2

Nacimiento de Violeta, 27 de junio de 2009.

Me pongo a escribir y no sé cómo empezar. Son tantas emociones y tan difícil explicarlas… pero lo voy a intentar.

Este embarazo ha sido muy buscado y vivido desde su inicio muy diferente al anterior. Con Ariadna fue todo medicalizado, concebido como algo ajeno a mí y acabó en una innecesaria que me cambió la vida. Con Violeta ha sido todo completamente distinto. Tardó en llegar, probablemente esperando el mejor momento para hacerlo (ahora sé que los bebés nos eligen y deciden venir cuando es oportuno). Con el positivo, llegó la alegría y la esperanza a mi vida. Quería este hijo y quería parir. Y quería parir en casa.

En la semana 32 asistí un parto en casa que me dejó exhausta. Violeta me advertía que debía descansar, trabajar mis miedos y centrarme en preparar este maravilloso acontecimiento. Empecé a tener contracciones y ella estaba situada en transversa, con lo cual era cesárea asegura. Me asusté mucho y dejé de trabajar (me tuve que poner mala para hacer lo que les digo a las mujeres que hagan: centrarse en su bebé). Seguí teniendo contracciones irregulares, para que no me olvidara de ella y no me dejara llevar por el impulso de seguir trabajando hacia fuera y trabajara un poco más hacia dentro.

Así llegué a la semana 37. Esa noche, las contracciones se hicieron regulares y no pararon en toda la noche. Estaba muy contenta. Por la mañana, avisé a mis matronas. Pero todo se paró. Me quedé frustrada porque parecía tan regular… En fin, Violeta decidió que aún no era el momento. A partir de ese día, me convertí en una prodrómica continua: cada noche tenía unas horas de contracciones, pero cuando salía el sol, se paraban.

Apenas dormía y el calor me estaba matando. No recuerdo haber pasado tanto calor en Junio. Estaba hinchada, cansada y cada noche entraba dentro de mi misma y salían emociones, miedos y sombras. Un trabajo largo y necesario para poder parir.

Pocos días antes de la semana 40 tuve un disgusto enorme con una de mis matronas (y amiga), que me hizo replantearme muchas cosas. Llegué a sentir la necesidad de parir sola en casa, rodeada tan sólo por mi familia. Nunca he recomendado ni recomendaré el parto sin asistencia, por lo que me sorprendió ese sentir tan inesperado de la necesidad de aislamiento y soledad. Curiosamente, en las lista de la asociación salió el tema y parece que nos pasa a todas en algún momento cercano al parto. Blanca, presintiendo quizá que necesitaba ayuda, me llamó para hablar conmigo un rato. Gracias eternamente Blanca; tus palabras me ayudaron en el peor de los momentos y me dieron el ánimo que necesitaba.

El día que cumplí las 40 semanas las contracciones no se pararon. Llegó la mañana, y se hacían más intensas, más dolorosas (aunque dolorosas no es exactamente la sensación: potentes, diría yo) y no se pararon con el sol. Mandé un mensaje a la lista: hoy puede ser un gran día. Sentía que le momento llegaba, pero me daba miedo decirlo en voz alta por si se paraba otra vez.

Me metí en la bañera, con mis velas y mi música (Rosa Zaragoza, claro). Mi hija Ariadna se metió conmigo. Casi no había dormido; mi hija no me dejaba sola ni a sol ni a sombra, por si venía Violeta. En la bañera, las contracciones eran más flojas, pero no paraban. No estaba cómoda porque necesitaba moverme y apenas tenía espacio en la bañera.

Salí. La intensidad y el ritmo volvió a ser como antes, o más. Decidí llamar a mis chicas; aunque había tenido el percance con una de ellas, no quería que mi hija naciera entre rencor y malos entendidos, así que la llamé y la abracé como si nada hubiera pasado. Todo tiene solución después, y ahora sólo podía sentir amor y paz. ¡Qué poderosa es la oxitocina! Encendí la vela de Marian, me puse la tobillera de Laura, leí el texto que me mandó Ibone unos días antes y monté mi altar. Estaba lista. El abanico que me regaló Azucena me acompañó hasta el final. Todas las mujeres estaban conmigo. Así lo sentía.

