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Parto de Rebeca. Nacimiento de Pau. Maternidad Acuario, 2006.

"Fue un parto con dolor pero sin sufrimiento: exactamente lo que había deseado."


La madrugada del jueves 23 al viernes 24 de noviembre de 2006, a las 3 de la mañana comencé a tener contracciones. No eran muy fuertes, así que aproveché para seguir durmiendo y almacenar fuerzas para el parto. Juanvi quería saber cada cuando eran, así que yo le iba diciendo cuando empezaban y cuando acababan, pero como entre contracción y contracción me quedaba dormida, a veces le decía que se había acabado dos veces seguidas sin haber comenzado una contracción nueva… Las tenía cada 8 minutos más o menos.

Yo dormía y Juanvi se levantó para tenerlo todo a punto por la mañana por si me ponía de parto y habíamos de marchar: regó las plantas, ordenó la casa y no sé cuantas cosas más –muchas, porque cuando volvimos a casa estaba todo tan bien que creí que había venido su madre a arreglar la casa para cuando regresáramos del hospital-. Luego se acostó y durmió un par de horas hasta que…

A las 7 de la mañana las contracciones ya empezaban a ser menos llevaderas. De hecho no podía estar tumbada cuando llegaban. Y había novedades ¡me dolían los riñones a cada contracción! Pensé que ese dolor ahora lo podía llevar más o menos bien en el coche, pero que si me esperaba para ir a Beniarbeig a estar más cerca del momento del parto, el dolor iba a ser más fuerte y no me apetecía pasar hora y pico en el coche en esas circunstancias. ¡En ningún momento había tenido en cuanta el dolor cuando planeaba mi marcha al hospital!

Bueno pues, hablé con Juanvi y le dije todo esto del dolor, estuvo de acuerdo en que comenzáramos a hacer camino. Llamé a Acuario, comenté la situación, y que tenía la posibilidad de quedarme en casa de mi cuñada dilatando. Nos pusimos en marcha.

Bordeamos Valencia en la hora punta -sin retenciones- escuchando el CD de “Bebe”, “El aire se respira, huele a tierra mojá…” Al principio cuando venían las contracciones me tensaba, levantaba el culo del asiento, me cogía del asa de encima de la puerta… hasta que me vino la voz de Coni a la cabeza “durante las contracciones lo único que tiene que estar contraído es el útero”. Así que desde ese momento cuando llegaba una contracción me centraba en relajar el resto del cuerpo, y la verdad es que fue mucho mejor. Contra el dolor no se puede luchar, hay que aliarse.

Llegamos a Acuario y nos atendió Rachel, como estaba a punto de llegar el relevo ella sólo me puso los monitores, las contracciones eran cañeritas, y el tacto me lo hizo Ágata más tarde. Tres centímetros de dilatación, dijo que me pondría de parto por la noche y que hasta la madrugada nada. Así que a dilatar a casa de Pep y Carmen. Yo estaba convencida de que antes de la madrugada la cosa se iba a poner en marcha…

Recogimos las llaves en el curro de Carmen y para su casa que nos fuimos, con tan buena suerte que se quedaron atascadas en la puerta de hierro que se habían instalado la semana anterior. Las llaves dentro, la puerta cerrada, y yo de rodillas en el césped del jardín. Juanvi se lo tomó muy bien, y yo hice un esfuerzo sobrehumano por no dejar marchar mi ira “¡Cómo puede ser que se hayan quedado las llaves encajadas en la cerradura!”, la verdad es que de contracciones y toda hormonal, era la situación ideal para salirme del tiesto, pero “ohmmmms” me dediqué a permanecer de rodillas en el césped.

Juanvi llamó a Pep -que tampoco pudo abrir la puerta-, que llamó al cerrajero de su trabajo “No puedo ir, tengo una emergencia” “Yo sí tengo una emergencia, mi cuñada está de parto en el jardín”. En fin el cerrajero llegó y en un momento abrió la puerta, mofándose de nosotros “Un maricón, un metrosexual y una embarazada”. En cuanto vi la puerta abierta me metí dentro de la casa cómo una exhalación, para acto seguido acojonarme al pensar que como cerraran y me quedara dentro encerrada iba lista. No, no cerraron la puerta.

