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Noche magnética

Desde el 6 de mayo del 2009 te disfrutamos entre nosotr@s...

Gracias Universo, gracias Madre Naturaleza, gracias Milagro de la Vida…

Desde hace unos años, contrastando experiencias que me contaban madres que habían parido

en casa y madres que habían parido en hospitales, había decidido que quería parir en casa.

Cuando nos quedamos embarazad@s y supimos que, por cuestiones laborales, te daríamos a

luz en Gran Canaria, comenzó nuestra búsqueda. En Granada (donde antes vivía) conocía a un

grupo de matronas muy apañadas llamadas las Ocean Comadronas, pero aquí no conocíamos a

nadie que atendiera un parto domiciliario.

Por una de esas fortunas y “causalidades” de la vida, nuestra acupuntora, Adelina, que sería

nuestra doula, nos dio una revista llamada +Q9meses y ahí contactamos con Laura y Olga:

nuestras matronas o el arte de la invisibilidad… las lié en cierto modo y nos vieron tantas ganas

y tan desamparad@s y al mismo tiempo decidid@s a parir en casa sin miedos, que accedieron

a acompañarnos en nuestro parto.

Yo había leído tanto sobre el parto. Parecía que estaba estudiando para parir. Sabía (y he

comprobado) que mi cuerpo tenía la sabiduría milenaria para parir de forma natural, pero

vivimos en una civilización que nos enseña a tener un cuerpo, y sobre todo, un útero, tan

rígidos, que quería que mi parto fuera una mezcla de información e intuición. Y así fue.

Así que empecemos el relato…

Mi embarazo fue fantástico y muy saludable hasta el último mes, en el que me pre-ocuparon

(qué gran palabra, cuando hay que ocuparse y no pre-ocuparse) porque decían que mi criatura

era demasiado pequeña… Por suerte mis matronas decían que la naturaleza es sabia y que

para mí, midiendo algo más de metro y medio, era mejor no albergar en mi cuerpo a un

cuerpecito muy grande. Pedí al Universo que nacieras san@ y fuerte y con un peso que nos

permitiera tenerte en casa y que no te separaran de mí…

No importaba lo grande que fueras, porque sabía que serías una gran gran persona y que

tenías mucha fuerza, lo sentía en tus movimientos.

Hice estas afirmaciones reikianas para ayudarte en tu tránsito a esta vida…

Mi parto es placentero

Mi parto es indoloro

Mi parto es natural

Mi parto es vaginal

Mi parto es rápido

Mi parto es en casa

Mi parto es orgásmico

Mi parto me empodera

Mi parto me conecta con mis ancestras

Soy fuerte para mi parto

Mi bebé goza de buena salud

Mi bebé tiene el peso adecuado

Mi bebé se nutre sólo con mi leche

Mi bebé es fuerte

3 somos 1 con el poder del amor

El 14 de abril me hicieron “un palpo” sin explicarme por qué ni para qué, con la excusa de que

se suponía que mi criatura pesaba 2 kilos en la semana 37… para decirme que tenía 1 cm de

dilatación (que podía perfectamente estar así desde el comienzo de mi embarazo) y el 20% del

cuello uterino borrado…

El resultado fue que empecé a sangrar hasta que el viernes 17 expulsé el tapón mucoso…

Puse a todo el equipo de parto, Adelina, Olga, Laura y a Helí, el papá, en alerta… pensé que mi

bebé ya venía… y me dio terror pensar que nacieras con 2 kilos y no poder parirte en casa…

Ese día no fue el día que naciste pero empecé a notar más las contracciones “de práctica” y a

partir de ahí tuvimos unas cuantas falsas alarmas, una de ellas fue muy fuerte, en la noche del

26 al 27, justo antes de que llegaran tus abuel@s matern@s desde Andalucía… pero esperaste

para salir para crecer un poquito más…

El día antes de que nacieras, habíamos ido con mi familia a pasear por Las Palmas de Gran

Canaria, yo notaba contracciones, pero pensaba que era una falsa alarma como las otras veces,

y eso que ya estaba de 40+2…

Las contracciones se fueron haciendo más evidentes a medida que pasaba el día y yo seguía

caminando, hablando, haciendo como si nada. Al regresar a casa estaban espaciadas cada 15

minutos pero eran constantes aunque bastante soportables como para que nadie se diera

cuenta, porque yo seguía sin decirle nada a nadie.