Eran las 12 de la mañana. Las persianas estaban bajadas; mi hija susurraba y se portaba como una comadrona más; mi marido, mi Jesús, mi amor, estaba pendiente de todo lo que pudiera necesitar. Yo paseaba de un lado a otro, sintiendo el poder del útero contrayéndose, sintiendo a Violeta prepararse para nacer.

Casi a la una llegó Malena. Le pedí que me explorara porque si aún me faltaba mucho se iría a casa a descansar (estaba saliente de guardia). El dolor era tan llevadero y estaba tan feliz que pensé que podría seguir prodrómica. Pero no. Estaba de 4 cm; cuello grueso, centrado… empezaba la fiesta.

Yo paseaba y disfrutaba. Tenía la necesidad continua de moverme, las contracciones venían dulcemente y sólo dolía un instante, en la espalda. Estaba feliz. Bebía agua y pensaba en la suerte que tenía de poder estar en casa.

Andaba y andaba por el pasillo. Otra más, ¡qué bien! No se paran. Cada vez son más intensas. Y más. Hay momentos en que pienso que agradecería al de la película depredador que me arrancara el sacro; me dolía mucho. Se lo dije a Jesús y se partía de risa.

Ha llegado Esther. Mis contracciones son cada vez más potentes, pero yo me encuentro muy bien. Me sugieren meterme en la bañera, pero no me apetece nada. Quiero andar. Les digo que coman. A mi no me apetece nada, de momento, solo agua.

Son las 3 de la tarde, más o menos. Llaman al timbre. ¿Quién puede ser? Nadie sabe que estoy de parto; mis padres y mis suegros sí lo saben, y saben que no deben venir hasta que se les avise. Me meto en mi habitación y cierro la puerta. Jesús sale a abrir. Esther está con él. Son el equipo de emergencias del 112. Alguien les ha llamado diciendo que hay una mujer de parto. Nos quedamos de piedra. Yo, en la habitación, y los demás en el salón. Nosotros no hemos llamado a nadie. Los de emergencias se mosquean pensando que les están gastando una broma. Esther no está de parto evidentemente. Es más, todo a oscuras, velas, incienso y silencio… Parece más bien que Jesús y Esther están de día romántico. Aún no salimos de nuestro asombro cuando se van. ¿quién ha podido llamar? Ni mis padres ni mis suegros han sido (los ha llamado Jesús para preguntarles, por descartar).

Tiene que haber sido los vecinos de enfrente, que se pasan la vida controlando. Lo más gracioso es que aún no he soltado ni un gemido fuerte, ni un grito. Seguramente han visto a Esther y Malena subir la silla y los maletines y se han imaginado todo lo demás. Yo me pongo un poco agresiva y me enfado. ¿Y si después necesitamos llamar por una emergencia de verdad? Podríamos tener problemas por culpa de unos cotillas metomentodo.

Pero me frenan. Esther me dice basta. No puedes pensar eso ahora. He estado sin contracciones todo el rato. Es cierto, tengo que dejar de pensar en eso. Respiro hondo, me encierro un rato en el baño. Las contracciones vuelven.

Tomo un poco de gazpacho. Está fresquito y me resulta muy agradable de tomar. Las contracciones son muy muy intensas ahora. Abrazo a Jesús en cada una y me besa. Me dice que estoy muy guapa y lo hago muy bien. Me gusta que me lo diga, aunque yo sé que estoy hecha una pena jajajajaja.

Voy al baño otra vez. Ahora me duele mucho más la espalda. El sacro me está destrozando. Siento que las contracciones ahora son diferentes. Más potentes, más largas, más abajo. Me quito la ropa.

Salgo del baño y Jesús dice que Ariadna quiere irse, que está aburrida. No, le digo. Queda poco. Ahora no te vayas. Le pido a Malena que me mire. Siento que estoy empezando el expulsivo, pero la dilatación ha sido tan rápida y tan dulce, que me preocupa que sea una falsa sensación. No puedo tumbarme en la cama. Me explora en la silla. Estoy en dilatación completa. La bolsa sigue íntegra. La cabecita aún está en un primer plano. Me duele mucho el sacro.

Ahora me meto en mi habitación. Me pongo en la cama encima de la pelota, a cuatro patas. Empiezo a rugir y a balancearme. Me vuelvo completamente salvaje. Me acuerdo de mi compañera Manuela; decía ella que cuando te suda el bigotillo, el parto es inminente.

