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Parto de Iratxe, nacimiento de Alexia

Todo empezó en la semana 41+2, la madrugada del 15 de octubre, a las 3 de la mañana. Hasta ese momento yo tenía muy claro que todo empezaría por la noche, pero al ver que los días transcurrían y nada, me iba poniendo un poquito nerviosa, ya que de pasarme de la semana 42 ya no me atenderían el parto en casa, como era nuestro deseo. Por otro lado, faltando un mes aproximadamente para dar a luz, nos damos cuenta que a mi padre le tienen que operar para ponerle una prótesis de cadera justo el mismo mes de octubre. El pobre intentó aguantar todo el verano cuanto pudo para dejarlo para más adelante, e incluso intentó por todos los medios que fuera en septiembre, pero el destino es el destino, y quiso que le dieran fecha para el 15 de octubre, por lo que tuve muy claro que sería esa fecha cuando me pondría de parto. Así que nos encontramos que a las 3 de la madrugada del 15 me despierto sobresaltada porque me estoy haciendo pis y no lo puedo controlar, inmediatamente pienso: tengo una fisura en la bolsa, ¡por fin empieza todo!, he decir que hasta ese momento no había notado nada de nada, así que me levanto y me voy al servicio y observo que junto con el líquido aparece como un puntito de sangre, muy clarito, no le doy mayor importancia y puesto que no tengo ninguna molestia vuelvo a la cama. Al cabo del rato, (o eso me pareció a mí), vuelvo a tener la sensación de hacerme pis poquito a poquito, vuelvo al baño y lo mismo. Así me pasé la noche.


Al día siguiente llamé a una de mis matronas para informarla, y me comentó que si no mojaba un trapo plegado cuatro veces es que no era líquido sino el tampón mucoso. También empecé a tener pequeñas molestias que mi marido cronometraba y apuntaba en una hojita. Así pasé todo el día, cronometrando, apuntando, etc. de vez en cuando me venía una contracción un pelín más fuerte y tenía que ponerme de pié moviendo las caderas o en la pelota para sobrellevarla. Durante ese día mi mayor preocupación era saber que tal estaba mi padre, que le tenían que operar al mediodía. Hablaba de vez en cuando con mi madre, sin decirle nada, intentando que si me venía una contracción no se notara para saber algo, pero no había manera, tardaban mucho. También recuerdo que el pesado de mi cuñado, que me llamaba todos los días, llamó para saber si notaba algo, y tuve que disimular un contracción de las más fuertecillas.


Así pasamos el día 15, pensando, ilusa de mí, que si eran así se podían aguantar. Por aquel entonces ya eran un poco más dolorosas y tenía claro que mis peores temores se confirmaban, tenía contracciones de riñones, lo cuál significaba que tras el dolor de la contracción quedaba una estela de dolor en los riñones. A las 9 de la noche decidí llamar a Cármen, la matrona de Génesis que me iba a atender, ya que vivía a 5 minutos de mi casa, y la dije que por favor se acercara. Cuando llegó yo tenía unos dolores horribles en las lumbares y cada vez que tenía una contracción me tenía que sujetar un punto exacto de la espalda para poder sobrellevarla. Cármen me examinó y me dijo que estaba de 2 centímetros, que aún estaba con los pródromos, y le pedí que se quedara esa noche.


Esa noche intenté acostarme un rato, pero de madrugada me di cuenta que me dolía más la espalda cuando venía una contracción, así que decidí levantarme y apoyarme en la pared cada vez que tenía una contracción.

Fueron pasando las horas y yo estaba cada vez más cansada de estar de pie, me dolían mucho los talones y los dolores se hacían muy insoportables, no conseguía dilatar absolutamente nada y no terminaba de concentrarme pensando en cómo estaría mi padre.


Ya por la mañana recuerdo hablar con Cármen de que era posible que al final fuera una cesárea ya que parecía que la niña no bajaba y aún tan sólo tenía 2 cm. de dilatación. Además estaba exhausta y quería aliviar el dolor de alguna manera. Cármen fue un momento a su casa a asearse un poco (vive muy cerquita de mi) y cuando volvió estaba llorando, le dije que ya no aguantaba más y que prefería ir al hospital, (pero no estaba convencida, me sentía muy culpable y no paraba de llorar). Ella, al verme así, me sugirió que intentáramos calmar el dolor en la bañera y luego decidir que hacer, así que le hice caso y estuve unas 4 horas en remojo intentando meterme en el parto, durante este tiempo Cármen y mi marido fueron dos acompañantes de primera, ni siquiera sabía en qué momento había alguien conmigo en el cuarto, eran muy silenciosos y estaban siempre pendientes de que el agua estuviera a la temperatura correcta. Al final los dolores pudieron conmigo y al ver que tan sólo había llegado a dilatar 4 centímetros y que al escuchar el corazón de la niña nos dábamos cuenta de que su posición no había cambiado, decidimos el traslado al 12 de octubre.