Esa noche le pedí a mi madre que me hiciera un batido de fresa y melón. Hay que decir que la

noche antes de tenerme a mí mi madre se comió casi medio melón. Así que, cuando se le

aflojó la barriga en el proceso de parto, como era primeriza y le daba vergüenza que en el

hospital se rieran de ella (detalle que dice mucho del trato que se da en general en los

hospitales), pensó que era el melón que le había sentado mal, a pesar de estar ya cumplida. Yo

en principio fui casi, casi, un melón.

Después de cenar el riquísimo batido, le confesé a Helí, que llevaba con contracciones todo el

día, pero que ahora se estaban haciendo más presentes… Nos acostamos a las 12 sonriendo al

pensar que quizás esa noche fuera la noche que tú, bebin@, vinieras a nuestros brazos. Yo

dormía entre contracciones, hasta que, a las 4 de la mañana, las contracciones no me dejaron

dormir más. Empecé a pensar en ellas como “ráfagas”, como dice la matrona Ina May Gaskins,

como crestas de olas que tenía que subir, y en mi útero como un pétalo de una flor

eternamente abriéndose, como una onda haciéndose grande al caer una gota en un lago,

como un mandala circular y espiral…

Relajaba la mandíbula, descolgándola y emitiendo una “a” que al principio casi no sonaba, era

casi toda aliento, hasta que se convirtió en una especie de canto que iba a más agudo

conforme subía a la cresta de la ráfaga. Normalmente había como 3 notas, como una escala de

3 armónicos.

Me colgaba del fular portabebés que habíamos puesto en el techo, me columpiaba en él, me

ponía en posición de oración moruna en la cama.

Fui al baño a hacer caca como unas 14 veces y vomité como unas 4.

Helí me empezó a tocar los puntos de shiatsu que le había dicho Adelina para acelerar las

contracciones, uno entre el pulgar y el índice de las manos y otro como 3 dedos sobre el

tobillo, en la parte externa de las piernas. Adelina finalmente no pudo estar presente en el

parto porque daba un curso en la isla de La Palma, pero yo recordaba sus palabras: “No

pienses en las contracciones como dolor, piensa en movimientos de tu útero para sacar a tu

bebé y agárrate a los descansitos entre ellas.”

A las 7, pensamos que era hora de llamar a las matronas. Olga tenía turno en el materno y nos

dijo que llamáramos a Laura, que ella vendría en cuanto saliera.

Despertamos a mis padres y a mi hermana y yo hice la broma con mi madre de que “me había

sentado mal el melón”. La verdad es que el sentido del humor no me faltó en todo el parto y

creo que fue una de las claves para que fuera tan rápido.

En todo momento yo te hablaba, mi peque, te decía: “Muy bien bebé, bien cariño, lo estás

haciendo muy bien, eres fuerte, mamá está contigo, nos estamos ayudando, gracias…” Y eso

hizo que me sintiera en plena fusión contigo.

Invoqué a todas las mujeres del mundo, recordé a mi madre, que había pasado por eso 3

veces, a mi abuela, que lo había pasado 7, a todas mis ancestras, a mi amiga Ana y su parto con

fórceps, a mi amiga Tarha de la que tanto aprendí, a mi amiga Sara y su parto en casa, a mi

colega Ouardia y su hijita muerta, a tantas, tantas mujeres, e invoqué su fuerza y la energía de

todo el universo… Y fue maravilloso e increíble sentir que me llegaba.