¡La bañera! Cada vez me dolían más los riñones, llené la bañera de agua que no estaba más que templada y esclavicé a Juanvi: durante 2 horas estuvo calentando en la cocina peroles de agua para traerlos a la bañera. ¡Uf, que invento! El agua caliente me quitó el dolor, las endorfinas me mantuvieron completamente drogada –hay material gráfico que lo verifica-. Tras la primera hora u hora y media los riñones volvieron a molestar, y comencé a notar algo por las posaderas, algo que más tarde supe era una almorrana.

“Juanvi me duele, llama a Acuario” y Ágata que dice que salga de la bañera. ¡Nooolllll!

En algún momento después de la bañera, Juanvi, Pep y Carmen comieron en la casa. ¡Dios, les habría echado de allí! ¿Por qué? ¡Simplemente por existir! Yo jodida, jodidísima, concentrada… ¡y el mundo seguía su marcha! Mis riñones eran el centro del universo ¡¿Cómo era posible que hubiera tres personas en la casa comiendo?! ¡¿No se había parado el reloj?! Bueno, cómo explicar sensaciones inexplicables. Juanvi se curró un batido de frutas que sin nada de apetito me tomé. Mi padre al teléfono “¿Por qué no estás en el hospital? Cuando se está de parto hay que estar en el hospital”. Creo que mi respuesta no le convenció.

En cada contracción me asaba de calor, y entre ellas moría de frío. Así pues me ponía y quitaba la chaqueta verde de lana rápidamente al ritmo que marcaba mi útero. De pie, paseando –muy lentamente- o sentada en la pelota de pilates. Llegó África, la mujer que limpia en casa de Pep y Carmen. ¡Nooooooooooooooool! ¡Dios mío que horror! Yo jodida, jodidísima, concentrada… y África haciendo ruido en todas las habitaciones, limpiando por donde yo estaba, hablándome, ¡sacrilegio!, y diciéndole a Juanvi que me llevara al hospital. En una situación normal no me habría enterado ni de que estaba por allí, pero en trabajo de parto ¡ahhhhhhhhh! También la habría echado. Intenté estar en todo momento lo más lejos posible de ella. Me recuerdo junto a la piscina casi llorando en algún momento “¡Mamá!” “Venga, venga, igual que viene se va” “No puedo más” “SÍ, Sí que puedo”

Hacia las 17.30 llamamos de nuevo a Acuario, Juanvi habló con Ágata, yo también y marchamos para allá. Yo no tenía muy claro cómo iba a llevar el dolor de riñones en el coche, pero las endorfinas vinieron al rescate, qué colocón. Cuando bajé del coche y entré al hospital tenía la sensación de ir como borracha, andando con inseguridad y cuidado.

Seis de la tarde y seis centímetros, estupendo, esto iba más rápido de lo que Ágata había pensado. A la bañera de nuevo. Esta vez, ya no fue tan reconfortante. No estaba a gusto sentada, ni tumbada, ni quería que Juanvi se metiera conmigo para apoyarme en él ni para que me diera un masaje en los riñones como propuso Mari Carmen, la ayudante de la matrona que había tenido varios partos de riñones - no quería que nadie me pusiera una mano encima -.

De rodillas, sentada sobre mis piernas entre contracciones, y de rodillas con el cuerpo levantado durante las mismas pasé unas 2 horas. Al entrar en el paritorio las endorfinas me abandonaron, o por lo menos no tenía tantas como para producirme la embriaguez que llevaba todo el día. Tuve que compensarlas con concentración y confianza.

