primera hija, a quién no pudimos recibir como todo bebé se merece y gracias a quién busqué y busqué por tres años la forma de tener un parto respetado.

Y escrito inspirada en ti, mi chiquitina, que viviste nuestro parto desde el otro lado, que hiciste posible mi sueño de parir y de tenerte siempre a mi lado, y que me tienes hechizada de amor y admiración, con cada gesto, cada mirada...

Y no puedo dejar de agradecer a las mujeres de EPEN, en especial a todas aquellas con quienes compartí la frustración de un parto robado, los miedos a perder otro parto, la búsqueda de un parto respetado, la alegría de un sueño realizado.

Porque siento que mi parto fue posible gracias a toda esta gente: a la información que conseguí gracias a ellas, y al haber contactado con mis maravillosas matronas de parto en casa, sin quienes mi PVDC, seguramente, se habría quedado en sólo un sueño, de esos que tuve tantos...

Gracias, gracias a todos otra vez.