Aunque Adelina no pudo estar en el parto, tenía su “tense”, una especie de electrodos que,

puestos en la espalda, calmaban las contracciones. Pero, como otros datos risibles en mi parto,

casi no tenía pilas y yo lo tenía al máximo porque no notaba apenas su vibración. Le cambié las

pilas cuando me di cuenta pero sin bajar la intensidad y… ¡menudos calambrazos me dio!

Fueron mis únicos gritos en la dilatación, así que reboleé el “tense” hacia un rincón de la

habitación donde me lo encontré al día siguiente y me partí de risa recordando el momento.

Llegó el abuelo paterno a por mi familia. Empezaba a perder la conciencia del tiempo y a

entrar en un estado sutil de conciencia, de meditación profunda, de otro tipo de ondas

cerebrales…

Sentí el telefonillo, serían las matronas, o al menos una de ellas… Desde que llegaron, primero

Laura y luego Olga, su “presencia” era como angelical, como espiritual, casi como una

ausencia. Estaban sin estar.

“¿Dónde está?”, escuché que Laura preguntaba a Helí en el pasillo.

“Qué guapa estás”, me dijo Laura después de abrazarme. Fue una de las pocas frases que salió

de su boca en las 3 horas que pasaron hasta que di a luz. Me preguntó si había roto aguas. “No

sé”, dije, y al instante pisé un charco en el empapador sobre la cama y rectifiqué, “creo que sí”.

Olí mi líquido amniótico, sin saber que así me estaba estimulando el proceso del parto. Más

tarde supe que incluso chuparlo me hubiera ayudado aún más.

Calculé que serían las 8, o quizás no… Yo veía que amanecía, cada vez más luz, pensaba “es tu

primer día bebé, qué momento más bonito para empezar a nacer.” Pero pensaba al mismo

tiempo que quedaba mucho, pero que mucho. ¡Yo era primeriza! Y había escuchado y leído

sobre partos de primerizas que duraban 12 horas, 1, 2, 3 días… El tuyo, bebin@, duraría

apenas 7 horas.

Todo pasaba deprisa y como en un sueño (¡qué razón tuvo Laura al describir su primer parto

como “el estado de meditación más profundo que conocía”!). Volví a vomitar y pensé que

vomitar era como lo peor, por lo mal que me sentía al hacerlo, y, al mismo tiempo, lo mejor,

por el alivio tan grande que me daba luego. Pensé: “¿Es éste el momento que llaman la

transición? Muchas mujeres vomitan en este momento… Pero ya había vomitado tanto, que

no sabía…

Laura me sugirió que me diera una ducha y a por ella fui, y de ahí en adelante me quedé

desnuda, no soportaba el roce de la ropa, me sentía salvaje, instintiva, animala… Laura pidió a

Helí algo para quemar, para descargar el ambiente, y encendieron una vela bajo la esencia de

jazmín… qué rico olía… ese olor se mezclaría con el olor a parto, a ti, mi criatrua, y a mis

entrañas, un olor que se quedó en la habitación un buen tiempo…

Me pareció escuchar a Helí pasando la aspiradora y pensé “¿qué hace este hombre haciendo

eso ahora?”. Luego me enteré que era el inflador de la piscina, y que tardaba tanto en inflarla

porque, con los nervios, mientras la inflaba por un lado… la desinflaba por el otro que no tenía

el tapón puesto…

Escuché de nuevo el telefonillo, mezclado con mi canto en cada ráfaga. “Olga”, pensé, “eso

quiere decir que son más o menos las 9,30” (ella salía del materno a las 9). Luego Helí me dijo

que llegó casi de puntillas, pidiendo permiso para entrar, se cambió de ropa calmosamente y

bebió agua, toda tranquilidad y serenidad como es ella.

