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Para Elías... HISTORIA DE TU NACIMIENTO: El eterno retorno.

Para Elías.

HISTORIA DE TU NACIMIENTO: El eterno retorno.

Anoche de madrugada, observándote mientras dormías, pegadito a mí y con una manita en mi pecho, decidí escribir hoy la historia de tu nacimiento. Y es que, de pronto, me di cuenta de que ya no recordaba tu carita al nacer, ¡cómo pasa el tiempo y cuántos recuerdos se lleva con él! No quería que pasara eso con los primeros momentos de tu vida. Por eso, estoy frente al ordenador escribiéndote mientras tú duermes plácido poniendo una manita sobre mi pierna.

Cuando nos enteramos de que estaba embarazada nos pusimos muy felices, estábamos de vacaciones en Asturias y lo celebramos por todo lo alto (aunque a mí se me acabó el tema de la sidra). Yo ya estaba ávida de información desde hacía unos meses y me había llevado el libro de ‘Un regalo para toda la vida: Guía de la lactancia materna’ de Carlos González. Al volver a la rutina continué estudiando, quería leer todo lo que caía en mis manos: pedagogías activas, lactancia materna, sueño del bebé, embarazo y maternidad conscientes, movimiento libre, baby led weaning… El blog de crianza autorregulada de Laura Perales me llevó a ‘El parto es nuestro’ y ese día algo hizo clic dentro de mí, ¿y el parto? Estaba estudiando sobre crianza y no había pensado en lo más inmediato. Tenemos una amiga que había parido en casa y reconozco que su experiencia me embelesa, pero teniendo a menos de 10 minutos el Hospital de Torrejón, no vimos necesario plantear un parto en casa.

Así que entré en la web de EPEN y comencé a leerme toda la documentación sobre embarazo y parto. Tardé un tiempo en encontrar los relatos de parto, pero para mí fueron un verdadero descubrimiento. Me leí cientos mientras viajaba en el tren de camino al trabajo, los devoraba como si fueran capítulos de una apasionante novela. Poco a poco empecé a comprobar una serie de patrones comunes que se repetían una y otra vez: tras una serie de acciones, las intervenciones médicas injustificadas venían en cascada, una detrás de otra en el mismo orden. Todo ello se repetía una y otra vez en las historias de miles de mujeres. He sufrido comprobando cómo en los hospitales españoles, durante décadas, se han hecho verdaderas barbaridades, episiotomías y cesáreas innecesarias, violencia obstétrica y un sinfín de maniobras intervencionistas injustificadas. Poco a poco se vuelve a dejar en paz a las mujeres, permitiéndonos hacer lo que llevamos siglos haciendo: pariendo. Nunca renegaré de la ciencia y de la medicina, pero creo que debe de entrar en escena cuando de verdad se la necesite, el parto es un proceso fisiológico como otros miles que ejecuta el cuerpo cada día.

Por eso, decidimos hacer nuestro plan de parto. Yo recomiendo siempre hacerlo, tanto si finalmente lo entregas como si no, es necesario preguntarse muchas cosas antes de enfrentarse con un parto, y el simple hecho de rellenarlo te obliga a estudiar. Eso hice. Me puse a leer a Consuelo Ruiz y su imprescindible ‘Parir sin miedo’, a Casilda Rodrigáñez, Isabel Fernández del Castillo, Laura Gutman, Jean Liedloff, Michel Odent, Yolanda González…etc, etc. Estaba emocionada.

Poco a poco fui visualizando tu nacimiento, cómo quería recibirte a este otro lado, cómo te merecías nacer y cómo quería yo parir. Rápidamente empecé a chocar con la incomprensión generalizada que hay en esta sociedad con respecto a lo que es un parto natural sin epidural ni intervenciones innecesarias. La idea generalizada es que eres una caprichosa inconsciente que reniega de la medicina y no aprecia cómo ha avanzado la ciencia en los últimos años. Al principio luchaba por explicar que en un parto normal, donde todo va bien, no son necesarias tantas intervenciones sino un acompañamiento para corroborar que todo sigue su curso natural. Porque estamos preparadas para parir y la intervención generalizada e indiscriminada de la medicina en el tema de los partos nunca debió existir… Era inútil, al final acabé mintiendo y aprendí a callar. La gente feliz con los consejos que me daba y yo me ahorraba más de un berrinche.

