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Nacimiento de Xiker

SOÑANDO CONMIGO

Tuve que morir para volver a ser madre. El dolor abarcaba todo mi ser, gritaba desde las entrañas y desembocaba en una avalancha de angustia que me escarchaba el rostro. Era una tortura primitiva, como si naciera en las cavernas, con los aullidos ancestrales de las madres que retumbaban en las paredes cóncavas de las cuevas. Con cada espasmo que contraía mi cuerpo me arrastraba siglos atrás, abrigada en la abismal soledad de la madriguera y sintiendo un amor fraternal e inerte que me acogía y oprimía mi mano en un gesto de antaña complicidad. Eternas mujeres que bailábamos la misma melodía, rociada con notas estruendosas que hacían presagiar el hermoso desenlace. Sobrevenían espasmos que me zarandeaban, cada vez menos espaciados entre sí y en cada uno de ellos aprendí a ahorcarme en el brazo de mi compañero, descubrí que aquello aliviaba mi calvario. Mientras él arropaba mis ojos con una mirada que pretendía escudriñar mi pesar y atraer algunas de aquellas contracciones hacia su cuerpo y poder hacerlas suyas para compartir tanto malestar. Había que expulsar esa congoja al exterior para que pereciera en la tierra y lo hacía convertido en rugidos que me vaciaban de todo mal y me impulsaban a oxigenarme para de nuevo regresar a mi guarida excavada en mi recóndito espíritu.

Así transcurrieron dos días acompañadas de sus tenebrosas noches en vigilia. Haciendo guardia ante tal acontecimiento mágico y rebosante de temores que llamaban durante la oscuridad y me aterraban ante la perspectiva de un futuro con demasiadas incógnitas.

Entendía que debía estar capacitada para recibir con serenidad esas convulsiones que golpeaban mi cuerpo pero ahora desde la paz y sensatez de los que te colma el haber transcurrido algunos años, comprendo que debí acogerlas desde el desconocimiento, desde la sabiduría que nos otorga la ignorancia, únicamente sumida en la calma y rindiéndome ante mi instinto, claudicaba ante el mar que me zarandea levemente, tumbada en mi colchoneta de color turquesa deslumbrada por el infinito cielo azul sutilmente nevado. Ansiando regresar con mi maleta cargada de esos pedacitos de felicidad con los que mis sentidos vuelven a respirar.

Mi pareja y yo habíamos compartido conversaciones sobre cuando llegara el momento, aquel en el que conoceríamos a Xiker y Danel, como anhelábamos que fuera. Yo le había transmitido mi deseo de que fuera un parto natural, carente de estocadas sedantes, deseaba sentir el viaje del bebé desde su fortaleza perforada en el interior materno hasta su primer contacto con el exterior. Él secundó mi deseo.

Pero los días y noches de insomnio y la angustia que me generaba aquel incansable dolor hicieron mella en mí y desequilibró todo mi mente y aquel deseo sucumbió para dejar entrever la alternativa antes repudiada. Con el desprendimiento del tapón mucoso y con 8 centimetros de dilatación, los tres nos encaminamos hacia el hospital.

Una armonía resplandeciente lucia mi cuerpo. Mis oídos ensimismados con unas profundas notas musicales que adornaban el entorno y empujaban a revolotear mi fantasía. Con la música celta que barruntaba el comienzo del parto, entre alborozo, miradas cómplices y algún que otro pensamiento turbio, que ninguno de los dos osemos verbalizar. Hubo instantes para atrapar ensoñaciones sobre madres e hijos que jamás sentirán ese singular encuentro, no viví estas alucinaciones desde la incertidumbre que me engendraba pertenecer a este gremio de madres desquebrajadas, si no desde mi más honesta generosidad, como vínculo entre todas nosotras, que habitábamos en nuestro cuerpo a un humano merecedor de todo el cariño atesorado durante meses. Eran dignas madres que lograron sin ansiarlo, que mi pensamiento estuviera con ellas, con la lucha de cada contracción, amparando al bebé en su primera excursión, toda la inmensa energía unida ante el codiciado encuentro. Esta fue mi ofrenda a todas ellas que acarrean su peculiar barriga rebosante de ausencias momificadas, impregnadas de esa esencia que perdura en el universo, inalcanzables átomos que ondean el infinito relucientes de amor.