Es en este punto donde empieza mi vivencia más dolorosa:
Llegamos al Hospital 12 de octubre y ingresamos por urgencias, les digo que quiero la epidural porque llevo dos días de parto, que era en casa y que estoy dilatada de unos 4 centímetros, pero que no avanzaba. Me atiende una cría con cara de enfado (le debí de jorobar el cafetito), y me pide los papeles, le digo que lo tiene mi marido fuera y me hace ir a por ellos. Le doy la carpeta con todo y empieza a mirarla con cara de asco toda mi documentación (entre las cosas que llevaba estaban documentos de El Parto es Nuestro, derechos del paciente y dos planes de parto distintos, PV (Parto Vaginal) o Cesárea). Lo primero que me dice es que porqué he acudido al Hospital 12 de octubre si no es mi hospital de referencia, a lo que le contesto que mire el primer papel, es una aceptación de la derivación para la atención del parto en dicho hospital, a todo esto yo con unas contracciones horribles y pasando de mi. Después sigue mirando la documentación y me parece ver el plan de parto en el que indico que no quiero epidural y demás, y le indico que evidentemente ya no me vale porque sé que me tienen que poner oxitocina para ver si dilato y que por supuesto antes de nada quiero que me pongan la epidural, así que con su carita de asco asiente y pasa las hojas como si fuera una enfermedad infeccionsa. Me dice que me cambie de ropa en un cuartucho donde nadie me ayuda a pesar de que era evidente que con mi barriga y con esas contracciones me resultaría muy difícil cambiarme. Al salir me dice que me tumbe en una cama y me hace una exploración. La dilatación no ha cambiado mucho aunque dice que es menos de 4cm, (de este momento y ya pasados dos años, no recuerdo casi nada, cosa que no me apena puesto que además no fue agradable). Creo que me dejaron hablar con mi marido antes de subirme por no sé dónde, sólo recuerdo que él se reunió conmigo en el cuarto de dilatación y entró por otra puerta.

Ya en la habitación esta empieza a venir gente, por supuesto sin presentarse ni nada, salvo la matrona. Le explico que no queremos monitorización interna y me dice que no hay problema siempre que se pueda escuchar bien al bebé. Recuerdo que contralábamos mucho el tema de los sueros y demás ya que habíamos expresado claramente que no aceptaría ponerme la oxitocina antes de la epidural. Lo cierto es que en este punto todo perfecto.
Al rato de la monitorización resulta que no se oye bien a la niña por lo que nos dicen que no hay más remedio que monitorización interna, así que me rompen la bolsa para colocarlo y mis sentimientos se disparan, ¿cómo puede todo ir tan mal?


Tengo muchos lapsos hoy por hoy, lo siguiente que recuerdo es que vinieron a ponerme la epidural, que tardaron más de dos horas en ponérmela desde que ingresé alegando que la anestesista estaba con otras epidurales. A partir de aquí al menos sentí alivio, el dolor había parado y podía descansar un poco.


La matrona, que era bastante maja venía de vez en cuando, sin encendernos la luz, y comprobando cosas sin molestar. Ella fue la que nos dijo que ahora que íbamos a descansar de los dolores aprovecháramos para dormir un poquito y coger energía. Esta mujer, de la que no recuerdo el nombre aunque me lo dijo, fue la única persona amable que encontramos esa noche.


Pasaban las horas y veíamos en el aparato de la monitorización que las contracciones eran brutales y que mi niña ni se enteraba. En algún momento nos dijeron que tenían que hacerle una prueba a la niña por no se qué que tenían que medir, nos vendieron que era muy importante para saber si estaba bien o no, lo recuerdo muy vagamente, el caso es que me llevaron a una sala dónde había varias personas, bueno chavales, y por lo visto la prueba era hacerle un corte a la niña en la cabeza para tomar una muestra de su sangre. Total que era hora de dar una clase, así que les explican cómo lo tienen que hacer y una chica, estudiante claro, lo intenta, no consigue atinar bien, venga a meter los dedos, el aparatito, etc. Total que al final dos pinchazos porque lo tuvo que hacer otro, y como resulta que la muestra se deterioró en el camino, o algo así, tuvieron que repetirlo para conseguir los resultados. Aquí ya lo hizo otro. El resultado fue que todo estaba bien.