Elaboré mi plan de parto, me apunté a pilates para estar fuerte, me alimentaba lo mejor que podía y estudiaba. Me compré el libro de Parir en movimiento de Núria Vives, me lo subrayé e interioricé. Siempre recomiendo tener este librito, hace un acercamiento a la pelvis de la mujer durante su trabajo de parto, cómo se transforma para facilitar el camino al bebé y qué posturas favorecen el paso por los diferentes planos de la pelvis durante la dilatación y el expulsivo. Hablaba con tu padre cada día de todo lo que leíamos, porque si yo estudié mucho durante el embarazo, él lo hizo aún más. No solo se leía los libros más antropológicos (los que yo pensaba que más le gustarían), sino también los libros sobre maternidad o libros de matronas. Cuanto más leíamos, más nos convencíamos de lo que queríamos. El papel de tu padre fue decisivo desde que me quedé embarazada, sin él no hubiera podido vivir este proceso de manera tan plena. No concibo haber pasado por todo esto sin él a mi lado, porque no hay nadie mejor que él para desempeñar ese papel tan importante. Porque es el amor de mi vida y lo quiero con locura, y porque se ha preparado tanto como yo para ser el mejor padre del mundo. Durante los últimos meses pensaba que había nacido para ser papá (ahora que tienes 2 meses de vida, lo confirmo). No he podido sentirme mejor a su lado durante estos meses, hemos tenido un embarazo precioso y en gran parte ha sido obra de él. Ha tenido siempre la palabra adecuada en el preciso momento, la caricia perfecta en el peor momento y el abrazo más reconfortante que nadie más es capaz de darme (gracias, Kike).

Salía de cuentas el 22 de marzo y siempre pensé que tú no te ibas a retrasar, pero me equivoqué. Llevaba con contracciones de Braxton Hicks desde el 8 de marzo, todos los días a eso de las 21:30, cada noche creía que era El Día y cada mañana todo se esfumaba. Fueron días difíciles y se me hicieron muy largos, hablaba con mi madre de todos mis miedos y deseos en nuestro paseo matutino de cada día y ella siempre me escuchaba. Tu abuela es una gran mujer, me apoyó desde el primer día en todas mis decisiones (gracias, mamá). Pero el día 31 de marzo toqué fondo, ya estaba de 41+2 y nada... Fui al médico de cabecera a por la baja, me trató como una niña caprichosa que no sabe de nada y que sueña con ideales. Me dijo que me lo tenían que haber inducido ya, que había peligros y que una cesárea era lo mejor, que son 10 minutos, salen los niños preciosos y me ahorraba el dolor, que no me preocupara, que te iba a querer igual… Asentí y me fui. Me afectaron sus palabras porque no sabía qué iba a pasar finalmente, no quería enfrentarme con una cesárea. Sentía miedo, inseguridad, ansiedad y angustia a las puertas de vivir uno de los momentos más importantes de mi vida. Estaba bloqueada, obsesionada con el castillo de naipes que se desmoronaba ante mis ojos sin haberlo planeado, porque me pasé el embarazo pensando que estas cosas no iban a pasarme a mí. Y es que tenía tantas ganas de PARIR… Sin sustancias que me desconectasen de lo que no quería huir, sin intervenciones que me separasen de lo que más deseaba sentir, en plena conexión contigo y con tu padre, ¿era tan difícil lo que queríamos?

Esa misma tarde me puse a escribir, necesitaba desbloquearme, decirte por qué queríamos hacer las cosas como las estábamos haciendo, que te esperaríamos y te respetábamos, que no tuvieras miedo, que aquí estábamos para recibirte con los brazos abiertos. Y ocurrió, esa misma noche comencé a tener contracciones distintas, más fuertes y regulares, no pararon, comencé a las 21:30 y a las 2:30 nos fuimos al hospital cuando eran cada 5 minutos durante más de dos horas (me salió el estreptococo positivo y me dijeron que no esperara mucho que había que poner antibiótico). Me monitorizaron y me mandaron para casa, 1 cm. de dilatación y aún eran contracciones irregulares. Pasé la noche sin dormir, como pude. Al día siguiente seguían las contracciones y teníamos cita con la obstetra, me hizo un monitor y una eco y me dijo que eso ya no retrocedía, vimos que estabas muy bien encajadito. Me recomendó ir a desayunar y dar un paseo, que cuando volviera en un par de horas fuera a urgencias, que ya ingresaría. Así pasamos la mañana paseando por el hospital, dando el espectáculo, visualizando dónde había algún escalón para buscar la asimetría de la pelvis, sin duda era la postura que más me aliviaba. Pasaron las 2 horas y me volvieron a explorar, 1 cm, para casa. ¡No me lo podía creer! Eran regulares y dolorosas… pero me comentaron que si quería un parto de baja intervención estaba mejor en casa. Se me cortaron las contracciones y me desilusioné bastante. Volvieron por la noche y me pasé toda la noche en vela, no terminaban de coger ritmo, aún así volvimos al hospital por la mañana, eran más fuertes pero se volvieron a cortar. Ya me dijeron que esa misma tarde me ingresaban, que estaba a punto de caramelo, cuello muy borrado y muy favorable.