Laura me seguía a todos lados controlando los latidos de Dafne con su Sonicaid acuático,

mientras yo le preguntaba si mi bebé estaba bien “sí, todo va muy bien, perfecto”, me

respondía; y Olga me echaba agua en el útero en cada contracción. Yo me rendía a cada

ráfaga, me estiraba en los descansitos y los agradecía al universo. Respiraba intentando llevar

el oxígeno a cada músculo tenso, resoplaba como un caballo, echaba el aire poquito a poquito

como a través de una pajita para aprovecharlo todo.

Mirándolas a las dos, a Olga y a Laura, pensé que eran como dos almitas silenciosas, dos

angelitos que discretamente me acompañaban sin intervenir.

Decidí darme otra ducha y le pregunté a Laura si podía llenar la bañera y quedarme ahí. “Claro,

como quieras” me respondió.

Mientras, Helí, el papá, parecía una sombra veloz por el pasillo con ollas, teteras y manguera

para llenar la piscina. Más tarde me contó que incluso se pegó un par de resbalones en el

pasillo. El pobre controlaba al mismo tiempo el camping gas, la vitro de la cocina, la kettle y la

manguera. Yo no paraba de preguntar “¿me puedo meter en la piscina?” y una de mis dos

matronas decía, pacientemente, “todavía no”. “¿¡Todavía no tengo 5 cm, por Dios!?” pensaba

para mí. Y con ese pensamiento, miré a Laura tras una de las ráfagas, hice el símbolo de los

cuernos con la mano derecha y dije “Esto es Heavy Metal”. Laura se partía de la risa. Y lo mejor

es que, no es que yo no tuviera aún 5 cm de dilatación (mis matronas-angelitas nunca me

exploraron, cosa que agradezco, porque yo sólo quería moverme libremente) es que… ¡iba

todo tan rápido que no daba tiempo a llenar la piscina!

Empecé a notar que la pelvis se me ponía en retroversión (recordando al mismo tiempo a

Dory, la rehabilitadora de suelo pélvico del hospital Negrín) y que tenía ganas de empujar.

“¿Debo empujar? ¿Es esto el expulsivo?”, pensaba. Inmediatamente, me dije que era una ilusa,

que aún me quedaba mucho, pero al mismo tiempo, dejé que mi cuerpo hiciera lo que quisiera

y, si quería empujar y las matronas no me decían lo contrario, que empujara. Luego me di

cuenta de que en ningún momento sentí que “empujaba”, era mi útero el que hacía todo el

trabajo. Era increíble cómo mi culo se iba hacia adelante en cada ráfaga.

Pregunté por enésima vez si podía meterme en la piscina. “Todavía no, falta poco” dijo Olga,

creo. “¿¿¡¡Aún no tengo los 5 cm esos!!??” Y se me cruzó brevemente por la cabeza (esa

cabeza que nos juega malas pasadas) si no había sido demasiado “gallita” al rechazar toda

analgesia y anestesia para el parto (para colmo, Adelina y sus agujas de acupuntura no estaban

y el “tense” yacía en algún rincón escondido de la habitación) y si me iba a rajar con tanto

deseo de empujar y menos de 5 cm de dilatación. Desterré ese pensamiento rápidamente y

volví a invocar a mis ancestras que, durante siglos, milenios, habían parido “a pelo”… como yo

ahora. Me sentí muy fuerte de nuevo y muy fusionada a ellas a través del espacio y del tiempo.

Por fin, llegó Olga y me dijo que podía entrar en la piscina (para entonces, ya una de las veces

me había dicho que era porque no estaba lo suficientemente llena, para mi alivio)

Fui por el pasillo como pude, no sé si incluso me vino una ráfaga en medio. Entré en la piscina y

vi que el nivel del agua estaba a la mitad del indicado. Sonreí para mí. Como Laura me

abanicaba y Olga seguía echándome agüita calentita en el útero en las contracciones, dije: “Me

siento como la reina de Saba”. Laura sonrió y respondió: “Lo eres, lo eres”.

