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Parto de Montse. Parto en hospital. Hospital Clínico San Cecilio, Granada.

Hace tan solo 17 días que nació Carlitos y me parece que hayan pasado meses....

Llevaba ya varios días "cumplida", pues mi FPP era el 17 de agosto. Durante bastantes días tuve contracciones, muy flojitas y muy soportables, pero no les di mucha importancia porque en ningún momento eran lo suficientemente rítmicas como para alertarme. En la última revisión de las correas, la ginecóloga me dijo que, si en la semana 40 no me ponía de parto, me daría un volante de ingreso en el hospital para provocármelo. Yo ya venía de una cesárea anterior, y sabía lo que supondría que me volvieran a provocar el parto.

El martes 22 era un día como otro cualquiera. Ya estaba un poco nerviosa. Por un lado tenia muchas ganas de ver ya a mi bebe y hasta cierto punto no me importaba la idea de que me lo provocaran, aunque por otro lado, cuando me paraba a pensarlo fríamente, no estaba dispuesta a ingresar en el hospital a que me pusieran de parto, sino que me encantaba la idea de "esperar" a que mi hijo decidiera nacer por si solo. Estaba en casa con Elena, mi hija de 4 años, preparando la comida y terminando de recoger algunas cosillas y poner un poco de orden. Como en los días anteriores, notaba algunas contracciones, pero eran tan suaves y llevaderas que ni siquiera me di cuenta de que se repetían más a menudo de la cuenta.

A media tarde, en vista de que esta vez no paraban a la hora de la siesta, empecé a anotar la hora y la duración de cada una. Y así pasaron las horas, tumbada en el sofá (aunque me encontraba perfectamente) me iba dando cuenta de que esta vez era diferente, las contracciones se repetían cada cierto tiempo y ya no paraban. No quería hacerme muchas ilusiones por si acaso, pero en el fondo sabía que el parto había comenzado. Solo lo sabíamos mi marido y yo, aunque él, al ver que me encontraba muy bien, no se lo terminaba de creer.

Llegó la hora de acostarnos e intenté dormir y descansar, pero no conseguía dormirme, así que decidí aprovechar el tiempo en vez de dar vueltas en la cama y me puse a planchar, a limpiar el polvo, a recoger los cacharros de la cena... ya no sabía que inventarme. Notaba las contracciones, cada vez más intensas y seguidas, aunque no eran dolorosas en absoluto. Duraban 40-50 segundos y se repetían cada 2-3 minutos. Yo sabía que aquello ya no iba a parar, pero mientras pudiera aguantar en casa....

Como sabía que iba a ser una noche larga decidí ducharme para refrescarme un poco e intentar dormir, sin embargo, al salir de la ducha, mientras me secaba.... se rompió la bolsa.

Reconozco que en ese momento me puse nerviosa... aunque llevaba todo el día con las contracciones y en el fondo sabia que eran el inicio del parto, la rotura de la bolsa no hizo mas que confirmármelo: ya no había vuelta a tras y en pocas horas nacería mi hijo!!!!

Eran las 2.45 de la madrugada. Mi marido estaba acostado y, por suerte, mi hija se había ido a dormir a casa de mi prima, que por la mañana se la llevaría a la piscina. Lo desperté y se quedó muy parado, como si estuviera soñando y no se terminara de creer que, por fin, había llegado el momento. Ese momento con el que tantas veces habíamos bromeado porque nos lo imaginábamos tan exagerado como en las películas, en las que el padre no "atina" a vestirse y va a toda velocidad en el coche para llegar cuanto antes al hospital.

En nuestro caso no fue así para nada. Yo estaba muy tranquila, las contracciones eran cada vez más fuertes, pero podía soportarlas perfectamente y procuraba que él también estuviese tranquilo. Nos vestimos, termine de preparar el bolso para llevarme al hospital y llamé a mi madre, para avisarla de que ya nos íbamos. Quedamos en que nos veríamos allí (ella es enfermera en el hospital).

Las contracciones eran cada vez menos llevaderas, y el traslado en coche fue un suplicio (aunque sólo tardamos 10 minutos en llegar). Ingrese en el hospital a las 3.30 con 2 cms de dilatación. Me dejaron ingresada y pasé la noche dando "paseos" por todo el pasillo, de cachondeo con mi marido, mi madre y mi tía (que también es enfermera y esa noche estaba de turno). A las 7 de la mañana no podía más. Las contracciones eran muy fuertes y me encontraba muy cansada. Intenté acostarme varias veces, pero no conseguía descansar y, aunque intentaba ser prudente para no despertar a las otras compañeras de habitación, me era inevitable respirar fuerte y jadear un poco cada vez que tenía una contracción.