Ingresé a las 16:00 con contracciones esporádicas y propusieron romper la bolsa, ya estaba de 41+4, había que aprovechar que estaba a puntito y me dejé. Me rompieron la bolsa a las 19:30 y empezó de nuevo la actividad uterina, rítmica y cada vez más intensa, apagamos luces y pusimos música, tu padre leía y yo me concentraba en cada contracción, ¡qué bien, habían vuelto! Sentía cada contracción como un paso más cerca para tenerte en brazos. Pedí la pelota, la usé durante todo el embarazo para mis ejercicios diarios. En las dos noches anteriores no me alivió nada, pero en el hospital quería probar. La de ellos estaba más deshinchada y fue la clave, ¡qué bien me iba! Me alivió muchísimo, rotaba la cadera adelante y atrás. Así pasamos las 3 primeras horas, a las 10:30 me hicieron un tacto, 3 cm., no me importó porque hasta ese momento era muy soportables, seguí a lo mío.

A las 11 la cosa empezó con más ritmo, más frecuentes y más intensas, me fui a la ducha… con mi pelota, claro. Ahí comenzó el parto de verdad. Tu padre estaba a mi lado, dándome agua en los riñones, las contracciones me mataban en la zona del sacro (¿sería eso un parto de riñones? Pensaba). Tu padre me acariciaba, me animaba, me alentaba y amaba con cada palabra y con cada caricia. Puso en práctica todo lo que había leído, jamás imaginé lo bien que lo hizo, sabía que no debía hablarme para no activar mi neocórtex y comenzó a acompañarme con las respiraciones, con los ojos cerrados, qué cerca lo sentí durante todo ese tiempo, no hacía falta hablar. Gracias a la matrona, Marta, comencé a controlar mejor la respiración, yo estaba bloqueada pensando en cómo respirar y ella me orientó y me guió con un profundo cariño que siempre agradeceré. Me dijo, -Belén, estás demasiado racional, ¡olvídate de si es respiración torácica o abdominal! ¡Déjate llevar!- Me acompañaba también con la respiración. Entre contracciones oxigenar todo lo posible y en la contracción coger aire y expulsarlo laaaargo, haciendo aaaaahhhh con la boca bien abierta. Cómo funcionaba eso, qué bien me fue.

A eso de la 1 le comenté a tu padre que no podía más, estaba agotada después de 3 días sin dormir, los nervios, los dolores… Estaba pensando en mandarlo todo al garete, ¡si eso no había hecho más que empezar! ¡Qué débil era! Las contracciones desde hacía más de una hora eran prácticamente seguidas y eso me agotó, no tenía ni 15 segundos entre contracción y contracción y la intensidad era ya muy considerable, me tumbaba boca arriba sobre la pelota de pilates aplastándome el sacro en contranutación, solo podía estar así. A eso de la 1:45 le pedí a Marta que me volviera a hacer otro tacto, que era ya muy intenso y necesitaba tomar una decisión. Le dije -Por dios, necesito saber cómo voy… y no me digas ahora que estoy de 4, ¡no puedo ir de uno en uno!- Por la cara que puso supe que estaba de 4. No podía ser, si esto ya era intensísimo, estaba tocando techo mi umbral del dolor… Pero entonces me acordé de los relatos de parto, había leído mil veces que cuando no podías más es que ya acababa, que ya estabas lista para empujar, eso me animó. Me propusieron la bañera (que yo tanto había anhelado) pero en ese momento no podía pensar en moverme. Como me acababa de explorar aún estaba en posición de litotomía (tumbada bocarriba) y me vino otra contracción completamente insoportable, ahí enloquecí, ¡cómo las mujeres podían ser obligadas a parir así! Eso era una tortura.