A partir de ahí todo fue rapidísimo. Vino una ráfaga y vi a Olga y a Laura recoger una caquita

con el colador. “Mirad, qué bebé más pequeño he tenido”, dije riendo. Ellas también rieron. En

la siguiente ráfaga le dije a Laura: “¡Cómo quema!”, recordando lo que me había contado ella

de su primer parto. Llegó otra ráfaga (yo diría que fue la tercera desde que me metí en la

piscina) un poco más fuerte que las demás en la que yo me dije “bueno, esto no ha hecho más

que empezar”.

De pronto, sentí como si alguien me abriera las caderas por atrás. Yo había adoptado, no

recuerdo cuándo ni cómo, una postura muy cómoda, de rodillas, con las rodillas separadas y

los pies juntos, sentada sobre el culo y los talones y con el tronco muy erguido y cantando mis

armónicos hacia el cielo. Instintivamente, me toqué entre las piernas. “¡Una cabeza con pelo!”,

dije, y grité “¡Helí!¡Helí!”. Laura dijo: “¿Quieres que venga Helí?”. “Sí”, respondí. Laura salió al

pasillo: “Helí, te llama”. Él llegó rápido pensando que lo llamaba para agarrarme en las

contracciones. Cuál sería su sorpresa cuando cogiendo su mano le hice tocar “la cabeza con

pelo”. Yo repetía aquella frase rompiendo en carcajadas de éxtasis, de placer, de incredulidad

por lo rápido que había sido todo. Me había imaginado mucho más dolor. El pobre Helí, al

verme carcajearme, pensó que me había vuelto loca del dolor. No había tanto dolor. Yo, que

he tenido ortodoncia, he conocido visitas al dentista peores…

El tiempo de descanso fue muy breve esta vez y papá ya no se movió de mi lado, de nuestro

lado. Estaba detrás de mí, fuera de la piscina. Le miré, reí, le besé y llegó otra ráfaga. Me

aguanté el clítoris hacia arriba y chillé tan agudo (el más agudo de los armónicos que había

cantado) que pensé que llegarían los vecinos o la policía, y me dio igual. Laura me cogió la

mano y captó mi mirada y dijo conmigo “ah, ah, ah” como si fuera un perro con la lengua

fuera. Eso me ayudó mucho para destensarme, pero volví a emitir el agudo porque se me

desgarraron un poquito los labios al salir tu cabecita, mi bebé, mirando hacia abajo. Te giraste

sol@ y abriste los ojos mirándonos desde dentro del agua, imagen que se nos quedaría

grabada para siempre. Reí a carcajadas. “No me lo puedo creer”, repetía. Éxtasis. Orgasmo.

En ese único momento me dio pánico. Sentía las piernas y los brazos de mi bebé agitándose

dentro de mí. “¿Qué hago?”, pregunté. Las matronas, en una de sus poquísimas indicaciones

rieron y creo que fue Laura quien dijo: “Empuja un poco más, ya está”. “Ah, pero, ¿yo he

empujado?”, pensé. Una ráfaga y un chillido más y saliste hasta la cintura, una ráfaga y un

chillido más y el resto de ti ya estaba fuera. Tú sobre mi pecho, llantos de alegría mezclados

con risas, papá besándonos, Olga y Laura abrazándose llorando, el tiempo se detuvo…

Explosión de alegría y placer. Tú no lloraste, sólo tomaste aliento y respiraste. Tú ya estabas

aquí. Tú.

Después de que salieras todo fue muy rápido y como un sueño. Te tuve entre carcajadas

pegadit@ a mí, te besaba sin parar, no paraba de olerte (aunque me dieron ganas de lamerte,

otra vez sin saber que la ingestión del vérnix contribuye a mejorar el estado físico y anímico en

el posparto)

Pregunté la hora: “Son casi las once”, me dijeron. “No me lo puedo creer”, fue mi repetitiva

respuesta aún entre risotadas. 7 horas de parto. Qué bien que olías, no podía parar de olerte.