Cuando me pasaron al paritorio, a las 7, solo tenia 3 cm. ¡¡¡4 horas para dilatar 1 cm.!!! No me lo podía creer. Aquella exploración de la matrona me hundió bastante. Me recordaba a mi anterior parto (aunque en aquella ocasión fue provocado).

Con lo dolorosas y seguidas que eran ya las contracciones yo pensaba que ya me quedaría poco para terminar de dilatar.... Para nada. Solo estaba de 3 cms y no podía soportarlo más.

Físicamente estaba agotada, pero psicológicamente me encontraba perfectamente. Por suerte, las matronas que me atendieron en esta ocasión eran encantadoras y la mayoría de ellas conocían a mi madre con lo cual el ambiente era "como muy familiar".

Después de mi anterior cesárea y de participar durante algún tiempo en la lista de EPEN, yo tenía muy claro como quería que fuera este parto: a mi ritmo, tranquilo y sin agobios ni malos rollos con el personal aunque, por otra parte, sabia a lo que me exponía al parir en el hospital "de mi madre"; iba a reivindicar todos y cada uno de mis derechos si hiciera falta, pero tampoco quería ponerme a discutir ni a dejarla en evidencia delante de sus compañeros. Para mi sorpresa nada de eso fue necesario. Aunque yo me había tumbado en la cama, las matronas me dijeron que podía levantarme y moverme todo lo que quisiera (no tenia monitorización continua), podía ponerme en la postura que me resultara más cómoda, no me pusieron enema, ni vía con suero y/o oxitocina, y se sorprendieron muchísimo al ver que yo me había rasurado en casa (me dijeron que era una antigua, que el rasurado ya no se hacia nunca).

El caso es que me relajó mucho el ver que se estaba haciendo todo de la manera que yo quería, ¡y sin tener que presentar plan de parto ni discutir con nadie! No me lo podía creer.

Durante todo ese rato estuve hablando con las matronas de mi parto anterior y más de una se echó las manos a la cabeza de pensar en cómo actuaron conmigo en aquella ocasión sus propios compañeros. Me comentó que las cosas en el tema de los partos estaban cambiando por suerte. Que todavía había que cambiar muchas cosas más, pero que se estaba apostando muy fuerte por los partos "naturales" y "respetados".

Aguanté todo lo que pude pero estaba agotada. Lo pensé muchas veces antes de abrir la boca. Me acordé muchísimo de todas vosotras. "Virtualmente" me animabais a aguantar un poco más (a pesar de que no conozco a nadie en persona) y pensaba en lo que me diríais si me escucharais: pedí la epidural.

Ni yo misma me podía creer lo que estaba haciendo y mi marido, al que ya le había avisado de este parto tenia que ser natural fuera como fuera, me miro como si estuviera viendo un fantasma: "¿Que has dicho? ¿Que te pongan que? No cariño, ¿seguro que no puedes aguantar un poquito más?"

Seguía dilatando muyyyyy despacio y estaba tan cansada…, no podía más y me pusieron la epidural (a petición mía).

Desde ese momento pude tomarme algunos momentos de descanso. En esta ocasión no notaba las contracciones en la barriga, pero si que notaba las piernas y podía moverme perfectamente. También notaba las ganas de empujar con cada contracción, con lo cual, en este parto, pude ayudar bastante (en mi anterior parto no notaba nada de cintura para abajo, ni contracciones ni ganas de empujar ni podía mover nada de nada... lo adivináis??? por supuesto, terminó en cesárea).

No tenía reloj, pero el tiempo me parecía eterno. Serían las 11 cuando me pusieron la epidural y, aunque ya tenía el catéter y la vía puestos, la matrona me dijo que podía levantarme y moverme si quería. Yo preferí quedarme tumbada. Me encontraba bastante cómoda y no me apetecía darme paseos.

Me mojaban los labios con una gasa empapada en agua. Le dije a la matrona que tenía ganas de empujar y me hizo un tacto. Era raro puesto que solo tenía 4 cm. dilatados, pero me dijo que lo hiciera despacito. Que aprovechara cada contracción para ir empujando poco a poco. Así lo hice y me sentí bastante mejor empujando que controlando la respiración.

Ya estaba nerviosa de tanta respiración. A partir de aquí todo fue bastante rápido, ya que en 3 horas alcancé la dilatación completa. Estaba cansada, tenia ganas de dormir y no podía con mi cuerpo. Empecé a relajarme y creo que lo conseguí durante una hora.

Me quede dormida, aunque recuerdo que seguía empujando con cada contracción (sin ni siquiera abrir los ojos) y después me volvía a dormir. Al cabo de un rato la matrona me comentó que tendrían que ponerme oxitocina (yo le había advertido que, por nada del mundo, me la pusieran y, menos aun, sin avisarme) porque las contracciones se estaban parando (yo pensé: "pero que listo es mi cuerpo, como sabe que necesito un respiro". Le dije que no, que la otra vez lo pase muy mal por culpa de la oxitocina y que esta vez no quería arriesgarme. Sin embargo, tal y como estaba no tenia ni ganas ni fuerzas para discutir, así que me la pusieron y volví a intentar dormir.