Ambos observábamos la pantalla que nos avisaba cuando llamaría alguna contracción. Aunque mi cuerpo no se había quedado mudo y también me anunciaba en que momento debía empujar, ayudando a encontrar la luz a Xiker. Era un leve dolor que sonreía con cada espasmo y que me hacía feliz al reiterar que no era sólo un envoltorio para el bebé, si no que disponía de la fortaleza necesaria para acompañarle en ese tumulto de sensaciones. La matrona me ofreció la opción, de a través de un espejo, poder contemplar la llegada del bebé. Pero yo rehusé esta posibilidad porque quería mantener todas mis capacidades fusionadas para ese momento y no aislarme de mi mente que tanto estaba colaborando. Mi pareja sí que curioseaba ese insólito lugar que con las convulsiones se había convertido en una parte misteriosa para él, adquiriendo un tamaño descomunal, preparándose para tan fascinante nacimiento. Ellas centinelas de mi parto que me arroparon en todo esa fracción de vida, fueron las que me ampararon con su contundencia y sus miradas `perpetuas cargadas de coraje y empatía. El poder de la matrona en ese momento es maravilloso y nos hechiza en un vínculo que conservaré siempre.

Y repentinamente mi cuerpo, en una última bocanada, se agrieta para someterse al avance de tal recia caballería. Surge él, paulatinamente, como si quisiera hacernos participe de ese instante épico y nos impregna con su presencia. Le sostengo sobre su insólito firmamento que palpita para él. Es un tacto eterno en un lugar jamás descubierto, abrigados en nuestra soledad, dos corazones para solo una persona, investigando nuestro ser. Como un pececillo que se inaugura en la tierra y abandona el mar, todo tú te transformas en animal terrestre y liberas las branquias en otra era. Eres un ser escurridizo, con tu inusual olor prehistórico recompones mi cuerpo desbaratado, de esperanza y felicidad. Ese ungüento blanquecino que cubre tu persona y te ha resguardo durante estos meses de enemigos que mordían tu cuero. Fascinante naturaleza que guiña al azar eternamente. A tu vera emerge tu escolta, la más audaz, la que la creación la situó envolviéndote y acurrucando tu ser. La placenta, ese miembro de ti que se crea en el origen, cuando misteriosamente surges de la nada, un único punto en el universo placentero. La totalidad de las emociones se congregan para detonar en perennes aromas nuestros sentimientos, rociando con ellos nuestra esencia y concibiendo la inherente metamorfosis. Dos existencias florecen con el alumbramiento del bebé. Mi persona no retrocederá.

Palabra que colorea el espacio y susurra su minúsculo oído obligando a desperezar sus sentidos y transmitir familiaridad a sus temores. x -i –k- e -r……..me deleita con su mirada vaga entre masas extrañas con tan solo ese murmullo al que desea aferrarse. Levanta su cabeza como una montaña divisante en la cumbre. Y otra vez esa música que enjuaga su desasosiego. Se sutura el lazo perpetuo. Xiker cabalga hasta la teta, husmea entre los dispares olores discriminando aquellos que ahora no le seducen y finamente encuentra su fantaseada alhaja. Ahí discurrirán dos años, entre encuentro de ojos y jolgorio, conociéndonos y viviendo esta aventura diariamente. Llenando tu piel con mi leche y vistiéndonos con esencias que nos convertirán en lo que somos y seguimos aspirándolas, sanándonos las heridas que nos provocan el capricho de vivir sintiéndonos vivos.

Primer relato aquí: https://www.elpartoesnuestro.es/relatos/el-fin-del-principio-oda-una-cesarea