Me suda el bigote, las manos, los pies… me suda todo. Estoy de pie, en la pelota, de lado. Chillo como nunca he oído chillar a una mujer. Yo sola me digo que puedo, aunque en plena contracción digo que no. Cojo la mano de Jesús. En otra contracción le empujo. No quiero que me toquen. Pienso en Ariadna. ¿Se asustará? Parece que no, pero no lo sé. Tengo los ojos cerrados y me duermo completamente entre contracciones. Jesús está un poco asustado; pero mira las caras de Malena y Esther. Si ellas están tranquilas, él también.

Siento que Violeta está muy alta. No baja. Está en posterior y me duele horrores el sacro. Me pierdo en el dolor. Estoy luchando y pensando como comadrona. Tengo que dejar de hacerlo y dejarme llevar. Me da miedo no poder. Me aterroriza no poder soportar este dolor. Es horrible. Estoy perdida y no encuentro el camino de vuelta. Me vienen a la mente imágenes de muchas y variadas cosas. Veo a Inma Marcos diciendo que las mujeres con cesáreas anteriores tienen que lidiar más en el expulsivo, pero lo consiguen. Veo a mi hija gritando la palabra mágica. Veo a Azucena pariendo tan divina. Veo a Toya y pienso ¡joder, yo estoy en casa como ella y tampoco me lo creo! Lloro. Grito. De repente de doy la vuelta y siento cómo Violeta ha encontrado el camino y se ha dado la vuelta. Empieza a descender dentro de mi y yo necesito levantarme. Pido la silla. Me pongo entre la cama y la cómoda (jeje, en el sitio más estrecho de toda la habitación). Grito a lo bestia. Abro los ojos un momento y Ariadna está sentada a mi lado comiendo una manzana. No tiene mucho susto, por lo visto. Jesús está detrás de mí. Me dejo caer cuando no hay contracción. En una de las contracciones se rompe la bolsa. ¡Plaf! Miro al suelo. El líquido es claro. Me relajo un poco. Sigo siendo comadrona hasta el final. Estoy empujando tan brutalmente que pienso que me voy a partir por la mitad. Ahora noto toda la presión de la cabeza en mi culo. Dios mío, pasa ya, le digo. Me mata el dolor del sacro, pero no me duele el periné. Está abombando la cabeza. Malena me intenta poner compresas calientes, pero no lo soporto. No quiero que me toquen. Mi mano está en mi clítoris porque creo que me voy a partir. Sigo gritando.

Pienso fugazmente que si aparecen ahora los del 112 los mato. También pienso que me hubiera muerto de dolor si hubiera estado en un hospital tumbada boca arriba en el potro. Pero estoy en mi casa, no necesito un instrumental, no necesito nada. Yo puedo parir. Estoy pariendo y eso me hace empujar una última vez como una leona.

Siento salir la cabeza y es un placer tan inmenso que deseo quedarme ahí para siempre. Es maravilloso. Es casi orgásmico. Viene otra contracción. Noto cómo está rotando el hombro y le digo a Malena que tire un poco. No hace falta. Violeta se desliza fuera de mí y siento como un descorche tremendo. Me he quedado vacía de repente. La oigo llorar. Me la dan (o la cojo, no recuerdo nada). Ahora está en mi pecho. No tiro mucho pues el cordón está tenso y me molesta en el clítoris. No me lo puedo creer. Me mira y yo la miro. Dios, es como Ariadna. Es igualita que su hermana. Ariadna y Jesús me abrazan. Noto otra contracción y sale la placenta casi inmediatamente. Jesús corta el cordón tembloroso. Estoy sangrando mucho. Oigo cómo cae. Me acuesto en mi cama. ¡ohhhh! Qué bien; acostarte en tu cama es lo mejor de todo. Con mi niña. Con mi familia.

Dejo de sangrar. Me tienen que revisar. Tengo un desgarro, lo sé. Pero a menos que sea descomunal, no quiero suturas. Me miran y me duele mucho. Dejadlo, por favor. Es de segundo grado. Prometo portarme bien y no moverme mucho. Ya cerrará. Sólo quiero mirar a mi niña y disfrutar. He parido. He podido. Sólo tengo que decir que no voy a ir al baño nunca más ¡Cómo me duele el culo!

Nos metemos los cuatro en la cama.

El parto fue mío.

El parto es nuestro.

Gracias a mi familia por su apoyo.

Gracias a Malena y Esther por acompañarme en este viaje.

Gracias a todas las mujeres de El parto es nuestro.