Otra de las cosas "curiosas" que pasaron fue que de repente la maquinita dejaba de emitir sonido, tal y como había pasado con la monitorización externa, resultando que la máquina era demasiado vieja y a veces perdía la señal. Ya os podéis imaginar cómo me sentí yo cuando me dí cuenta de que mi hija se estaba llevando más de un pinchazo en su cabecita por nada. En principio y que me acuerde ya no pasó nada más destacable, salvo el cambio de turno que se llevó a nuestra matrona agradable para dar paso a una panda de imbéciles impresionantes, pero por "suerte" ya quedaba poco que hacernos, ya que para entonces estaba bastante claro que tendríamos una cesárea, mi dilatación no pasaba del 3-4 por mucha oxitocina que me metieran.


A las 12 de la noche del jueves al viernes, entro en quirófano, por supuesto mi marido no puede entrar porque, según ellos es por la noche, en las de la mañana no hay problema, están dejando entrar a los papás. Os pregúntaréis, ¿porqué? Pues nosotros también, pero en esos momentos ya estábamos completamente anulados, así que como corderitos, a mi me llevan a quirófano y a Alberto a la sala de espera. Una vez dentro de quirófano, una de las perlitas que me sueltan, en este caso un niñato que se coloca en mi cabecera, es que si quería parto en casa que hacía allí, a lo cuál le contesto como puedo porque empiezo a notar uno de los efectos de la "maravillosa" epidural, temblores por todo el cuerpo, que me impiden, entre otras cosas, hablar con fluidez: "Pues ya ves, hacerme una cesárea" de otra forma jamás hubiera estado ahí. Otra de las "putaditas" fue que les dije que soy claustrofóbica, y que por favor procuraran que la sábana que te ponen para no se sabe bien qué, no me la acercaran mucho a la cara, pues debe ser que no se me entendía nada cuando hablaba de tanto temblar porque me la pegaron a la cara, por lo que al intentar apartarla un poquito de mi nariz para respirar mejor, entendieron que era peligrosa y me ataron los brazos. Así me pasé 45 minutos que duró esto con los ojos cerrados intentado visualizar espacios abiertos, intentando respirar calmada sin llevarme por el pánico y temblando tan brutalmente que me dolían los músculos de la mandíbula.


Fuera le dijeron a mi marido que había una pequeña complicación, que no llegaban a la niña y que tardarían un poquito más de los normal.
Al fin oí a mi niña, pregunté que era puesto que no habíamos querido saberlo en las ecos y me la acercaron dos segundos para que la viera. Conseguí tocarla un instante con un dedito doblando mucho la muñeca (seguía atada). Entonces se la llevaron. Insistí mucho en que no le pusieran nada, y la vitamina K bebida no pinchada. Pero no sabía si me harían caso, al menos cuando me la enseñaron no tenía nada, y ya la habían limpiado un poco y demás.


A mi marido le dijeron que tuvieron que hacerme la raja más larga de lo normal porque era difícil acceder al bebé, y que si le ponían a la niña todo. Mi marido, que también tuvo un momento de lucidez entre tanto caos, dijo: "¿qué ha dicho su madre?" Pues lo que diga su madre. Así que al menos conseguimos eso, a pesar de que en el papel que te dan para que lo presentes al pediatra pone que sí le pusieron la pomada de los ojos, yo no se la vi cuando me la enseñaron, o no me pareció que la tuviera.


Lo peor era que en mi interior tenía una vocecilla que chillaba que pidiera a la niña, que les exigiera que la trajeran para darle el pecho, pero no entiendo por qué con lo luchadora que soy esa voz nunca salió de mi interior. Esto ha sido una de mis torturas. Al salir de quirófano, me dejan ver a Alberto unos segundos, decidimos el nombre de la niña por que decían que era necesario para el ingreso y que lo podríamos cambiar después. Me dijo que aún no la había visto (cosa que me extrañó porque pensé que al no estar conmigo estaría con él ya que no le pasaba nada, que nos hubieran informado, claro).
Me llevaron a la sala de reanimación, y fue el remate final a mi calvario. Allí había 3 o 4 mujeres más, cada una en un box, pero sin cerrar las cortinas, alguna enfermera y un ambiente muy deprimente. Me colocaron al lado de una especie de cabina en la que me dijeron que podría hablar un rato con mi marido. Estuvieron un médico y una enfermera comprobando que todo estaba bien, obligándome a levantar la espalda para acomodarme a lo que querían (bastante doloroso por cierto), y todo esto sin ni siquiera mirarme a la cara una sola vez. Empecé a sentirme como un mueble.