Estaba súper concentrada, muy metida en mí misma, y cualquier estímulo que viniera de fuera me molestaba muchísimo. Juanvi me preguntaba si quería agua de vez en cuando, cuando tenía sed movía la cabeza en forma afirmativa sin mirarle, cuando no quería beber levanta un brazo por encima de mi cabeza indicándole que se apartara de mí. Juanvi estaba cerca de la bañera, en un rinconcito, sin hablar ni intervenir, en alguna ocasión le miré y pensé “¿qué hace aquí?”, sin embargo cuando me propuso marchar al coche para descargar el equipaje y subirlo a la habitación le contesté con un rápido y decidido “Ni de coña, de aquí no te mueves”. Una vez, sólo una, Juanvi y Ágata comentaron algo entre ellos tan bajito que ni lo pude entender, me controlé pero me irritó muchísimo. ¡Pies quietos, estoy de parto!

Recuerdo a Ágata y a Mari Carmen sentadas en el suelo junto a la bañera, quietas, silenciosas. En los momentos duros buscaba su mirada y era increíble cómo me transmitían tranquilidad. No se me ocurre nada que me hubiera podido ayudar más que me miraran de la forma en que lo hacían – gracias -.

Algunas de las cosas que he conseguido retener de aquellos momentos son que en un momento en el que el dolor era enorme, dije en voz alta “¡No!”, en el acto mi cabeza pensó “Así no vamos bien”, y comencé “Sí, sí, sí” pensando que ese dolor tenía un sentido y que así era como debía ser. También hubo un momento en el que me puse a hablar en voz alta con Pau, le di ánimos, le dije cosas bonitas, y me ayudó a sobrellevar una contracción bastante jodida. Pensaba la suerte que tenía de estar en Acuario dentro de esa bañera y no tumbada en una cama, donde el dolor habría sido indudablemente mucho menos llevadero –este pensamiento rondó muchas veces por mi cabeza-.

“Juanvi, tengo ganas de cagar y me duele el culo, llama a Ágata”. Un nuevo tacto, Ágata me invitó a que me metiera los dedos y tocara la bolsa cosa que hice, pero con poca ilusión. “Ya puedes empujar”. Dos horas de expulsivo. Comencé en la bañera de rodillas. Je, recuerdo que en esta fase me preocupaba la almorrana que había parecido en mi trasero unas horas antes “Empuja” “Es que tengo una almorrana” –increíble pero cierto- Después de un buen rato Ágata rompió la bolsa, seguí empujando pero nada.

“¿Después del parto me daréis algo para el dolor de riñones?”. Seguí empujando, ahora sé que un poco flojo. Mari Carmen, con toda la buena voluntad del mundo, puso sus manos sobre mis riñones para aliviarme, mi reacción fue instantánea, le pegué tal bufido, que creo que aún debe tener pesadillas por las noches con mi cara…

Salí de la bañera. Me apoyaba en ella entre contracciones y durante las mismas de cuclillas empujaba. Ágata y Mari Carmen me ayudaban a mantenerme, me temblaban las piernas.

Cambio de técnica. Juanvi se sentó en la cama, yo en la silla de parto apoyando mi espalda sobre él. Empujaba y empujaba, pero la cabeza no avanzaba. Controlaban las pulsaciones de Pau entre contracciones, el pobre estaba sufriendo, demasiado tiempo atascado en el camino. Si no lo sacaba yo tendrían que sacármelo. Llegado este punto comencé a sentirme un poco mal. Joder, estaba haciendo todo lo que podía y la cosa no marchaba. Me vinieron a la mente los comentarios de Enrique sobre las mujeres que dicen que empujan pero sólo hacen fuerza con la cara; las que no empujan porque les da miedo pero dicen que sí lo hacen; la estrategia de asustarlas diciendo que si no sale el niño habrá que sacarlo para conseguir que del susto empujen de verdad. ¡Yo estaba haciendo todo lo que podía! No sabía hacerlo de otra forma. Me dolía pensar que creyeran que no era así –no sé si se lo plantearon en algún momento-.

