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Para Blanca, mi hija.

PARA BLANCA:

Muchas veces cuando veo lo que has crecido, pienso que durante 9 meses estuviste dentro de mí. Entonces me acuerdo de aquel 6 de octubre, en el que decidiste nacer y cambiar nuestras vidas para siempre, y todavía me estremezco de la emoción.

41 semanas + 1 día. No me despierto porque no he pegado ojo en toda la noche. Estoy nerviosa, todavia no he tenido contracciones. No quiero una inducción. Llevo meses preparándome, leyendo, informándome. Sé que lo mejor para las dos es un parto fisiológico, pero el momento no llega. Tu papá me dice que todo va a salir bien, que no importa que no duerma, que mi cuerpo está preparado. Siempre consigue calmarme, es mi ángel de la guarda.

Es una soleada mañana de sábado. Me quedo sola en casa y llega la primera contracción. No duele. No hago caso y sigo haciendo cosas. Me acuerdo de Mila y sus fantásticas clases de preparación al parto. La fase de preparto puede ser larga. Pero llegan más y voy mirando de soslayo el reloj. Cada 5 minutos.

Vuelve tu papá y salimos a pasear. Va controlando la frecuencia. Son regulares, pero todavía muy soportables. Los yayos pasan con el coche, nos saludan, me pillan en plena contracción. Trato de sonreir y les devuelvo el saludo. Seguimos paseando y nos encontramos con la chica de la verdulería. Fue madre hace una semana. ‘Que maravilla el parto con epidural, debería ser obligatoria’. ‘Sí, sí, ya ves’. No es el momento de hablar de las ventajas de un parto normal ni de los riesgos de la epidural…

Nos compramos comida para llevar. Volvemos a casa. Subimos las escaleras (5 plantas). Me encanta la lasaña de verduras, me la como entre contracción y contracción. Con el postre ya no puedo. Cada vez duele más. Empiezo a probar posturas: pelota de pilates, colgada del toallero, a cuatro patas… ¿Por qué no habremos preparado antes la bolsa para el hospital? Otro consejo de Mila. No salir corriendo para acabar escuchando eso de ‘estás muy verde’. La prepara tu papá: compresas, braguitas desechables, sujetadores de lactancia… ‘Uffff, vámonos ya, que esto duele mucho’. Son las 5 de la tarde.

Llegamos, me monitorizan durante una hora, me tactan. La gine de guardia es Mónica. Ya conozco sus deditos, no hacen daño. Me exploró con mucha delicadeza hace unos días, ella pensaba que me daba miedo porque no me había dejado tocar la primera vez. ¡Solo he dilatado 2 cm! Esto va para largo… ‘No te preocupes, ahora os vais a planta y ya verás como te pones de parto tú solita, la dinámica es muy buena’ me dice.

Nos quedamos solos en la habitación. Siguen las contracciones, cada vez más intensas. Duele más de lo que imaginaba. La tentación de la epidural pasa fugaz por mi mente. ‘No, María José, si has presentado un plan de parto…. Ahora toca apechugar’, me digo a mí misma. Intento aceptar el dolor, dejarme ir, fundirme con él. Ese dolor es lo que te ayuda a salir. Respiraciones profundas y completas, como cuando hago yoga. Tu papá está conmigo en todo momento. Pone sus manos sobre la parte baja de mi espalda para calmarme. El tiempo pasa deprisa, casi no hay descanso entre contracción y contracción.

Vuelven los deditos de Mónica. ‘4, 5, 6, 7, 8 cm. Esto tiene muy buena pinta’. Se rompe la bolsa de aguas. Me muestra una postura para encajar las contracciones. Por un momento dudo si es ginecóloga o matrona. De camino al paritorio, la pongo en práctica, apoyo mis manos en la pared y hundo el periné en la pierna de papá hasta que siento que se alivia el dolor. En medio del pasillo, estamos de exposición.

Llegamos al paritorio. Serán alrededor de las diez y media. Me quito las gafas, el sujetador. No veo ni oigo apenas nada. Me monitorizan de nuevo, aunque gracias a mi ángel de la guarda con uno inhalámbrico. Escucho palabras de aliento: ‘lo estás haciendo muy bien’. Elena, la verdadera matrona, me abanica. Me pregunta si siento ganas de empujar, mis gritos le suenan a expulsivo. No sé si tengo ganas, pero siento que me voy a romper. Ya queda poco. Casi sin darme cuenta, estoy sentada en la cama articulada, empujando. Elena me la ha preparado a modo de silla de partos. Me siento cómoda así. Llega una contracción, empujo. Llega otra, sigo empujando. Tu papá ya ha visto tu pelito. Sigo empujando. Elena va masajeando y lubricando la zona del periné y tu cabecita para evitar que me desgarre. Llega el círculo de fuego, quema, la cabecita ya sale. Sigo empujando con todas mis fuerzas. Ya estás aquí. Te cojo por debajo de los hombritos. En algún momento que no recuerdo, mi bata ha desaparecido y estoy desnuda. Así que te coloco sobre mí, piel con piel. Son las 23:28. El dolor se ha esfumado. Tu papá y yo nos miramos, te miramos. Estás calentita, mojada, hueles tan bien. Mi pequeñita, por fin nos vemos. Lloras, reptas con fuerza buscando mi pecho.

El trabajo aún no ha terminado. Queda un último empujón para alumbrar la placenta. Sale ese curioso órgano que nos ha mantenido unidas durante 9 meses. Tu papá corta el cordón, que ya ha dejado de latir. No ha habido desgarro, ni episiotomía. Empiezas a mamar. La oxitocina nos inunda. Nos hemos enamorado para siempre.

Ojalá pudiera retener este momento, la inmensa satisfacción y felicidad que sentimos tu papá y yo al tenerte por fin con nosotros. Gracias Blanca por elegirnos como padres, por 9 maravillosos meses de embarazo, por hacernos disfrutar de todo el proceso de parto y nacimiento. Y estos son solo los primeros pasos de un largo camino juntos… Un camino lleno de besos y abrazos, amor, ternura y respeto.

María José