Eran las 14 hrs. Tenia la dilatación completa pero el parto no progresaba, a pesar de las contracciones que la oxitocina que estaba volviendo a provocar. El niño estaba totalmente encajado y, si metía los dedos por mi vagina, podía tocar su cabecita. El tiempo retrocedió rápidamente cuatro años atrás, hasta el parto de mi primera hija, cuando los ginecólogos vinieron a explorarme y confirmaron lo que todos imaginábamos; la cabeza del bebe no estaba bien colocada. La tenia girada y por eso no avanzaba por el canal del parto. La misma razón por la que me hicieron la cesárea anterior.

En ese momento me vine abajo y empecé a llorar. Estaba enfadada y muy desilusionada.

Enfadada conmigo misma, por no haber aguantado en mi casa tal y como me había propuesto (en las clases de preparación al parto nos dijeron que cuando rompiéramos la bolsa nos fuéramos al hospital), enfadada por haber pedido la epidural, enfadada con el equipo que me atendía, por dejarme de nuevo hacer la dilatación completa cuando estaban viendo desde hacia bastante rato que la cabeza no estaba bien colocada, enfadada por no ser capaz en ese momento de exigir mis derechos….)

No quise esperar más. Para qué. Les pedía, entre sollozos, que me hicieran la cesárea. Que ya no podía más. Que estaba agotada y que me sentía impotente por no poder hacerlo mejor. Que empujaba todo cuanto podía, pero que “aquello” estaba ahí atrancado y que no sabía cómo hacerlo salir. Recuerdo que, en algún momento, Carmen (la matrona) de dijo que si quería me ayudaba a ponerme de pie. Me pareció buena idea, pero estaba “tan a gusto” tumbada que no tenía ni fuerzas para intentarlo.

Así estuve casi tres horas más. Sin parar de empujar. Sentía un fuerte dolor en la espalda, supongo que de estar tantas horas en la misma postura y por la tremenda fuerza que hacia cada vez que empujaba. En más de una ocasión les dije que acabaran con aquello. Que no me lo hicieran otra vez…Si estaban viendo desde hacia rato que aquello no progresaba, por más que lo intentábamos, que me hicieran la cesárea ya.

Por suerte no me hicieron caso a la primera (que novedad). Todos me animaban. Me decían que empujaba muy bien y que lo intentaríamos otra vez más. Cuando ya vieron que, de verdad, estaba agotada, llorando de impotencia y que el parto no avanzaba me dijeron que si, que me hacían la cesárea. “Por fin”, pensé en ese momento. Respiré profundamente y al instante comencé a relajarme. Estaba triste, porque no era el parto que había deseado para mi hijo, y porque me acordaba de vosotras, de vuestros consejos y de todo lo que había hecho mal desde que rompí la bolsa y decidí irme al hospital. Sin embargo me animé al pensar que en pocos minutos tendría a mi niño en brazos.

Estaba cansada, pero lo suficientemente “cuerda” como para pedir que no me pusieran anestesia general. Esta vez quería no perderme el ver a mi hijo nacer. Aunque fuera por cesárea.

En seguida (pero sin prisas, ni gritos, ni nervios) me prepararon para entrar al quirófano.

Recuerdo que mientras me llevaban en la camilla desde la sala de partos hacia el quirófano, la ginecóloga se acercó a mí y me preguntó: “Montse, ¿estás empujando?”, Yo le dije que sí, pero que era un acto reflejo, totalmente involuntario. Que tenía ganas de empujar con cada contracción y no podía evitarlo.

Es curioso, pero en esos momentos en los que estaba esperando a que me metieran en el quirófano, me quede sola, en el pasillo, tumbada en la camilla y allí, a mi aire, sin gente a mi alrededor y mucho más relajada porque sabia que ya iba a terminar, recuerdo que tuve como una inyección de adrenalina (era la alegría de saber que me quedaba poco para ver a mi hijo) y que empujaba yo sola con muchísima fuerza y, además, no me importaba en absoluto.

Dentro del quirófano era una locura. Había un montón de gente y todos me hablaban a la vez. Recuerdo a una chica que no paraba de decirme que le firmara el consentimiento de la cesárea. La mande “un poquito lejos”. Le dije, de muy malas maneras (porque me tenia frita) que se si podía esperarse a que se pasara la contracción, porque en ese momento no estaba para firmar nada. La pobre se quedo muy cortada. ¿es que no veía que no podía en ese momento? ¿No me veía en mitad de una contracción, aguantando la respiración y empujando?