Entró Pere. Me gustó que permaneciera en un segundo plano, me pareció un acto muy respetuoso. Mari Carmen me dio una infusión con miel para reponer algo de energía, no había comido a penas nada en todo el día. Vi unas tijeras frente a Mari Carmen, me vino a la cabeza la temida episiotomía, sin embargo confiaba tanto en ella que no me agobié, sabía que si llegado el momento me la practicaban sería porque no había más remedio –más tarde supe que era para cortar el cordón umbilical-.

Llegado un momento Pere se acercó a mí y me dijo que no dirigiera mi fuerza a la vagina, sino que llevara la fuerza más lejos, fuera de mí. Así que comencé a visualizar –tenía los ojos cerrados- la cara de Ágata, que estaba de rodillas frente a mí, y a imaginar que la fuerza que estaba haciendo salía fuera de mí hasta llegar a ella. El cambio fue radical, a partir de ese momento la cabecita de Pau sí que empezó a avanzar. Utilicé todos los músculos de mi cuerpo en este empeño, me agarraba tan fuerte de Juanvi para empujar que no sé cómo no quedó magullado. Su ropa se podía escurrir cuanto todo acabó. Juanvi me animaba, me decía lo bien que lo estaba haciendo. Alguien me invitó a que tocara la cabecita que ya sobresalía. Ni pensarlo. De repente, las contracciones dejaron de ser fuertes. Allí estaba yo, como un reportero por la radio “¡Ya viene, ya viene! ¡No tenía fuerza, se ha ido!” Y así unas cuantas. Qué decepción, ahora que sabía cómo hacerlo y marchaba bien, me abandonaba la energía.

Gotero de oxitocina. Creo que en tres o cuatro empujones más Pau nació. “¡Me quema el clítoris!”. Empujón. Y un grito desgarrador. Mío. Me asusté mucho al oírlo. Había salido la cabeza, con la mano por delante. A la siguiente contracción el resto del cuerpo se deslizó como una anguila. Lo pusieron sobre mí un momento para a continuación llevarlo a una mesa cercana donde le aspiraron los mocos y todo lo que había tragado el pobre, le pusieron oxígeno y no sé qué más. Mientras tanto yo estaba tumbada mientras Mari Carmen me daba oxígeno, y observaba lo que ocurría como si no fuera conmigo. Pau había nacido, pero yo lo veía como desde fuera, no sé si por el cansancio o por el oxígeno. Ágata me cosió los puntos mientras yo no paraba de repetir “Espera, espera”. En algún momento previo, me sacaron la placenta. Mari Carmen me la mostró y comenzó a explicarme cual era la parte que había estado en contacto con Pau, no sé cual sería la expresión de mi rostro, que hizo que ella sonriera y me dijera “¿No es el mejor momento, verdad?”. Qué lástima con lo interesante que me parecía lo de ver la placenta cuando lo leía en los libros…

Hablé con mis padres, mis hermanas y Coni, no sé en qué orden ni lo que les dije. Seguíamos en la sala de partos y yo estaba obsesionada con que me quitaran la vía del brazo. Ya había parido ¿no? Pues fuera vía. Qué mal rollo me daba. De hecho antes de irnos del hospital pregunté a Mari Carmen si la fuerza de las contracciones finales había sido realmente por la oxitocina sintética, o por el acojone que me entró al ver que me la iban a administrar –me dio la impresión de que me vino la fuerza nada más ver el gotero-. Dijo que había sido lo primero.

Ágata trajo una silla de ruedas para llevarnos a la habitación, y me sentí un poco decepcionada, la verdad es que no me había imaginado saliendo de la habitación de esa forma, aunque era evidente que mi cuerpecillo no estaba para ir caminando por ahí –en el parto perdí más peso del que gané en el embarazo y se me quedaron todos los músculos como blandiblub-. De camino hacia la habitación Juanvi y yo íbamos preguntándole a Ágata si un parto así podría haber sido atendido en casa, que igual nos lo planteábamos para el próximo. Bonita conversación para estar recién parida ¿no? Me quedé con la sensación de “Es muy duro, pero se puede aguantar. Y repetir”.

Fue un parto con dolor pero sin sufrimiento: exactamente lo que había deseado.