“Vamos a ver qué es, que aún no lo hemos visto”, dije refiriéndome al sexo del bebé, que

habíamos decidido no saber hasta el parto… Mi mirada miope buscó en la oscuridad del cuarto

(que era como un gran útero) y mi mano palpó algo que me parecieron 2 huevecilllos… “¡Es un

niño!”, dije. “Hola Garoé (ese era el nombre de niño elegido)” “Bienvenido Garoé” “¿No

quieres tetita, Garoé?”…

Y tú pasabas de nosotr@s y te dedicabas a mirar a tu alrededor. Seguíamos metid@s en la

piscina, y, aunque habían añadido un poco más de agua caliente, al rato se empezó a enfriar.

“¿Quieres salir ya?”, me preguntó Olga o Laura, no recuerdo quién. Dije que sí y me ayudaron

hasta la cama, yo seguía contigo en brazos porque seguíamos enganchad@s con el cordón y

con tu placenta aún en mi interior. En la cama, alguien (¿quién?) había dispuesto

primorosamente todos los cojines, almohadas y almohadones de la casa para hacerla más

confortable. “Mi intuición no me ha fallado, me decía que tendría un niño”… (la de papá decía

que serías una niña…)

Te habían envuelto en dos toallas calentadas en el calientatoallas y… seguías siendo “un niño”.

Cuando ya estábamos l@s tres acomodad@s en la cama, papá dijo: “A ver, que le vea la

cuca”… y cuando miró tu vulva toda hinchada exclamó… “¡Mely! ¡¡Pero si esto es un chocho!!”

Las matronas rieron. ¡Ayyyyyy! ¡Pobre mía! Te besé, te pedí perdón, supliqué para mí misma

que esto no te creara ningún trauma futuro. “Perdona, Dafne, esta es la madre despistada que

te ha tocado”. Laura dijo: “A mí ya me había parecido que era una niña, pero no quise

contradecir a una madre” Yo entonces dije que me alegraba de que fuera una niña por tanta

gente que me había dicho que “Como estaba muy guapa embarazada, sería un niño”… (jodido

machismo patriarcal hasta antes de nacer…)

“Perdón, Dafne (el nombre de niña elegido), perdón” “Hola Dafne” “Bienvenida Dafne” “¿No

quieres tetita, Dafne?” y tú, como buena mujer guerrera, segura de su identidad de mujer, ya

que tu sexo había quedado claro, entonces y sólo entonces… mamaste por primera vez,

mientras yo tenía las últimas contracciones y daba los últimos empujones para expulsar la

placenta… ¡Qué grande era! La vi y me dieron ganas de comérmela. Y ahí llegó Olga con su

bisturí y nos dio de comer cachos de placenta… Qué rica estaba y qué bien sentaba… Sabía

como a sudor limpio, como al olor de cuando hacemos el amor, como a mí… Pero de nuevo, al

igual que al pensar en lamerte, “me vi desde fuera” y dejé de comer. El neocórtex me

empezaba a jugar malas pasadas y a sacarme de la profundísima meditación que fue mi parto.

Olga y Laura me dijeron que mi periné estaba intacto pero valoraron si darme o no un punto

de aproximación en mi labio derecho que se había desgarrado un poco. Me consultaron y al

final decidimos que sí. Aprovechando que estaba “endorfinada” (¡viva la droga natural!) me

dieron el punto y salieron de la habitación, dejándonos sol@s por primera vez a l@s tres… Helí

sonrió y él y Dafne se durmieron… Yo no podía, tenía las pupilas como naranjas, así que me

dediqué a contemplar a mi bella familia, recién estrenada.