La ginecóloga se acercó a mí y me dijo que íbamos a intentarlo una vez más. Que el niño estaba ya prácticamente fuera y era una pena hacer la cesárea sin intentarlo una vez más. Me dijo que ella me iba a ayudar.

Con las siguientes contracciones le pusieron un “vacuo” a mi niño y otro ginecólogo me empujaba la barriga hacia abajo. Con un par de empujones (en los que puse toda mi alma) nació Carlitos. Todavía me emociono al recordarlo.

Primero fue su cabecita. No la vi salir porque estaba tumbada, pero la note. En seguida salio su cuerpo, sin apenas esfuerzo (cosa que sorprendió bastante) y empezó a llorar. Y yo también (aún ahora, mientras os escribo estas palabras, vuelve a mi memoria ese sonido, el primer llanto de mi hijo, como si acabara de suceder y no puedo evitar las lágrimas). No me lo podía creer. ¿Estaría soñando? ¿Ya había terminado? De nuevo empecé a llorar, pero esta vez de emoción y de alegría. Después de todo, incluso de haber “casi suplicado” una cesárea, mi hijo había nacido y lo había parido yo!!!!

Se lo llevaron para reanimarlo, pero solo dos o tres minutos. Me lo devolvieron en seguida. Que sensación. Se me pasaron todos los dolores. Se me olvidaron todas las horas de empujones… es verdad lo que dicen. En cuanto te ponen encima a tu bebé, recién nacido, no piensas en nada más.

Veía a mi marido por una ventana del quirófano. Él estaba fuera y yo tumbada en la camilla, pero me miraba emocionado. Al cruzar nuestras miradas los dos rompimos a llorar. Ya no podía parar. Que lagrimones me caían. Los mejores de toda mi vida. Es que estaba en una nube… no me lo creía. Si la sensación era así a través de un cristal, no puedo ni imaginarme como tiene que ser un parto en el que tu marido te abrace mientras tu hijo nace o te ayuda a sacarlo…. ¡Guau! Lo tuve todo el rato en brazos mientras me cosían, y mientras me subían a la habitación y ya se quedó todo el rato conmigo. No podía dejar de mirarle. ¿Cómo es posible que la naturaleza sea así de sabia? ¿Cómo podía mi cuerpo aguantar tantas horas de dolor y de esfuerzo y a la vez estar pletórico y lleno de energía?

Por desgracia, a la mañana siguiente intenté levantarme pero me fue imposible.

Sentía un terrible dolor de cabeza, como nunca en mi vida y me comentaron que era un efecto de la epidural. A veces, durante la punción, se pierde un poco de líquido cefalorraquídeo que provoca ese dolor de cabeza (no os podéis ni imaginar lo dolorosisisisimo que es) y hay que guardar reposo absoluto durante unos 10 días.

En fin, que me había librado de la cesárea, pero tuve que estar una semana ingresada en el hospital, sin poder levantarme de la cama para nada (ni ducharme, ni ir al baño, ni incorporarme para comer…). La impotencia era la misma, ya que no podía atender a mi hijo y me tenían que ayudar para todo.

La parte buena es que, esta vez, la lactancia se inició de maravilla y, todavía hoy, le sigo dando el pecho a Carlos.

En fin, esta es mi historia. La de mis partos. Con sus momentos buenos y no tan buenos, pero de los que siempre he aprendido las cosas que tendré que cambiar para el siguiente (si es que lo hay algún día).

Para terminar este relato dando las gracias a la asociación “El Parto Es Nuestro”, por la gente tan maravillosa que participa en sus foros, por su inestimable ayuda, sus consejos y sus relatos que me animaron a luchar por un parto digno para mi hijo.

Al personal del servicio de Ginecología y Obstetricia que me atendió en el Hospital Clínico “San Cecilio” de Granada. Es probable que no se acuerden de mí, pero yo a ellos no los olvidaré nunca. A Carmen Lorca, mi matrona, por quedarse a mi lado durante tantas horas sin perder la sonrisa y siempre dedicándome palabras de aliento y de cariño. A Loreto, la gine, que no me hizo caso cuando le pedí la cesárea y confió en mí hasta el final. A Manolo, el matrono, que durante toda mi estancia posparto me hizo sentir como si estuviera en casa, a pesar de mis llantos y mis crisis de ansiedad.

A mi madre y a mi tía, que estuvieron a mi lado durante todo el parto ( es que son enfermeras y tenían enchufe), y por supuesto a mi marido, que aceptó todas mis “condiciones de parto respetado” aunque no las entendía muy bien.

Sin embargo todo esto no hubiera sido posible sin mi hija Elena, quien no tuvo el parto que se merecía y gracias a ello, su mamá ha buscado otra alternativa para su hermanito Carlos.