Más tarde de lo que quisiera, al fin, se iluminó la cabina y vi a mi marido, me dijo que había podido ver unos instantes a la niña, que le hicieron quitarse todo lo que llevaba en las manos, reloj, anillo, pulsera, y lavárselas a conciencia, y que la había visto. Luego resulta que bastante tiempo después me ha confesado que en realidad ni siquiera le dejaron cogerla en brazos, que la niña estaba metida en una urna y no dejaban acercarse nada, y eso que era el único bebé que había, ¿entendible? Pues evidentemente no. (ahora dice que no volvería a consentirlo, y que no está seguro por qué narices no protestó).
También tuve oportunidad de hablar con mis cuñados, que habían ido con mi suegra y por supuesto me dijeron lo preciosa que era mi niña. Genial, todo el mundo con ella menos yo.


Finalmente, cuando todos se fueron, tampoco podían estar mucho rato, me quedé ahí sóla, con la sensación de haber hecho algo realmente malo ya que estaba en una especie de cárcel dónde para hablar con mi marido teníamos que usar una cabina con teléfono, dónde el personal que supuestamente te cuida ni siquiera se percata, o no quiere hacerlo, de que acabas de "dar a luz" y estás sola y te pones a llorar de pura soledad. Así que intento dormir algo para que las horas pases más deprisa, a las nueve según nos han dicho, viene el médico que decide si me sube a la habitación o no, (de echo a Alberto le dicen que se vaya a dormir un poco a casa porque hasta que venga el médico no se puede hacer nada más y no me asignan cama hasta entonces). ¿y la niña? Pues allí sola llorando de hambre, ya que al menos no les dan biberones, y sin su padre ni su madre para que la arropen y la consuelen.


Me pasé toda la noche pendiente del reloj que tenía enfrente, y cuando al fin dio las nueve y empecé a oir movimiento me animé mucho. El problema es que claro, ellos acaban de entrar al turno y necesitan charlar un poquito con este y con otro, tomar un cafetito, etc. Así que cuando el médico consideró oportuno que ya podía empezar a currar, empezó la ronda en la que encima fui la última. Bueno al final conseguí que me subieran a la habitación y pedir que subieran a la niña, la tuvimos que pedir dos veces (debían estar muy ocupadas esa mañana de viernes) y la subieron sobre las 12. La pobre venía llorando y comiéndose los dos puñitos desesperadamente, así que me la puse a la teta y en seguida se enganchó y empezó a mamar. Luego en planta pasaron también algunas cosillas, pero esto es ya demasiado largo y lo cierto es que pedí mi alta voluntaria a los tres días, es decir, el lunes siguiente al parto por fin me fui a mi casa, echa polvo física y psicológicamente, pero al menos estaba ya fuera de ese lugar, con mi niña y mi marido juntos todo el rato.


Esto ha sido el relato que he tardado 4 años en escribir y sobre todo en superar, a partir de aquí he tenido un puerperio muy difícil, y la crianza tampoco está siendo fácil, Alexia es una niña superdependiente de mi, aunque a partir de los tres hemos empezado a conseguir algunas separaciones.
Han tenido que pasar más de dos años para conseguir contar mi parto sin llorar, y algo menos para dejar de culpar a mi marido por no haber luchado más en un momento en el que yo no pude, sin darme cuenta de que él también pasó lo suyo.


Han sido muchas noches de sentimientos de haberle fallado a mi pequeña, culpabilidad e impotencia, pero ahora tengo claro que el mayor problema está en esas personas que no son capaces de sentir nada en su trabajo, un trabajo que debería de ser todo empatía, y que no son conscientes del daño que pueden llegar a hacer. Por eso sigo aquí, por eso no dejaré nunca de apoyar esta asociación. Y sueño con que algún día, cuando mi hija tenga hijos, que ella no tenga nunca que pasar por todo esto, que realmente sea la experiencia más increíble de su vida y que cuente como algo impensable, inentendible, que en los tiempos de su madre, dar a luz a veces se convertía en una mala experiencia de la vida.


A pesar de todo sigo pensando que la información es poder y que ese poder nos lleva a luchar, en este caso yo no conseguí llegar al final, pero estoy segura de que planté una semillita que otras detrás de mí la harán crecer, (me consta que actualmente el trato en el Hospital 12 de Octubre ha mejorado).
Ánimo a tod@s! porque ya queda un poco menos de camino por recorrer, y gracias de nuevo a El Parto Es Nuestro por seguir al pie del cañón. Hacerme socia y poner mi pequeñísimo grano de arena siempre me ha hecho sentir mejor. Escuchar todos los buenos relatos me han reconfortado estos años porque sé que detrás de todos ellos está esta asociación, mayoritariamente de mujeres, que nunca se han rendido y han logrado tanto.

Muchas gracias a tod@s los que habéis leído hasta aquí.
Besos y abrazos, Iratxe.