De repente, al final de dicha contracción mi cuerpo empujó para relajar y… ¡no me lo podía creer! Me aliviaba empujar, eso era que el final estaba cerca. En ese momento vino en Entonox, mano de santo, alivio inmediato, no sé si por mi cambio mental o por el gas en sí, pero me vino fenomenal. Le dije a Marta que quería empujar y al principio me miró algo escéptica, eran cerca de las 2. En ese momento vino el ‘cómo leches me pongo’ y vino otra contracción, me dio por ponerme de lado y levantarme yo misma una de las piernas desde la rodilla, modo visagra, mucho mejor. Fue ahí cuando recordé esa postura en el libro de Parir en movimiento. Le dije a Marta –¿Oye, no existe algo así como un estribo para sujetarme la pierna de lado? Y de repente dijo –Claro, ¿esto?- y sacó de la cama una especie de reposa-pierna divino que pareció estar hecho a mi medida. En ese momento vino otra contracción, inhalé Entonox, empujé y te noté perfectamente descender un buen tramo, Marta tenía la mano dentro y la miré la cara que puso, entonces supe que estaba en el expulsivo. ¡Cómo podía ser! ¡Si estaba de 4! -Pues ya no- me dijo ella. -¡Vamos, Belén!- En ese momento miré a tu padre, con los ojos llenos de lágrimas, ya no había dolor, solo intensidad, si esto eran las contracciones del expulsivo estaba controladísimo, ¡iba a poder! ¡Ya estabas aquí! Él me devolvió la mirada de complicidad y nos pusimos manos a la obra, estaba como una moto, llena de energía, feliz.

Pasaron poquísimas contracciones cuando me preguntaron cómo quería parir, yo te notaba casi fuera y tenía miedo de levantarme. Pedí la silla de partos, buena elección. Me senté y tu padre se puso detrás sujetándome. Nos pusieron un espejo para que lo viéramos todo. Yo te toque la cabecita mojada con la mano y me vine arriba. Me daba pánico desgarrarme, pero me había hecho muchos masajitos perineales y confiaba en mi cuerpo. Me lo dijo Marta, -¿te has hecho los masajes, verdad? Cómo se nota-. Yo sonreí, el esfuerzo siempre tiene su recompensa. En ese momento pensé en mi amiga Jeni, había parido en casa 2 veces y me contó que con el primero la matrona le pidió que empujase cuando no lo sentía y se desgarró un poquito. Por eso, yo estaba dejándome llevar por los pujos involuntarios, eras tú el que iba dirigiendo, así me sentía, como un cuerpo sin voluntad a las órdenes de algo verdaderamente poderoso. En 5 empujones estabas aquí. No recuerdo verte salir porque el espejo se movió y ahora me da pena habérmelo perdido, pero tu padre te vio y me ha contado que al principio salió la cabeza muy apepinada y cuando llegó al cuello ‘¡pop!’ tomó forma, luego salió tu cuerpecito como un pececillo, eran las 2:55 del 3 de abril del 2016. Inmediatamente te pusieron sobre mí. Por mucho que leí sobre ese momento, no se puede describir con palabras, calor, amor, humedad, sangre… y tu olor, lo más indescriptible y profundo que se me ha metido de ese momento en mi cabeza, ese olor dulzón e intenso, entendí por qué los animales mamíferos lamen a sus crías. No lloraste, tosías por no poder respirar bien, aún recuerdo tu carita de angustia, no sé cuánto tiempo pasó, solo recuerdo darte la enhorabuena por lo bien que lo hiciste y recordarte cuánto te queríamos, no paraba de acariciarte y hablarte. Ya estabas en nuestros brazos y el mundo dejó de girar en un momento de eterno retorno, donde un horizonte de infinitas transformaciones nos envolvía en movimientos circulares. Miré a tu padre, emocionado, cómo te acariciaba, a ti y a mí. Cuánto amor y cuánta ternura. No te imaginas lo que daría por volverlo a vivir.

La matrona me devolvió a la realidad, tu padre te cortó el cordón, ya éramos dos seres, ya daba comienzo tu andadura en esta vida, autónomo, desconectado de mí… me entristeció. Me había convertido en tu madre y pensé que ese era el primer desarraigo de tantos otros que vendrán a lo largo de nuestras vidas. Me exploraron y me dijeron que estaba prácticamente intacta, ningún desgarro, solo una pequeña laceración. ¡Bien!

Imagino que me tumbé en la cama, no lo recuerdo, solo soy capaz de recordar el momento de estar tumbados, desnudos, cuerpo a cuerpo, con tu padre de feliz observador. Ahí hicimos la primera foto, estamos preciosos.

Aquí termina la historia de tu nacimiento y comienzan otras historias, pero esta es la primera de tantas contigo de protagonista. Gracias por hacerlo todo tan fácil, ni en mis mejores sueños pude imaginar algo más hermoso, no podemos estar más felices.