Las matronas entraron al rato y nos enseñaron a mí a pinzar el cordón y a Helí a cortarlo. Tras

pinzarlo, salí sola por primera vez, sin Dafne dentro ni encima, fui al baño a hacer pipí y me

pesé: 52k 200g. Volví cuando Helí había acabado de cortar el cordón y me puse a Dafne en el

fular portabebés elástico y la arropé bien con mantitas encima. Salí de nuevo con ella colgada y

me dirigí al baño, para pesarme otra vez: 55k 600g… ¡3k 400g de diferencia! Menos mal que

iba a tener una criatura pequeña… Restando el peso de fular y mantitas, calculamos que Dafne

pesaría unos 2k 900g. Como tod@s teníamos un hambre voraz, nos dimos un desayunoalmuerzo

(eran casi las 2) de homenaje. Nos hicimos nuestras primeras fotos y, como la familia

estaba a punto de llegar, las matronas se fueron.

Helí cogió a Dafne por primera vez y se quedó dormido en el sofá con ella encima, también

dormida. Yo seguía sin poder dormir de puro endorfinamiento, con una sonrisa de felicidad

que no me cabía en la cara y un “subidón” increíble. Lo había conseguido. Confié en mi cuerpo

y en el saber impregnado en mis genes generación tras generación y había parido sin drogas,

sin dolor, sin problemas, en casa; había tenido el parto que yo quería. Era todo un sueño hecho

realidad. Miraba a Dafne y era una mezcla de “no me lo creo” y “te conozco de toda la vida y

es como si siempre hubieras estado aquí a mi lado”…

De pronto, tocaron el timbre y Helí se despertó y dijo que él abría. “No, déjalo, tú tienes a la

niña encima, voy yo”, dije.

Cuando entraron nuestras familias, no podían creer que fuera yo la que estuviera abriendo la

puerta ni la energía que tenía. “¿Tú no tenías que estar acostada?”, dijeron casi regañándome.

“¿Yo?, ¡pero si estoy estupendamente!”, contesté. Al ver a Helí tumbado en el sofá con Dafne

encima dijeron: “¿Pero aquí, quién ha parido?”

Esa noche, con lágrimas saltadas Helí me dijo: “Gracias. Es lo más bonito que han hecho por

mí.” Ya acostad@s nos sonreíamos y repetíamos: “Qué bonita es…”

Mi amiga Mayma Namar, que sabe mucho de calendario maya, me había dicho que tú habías

nacido bajo el sello de Noche Magnética, y que traías contigo el poder de la abundancia…

Traías tu generosidad para que nos sintiéramos tan abundantemente llen@s de amor…

La madrugada del 8 al 9 de mayo, tu tercera noche durmiendo con nosotr@s, sobre la hora de

la entrada de la luna llena, me desperté y vi que tenías (por “causalidad”) las dos manos en la

misma posición: el pulgar unido con el índice y el resto de los dedos extendidos, como si fueras

a emitir un “om”, como un mudra de meditación…

Nuestra familia fue desde el principio muy armónica y abundantemente feliz.

Así naciste Dafne. En nuestra casa. Sin más drogas que la oxitocina y las endorfinas que mi

propio cuerpo producía. Sin adrenalina. Sin prisas. Sin rellenar formularios. Sin episiotomía ni

desgarro perineal. Sin siquiera exploraciones. Laura y Olga dijeron que bastaba oírme para

saber que estaba en trabajo de parto. “No hacía falta decirte nada, has tenido un parto de

libro”, añadieron más tarde. Había parido sin órdenes y con la seguridad que daba su

compañía, sabiduría, sensibilidad y profesionalidad… en silencio…

Y su silencio fue mi mejor ayuda. Gracias por estar sin estar. Porque mis matronas me

respetaron y entendieron que mi parto era mío. Igual que cada parto es de cada una de

nosotras, mujeres. Sólo necesitamos darnos cuenta de que tenemos la sabiduría ancestral

milenaria para tomar posesión de él.

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